Católicos, políticos, matones y homosexualidad
La Pontificia Universidad Católica (PUC) organiza un seminario
que promueve la reconversión de homosexuales en heterosexuales. Un
diputado de la república habría afirmado en la comisión de defensa que
si el ejército acepta homosexuales “Perú y Bolivia nos volarán la raja”.
Luego, corrigiendo el aspecto soez de sus dichos, afirmó que lo que
sucedería es que “corremos el riesgo de ser invadidos por cualquier país”. En
Ancud, un joven transexual es golpeado por una pandilla con objetos
contundentes en la cara, provocando fracturas faciales y nasales, además
de la pérdida de casi todos los dientes y quizás de parte del labio
superior. Todo esto ha sucedido en las últimas semanas. ¿Tienen estos
casos algo en común?
Sí. En modos distintos ellos
expresan los profundos prejuicios que existen y persisten en nuestra
sociedad hacia la homosexualidad. Y al hacerlo, desaventajan, denigran y
hieren. Vamos por parte.
Las terapias de reconversión se basan en la idea de que la
heterosexualidad constituye el canon de lo que debe ser. No es extraño
que la sede del seminario sea la PUC. Esta idea encuentra argumentos en
esta tradición. Desde mediados de los setenta, el entendimiento en el
catolicismo es que si la homosexualidad es un estado más allá de la
elección personal, no es moralmente incorrecta. Lo incorrecto es
participar en actos homogenitales. Como el Vaticano insiste, esto se
debería a que la procreación es parte esencial de la naturaleza de la
sexualidad humana. Más allá de la apelación a las escrituras y a la
tradición (que son debatibles), sería ley natural. Es decir,
pertenecería al orden de la creación. Por tanto, todo acto sexual debe
estar abierto a la posibilidad de la concepción. Por la misma razón la
iglesia católica tiene tantos problemas con la masturbación y los
anticonceptivos.
Pero este argumento basado en la naturaleza de la sexualidad humana
es irrelevante. Si usted es católico y reconoce la autoridad pontificia,
entonces dispone de un argumento de autoridad para aceptarlo. Pero si
usted no lo es, o si usted lo es, pero reconoce la autoaceptación como
un momento de gracia, no tiene porqué tomarlo en serio. La naturaleza
de la sexualidad humana es debatible. Si bien la procreación es un
aspecto, también lo son otros, como el deseo erótico y el placer, pero
también aspectos que no requieren necesariamente del encuentro genital,
como el amor, el cuidado y el compartir. De hecho, la iglesia tiene que
reconocer alguno de estos aspectos si es que está dispuesta, como lo
está, a casar a parejas estériles o en edad no fértil.
Tampoco es necesario mencionar a los muchos famosos guerreros y emperadores homosexuales que pululan en las páginas de nuestros libros (Alejandro Magno, Adriano, Julio Cesar, Ricardo Corazón de León, Saladin, Federico el Grande, etc.) Una prueba empírica más cercana de que el honorable debe ahondar en sus estudios acerca de la relación entre homosexualidad y virtudes guerreras nos la da el ejército de Israel, que no tiene problema alguno con la orientación sexual de sus miembros y tampoco con que se haga pública.
El horror agustiniano a la sexualidad homosexual cala hondo en la iglesia. Si usted es gay, entonces tiene que abstenerse. O, como nos indica el seminario, reconvertirse.
Pero esto es absurdo. Nuestra orientación o condición sexual refiere a
causas biológicas, sociales y psicológicas efectivas en la infancia que
se consolidan en la adolescencia, pasando a constituir parte de la
personalidad. Las terapias de reconversión se basan en condicionamientos
dolorosos, basados en la lógica del premio y el castigo, éticamente
criticables. Han sido rechazadas por la Asociación Americana de
Psiquiatría (AAP) por generar suicidios, traumas, adicción a drogas, y
baja autoestima, además de la falta de antecedentes científicos acerca
de su eficacia. Por el contrario, está comprobado que la autoaceptación
va de la mano de una mayor autoestima, mayores índices de felicidad,
salud y establecimiento de relaciones interpersonales.
Dejando de lado la homofobia como posible causa de las declaraciones
del diputado Urrutia (un político UDI mediocre y desconocido, cuya mayor
intervención en el parlamento ha consistido en interrumpir con insultos
el minuto de silencio en el homenaje a Allende), la mejor lectura que
se puede hacer de éstas es que la homosexualidad perjudicaría la
ejecución de las labores propias de un buen soldado y, al hacerlo,
pondría en peligro la eficacia de la institución en el cumplimiento de
sus objetivos.
Nuevamente: absurdo. El honorable tendría que explicar de un modo
convincente porqué la homosexualidad impediría que un individuo ame a su
patria y esté dispuesto a dar su vida por ella. O tendría que explicar
porqué en esta tarea un homosexual no sería tan eficiente como un
heterosexual. ¿Qué teoría sostiene el diputado? ¿Son homosexuales, en
cuanto clase de individuos, menos valientes o menos capaces? Menuda
tarea la del diputado.
La experiencia comparada muestra otra cosa. No es necesario referirse
al Sagrado Grupo de Tebas 375 años antes de Cristo. Un grupo de élite
militar compuesto por hombres homosexuales en base a la hipótesis, que
demostró ser correcta, de que su amor por los otros proveería incentivos
para la victoria. O a los guerreros espartanos, cuyo formidable temple
se suele explicar por las relaciones homosexuales entre ellos. Tampoco
es necesario mencionar a los muchos famosos guerreros y emperadores
homosexuales que pululan en las páginas de nuestros libros (Alejandro
Magno, Adriano, Julio Cesar, Ricardo Corazón de León, Saladin, Federico
el Grande, etc.) Una prueba empírica más cercana de que el honorable
debe ahondar en sus estudios acerca de la relación entre homosexualidad y
virtudes guerreras nos la da el ejército de Israel, que no tiene
problema alguno con la orientación sexual de sus miembros y tampoco con
que se haga pública. De éste se puede decir mucho, pero ciertamente no
que sea ineficiente e inefectivo.
Ya en 1973 la AAP dejó de considerar la homosexualidad como una
enfermedad mental y pasó a reconocer diferentes tipos normales de
orientación sexual: la heterosexual, la homosexual y la bisexual. ¿Por
qué, entonces, apostar a terapias de reconversión? Simple: prejuicios
basados en una doctrina religiosa, o al menos en la interpretación
autoritativamente vinculante de la doctrina. También las expresiones del
diputado no hacen más que dar cuenta de prejuicios muy extendidos más
allá de las trincheras políticas. Quizás, al menos parcialmente, por la
pervasividad de la doctrina católica en nuestra sociedad. Por cierto
sería deseable una actitud más crítica e ilustrada de alguien que ocupa
una posición tan relevante en nuestra institucionalidad política. El
caso de Camila Huenchucheo es ciertamente aquel en que estos prejuicios
se expresaron del modo más brutal e inhumano. El odio, o la indiferencia
al daño causado por los agresores no son sólo repudiables, sino quizás
reflejo de lo peor que puede llegar a ser el ser humano. La condición
sexual y de género de Camila fue razón suficiente para desfigurarla a
golpes.
¿Se conectan estos tres casos? Sí. Al presentar la homosexualidad
como anormal, una enfermedad curable mediante reconversión, o dar a
entender que homosexuales son individuos con virtudes insuficientes para
ser parte de la vida militar, tanto la PUC como el diputado Urrutia,
aunque no lo quieran, ayudan a generar un contexto que facilita la
ocurrencia de ataques realizados por matones homofóbicos comunes y
corrientes, como el que sufrió Camila. No olvidemos a Daniel Zamudio. La
homofobia mata.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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