El desarrollo chileno, un cuento del tío
Los círculos gobernantes chilenos proclaman que
estamos muy próximos de ser un país desarrollado. Nuestro ingreso por
persona se acercaría al portugués, la meta para serlo. Y como no se
alcanzó en el bicentenario de la Primera Junta de Gobierno, 2010, lo
haremos en el de la declaración de la independencia, 2018. Las razones:
el libre mercado, la jibarización del Estado y la consiguiente supuesta
modernización capitalista.
Para acortar distancias dan las cifras en
dólares ajustados por su poder adquisitivo en cada país, una moneda que
no existe. Pero no dicen que en los países atrasados ese ajuste produce
un ingreso más alto que el real, en razón de que los salarios son más
bajos, lo que disminuye el costo de vida. En Chile, por esa maniobra, el
ingreso por persona sube de 14.228 dólares a 17.222 y, en Portugal, más
avanzado, solo de 22.413 a 23.361.
Además sostienen que nuestros desiguales ingresos son apropiados al
nivel de desarrollo. Implícita está la posición de Hayek: esas
diferencias son el motor del crecimiento. Por tanto, como instrumento de
justicia social aplican la propuesta de Jaime Guzmán: orientar la
función redistributiva del Estado a superar la pobreza, no a lograr una
utópica igualdad. Y, como Guzmán, tendríamos que aceptar la desigualdad
como dato de la Creación.
La plutocracia
Ese modelo ha sido recientemente criticado con dureza por la Iglesia
Católica. En especial, por ser un sistema de desarrollo centrado en el
lucro, con un Estado con las manos atadas para la prosecución del bien
común, que privilegia el asistencialismo descuidando la justicia y
equidad en los sueldos y con desigualdades escandalosas entre ricos y
pobres. La consecuencia son movilizaciones sociales que pueden poner en
peligro la gobernabilidad.
La clase política tiene tres opciones ante el creciente descontento popular por la distribución del crecimiento tan anunciado. Seguir el actual camino, y correr el riesgo de ingobernabilidad que señala la Carta Pastoral. Aumentar el derrame hacia abajo, como lo ha hecho Venezuela desde hace décadas o Arabia Saudí cuando hay síntomas de insatisfacción. O aprender de las críticas a nuestro modelo de Ricardo Hausmann, un economista convencional pero pragmático, Osvaldo Sunkel, Ricardo Ffrench-Davis y otros.
Durante los últimos 20 años la pobreza ha disminuido, pero la
desigualdad se ha mantenido relativamente estable. Por ello, desde la
dictadura militar, somos dos países, el de los ricos y el de los pobres.
Y el de los ricos se concentra en la élite, el decil (10 % de la
población) con ingreso más alto.
Chile resiste bien la actual y larga recesión de occidente, gracias a
las importaciones de la China comunista. La economía y el ingreso por
persona subieron en dólares, en el período 2007-2011, 51,66 % y 33,48 %,
respectivamente.
Mucho mejor si les fue a los milmillonarios chilenos de la lista
Forbes. Ahora son 5 en vez de 4 y sus fortunas subieron entre esos años,
en total y per cápita, 102,47 % y 61,98 %, respectivamente. Y su
capital pasó a ser del 12,33 % del PIB al 16,46 %, concentración de la
riqueza que solo es superada en el mundo por Israel, Líbano, Rusia y
Ucrania.
Estado: base del desarrollo
Peor todavía. Esa supuesta vía de desarrollo no solo es inhumana como dice la Iglesia, es además un cuento del tío plutócrata
El capitalismo se incubó en el imperio mercantilista británico.
Londres monopolizó el comercio con sus colonias, destruyó la hermosa
artesanía textil de la India y prohibió la fabricación de clavos para
herraduras a sus colonos americanos. Cuando se aseguró el monopolio
mundial de manufacturas, se abrió en una relación centro/periferia. Por
ello los economistas clásicos hablaron de economía política y no de
ciencia económica.
Después siguió EE.UU., cuyo primer Secretario de Economía, Alexander
Hamilton, protegió a su naciente industria y organizó el primer
espionaje industrial para conocer los secretos de los textiles
británicos. La Alemania de Bismarck fue más allá. Estableció los
primeros seguros sociales (vejez, salud, accidentes del trabajo), la
instrucción primaria obligatoria, la investigación científica
universitaria, etc. Ese socialismo de cátedra pasó a Francia como
solidaridad. Más tarde llegó a Estados Unidos con el Nuevo Trato de
Roosevelt.
Igualdad: base del desarrollo
Así nació la economía social de mercado alemana y el dirigismo
francés, dos tipos del Estado social. Y una versión pálida del Estado
del bienestar en los EE.UU.
Los europeos, cuando tuvieron un PIB per cápita similar al chileno de
hoy en la década de 1960, como indica el economista de la Fundación Sol
Gonzalo Durán, unos US$ 15.000, fueron más igualitarios que nosotros
ahora. En 1961 Dinamarca tuvo un gini (medida de la desigualdad) bruto
altísimo, 54,5, pero el neto (después de impuestos progresivos y
traspasos sociales) fue la mitad, 27.0. En 1969, Finlandia, 53,1 bruto y
29,5 neto. Y en 1965 Alemania, bruto de 47,1 y neto de 32,9. Chile,
según la OCDE, tiene un gini bruto de 52 y un neto de 49, o sea, con una
mínima corrección, que resulta de bajos tributos y escaso
asistencialismo.
Las tres primeras décadas de la segunda posguerra, 1945-75, son
llamadas gloriosas por los franceses y la edad de oro por los
británicos. Galbraith, el más influyente economista norteamericano en su
época, publicó, en 1958, un libro con el título La Sociedad Opulenta.
Mientras en el “exitoso” Chile de hoy solo el 6 % considera justa la
distribución del ingreso (Latinobarometro 2011). Los descontentos del
progreso, según The Economist, que todavía no se convence que el mercado sin regulaciones y supervisiones es crisis, no progreso.
De ahí saltamos al desarrollismo asiático, ahora llamado capitalismo
de Estado, aunque sus Estados son más pequeños como porcentaje de sus
economías que los occidentales avanzados.
Japón, a comienzo del decenio de 1960, tenía un PIB por persona
similar al de los países del Cono Sur de América. Dirigido todo el
abanico económico por el mítico Ministerio de industria y comercio
internacional, en consulta con el capital, el trabajo, las
universidades, etc., el país se transformó en uno de los más avanzados
del mundo. Corea, que al inicio de los 60 era más pobre que todos los
países latinoamericanos, comenzó con planes quinquenales, reprimió al
capital y al trabajo, y tuvo el crecimiento más alto en el mundo durante
el último medio siglo, más de 4.000 %. En ambos casos no hubo necesidad
de redistribuir, la distribución primaria era más igualitaria. Ahora
los sigue China.
La historia indica que para desarrollarse se necesita un Estado
social y desarrollista o una sociedad negociada fundada en la armonía en
las relaciones ciudadanas, sea a la alemana o a la japonesa. Como dijo
Roubini en el Wall Street Journal: Marx tenía razón, el capitalismo
puede destruirse a sí mismo. Una transferencia permanente del ingreso
del trabajo al capital tiene como consecuencia un exceso de capacidad
instalada y una falta de demanda.
Chile rentista: en busca de una salida
A los países rentistas, que viven de la exportación de productos
primarios, en especial de la industria extractiva, como Chile del cobre,
esa norma no es aplicable, no necesitamos ser creativos ni un mercado
nacional para tener buenas cifras económicas. Es la maldición de las
materias primas.
La clase política tiene tres opciones ante el creciente descontento
popular por la distribución del crecimiento tan anunciado. Seguir el
actual camino, y correr el riesgo de ingobernabilidad que señala la
Carta Pastoral. Aumentar el derrame hacia abajo, como lo ha hecho
Venezuela desde hace décadas o Arabia Saudí cuando hay síntomas de
insatisfacción. O aprender de las críticas a nuestro modelo de Ricardo
Hausmann, un economista convencional pero pragmático, Osvaldo Sunkel,
Ricardo Ffrench-Davis y otros.
Esta última alternativa implica, como mínimo, un Estado activo en la
capacitación del capital humano y en el fomento de encadenamientos hacia
arriba y hacia abajo, en vez de horizontales, en nuestra actividad
económica y de los polos industriales sectoriales para diversificar
nuestra economía con mayor valor agregado, etc. O sea, el gobierno debe
impulsar el proceso ante la falta de creatividad empresarial.
Y una reforma tributaria que suba los impuestos a la renta de las
empresas al nivel de las personas naturales, con rebajas solo para
inversiones en mayor valor agregado, y que impida la llamada “elusión”
por medio de sociedades de papel, múltiples RUT y paraísos fiscales. Más
una seria revisión de los tributos a la minería de acuerdo a la
legislación de los países de nuestros inversores extranjeros.
Ese es el pago que nuestras élites deberían efectuar por partir el
país en dos, el de los ricos y el de los pobres, y engañarnos con un
cuento del tío.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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