Generalmente leo las columnas del diputado Arenas en El Mostrador. Por cierto que rara vez estoy de acuerdo con sus planteamientos en materia política e ideológica, sin embargo me resulta muy interesante ver las sucesivas interpelaciones que realiza a esta pintoresca capa de la sociedad chilena (incluido un grupo de dirigentes políticos e intelectuales de centro-izquierda) a la cual él denomina asertivamente “los progres”.
Haciendo un esfuerzo por historizar, en la medida de lo posible, a esta pequeña pero vociferante galería de personajes, podríamos decir que la “onda progre” más allá de su connotación estética, remite a un fenómeno político reciente experimentado por la izquierda.
Tras la derrota de los socialismos reales como proyecto político y el desplome de la cortina de hierro a fines de los 80’, la izquierda ha sufrido una de sus crisis más profundas de la que se tenga memoria. Al mismo tiempo que perdió el control de los gobiernos del bloque oriental (con el respectivo poder político y económico que eso implicaba), tuvo que enfrentar su propia descomposición teórica, acumulada por décadas, y resistir la paliza propinada por el liberalismo en el plano de la lucha ideológica, quien se alzó como triunfador único de la Guerra Fría y enterrador del gran conflicto del Siglo XX.
La consecuencia directa de estos hechos es que la tradición comunista y socialista quedó subsumida en una suerte de “liberalismo progresista”, el que asumió tímidamente algunas consignas relativas a la igualdad, pero dejó de conformar un frente de discontinuidad con el modo de producción capitalista.
El año pasado los partidos de derecha, sectores de la (ex) Concertación, el gobierno y sus intelectuales adictos, los empresarios y la elite en su conjunto, miraron con preocupación las movilizaciones sociales, no tanto por su magnitud, ni por su virulencia, ni menos por los encapuchados (fenómeno que yo creo que ni les importa), sino por los tópicos que abordó y porque a la ciudadanía le hicieron sentido, cuadrándose detrás de ellos de manera unánime.
Por su parte, la social-democracia también sufrió un desplazamiento. Quienes históricamente encarnaron la defensa del Estado de Bienestar y el enfoque reformista del capitalismo, pasaron a dirigir personalmente su propio desmantelamiento bajo el título de “tercera vía”, “capitalismo con rostro humano” o “economía social de mercado”, entre otros eufemismos. Es el caso de Tony Blair en Inglaterra, Felipe González en España, Fernando H. Cardoso en Brasil y Ricardo Lagos en Chile.
Dado lo anteriormente descrito, una vez que la izquierda fue vaciada de su contenido material e histórico (suena sospechosamente marxista esa frase ¿o no diputado?), de su anclaje en el problema del trabajo, de las relaciones de explotación, de la propiedad privada, de la distribución de la riqueza, del conflicto de clases, y procedió a eliminar todo ese léxico por considerarlo anacrónico y obsoleto, pasó a convertirse en una izquierda descafeinada, en una cerveza sin alcohol, en una mayonesa dietética. El único lugar de refugio que le quedó para seguir existiendo, ahora desde la marginalidad, fue su identidad.
Este es el punto donde se produce la total convergencia con el Diputado Arenas. Gran parte del alboroto causado en las redes sociales y en la vida cotidiana por parte de los progres criollos, guarda relación con temáticas emergentes que se visibilizaron a partir del agotamiento de los grandes relatos y la confrontación ideológica: el machismo y el género, el conflicto indígena, la restitución de “lo público” (como categoría despolitizada), la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible, las minorías sexuales, la despenalización de la marihuana, el debate sobre el aborto, etc.
Al mismo tiempo, la facción juvenil progre ha desarrollado un curioso rescate de ciertos rasgos de lo popular a través del revival de la cueca, de los tragos y comidas típicas, el uso del bigote y de sombreros siguiendo el estilo de los obreros chilenos del siglo pasado, elementos que luego fueron cohesionados eficientemente bajo la figura fetichizada de Salvador Allende, como una suerte de ícono pop. Esa vendría a ser la forma de “vivir” la izquierda, hoy por hoy.
Gran parte de esta transformación se dio en el marco de la hegemonía concertacionista en el país, expresada en su manifiesto interés por la desmovilización social, la neutralización de la juventud como actor político, el alejamiento y declive de las instituciones intermedias de la sociedad (organizaciones sociales, sindicatos de clase, partidos políticos, etc.), con el objetivo, no declarado, de diluir a cualquier precio los gérmenes de reagrupamiento de una izquierda con base histórica y proyecto político autónomo que pudiera poner trabas al proceso de consolidación de la revolución liberal ocurrida en Chile durante la dictadura militar.
Lo anterior, sumado a la crisis mundial de la izquierda durante los 90’, trajeron como resultado lo que hoy día el Diputado Arenas denuncia en sus columnas: un progresismo inorgánico que en el mejor de los casos puede vociferar algunos improperios y pataleos, pero sin saber muy bien por qué ni para qué. Más que un movimiento dinámico, se observa allí una preferencia cultural.
La gran mayoría de este país no se siente identificada con tamaño manoseo de la historia y la cultura de los sectores populares, ni mucho menos con la actitud hedonista e histérica de quienes cultivan y defienden esta imagen insípida y conservadora de izquierda como algo deseable para la sociedad entera. Pienso que los esfuerzos deben centrarse en que el debate vuelva a girar en torno a los nudos conflictivos que de verdad importan a las grandes mayorías y que lamentablemente fueron monopolizadas a lo largo de 20 años por la derecha y la (ex) Concertación. En dicho espacio, también caben las temáticas emergentes, pero enmarcadas en el cuadro mayor, el que voluntariamente hemos dejado de considerar durante tanto tiempo.
Por suerte, y echando mano de aquel viejo adagio que dice que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, esta situación lentamente está cambiando. La dimensión material del conflicto que el capitalismo y la supremacía de las lógicas de mercado producen en la vida de las personas, está aflorando por todas partes. No cabe duda alguna de que el año pasado los partidos de derecha, sectores de la (ex) Concertación, el gobierno y sus intelectuales adictos, los empresarios y la elite en su conjunto, miraron con preocupación las movilizaciones sociales, no tanto por su magnitud, ni por su virulencia, ni menos por los encapuchados (fenómeno que yo creo que ni les importa), sino por los tópicos que abordó y porque a la ciudadanía le hicieron sentido, cuadrándose detrás de ellos de manera unánime. Se urgieron porque cometimos la insolencia de hablar contra el lucro, contra el endeudamiento, contra las desigualdades de la cuna, contra las miserables condiciones de trabajo, contra la democracia “en la medida de lo posible”. En otras palabras, se preocuparon porque les disputamos el sentido común de la mayoría por primera vez en años.
Creo que en esto, aunque estemos en trincheras políticas opuestas, podemos hacer causa común con el diputado Arenas. De esta manera, podríamos despejar del camino estos inocuos arranques de histeria del progre en el anonimato de las redes sociales y pasar a discutir los temas cruciales, los que de verdad significarán un conflicto abierto en Chile más adelante. Aquellos que la izquierda jamás debió abandonar y que hoy le reventaron en la cara, con aquel poderoso encanto que posee esa cosa llamada realidad.
Arenas, progresismo, izquierda.
FUENTE:EL MOSTRADOR
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