Siete falacias marihuaneras
El festival de opiniones vertidas a propósito de la valiente confesión del senador Fulvio Rossi acerca de su consumo ocasional de cannabis merece una ponderación crítica. Ofrezco a continuación un listado de argumentos sostenidos con excesiva soltura de cuerpo:
—Debemos ser inflexibles con la droga. Eslogan tradicional de muchos políticos que olvidan que la humanidad ha estado siempre involucrada con distintos tipos de droga y que hasta el día de hoy promueve o permite la producción y el consumo de muchas de ellas. Mientras los grandes empresarios vinícolas son premiados con sendos galardones, los que comercian marihuana se van a la cárcel, a sabiendas que el alcohol es una droga probadamente más perjudicial que la hierba. Los “caramelos” que reconoció consumir el ministro de Interior también son drogas, esta vez bajo prescripción médica pero drogas a fin de cuentas: alteran los sentidos y la percepción de la realidad, producen dependencia psicológica o física, tienen contraindicaciones y su abuso siempre es nefasto.
—No discutiremos el tema. La única diferencia entre la marihuana y las otras drogas como el tabaco, el alcohol o ciertos medicamentos es que la primera es ilegal y las segundas son legales. No hay distinción de naturaleza intrínseca. Es por tanto un típico asunto a resolver por vía legislativa y para eso está el Congreso. Negarse a la discusión es abdicar de las responsabilidades parlamentarios y constituye negligencia inexcusable. Todas sus aristas —libertad individual, externalidades sociales, salud pública— están dentro de la órbita de la deliberación democrática.
El fundamento de esta medida de control, han sostenido Orpis y Chahuán, sería evitar la influencia que los narcotraficantes podrían ejercer sobre los legisladores. Por supuesto, no resiste análisis. Es tan infantil como afirmar que todos sus colegas son marionetas de los productores de todos los bienes y servicios que consumen. Para empezar, de aquellos amantes del trago y el pucho que también puede caer en adicción. Para terminar, de todos aquellos que sometidos al lobby de los peces gordos ejercen como mandatarios de grandes intereses económicos.
—Rossi da un mal ejemplo. Por el contrario, simbólicamente constituye un aporte para destapar un tabú plagado de mitos y prejuicios. Pero además la idea de tener autoridades de virtud ejemplar rivaliza con la conquista liberal de separar el ámbito público del privado. No elegimos modelos de vida, votamos por representantes que hagan bien la pega. No escogimos un nuevo papá, decidimos por un Presidente, Senador o Diputado. Asumiendo que no hay delito en el comportamiento de Fulvio Rossi, el ministro Mañalich ha resultado ser el más sensato del oficialismo: “no me voy a pronunciar sobre hábitos privados e individuales”.
—Hay que hacer test de drogas a los parlamentarios. El fundamento de esta medida de control, han sostenido Orpis y Chahuán, sería evitar la influencia que los narcotraficantes podrían ejercer sobre los legisladores. Por supuesto, no resiste análisis. Es tan infantil como afirmar que todos sus colegas son marionetas de los productores de todos los bienes y servicios que consumen. Para empezar, de aquellos amantes del trago y el pucho que también puede caer en adicción. Para terminar, de todos aquellos que sometidos al lobby de los peces gordos ejercen como mandatarios de grandes intereses económicos. Como las teorías conspirativas tampoco suelen ser ciertas, lo mejor en este sentido es operar con transparencia y declarar las incompatibilidades.
—La marihuana es la puerta de entrada a drogas duras. Es imposible demostrar causalidad en esta relación cuando sólo tenemos datos de correlación. Obviamente es probable que el muchacho que sufre de adicción a la cocaína se haya fumado unos cuantos pitos antes. Pero ¿cuántos son los que fuman o han fumado marihuana y no han desarrollado habitualidad con otras sustancias más nocivas? Si el porcentaje es relevante entonces la causalidad marihuana–drogas duras se pierde. ¿Y no estaremos olvidando que el principal problema en Chile es el tabaquismo y el alcoholismo adolescente? Parece bastante más razonable sostener que son éstas las auténticas puertas de entrada a todo el circuito.
—La Concertación es más libertaria que la Alianza. Mentira del porte de un buque. Fue el gobierno de Michelle Bachelet el que ubicó a la cannabis en Lista 1 de peligrosidad junto a la pasta base, la cocaína y la heroína. Es cierto que el llamado mundo progresista parece haber tomado nota de este absurdo error, pero no está en absoluto claro que la oposición como conjunto se movilice contra el prohibicionismo. Hemos sido testigos que la tendencia paternalista es compartida en ambas veredas del espectro político.
—Mi exitosa trayectoria avala la inocuidad de la droga. Lamentablemente no es tan fácil. Es cierto que bajo ciertos contextos la marihuana es apenas una droga recreacional de bajísimo potencial destructivo. Sin embargo, en circunstancias de bajo capital cultural y elevado riesgo social el resultado puede ser otro. Ambos argumentos lógicamente se parean y ninguno prevalece por sí solo. Lo relevante es entender que, como también sostuvo Mañalich, aquí hay que tomar “decisiones legalmente vinculantes para toda la ciudadanía”.
El debate sobre las drogas en general y sobre la marihuana en particular apela tanto a cuestiones de principio como a consideraciones prácticas. Lo que parece evidente es que Chile ha optado por un polo paternalista que desconoce olímpicamente la relevancia de la autonomía individual, mientras sigue invirtiendo en un modelo policial de combate que acarrea peores consecuencias sociales que aquellas que se pretendían evitar. Desde ambas perspectivas aparece muy razonable que comencemos por la despenalización del autocultivo personal.
FUENTE:EL MOSTRADOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario