viernes, 6 de julio de 2012

¿Vale callampa el modelo?

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Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Las interpretaciones sobre qué ocurrió realmente durante el 2011 no han cesado. El tiempo ha permitido reflexionar y poner por escrito dos ideas dignas de ser seriamente confrontadas. Por una parte encontramos la tesis de “El derrumbe del modelo” del sociólogo Alberto Mayol, que en sus palabras pretende explicar “la crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo”. Por la otra asistimos al trabajo de Eugenio Guzmán y Marcel Oppliger que en “El Malestar de Chile” señalan como improbable que dicho malestar efectivamente obedezca al cuestionamiento estructural del modelo económico y político.
Así, donde Mayol acusa la desaparición del tejido social en manos de la mercantilización de las relaciones humanas, Guzmán y Oppliger destacan los inéditos niveles de prosperidad que vive en la actualidad nuestro país gracias a la combinación de crecimiento y políticas sociales. Allí donde Mayol identifica la movilización estudiantil con un momento fundacional de cambio y revolución a partir de la toma de conciencia de una generación, Guzmán y Oppliger sólo ven un evento multicausal cuyo alcance definitivo se limita a demandas y reformas sectoriales. Donde Mayol vislumbra las fuerzas de la historia operando para revertir la cultura del dinero y la dominación a través del capital, Guzmán y Oppliger no encuentran evidencia rigurosa para sostener que la sociedad chilena quiere abdicar del mercado, sino por el contrario, aspira a acceder a sus beneficios en condiciones igualitarias así como penalizar sus abusos. En definitiva, lo que para Mayol constituye el definitivo punto de inflexión que precipitará el fin del modelo tal como lo conocemos, para Guzmán y Oppliger es estrictamente una teoría ideológicamente interesada y en ningún caso un diagnóstico incontrovertible al cual hayamos llegado racionalmente los chilenos post 2011.
Lo que para Mayol constituye el definitivo punto de inflexión que precipitará el fin del modelo tal como lo conocemos, para Guzmán y Oppliger es estrictamente una teoría ideológicamente interesada y en ningún caso un diagnóstico incontrovertible al cual hayamos llegado racionalmente los chilenos post 2011.
Las visiones de los autores se replican en múltiples conversaciones. Días atrás participé en una discusión donde un amigo vinculado a la izquierda concertacionista justamente abrió los fuegos sosteniendo que “estaremos todos de acuerdo en que el modelo tal como está ya no da para más”. Tuve que interrumpir puntualmente para manifestar mi desacuerdo con la premisa de su intervención: no me parecía que dicho consenso fuera tan evidente.
En efecto me parece más verosímil la tesis de “El Malestar de Chile”. Sinceramente no veo a mis compatriotas abandonando los templos del consumo ni abjurando del reino del endeudamiento. Lo anterior sin embargo no implica, como le escuché un senador oficialista, que la explicación de todo lo vivido en 2011 se reduzca a “la acumulación de las cuotas del auto, el plasma y la colegiatura los niños”. El desajuste de expectativas y la grosera desigualdad que cruza Chile no es asunto para tomar a la ligera. Se acumula bronca genuina que no obedece a digitaciones partidarias. Lo que parece impreciso es culpar exclusivamente al reciente fetiche neoliberal en circunstancias que poblamos un continente marcado a fuego por un pasado colonial de segregación y verticalidad.
El mercado, sabemos, es en sí mismo un fenómeno revolucionario antes que conservador. Tiene la feroz facultad de modificar hábitos y culturas. Este reconocimiento debiera ser central para todo proyecto que seriamente se asuma “progresista”. Si vamos a hilvanar una narrativa coherente para desahuciarlo, corresponde hacerse cargo de lo que perdemos. Por una parte, que existen abundantes pruebas empíricas que demuestran la capacidad de una economía de mercado para generar riqueza donde antes no la había, mejorando de esta manera la calidad de vida al menos en su aspecto material. Y por la otra, que más allá de las bondades del argumento utilitario, el mercado pone atención en el valor de la libertad como ningún otro sistema. Como recuerda el propio Amartya Sen, la libertad económica honra las capacidades del individuo independientemente de la eficiencia de sus resultados finales.
Seguramente el modelo tiene pifias y abolladuras por montones. Liberales clásicos se habrían escandalizado por la falta de virtudes morales de muchos de sus actores principales. Liberales contemporáneos se indignarían por la concentración de la riqueza, la disparidad de oportunidades y la injusticia en la transmisión de privilegios. Sin embargo hay que tener muy claro que se pierde y que se gana mandando el modelo al carajo.

FUENTE:EL MOSTRADOR

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