Rectificar: más socialismo
En las elecciones burguesas, la revolución pacífica enfrenta
dos dimensiones: una, la burguesa, la comercial. Lo importante en esta
dimensión, aunque hay una disputa por el gobierno, es mantener la
capacidad de reproducción del capitalismo. Prevalecen aquí los números,
la propaganda efectista, las encuestas, es un territorio mercantil.
Allí se imponen sus reglas. Los partidos oligarcas se confinan en esta
dimensión.
La otra dimensión es la capacidad de ir al socialismo, y se mide por la relación de la “conciencia del deber social” con la “propiedad social” que la soporta, a este binomio algunos lo llaman “el pilar”. Cada dimensión tiene sus propias reglas, su lógica, exige un comportamiento; de ellas emerge el pueblo con una determinada ética, una moral.
Teniendo las elecciones burguesas dos dimensiones, que si bien se influyen mutuamente son también independientes, se presentan varias probabilidades: es posible el triunfo en la dimensión burguesa y la derrota en la dimensión socialista, o peor, a costa de la dimensión socialista. En este caso, el triunfo enmascara la derrota estratégica, la revolución se desgasta, abre paso a fórmulas restauradoras. También se puede dar el caso de triunfo en la dimensión socialista que no se concreta en la dimensión comercial, en este caso el socialismo sale fortalecido.
Lo ideal sería que los triunfos en las dos dimensiones se potencien, que el triunfo en una signifique el éxito en la otra, en este caso la revolución consiguió descifrar la ecuación de la revolución pacífica, va camino a consolidarse.
Un análisis de los resultados electorales en Venezuela debe considerar la relación de estas dimensiones. Veamos.
Comencemos por la fase de propaganda de la campaña revolucionaria, apoyada en los logros materiales de lo que se llamó el pago de la deuda social heredada de los gobiernos burgueses. Se predicaban las facilidades para adquirir vivienda, las posibilidades de alimentación, educación, en resumen, las virtudes de un reparto abundante de la renta. Este reparto contrastaba con el trato que la burguesía daba a la renta: transvasarla hacia los países desarrollados por vía del petróleo barato.
No hubo exigencia de un cambio en la conducta de las masas, de contraprestación social, se otorgaban los bienes sin exigir transformaciones en la conducta que elevaran la conciencia del deber social, el sentido colectivo. Se hicieron concesiones a la lógica de la dimensión comercial de las elecciones burguesas. Sólo en los últimos ocho días de la campaña, el Comandante rompió el cerco de una elección tradicional, llena de clichés, e impuso su fuerza espiritual. Ese cambio, ese giro, fue determinante en el resultado final, sin duda movilizó el alma de los humildes.
La acción económica de la revolución no se usó para potenciar el “pilar socialista”, sino para obtener ventaja en la dimensión burguesa: se potenció a la restauración. Aunque en esta dimensión se triunfó, se debilitó la vía al socialismo. Aunque a primera vista no se perciba, al gobierno se le expuso a un zarpazo.
La otra dimensión es la capacidad de ir al socialismo, y se mide por la relación de la “conciencia del deber social” con la “propiedad social” que la soporta, a este binomio algunos lo llaman “el pilar”. Cada dimensión tiene sus propias reglas, su lógica, exige un comportamiento; de ellas emerge el pueblo con una determinada ética, una moral.
Teniendo las elecciones burguesas dos dimensiones, que si bien se influyen mutuamente son también independientes, se presentan varias probabilidades: es posible el triunfo en la dimensión burguesa y la derrota en la dimensión socialista, o peor, a costa de la dimensión socialista. En este caso, el triunfo enmascara la derrota estratégica, la revolución se desgasta, abre paso a fórmulas restauradoras. También se puede dar el caso de triunfo en la dimensión socialista que no se concreta en la dimensión comercial, en este caso el socialismo sale fortalecido.
Lo ideal sería que los triunfos en las dos dimensiones se potencien, que el triunfo en una signifique el éxito en la otra, en este caso la revolución consiguió descifrar la ecuación de la revolución pacífica, va camino a consolidarse.
Un análisis de los resultados electorales en Venezuela debe considerar la relación de estas dimensiones. Veamos.
Comencemos por la fase de propaganda de la campaña revolucionaria, apoyada en los logros materiales de lo que se llamó el pago de la deuda social heredada de los gobiernos burgueses. Se predicaban las facilidades para adquirir vivienda, las posibilidades de alimentación, educación, en resumen, las virtudes de un reparto abundante de la renta. Este reparto contrastaba con el trato que la burguesía daba a la renta: transvasarla hacia los países desarrollados por vía del petróleo barato.
No hubo exigencia de un cambio en la conducta de las masas, de contraprestación social, se otorgaban los bienes sin exigir transformaciones en la conducta que elevaran la conciencia del deber social, el sentido colectivo. Se hicieron concesiones a la lógica de la dimensión comercial de las elecciones burguesas. Sólo en los últimos ocho días de la campaña, el Comandante rompió el cerco de una elección tradicional, llena de clichés, e impuso su fuerza espiritual. Ese cambio, ese giro, fue determinante en el resultado final, sin duda movilizó el alma de los humildes.
La acción económica de la revolución no se usó para potenciar el “pilar socialista”, sino para obtener ventaja en la dimensión burguesa: se potenció a la restauración. Aunque en esta dimensión se triunfó, se debilitó la vía al socialismo. Aunque a primera vista no se perciba, al gobierno se le expuso a un zarpazo.
QUIENES SE ENFRENTARON
Si pensamos en lo electoral, diríamos que se enfrentaron los
candidatos Capriles y Chávez. En cambio, si profundizamos el análisis,
encontraremos un rico paisaje ideológico.
Capriles agrupó a la socialdemocracia doliente del pacto, de la concertación de “punto fijo”, a los grupos oportunistas que, provenientes de la Izquierda, abandonaron el campo revolucionario y se corrieron a posiciones más comerciales. Todos hegemonizados por una corriente capitalista radical, fascista, neoliberal, imperial.
Tras Chávez encontramos un abanico ideológico que va desde corrientes reformistas hasta el anarquismo más etéreo, pasando por marxistas ortodoxos y guevaristas contestatarios. Aunque enfrentados en feroz lucha interna, esta variedad de pensamiento está unida por el Comandante Chávez y por la búsqueda de un sistema alterno al capitalismo.
El análisis de los resultados electorales debe, más allá de los números, intentar bosquejar el nuevo cuadro político que irá naciendo, las tendencias que desaparecerán, las alianzas, las corrientes fortalecidas, los nuevos retos. Conocidos los resultados de las elecciones del 7 de octubre tenemos material para analizar el nuevo paisaje político y los retos para la revolución bolivariana.
Lo primero es felicitar y felicitarnos por el triunfo electoral, que significa la posibilidad de que siga viva la revolución, de dirimir las fuertes contradicciones que la habitan, de avanzar hacia más socialismo o sucumbir en las ilusiones socialdemócratas de un mundo con explotación pero armónico.
Esa pugna es el signo principal del futuro, determinará el destino de esta sociedad, en otras palabras: la revolución se ganó la oportunidad de ¡rectificar!, de profundizar el socialismo, de abandonar los coqueteos con clases, sistemas de explotación y con sus expresiones políticas. Lo hace, o perece en los miasmas del pasado de donde quiso liberarse.
Los resultados nos dicen que la distancia porcentual entre revolución y restauración se acortan dramáticamente: de un 26% de diferencia en las elecciones presidenciales de 2006 pasamos a un lánguido 10%. Perdimos casi 20% de nuestra votación. Los análisis preliminares indican que perdimos en los sectores pobres y que no hubo aumento de votación en los sectores de clase media, que se mantuvieron inamovibles, casi unánimes, en contra de la revolución. ¿Por qué la mengua? La respuesta reside en la esencia del socialismo, sin comprenderla estamos destinados al fracaso. El socialismo tiene como esencia al amor, la relación fraterna, al sentido de pertenencia a la sociedad. El capitalismo tiene como fundamento al egoísmo, a las soluciones individuales. Esa es la esencia de la batalla, el egoísmo enfrentado en feroz lucha contra el amor, y hacia allí deben ir dirigidos nuestros esfuerzos.
Capriles agrupó a la socialdemocracia doliente del pacto, de la concertación de “punto fijo”, a los grupos oportunistas que, provenientes de la Izquierda, abandonaron el campo revolucionario y se corrieron a posiciones más comerciales. Todos hegemonizados por una corriente capitalista radical, fascista, neoliberal, imperial.
Tras Chávez encontramos un abanico ideológico que va desde corrientes reformistas hasta el anarquismo más etéreo, pasando por marxistas ortodoxos y guevaristas contestatarios. Aunque enfrentados en feroz lucha interna, esta variedad de pensamiento está unida por el Comandante Chávez y por la búsqueda de un sistema alterno al capitalismo.
El análisis de los resultados electorales debe, más allá de los números, intentar bosquejar el nuevo cuadro político que irá naciendo, las tendencias que desaparecerán, las alianzas, las corrientes fortalecidas, los nuevos retos. Conocidos los resultados de las elecciones del 7 de octubre tenemos material para analizar el nuevo paisaje político y los retos para la revolución bolivariana.
Lo primero es felicitar y felicitarnos por el triunfo electoral, que significa la posibilidad de que siga viva la revolución, de dirimir las fuertes contradicciones que la habitan, de avanzar hacia más socialismo o sucumbir en las ilusiones socialdemócratas de un mundo con explotación pero armónico.
Esa pugna es el signo principal del futuro, determinará el destino de esta sociedad, en otras palabras: la revolución se ganó la oportunidad de ¡rectificar!, de profundizar el socialismo, de abandonar los coqueteos con clases, sistemas de explotación y con sus expresiones políticas. Lo hace, o perece en los miasmas del pasado de donde quiso liberarse.
Los resultados nos dicen que la distancia porcentual entre revolución y restauración se acortan dramáticamente: de un 26% de diferencia en las elecciones presidenciales de 2006 pasamos a un lánguido 10%. Perdimos casi 20% de nuestra votación. Los análisis preliminares indican que perdimos en los sectores pobres y que no hubo aumento de votación en los sectores de clase media, que se mantuvieron inamovibles, casi unánimes, en contra de la revolución. ¿Por qué la mengua? La respuesta reside en la esencia del socialismo, sin comprenderla estamos destinados al fracaso. El socialismo tiene como esencia al amor, la relación fraterna, al sentido de pertenencia a la sociedad. El capitalismo tiene como fundamento al egoísmo, a las soluciones individuales. Esa es la esencia de la batalla, el egoísmo enfrentado en feroz lucha contra el amor, y hacia allí deben ir dirigidos nuestros esfuerzos.
RECTIFICACIONES
De aquí se desprenden dos primeras rectificaciones. Una,
corregir la calidad y el destino del mensaje: la base social natural de
la revolución son los pobres, los excluidos, los barrios, y el mensaje
debe descansar de forma fundamental en el espíritu, el alma, la pasión,
el sentimiento amoroso, no en la recompensa material que transforma al
hombre en un mercenario fácil presa de promesas y ofrecimientos del
capitalismo. Avanzaremos al socialismo en la medida en que avancemos en
las relaciones amorosas, fraternas, en la propiedad común.
Otra rectificación: nuestra política debe ir dirigida a elevar la visión de la masa pobre, desde lo mezquino de su entorno hasta la visión universal de la Patria Humana. Sólo así podrá dar justo valor a las circunstancias de su vida, no tomará decisiones de importancia universal guiado por factores locales, como un hoyo en la calle o un apagón. Por mezquindades no lanzará por los albañales de la historia la oportunidad revolucionaria y de esta manera estaremos cosechando triunfos en la dimensión socialista. Es urgente integrar a la sociedad en un tejido social nacional que soporte la conciencia del deber social para acabar con el aislamiento de las formas organizativas que hoy son fuente de egoísmo.
Ultima y muy importante rectificación: es necesario y urgente adquirir una cultura de la discusión entre revolucionarios. Una revolución que no discute, irremediablemente muere. Es necesario dotar a los dirigentes y al pueblo humilde de las herramientas y conocimientos necesarios para que participe de manera creativa en la construcción de la teoría y la práctica revolucionarias. El estudio y la discusión deben ser tareas principales de la sociedad.
Las batallas que se avecinan, las de adentro de la revolución y las de afuera, se decidirán primero en la ideología, recordemos que toda derrota revolucionaria es precedida siempre de una derrota en la ideología.
La batalla electoral no termina con las elecciones presidenciales, en pocos meses serán los comicios regionales. Es necesario afinar, más que la maquinaria electoral y las recompensas materiales, el espíritu libertario de la masa bolivariana. Allí está nuestra fuerza, hacia allí debe ir todo nuestro esfuerzo.
Otra rectificación: nuestra política debe ir dirigida a elevar la visión de la masa pobre, desde lo mezquino de su entorno hasta la visión universal de la Patria Humana. Sólo así podrá dar justo valor a las circunstancias de su vida, no tomará decisiones de importancia universal guiado por factores locales, como un hoyo en la calle o un apagón. Por mezquindades no lanzará por los albañales de la historia la oportunidad revolucionaria y de esta manera estaremos cosechando triunfos en la dimensión socialista. Es urgente integrar a la sociedad en un tejido social nacional que soporte la conciencia del deber social para acabar con el aislamiento de las formas organizativas que hoy son fuente de egoísmo.
Ultima y muy importante rectificación: es necesario y urgente adquirir una cultura de la discusión entre revolucionarios. Una revolución que no discute, irremediablemente muere. Es necesario dotar a los dirigentes y al pueblo humilde de las herramientas y conocimientos necesarios para que participe de manera creativa en la construcción de la teoría y la práctica revolucionarias. El estudio y la discusión deben ser tareas principales de la sociedad.
Las batallas que se avecinan, las de adentro de la revolución y las de afuera, se decidirán primero en la ideología, recordemos que toda derrota revolucionaria es precedida siempre de una derrota en la ideología.
La batalla electoral no termina con las elecciones presidenciales, en pocos meses serán los comicios regionales. Es necesario afinar, más que la maquinaria electoral y las recompensas materiales, el espíritu libertario de la masa bolivariana. Allí está nuestra fuerza, hacia allí debe ir todo nuestro esfuerzo.
TOBY VALDERRAMA
En Caracas
En Caracas
Elecciones y números
El próximo 16 de diciembre, Venezuela estará otra vez de
elecciones: se eligen los 24 gobernadores de los Estados que componen la
estructura federal del país.
La oposición tiene serias posibilidades de ganar posiciones en esos cargos, aunque Chávez acaba de ganar en todos los Estados, salvo Táchira y Mérida, situados en la zona andina tradicionalmente conservadora. Sin embargo, el arrastre del presidente no se transmite necesariamente a los candidatos a gobernadores. Muchos han sido designados sin considerar la opinión de las bases del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y de otros sectores del chavismo.
El presidente Chávez ha sido reelegido con el 55,11% de los votos. Henrique Capriles obtuvo 44,27%. Estos porcentajes significan que Chávez recibió 8.044.106 votos y Capriles 6.461.612. El voto es voluntario y hubo una asistencia récord del 80,9% de los inscritos. No obstante, comparando esos resultados con la anterior elección presidencial (3 de diciembre de 2006), si bien Chávez aumentó en 735.026 votos su caudal, la oposición creció en 2.169.146 votos. En 2006 Chávez logró el 62,85% y Manuel Rosales, el candidato opositor, alcanzó el 36.91%. Estas cifras hacen concluir a la oposición que, aun derrotada, tiene un piso electoral que respalda nuevos intentos.
PF
La oposición tiene serias posibilidades de ganar posiciones en esos cargos, aunque Chávez acaba de ganar en todos los Estados, salvo Táchira y Mérida, situados en la zona andina tradicionalmente conservadora. Sin embargo, el arrastre del presidente no se transmite necesariamente a los candidatos a gobernadores. Muchos han sido designados sin considerar la opinión de las bases del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y de otros sectores del chavismo.
El presidente Chávez ha sido reelegido con el 55,11% de los votos. Henrique Capriles obtuvo 44,27%. Estos porcentajes significan que Chávez recibió 8.044.106 votos y Capriles 6.461.612. El voto es voluntario y hubo una asistencia récord del 80,9% de los inscritos. No obstante, comparando esos resultados con la anterior elección presidencial (3 de diciembre de 2006), si bien Chávez aumentó en 735.026 votos su caudal, la oposición creció en 2.169.146 votos. En 2006 Chávez logró el 62,85% y Manuel Rosales, el candidato opositor, alcanzó el 36.91%. Estas cifras hacen concluir a la oposición que, aun derrotada, tiene un piso electoral que respalda nuevos intentos.
PF
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 768, 12 de octubre, 2012)
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