jueves, 3 de mayo de 2012

Aysén: la rebelión de los mojados avatar Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Nunca había estado en la región de Aysén. De hecho, era la única que me faltaba por conocer. Apuntalado por esta negligencia turística hice las maletas y volé hasta el pequeño aeropuerto de Balmaceda. Había en todo caso una poderosa razón adicional: la insaciable curiosidad por conocer de primera mano qué había ocurrido en Puerto Aysén, qué estaba ocurriendo una vez pasado el temporal, y qué futuro le esperaba al movimiento social que tuvo en vilo a todo Chile. Por supuesto, antes de viajar tenía mi humilde interpretación de los hechos: se trataba de una auténtica insubordinación regional a ratos violenta que exigía la satisfacción de demandas ampliamente variadas y ante las cuales el Gobierno no estaba obligado a acceder. Uno de los objetivos del viaje era justamente poner mi tesis a prueba. Y debo reconocer que volví un poco más aisenino y bastante menos oficialista. Estas son las razones:

La torpeza política

A estas alturas La Moneda debería haber entendido que los conflictos están a la orden del día y parte de su labor es detectarlos con la debida anticipación con el fin de desactivarlos antes que la sangre llegue al río. En este caso, la sangre llegó metafórica y literalmente al río Aysén por el tosco, inoportuno y arrogante manejo político de los encargados de canalizar el problema. Casi no encontré opiniones discordantes: el papel que jugó la Intendenta Pilar Cuevas fue desastroso. Con una parsimonia inexplicable seguía transmitiendo a Santiago que tenía todo bajo control cuando ya era evidente que los aiseninos estaban dispuestos a todo. En circunstancias en las cuales había que contar toda la verdad —si es que era capaz de vislumbrarla— y solicitar urgente refuerzo político, la funcionaria se quiso cuidar las espaldas y terminó haciéndole a su gobierno el peor favor imaginable. La única manera de entender que siga en su cargo es especulando que le sobran santos en la corte.
Las reparticiones públicas de Coyhaique apoyando a la vecina y rival.
Las reparticiones públicas de Coyhaique apoyando a la vecina y rival.
Pero la ineptitud del gobierno regional para diagnosticar y actuar a tiempo no dio origen a la rabia de un pueblo. Pertinente es recordar que el Presidente Piñera arrasó en las urnas en esta poco populosa región. Sus promesas de campaña no estaban tan lejos del petitorio de 11 puntos que levantó la llamada “mesa social” de Aysén. Dicho de otra manera, al gobierno le estaban cobrando su palabra. Los dirigentes locales entendieron que estando Chile a medio mandato y con dos años electorales por delante, el reclamo debía sentirse fuerte y claro a la brevedad posible. Hoy es palpable el grado de desilusión con la derecha en el poder: “Me avergüenzo de haber votado por Piñera”, fue una cuña recurrente. “Que se vayan olvidando de nuestros votos para la próxima elección”, era la otra. Pocas veces había leído el desengaño con tanta intensidad en los ojos de la gente. Para llegar a este extremo, estaremos de acuerdo, se requiere una carencia suprema de destreza política.
La guinda de la torta la trajo el ministro Rodrigo Álvarez desde la capital. Públicamente he sostenido que se trata de un político de excepción en el contexto nacional, pero no puedo silenciar la pésima imagen que dejó su accidentada gestión. Y no me estoy refiriendo al embrollo de las facultades negociadoras —los dirigentes me dejaron claro que no responsabilizan a un ministro sin poder—, sino a la actitud soberbia que dijeron percibir.
La guinda de la torta la trajo el ministro Rodrigo Álvarez desde la capital. Públicamente he sostenido que se trata de un político de excepción en el contexto nacional, pero no puedo silenciar la pésima imagen que dejó su accidentada gestión. Y no me estoy refiriendo al embrollo de las facultades negociadoras —los dirigentes me dejaron claro que no responsabilizan a un ministro sin poder—, sino a la actitud soberbia que dijeron percibir. Las expectativas eran altas —al fin podrían conversar de patagón a patagón—, pero fueron rápidamente frustradas. Me consta que el ejército de subsecretarios y seremis que hoy desfilan ante la mesa social que se reúne en maratónicas jornadas en la Casa de la Cultura son también sospechosos, ante los sencillos ojos aiseninos, del mismo espíritu de superioridad indolente. Este problema de empatía recortada es nuevamente político.

La batalla de Aysén

“Tengo más de ochenta años y nunca había visto algo así”, me comentaba con la voz quebrada una anciana mormona rodeada de gatos y gallinas, y los restos de lo que parecía haber sido una guerra campal en el antejardín de su casa. Un poco más allá, en el corazón de la población Pedro Aguirre Cerda, la también octogenaria señora María ironizaba con un chiste que tardé en entender: “Peleábamos por un poco más de pan, no para que nos trajeran el pan especial”, refiriéndose a las Fuerzas Especiales de Carabineros. Mantenía su buen humor, mientras me mostraba los cartuchos vacíos de proyectiles y bombas lacrimógenas que la policía arrojaba indiscriminadamente por las ventanas de casas, casitas y mediaguas. Fue ese despliegue de violencia insólita el que enfervorizó a una población que hasta entonces no se había involucrado activamente en el movimiento. Los pescadores de Aysén, hombres recios del mar del sur, salieron a las calles a enfrentar a Carabineros en batalla cuerpo a cuerpo. Varios salieron maltrechos —incluidas mujeres que no conocen el miedo—, pero cuentan con orgullo que mandaron de regreso a las Fuerzas Especiales en peores condiciones. “Es que los aiseninos son más bravos que los mapuches”, me comenta uno de mis guías.
Las impresiones de Misael Ruiz
Las impresiones de Misael Ruiz
Es importante considerar que estamos hablando del clásico pueblo chico donde el carabinero es vecino y compadre antes que estricto guardián del orden. Dicen que pasará mucho tiempo antes que los hombres de verde vuelvan a gozar del respeto y cariño que ostentaban previo a la invasión. Los aiseninos están conscientes de que el grueso represor venía de afuera, pero aun así el corto circuito social es palmario: los niños de Aysén, cuenta el dirigente Misael Ruiz, ya no juegan el mítico “paco-ladrón”… ahora juegan “paco-pescador”. Y nadie quiere ser de los primeros.
Al menos, me cuenta con humor un coyhaiquino, los patagones conocieron el guanaco. Antes lo conocían sólo por televisión. La siempre presente familia Miranda que salió a presenciar el hito no alcanzó a reaccionar cuando recibieron el chorro tóxico en plena cara. Otro chiste cruel: en Puerto Aysén llueve casi todo el año —por eso les llaman los mojados. No era necesario llevarles más agua.

El día después

Los negociadores de la mesa social regresaron contentos desde Santiago. Abrocharon compromisos importantes. La gran mayoría de los aiseninos —me explican— aprueba la gestión de sus dirigentes en la capital. “Sabíamos que cuando el elástico se estira demasiado se termina por cortar”, me decía un cansado pero sonriente Iván Fuentes. Por eso era tan relevante volver con algo entre las manos. Fuentes siempre supo que la estrategia no pasaba por replicar el libreto del “todo o nada” que muchos atribuyeron al movimiento estudiantil del año pasado. Que los propios líderes hayan declarado que ciertas demandas estaban fuera del radio de la factibilidad conquistó el corazón de la opinión pública moderada. Así borraron de un plumazo todo asomo de eventual intransigencia y colocaron a La Moneda en una situación aun más compleja.
Uno de los miles de souvenirs que dejó Fuerzas Especiales de Carabineros
Uno de los miles de souvenirs que dejó Fuerzas Especiales de Carabineros.
Además de lo anterior, los dirigentes captaron que extender el conflicto era indeseable en el frente interno ya que sólo auguraba más enfrentamiento y eso terminaría por agotar las voluntades del pueblo de Aysén. Aunque en las primeras semanas la población aguantó de buena gana y con espíritu solidario las privaciones relativas a causa del progresivo desabastecimiento, era poco realista esperar que las fuerzas siguieran intactas en un escenario de escasez radical. “Era el momento indicado para llegar a acuerdos”, remata Iván. Suena convencido de que nadie quiere más guerra.
La tarea ahora es doble. Por un lado lidiar con los actores más extremos que desautorizan la negociación. Siempre hay grupos, lo reconocen los propios Iván Fuentes y Misael Ruiz, que habrían preferido la lógica del avanzar sin transar. Por el otro lado, más difícil todavía, contener la expectativa de un pueblo que quiere ver cambios ahora y no pasado mañana. Toda intervención de los representantes del gobierno que comienza con “elaboraremos un proyecto” les suena a los aiseninos como una dilación inexplicable, una nueva treta para postergar sus anhelos, un juego de piernas para ganar tiempo y heredarle el problema al siguiente.

La tregua regional

Coyhaique y Puerto Aysén no siempre han sido mejores amigos. Los aiseninos no esconden cierto resentimiento frente a la ciudad que les arrebató el cetro del liderazgo local por una decisión de la autoridad central. De hecho, era improbable que una rebelión similar se originara en la capital regional: parte importante de los residentes de Coyhaique reciben asignación de zona por su labor en servicios públicos. La estadística de salarios más o menos abultados se concentra aquí y no llega al vecino Aysén ni al resto de los poblados de la región. El costo de la vida, en síntesis, es desigual en la propia zona. Adicionalmente, no hay nadie que desconozca que las condiciones climáticas de Puerto Aysén y la extensión de Chacabuco son más duras. La leyenda cuenta que el túnel a medio camino entre las dos ciudades define la frontera entre un cielo nuboso parcial con arcoíris (el lado de Coyhaique) y el invariable y tristón sombrero gris que se extiende hacia la costa (el lado que cubre Aysén).
Una anciana mormona impctada con la violencia desatada en su jardín.
Una anciana mormona impctada con la violencia desatada en su jardín.
Pero los coyhaiquinos apoyaron a sus hermanos de Aysén en esta pasada. Una vuelta por la ciudad basta como testimonio: las casas enarbolan banderas negras y las paredes gritan “Tu problema es mi problema”. Fuentes agradece la empatía. Una especie de tregua entre dos clásicas ciudades rivales.
Esta es la historia que pude olfatear y reportear. La de un pueblo aguerrido que, como doña María, estuvo dispuesto a morir por una causa que consideraron justa, en un Patagonia donde la naturaleza perdió toda compostura y donde hasta la política perdió el sentido de la orientación.

FUENTE:EL MOSTRADOR

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