viernes, 12 de agosto de 2011

Los 90 ¿capítulos finales?

Sebastián Kraljevich
Estudiante de Master en Gestión Política, George Washington University
 
“Vientos de cambio soplan en el país”. Los primeros versos del himno de Lavín ’99 parecen más vigentes que nunca. Habrá que agregar a los méritos de la mejor campaña desde 1988 no solo vulgarizar –sí, es un piropo– la política, sino adelantar proféticamente los vientos que terminaron por llevarse al propio Lavín. Pero los tiempos de cambio son complejos. Ya sea en el nivel personal como en el social, buscamos huir de esos momentos de incertidumbre, muchas veces volviendo la mirada atrás, convenciéndonos del “esta película ya la vi”. Así, puestos a analizar las recientes movilizaciones estudiantiles, marcadas por el abierto cuestionamiento a consensos fundamentales de la transición, algunos de los más destacados analistas de la plaza han girado la cabeza hacia atrás, bien para situarlas en el conflicto ético-vital de los ’80; o en los tempranos ’70 y sus cuestionamientos a la legitimidad del gobernante.
Discrepo de esa interpretación, pues creo que estamos frente a un nuevo caso de crisis política, eso que el lugar común define certeramente como el momento en que lo anterior no termina de morir, y lo nuevo no acaba de nacer. Las masivas manifestaciones en distintas partes del mundo comparten esa agonía de un contrato social agotado, y la indignación por lo que ayer era pasivamente aceptado como la única realidad posible.
Hay, sin embargo, un rasgo específico de la crisis chilena que cabe tener muy presente: el mayor de nuestros mega-relatos se vino abajo el 11 de marzo de 2010: El quiero y no puedo de la Concertación.
Tal mega-relato es hoy reivindicado por Ricardo Lagos Escobar al señalar que si la Concertación no atacó decididamente la crisis de calidad y equidad de la educación fue por el veto de “la derecha” en el parlamento, olvidando las innumerables iniciativas pro segregación que surgieron desde su propia coalición. En honor al tiempo, limitémonos al Financiamiento Compartido que eliminó de un plumazo buena parte de las alternativas de educación escolar gratuita, propuesto por el otrora Ministro de Educación Jorge Arrate y aprobado unánimemente en el Congreso.
Sabemos que en política la percepción es la realidad, y tanto la salida de la Concertación y su relato justificador, como el ingreso de sus sucesores menos empáticos y talentosos para la cosa pública han abierto un nuevo momento. Se trata, en fin, del quiebre de las premisas sobre las que se fundó la transición: la estabilidad como primera prioridad, el consenso como fin en sí mismo, y la desigualdad como un mal menor.
Así, la idea que la Concertación quería más igualdad y más espacio público actuaba como un potente desmovilizador. De hecho, aún hoy algunos plantean que un resultado distinto en la segunda vuelta presidencial pasada nos tendría en un momento distinto. Efectivamente, probablemente habría menos gente en las calles, menos cacerolas, pero para salir de dudas en lo que a educación respecta, qué mejor que escuchar al propio Frei en su cuenta al país del 21 de mayo de 1999:  “Eso es lo que hemos hecho en pocos años, creando las condiciones para que todos los niños y jóvenes de Chile, desde Arica a Punta Arenas, en la ciudad y en el campo, en la Capital y en las Regiones, en los colegios privados y en el sistema público, tengan una educación de alta calidad”.
Pero sabemos que en política la percepción es la realidad, y tanto la salida de la Concertación y su relato justificador, como el ingreso de sus sucesores menos empáticos y talentosos para la cosa pública han abierto un nuevo momento. Se trata, en fin, del quiebre de las premisas sobre las que se fundó la transición: la estabilidad como primera prioridad, el consenso como fin en sí mismo, y la desigualdad como un mal menor. Estamos viendo el final definitivo de la serie “Los 90”, culebrón que se extendió mucho más de lo razonable; sin darse cuenta que las mismas virtudes que le significaron arrasar en el rating en sus tiempos mozos, son las que hoy agotan al público que vivió en carne propia tanto sus éxitos como sus limitaciones.
Con todo, no es claro que la crisis tenga como salida cierta el comienzo de una nueva serie-época. Mientras la masividad es la fuerza de los movimientos de estos días, subsisten dudas en el ámbito de la conducción política que podrían hacer que toda esa energía no encuentre cauce donde hacer la diferencia. Piense en cómo el 15-M español terminó con una rotunda victoria electoral de la derecha; o cómo aquí en Chile ante el arrollador apoyo del movimiento estudiantil en la ciudadanía, se piense  que la solución es una suerte de plebiscito que postergue la resolución del conflicto hacia un momento en que la correlación de fuerzas sea impredecible (al margen de cuestionamientos secundarios pero relevantes en las dimensiones institucional y operativa). La posibilidad que esta crisis abra paso a un nuevo pacto social pasa de modo imprescindible por la existencia de fuerzas políticas con la capacidad de conducir hacia esa salida.
Así, que el resultado de la crisis sea un retorno al origen no parece imposible. Sin ir más lejos, el viernes pasado Ricardo Lagos citó a los cuatro presidentes de los partidos de la Concertación a una suerte de charla técnica al calor de la encuesta CEP. Habrá fuerzas poderosas pujando por la “reprogramación”: la exitosa teleserie que termina, pero a los pocos días el canal la empieza a repetir una y otra vez. Claro que en este caso, a diferencia de lo que sucede en la televisión chilena, los actores recibirán suculentos pagos por cada nueva repetición.
FUENTE: EL MOSTRADOR
 

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