Elecciones: más de lo mismo y peor
No bien se acerque octubre, todos los interesados en las elecciones tratarán de hacer de Chile el remanso de paz que tanta fama tiene en el exterior. Ya se comenzó a cubrir el paisaje urbano con curiosos afiches de candidatos aparecidos de la nada. Pero algo extraño pasó sin que nos diéramos cuenta: los partidos políticos desaparecieron. Como para no despertar sospechas, los partidos y coaliciones políticas, que tan mal paradas salieron de las movilizaciones del año pasado, se lanzan a la caza de los votantes con risas bobas en las fotos y mentiras alambicadas en la boca.
Un día nos despertaremos con la sorpresa que las alianzas políticas ahora se distinguirán al modo de las fiestas mechonas de los estudiantes: celestes, rosadas, amarillas…
Pero las elecciones, tal y como se hacen, no sirven para otra cosa que para que el sistema se inocule la cantidad de legitimidad perdida. A partir de entonces, todo está bien porque quienes hacen las cosas, fueron elegidos mediante el voto. No importa si esos elegidos son exactamente los mismos que profusamente fueron rechazados por la gente. De caras nuevas, ni hablar. De métodos nuevos, salvo el hecho de esconder sin rubor las militancias de los candidatos, ni hablar.
Si las elecciones cambiaran algo, serían ilegales, dicen las murallas y no se equivocan. Tal y como se plantean, con los mismos vicios, los mismos actores, las mismas consignas huecas, no resultan otra cosa que el momento en que el sistema, sin contrapesos reales, se consolida. Y mientras no se haga algo distinto, pretender resultados novedosos será seguir perdiendo el tiempo. De bien poco han servido los diputados, alcaldes y concejales de Izquierda, si se pregunta desde el punto de vista de los jodidos. Si una utilidad han tenido, ha sido legitimar un sistema que es ilegítimo.
Mientras el pueblo no conquiste la manera de ponerlo todo patas arriba, mientras las elecciones no sean un reflejo real de lo que quiere la gente y no el resultado de la manipulación, compra, arriendo o cooptación de voluntades, de nada servirá presentarse a la faramalla eleccionaria de cada dos años.
El movimiento detonado por los estudiantes -cuya máxima expresión hasta ahora es el año 2011-, tuvo en sus manos la posibilidad de hacer la cosa más diferente y determinante de los últimos tiempos: levantar sus propios candidatos, elegidos directamente por la voluntad real de la gente, sin intermediarios. Autorrepresentarse, tal y como lúcidamente lo ha propuesto Camila. No se pudo. No se quiso. No se entendió.
El caso es que las maquinarias de la ingeniería electoral estarán escudriñando las ciencias de la manipulación para incorporar como propia el alma de esas movilizaciones, cuyos dueños legítimos deberán contentarse con mirar tras los visillos. No faltará el candidato que diga que representa a los estudiantes que exigen cambios profundos en educación, ni quien haga carne de sus propuestas con la defensa de la Patagonia, del medioambiente, de la diversidad, de la cultura y pueblo mapuche, entre una infinidad de buenas razones.
Y los estudiantes que marcharon dejando una estela de alegría y valor pocas veces visto, sacrificando sus años académicos, los flacuchentos presupuestos familiares, los que vivieron por largos meses en sus liceos, acosados por la cobardía policial, aquellos que perdieron sus becas y hogares universitarios, los que fueron atacados con gases y aguas pestilentes, los que fueron apaleados, pateados y fichados como delincuentes y ofendidos por los miserables ministros, serán ensalzados por aquellos que nunca estuvieron ahí, adjudicándose una actitud que nunca tuvieron, colgándose de consignas que nunca compartieron.
Como dice Galeano que dicen los africanos: mientras el león no sepa escribir, la historia del safari seguirá siendo contada por el cazador.
Así, mientras el movimiento social no se decida a autorrepresentarse con sus propios candidatos y mecanismos de selección, no hay mucho que esperar de las elecciones. Particular responsabilidad tiene al respecto el movimiento estudiantil, el más extenso, audaz, inteligente y organizado de los movimientos sociales del país.
No hay razón para no entender las elecciones como una extensión legítima de las movilizaciones, que hasta ahora tienen el formato de la marcha, la concentración y el desfile. Cada una de éstas, controladas por la represión, los infiltrados y los satélites.
Los estudiantes vienen generando no pocos e interesantes dirigentes que como candidatos de su movimiento, extendido hacia el resto de la sociedad, generarían un terror comprensible entre quienes optan por mantener las cosas como están y un explicable optimismo en todo el resto.
Un día nos despertaremos con la sorpresa que las alianzas políticas ahora se distinguirán al modo de las fiestas mechonas de los estudiantes: celestes, rosadas, amarillas…
Pero las elecciones, tal y como se hacen, no sirven para otra cosa que para que el sistema se inocule la cantidad de legitimidad perdida. A partir de entonces, todo está bien porque quienes hacen las cosas, fueron elegidos mediante el voto. No importa si esos elegidos son exactamente los mismos que profusamente fueron rechazados por la gente. De caras nuevas, ni hablar. De métodos nuevos, salvo el hecho de esconder sin rubor las militancias de los candidatos, ni hablar.
Si las elecciones cambiaran algo, serían ilegales, dicen las murallas y no se equivocan. Tal y como se plantean, con los mismos vicios, los mismos actores, las mismas consignas huecas, no resultan otra cosa que el momento en que el sistema, sin contrapesos reales, se consolida. Y mientras no se haga algo distinto, pretender resultados novedosos será seguir perdiendo el tiempo. De bien poco han servido los diputados, alcaldes y concejales de Izquierda, si se pregunta desde el punto de vista de los jodidos. Si una utilidad han tenido, ha sido legitimar un sistema que es ilegítimo.
Mientras el pueblo no conquiste la manera de ponerlo todo patas arriba, mientras las elecciones no sean un reflejo real de lo que quiere la gente y no el resultado de la manipulación, compra, arriendo o cooptación de voluntades, de nada servirá presentarse a la faramalla eleccionaria de cada dos años.
El movimiento detonado por los estudiantes -cuya máxima expresión hasta ahora es el año 2011-, tuvo en sus manos la posibilidad de hacer la cosa más diferente y determinante de los últimos tiempos: levantar sus propios candidatos, elegidos directamente por la voluntad real de la gente, sin intermediarios. Autorrepresentarse, tal y como lúcidamente lo ha propuesto Camila. No se pudo. No se quiso. No se entendió.
El caso es que las maquinarias de la ingeniería electoral estarán escudriñando las ciencias de la manipulación para incorporar como propia el alma de esas movilizaciones, cuyos dueños legítimos deberán contentarse con mirar tras los visillos. No faltará el candidato que diga que representa a los estudiantes que exigen cambios profundos en educación, ni quien haga carne de sus propuestas con la defensa de la Patagonia, del medioambiente, de la diversidad, de la cultura y pueblo mapuche, entre una infinidad de buenas razones.
Y los estudiantes que marcharon dejando una estela de alegría y valor pocas veces visto, sacrificando sus años académicos, los flacuchentos presupuestos familiares, los que vivieron por largos meses en sus liceos, acosados por la cobardía policial, aquellos que perdieron sus becas y hogares universitarios, los que fueron atacados con gases y aguas pestilentes, los que fueron apaleados, pateados y fichados como delincuentes y ofendidos por los miserables ministros, serán ensalzados por aquellos que nunca estuvieron ahí, adjudicándose una actitud que nunca tuvieron, colgándose de consignas que nunca compartieron.
Como dice Galeano que dicen los africanos: mientras el león no sepa escribir, la historia del safari seguirá siendo contada por el cazador.
Así, mientras el movimiento social no se decida a autorrepresentarse con sus propios candidatos y mecanismos de selección, no hay mucho que esperar de las elecciones. Particular responsabilidad tiene al respecto el movimiento estudiantil, el más extenso, audaz, inteligente y organizado de los movimientos sociales del país.
No hay razón para no entender las elecciones como una extensión legítima de las movilizaciones, que hasta ahora tienen el formato de la marcha, la concentración y el desfile. Cada una de éstas, controladas por la represión, los infiltrados y los satélites.
Los estudiantes vienen generando no pocos e interesantes dirigentes que como candidatos de su movimiento, extendido hacia el resto de la sociedad, generarían un terror comprensible entre quienes optan por mantener las cosas como están y un explicable optimismo en todo el resto.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 756, 27 de abril, 2012)
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