Sergio-Urzúa Con un estudio revelador este economista del CEP echó abajo una de las “verdades” más repetidas sobre el sistema educativo: quien logra acceder a la educación superior mejora sus ingresos. Idea sobre la cual se creó el otro piso del sistema: los créditos, como el CAE, lo que sirvió de sustento para refutar que la educación debiera ser gratis. En esta entrevista Urzúa explica que el crecimiento explosivo sin información y menos preocupación por la calidad de la educación que se estaba impartiendo, hizo que la gran promesa de que la universidad cambiaría la vida de las familias dejara de cumplirse.
En marzo de este año, Sergio Urzúa, economista del Centro de Estudios Públicos (CEP) y profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Maryland, echó al suelo una de las convicciones más extendidas sobre el sistema educativo: la idea de que quien llega a la educación superior necesariamente mejora sus ingresos. Sostenida como verdad incuestionable, esa idea sirvió para implementar políticas como el Fondo Solidario y el CAE y para fundamentar el por qué el estudiante universitario debe pagar sus estudios. Urzúa explica que, debido a la falta de información y a una despreocupación por la calidad, la gran promesa de que la universidad podía cambiar la vida de las familias dejó de cumplirse. Con la Universidad del Mar como paradigma de la crisis, este investigador ahonda en cómo logramos los chilenos que estudiar más resulte un perjuicio económico para muchas familias, amén de un problema social para el país.
-Uno de los argumentos que más se repitió en 2011 para refutar la idea de educación superior gratuita fue que la gratuidad era injusta pues estudiar en la universidad permitía acceder a un salario mejor. Tras leer el estudio del CEP, esa idea se ha venido al suelo.
Hay dos temas distintos. Me parece que sigue siendo válido el hecho de que el universitario, al final del día, se lleva más dinero para su casa, que, por ejemplo, un estudiante secundario. El punto es que en el contexto que tenemos actualmente, hay zonas donde eso ha dejado de funcionar, y donde la idea de “más años de estudio igual más ingreso” no se está cumpliendo.
-Lo cual genera un desastre para las familias que pagan los estudios con crédito, por ejemplo con el Crédito con Aval del Estado (CAE).
Efectivamente. La lógica del crédito proviene de la idea de que el estudiante va a ganar más en el futuro, es decir, obtendrá un retorno privado. En función de eso debería poder endeudarse y pagar por sus estudios. Pero eso solo puede ocurrir si las familias toman decisiones informadas sobre dónde estudian sus hijos. En ese punto cometimos un error muy grande: pasamos de 200 mil universitarios en 1990, a 1 millón en 2011, asumiendo que la información se iba a producir sola. Pero aunque el mercado está informado y sabe distinguir las buenas de las malas universidades, las familias que acceden a ellas no lo tienen claro.
“Es insostenible un sistema donde la información clave tiene el carácter de publicidad”
-¿A qué se refiere con “el mercado sabe”?
Al mercado laboral.
-Eso significa que cuando un director va a contratar a un profesor de la Universidad del Mar, sabe que esa universidad tiene el peor resultado en la Prueba Inicia.
Sí, pero más allá de eso, los mismos egresados de esa y otras universidades lo saben tras graduarse. Llegan a un trabajo, se sientan al lado del egresado de una buena universidad, y a la semana, ellos y su empleador se dan cuenta que la diferencia es brutal. Ese tipo de información el mercado la maneja, pero no se traspasa a las personas que están tomando decisiones. Entonces, el crecimiento explosivo que ha vivido la educación superior en Chile ha ocurrido sin la información adecuada. Por ejemplo, recién desde diciembre de 2011 contamos con información a nivel de universidad y de carrera de los salarios de los egresados. Nunca antes había existido esa información. A eso hay que agregarle el problema de la información respecto de las acreditaciones de estas instituciones. En el CEP comparamos los años de acreditación de una carrera y la renta que reciben sus egresados y no encontramos evidencia de que ambos aspectos estén relacionados. Es decir, más años de acreditación de una carrera no aseguran nada.
-Parece claro entonces que los años de acreditación son un elemento publicitario engañoso. Cuando el estudiante lee “acreditada por cuatro años” entiende un mensaje sobre la calidad de esa universidad que no es lo que el ente acreditador puede asegurar.
Ese es el punto. Es insostenible un sistema donde la información clave tiene el carácter de publicidad. Yo creo que eso es lo más complicado de la crisis de la Universidad del Mar. Más allá de si sus directivos lucraron o no, el tema es si los alumnos tenían información sobre la calidad de la institución y sobre los ingresos que obtendrían al egresar. Entonces, volviendo al punto inicial: la educación superior de calidad sí cambia el perfil de ingreso futuro del alumno. De eso no hay duda. La calidad de la institución hace la diferencia. Si esa condición se cumple, es probable que la educación produzca rentabilidad privada y en ese contexto, un crédito es un buen mecanismo de financiamiento. Ahora, si eso no ocurre, no es culpa del mercado. El mercado opera bien en la medida en que le entreguemos información razonable a la gente y que ésta tome decisiones informadas. Al diseñar el sistema eso no se aseguró y por ello hoy vemos que la educación superior no blinda a los jóvenes frente a la pobreza ni los protege de sufrir fuertes tasas de desempleo ni tampoco le asegura al Estado que tenga que entregarles menos subsidios.
-Con toda la información disponible uno tendría que esperar que en los próximos meses las universidades de mala calidad sean castigadas por el mercado y pierdan alumnos. ¿Cree que eso es lo que va a pasar?
Probablemente hay alumnos que se van a ir de las de mala calidad. Yo creo que estamos en un punto de inflexión. Lo que vivimos el año pasado fue una voz de alerta. La crítica de los estudiantes fue una forma de reflejar la crisis que sufre el sistema. Ahora van a empezar a aparecer los problemas institucionales de universidades que no dan rentabilidad. Pero hay que ver cuáles son las alternativas de esos alumnos. No es obvio que tengan una mejor alternativa.
-Justamente esa es mi duda: ¿estamos ante un problema de información o de alternativas? ¿Es de verdad difícil distinguir entre la Universidad del Mar y la Adolfo Ibáñez o el problema son las reales opciones de un joven con CAE en un sistema que ha creado universidades para ricos y universidades para pobres?
Estamos de acuerdo. Hay que distinguir dos situaciones. Una es la del chico que, por ejemplo, quiere estudiar ingeniería comercial y tiene puntaje para ir a la Universidad Católica, la Universidad de Chile o la Adolfo Ibáñez. Ese joven tiene muchísima información y tiene opciones. El problema ocurre abajo, en el margen del sistema, donde el estudiante está pensando entre alternativas que son difíciles de distinguir. En esos márgenes, las universidades pueden tener más información respecto de cómo le va a ir a ese estudiante, más información respecto de su situación financiera, de las reales opciones que los jóvenes tienen. Esa información debiera estar al alcance de las familias al momento de tomar una decisión.
-¿Qué cree que hay que hacer con esas universidades de calidad dudosa, que entregan cartones que no dan rentabilidad al alumno?
Lo primero es siempre examinar las preferencias del alumno. Si un joven quiere ser filósofo o tiene preferencia por las ciencias sociales, o quiere ser abogado, bueno, debe informarse de cuáles son las mejores universidades y qué posibilidades tiene de entrar ahí. Segunda cosa: en muchos casos le puede ser más rentable ir a un Instituto Profesional (IP) o a un Centro de Formación Técnica (CFT). Uno de los problemas que tenemos, sin embargo, es que se ha asentado una visión idealista de que ir a la universidad cambia la vida.
“En el CEP comparamos los años de acreditación de una carrera y la renta que reciben sus egresados y no encontramos evidencia de que ambos aspectos estén relacionados. Es decir más años de acreditación de una carrera no aseguran nada.”
-¿La calidad no es peor en los institutos que en las universidades?
No hay ninguna evidencia de eso. Por el contrario, la explosión de matricula se dio en las universidades y uno debiera preguntarse de dónde salieron los profesores que están formando a los futuros profesionales. Yo no tengo idea de dónde salieron los profesores que sostienen ese crecimiento. Sería muy interesante preguntar quién hace clases en la Universidad del Mar. Por el contrario, el sistema de los CFT y los IP se ha profundizado en el tiempo. Por supuesto no es solución impedirles a los alumnos ir a la universidad, eso limita la libertad de elección de las personas. Pero hay que dar opciones y hay que entender que como sociedad la expansión universitaria que vivimos es absurda y ha saturado varios mercados. Si comparamos el número de técnicos versus el de profesionales en Chile y en Alemania, tenemos dos veces el nivel de profesionales que ellos. No puede ser. Por otra parte nos encontramos con jóvenes que sacan ingeniería comercial en siete años o abogados que se forman en ocho: demencial. Hay un problema de diseño que resulta evidente. En ese sentido, creo que la educación técnica está mejor orientada. ¿Significa eso que los chicos de la Universidad del Mar se tienen que ir a estos institutos? No lo sé. Pero les diría que no se cierren, porque hay un error conceptual en creer que la universidad les va a cambiar la vida.

INFORMACIÓN Y ALTERNATIVAS

-Ahondemos en la relevancia que le da usted a la información. Joaquín Lavín creía en eso cuando fue ministro de Educación y por eso implementó un sistema de semáforos: para mostrarle a los padres cuáles colegios eran malos (rojos) y cuáles buenos (verdes). La idea era que los padres, al saber que sus hijos estaban en un colegio rojo, se irían. “Votaría con los pies”, como dicen los economistas y llevaría a sus hijos a un colegio verde. Por supuesto eso no pasó, entre otras cosas porque en muchas zonas no hay más que colegios rojos.
Creo que el problema de los semáforos fue que la información que se entregaba a las familias era insuficiente. Por ejemplo: hace algunos años se hizo un estudio en el CEP que mostraba que al interior de cada colegio hay más heterogeneidad en los resultados que la que hay entre un colegio y otro. Entonces, saber que un colegio es rojo dice poco sobre lo que ocurre en su interior.
-Explíqueme más.
Imagine dos colegios rojos, uno con 274 puntos en el Simce y otro con 268. La diferencia parece poca, pero si uno mira lo que ocurre adentro de ellos puede descubrir, por ejemplo, que en uno hay un grupo de alumnos a los que le va muy bien, a pesar de que en promedio el colegio es rojo.
“Uno debiera preguntarse de dónde salieron los profesores que están formando a los futuros profesionales. No tengo idea de dónde salieron los profesores que sostienen el crecimiento de la matrícula de las universidades”.
-¿De qué le sirve saber eso a una familia con un hijo en un colegio rojo?
Bueno, si su hijo es buen alumno y en su zona solo hay colegios rojos, le sirve saber que en determinado colegio los mejores alumnos están mejor que en el resto. Y si su hijo tiene rendimiento bajo, tal vez le interesa llevarlo a un colegio donde los alumnos bajos no están tan abajo pues tienen una mejor oferta para las debilidades que el niño tiene.
-¿Cree que el análisis de las variaciones dentro de los colegios es útil para un obrero que llega agotado a su casa y que probablemente recibió una educación tan mala como la que está recibiendo su hijo?
Lo que quiero decir es que entregándome el promedio del colegio el sistema no me dice mucho sobre mis chances de salir de la situación en la que estoy. La pregunta que hay que responder es por qué tal colegio es rojo. ¿Porque es malo? ¿Porque atiende a una población más vulnerable? A mí me gustaría saber cuál es el colegio que mejor trata estas deficiencias y entregarles esa información a las familias. Y también el colegio que potencia mejor las capacidades de los buenos alumnos, aún cuando el promedio sea rojo.
-¿No le parece que más que información lo que requiere la gente es que le pongan al alcance un colegio de buena calidad?
Sin duda. Y es necesario dejar claro que cuando hablamos de los problemas de información en la educación estamos discutiendo sobre el penthouse del edificio educativo, pero hay problemas en la base. Hoy vemos como llegan a las universidades jóvenes que vienen con la aspiración de entrar al sistema de educación superior y se enfrentan a un sistema que ofrece poca información y, por lo tanto, les es muy difícil de identificar quién es quién. Pero el problema de fondo es que ellos durante 12 años no pudieron tener acceso a un sistema de educación pública de calidad porque la educación pública ha estado boxeando con una mano amarrada. Todas las cosas que se han estudiado y propuesto sobre ranking y crédito o mejoras en la información, son ideas para parchar un problema que viene desde atrás.

LA CALIDAD DE LOS ESTUDIANTES

-Recapitulando, hay dos elementos que fallaron en el diseño del sistema de educación superior. Se pensó que bastaba con financiar al joven para que llegara a la universidad, pero no se tomó en cuenta que los mercados pueden colapsar con la oferta. Y por otra parte, no se pensó que la calidad de la educación era importante y no se diseñó un sistema que mantuviera informada a las familias.
Exactamente.
-Pero hay otro punto que no ha sido tocado: el déficit académico de muchos alumnos. Hay una gran cantidad de jóvenes que no están preparados para la educación superior y que van a universidades de dudosa calidad pues no les exigen puntajes. Probablemente lo que resulte de eso sea un desastre social.
Ese es el tema de fondo. El sistema de educación superior está basado en la idea de que el problema está en que el alumno no puede estudiar porque no tiene el dinero. Y aunque en muchos casos eso es cierto, no es el único problema. Hay que entender que la falta de recursos es lo que se llama “una restricción de corto plazo”: el alumno hoy no puede desembolsar, pero eventualmente va a poder hacerlo. Entonces, si se le da crédito puede resolver esa restricción de corto plazo. El problema es que hay también restricciones de largo plazo. ¿Alguien cree que vamos a poder resolver el problema formativo de un joven que está en los 500 puntos de la PSU con un crédito? Eso es simplificar las cosas a un extremo inaceptable. Por eso, cuando hay que decidir dónde invertir es necesario hacerse la pregunta: ¿Vamos a genera más créditos, más becas para la educación superior? ¿O vamos a partir arreglando esto en orden, es decir, mejorando la educación básica y media? La pregunta es compleja por el escenario político actual, pero también porque la idea de que lo que falta para ser universitario es solo dinero está muy asentada. Por ejemplo, esta semana a la Universidad de Chile, donde hago clases, invitaron a alumnos de un liceo de La Florida para que vieran cómo es la universidad. Y la pregunta que muchos nos hacían era: “cómo me consigo un crédito, una beca”. Yo les decía: “saquen 750 puntos y no van a tener ningún problema”. El punto es que la brecha que hay entre el Simce que obtienen hoy y el puntaje que necesitan es tan grande, que es increíble que crean que su problema es que el Estado entregue más plata.
-Esa creencia la difundieron economistas con doctorado y luego los políticos la transformaron en una política pública. Nada de extraño que esos niños crean que la brecha se cierra con un crédito: son las señales públicas que se han dado durante los últimos 20 años.
Exactamente. Y el problema es qué hacemos respecto de las restricciones de largo plazo: cómo le informamos a estos chicos que en el mundo en el cual se van a desempeñar va a importar mucho la calidad de los estudios a los que están accediendo. Y entonces, la decisión no se puede tomar pensando en si me van a entregar un crédito. Lo que hay que hacer es cerrar brechas educativas y eso lo debiera estar haciendo el sistema de educación público. Hoy la brecha se genera sobre todo en la familia: si la madre no tuvo estudios universitarios, su hijo tiene solo un 20% de posibilidades de terminar la universidad. En cambio, si la madre terminó la universidad, las posibilidades de su hijo aumentan al 60 %. Esa brecha no ha cambiado en 15 años. Y es el Estado el que debería hacer que la historia familiar de los jóvenes importe menos. ¿Este es un problema de crédito? No.

LUCRO Y CALIDAD

“¿Alguien cree que vamos a poder resolver el problema formativo de un joven que está en los 500 puntos de la PSU, con un sistema de crédito? Eso es simplificar las cosas a un extremo inaceptable.”
-Si se autorizara a las universidades a lucrar, como quieren muchos, ¿cree que las malas universidades mejorarían su calidad como fruto de esa autorización?
Probablemente no. No es obvio, a priori, dónde van a terminar esas universidades que hoy están bajo sospecha de lucro, si es que efectivamente se autorizara eso. Probablemente no van a ser muy distintas. En Estados Unidos, por ejemplo, un porcentaje importante del crecimiento del acceso a la educación superior se ha producido por universidades con lucro. La diferencia fundamental es que allá está permitido y los estudiantes van a esas universidades sabiendo a lo que van. La evidencia que aporta Estados Unidos es que estas universidades han atacado un segmento de la población que no tenía acceso, como hace la universidad de Phoenix.
-Esa universidad es muy cuestionada justamente en su calidad
Estoy de acuerdo. Pero lo que pasaría si el lucro estuviera permitido es que los estudiantes irían a universidades a sabiendas de lo que están comprando. Ese es un tema importante. Segundo, esa información se traduciría en distintas decisiones. Alguien podría decir, “está tan vilipendiado el tema del lucro que no me interesa mandar a mi hijo a un lugar así”. Pero lo más importante es que el hecho de que se instaure, evita lo que estamos viendo hoy: el delito. Ahora, si me pregunta, ¿la existencia de lucro asegura calidad de la educación? No. Pero de ahí a concluir que el prohibirlo asegura la mejor calidad del resto, tampoco es obvio. Yo no tengo problema con el lucro bien entendido.
-Para usted entonces el lucro no es la gran explicación para la crisis que estamos viendo en la Universidad del Mar.
Primero, me parece que en ese caso va a ser extremadamente difícil poder comprobar que se ha estado lucrando. Si lo que ocurre al final es que los dueños tienen inmobiliarias y arriendan los locales a la universidad, ¿cómo vamos a detectar que hay lucro?, ¿mirando el precio justo del arriendo? ¿Y cómo vamos a detectar cuál es el precio justo?
-Independiente de cómo se compruebe, me gustaría saber si le parece que el lucro genera un perjuicio en la calidad educativa. Hace poco un ex decano de Medicina de la U. del Mar dijo a CIPER que le faltaban recursos para que sus alumnos se formaran bien y eso se debía a que los dueños se llevaban la plata de la universidad.
Estoy de acuerdo. En este caso es probable, aunque no se ha comprobado, que los controladores hayan lucrado. Ahora, me parece que el problema está en que tenemos un sistema donde abrimos la puerta a instituciones que puedan utilizar el sistema en su propio beneficio. Y es probable que haya universidades cuya calidad no es buena y que se estén beneficiando de esto. ¿Eso quiere decir que no deberíamos permitir el lucro? No. Porque cuando se permite el lucro perfectamente podemos dejar afuera a los que lo usan mal en la medida en que tengamos una regulación adecuada. Por ejemplo, a través de impuestos. Si los impuestos sirven para recolectar dinero y distribuir, pero también son mecanismos de incentivo… Lo que pasa hoy es que la actual ley que prohíbe el lucro es un ejemplo de una mala ley, está mal pensada. Porque cuando se decidió que estas instituciones no podían lucrar se debió haber discutido cómo se va a chequear eso. Y si esa era la decisión, se debieron haber utilizado todas las herramientas legales para evitar el lucro y eso no ocurrió.
“Cuando hay que decidir dónde invertir es necesario preguntarse: ¿Vamos a generar más créditos, más becas para la educación superior? ¿O vamos a partir por arreglar esto en orden, es decir, mejorando la educación básica y media?”
-¿Qué cosa positiva cree usted que el lucro le ha aportado a la educación?
En la educación básica y media hay colegios privados a los cuales van familias que matriculan a sus hijos ahí. Si esa gente toma una decisión racional, hay demanda para eso, esos colegios no están infringiendo la ley y todo el mundo sabe que son con lucro, no tengo ningún problema con eso. En la medida en que tengamos un sistema público fuerte que genere los incentivos para que haya integración.
-¿Defiende el lucro como parte de la libertad de elección?
De libertad de acción, absolutamente. Por otra parte, para mí lo fundamental es mirar este asunto desde el punto de vista de los alumnos. O sea, en el caso de la Universidad del Mar, más allá de que los controladores hayan lucrado o no, la irresponsabilidad está en haber generado la duda y las consecuencias que tiene esa duda respecto del futuro de todos estos chicos. Eso es inaceptable. Porque yo puedo generar beneficios económicos para mí en la medida en que no genere externalidades. Yo no puedo poner una planta de productos químicos al medio de la ciudad porque la externalidad que estoy generando es brutal, más allá del hecho de que lucre. Eso no se puede permitir. Entonces, yo no puedo defender ese caso. Pero lo grave, el asunto que me duele, es que independientemente de si hubo lucro, los estudiantes de la Universidad del Mar fueron afectados y el valor de su título cayó a cero. Yo creo que por eso este caso marca un punto de inflexión y muestra que estamos ante unas tensiones de fondo mucho más importantes que si la tasa del CAE es de un 6% o un 2%. Eso es maní comparado con el tipo de cosas que vamos a tener que enfrentar de aquí para adelante.
-El problema no es solo de los alumnos. Cuando tenemos universidades que entregan títulos dudosos en Pedagogía, Medicina, Ingeniería, etc., también hay un daño social que se está produciendo.
Efectivamente estamos ante situaciones en que puede haber un beneficio para el alumno, y a la vez, un retorno social negativo. O sea, puede ser que el alumno consiga pagar su carrera, el punto es que socialmente se tomó una decisión respecto de financiar determinadas cosas sin asegurar la calidad del profesional y ese retorno social puede ser negativo. Y eso es inaceptable.
-Para muchos el inicio del problema de calidad esta en el momento en que se les da autonomía a las universidades y estas quedan autorizadas a hacer todo lo que quieran; abrir sedes en Punta Arenas de Periodismo y en Arica de Medicina. ¿Le parece que eso fue un error?
Per se, dar autonomía no me parece malo en la medida que el estudiante tenga referentes con qué comparar. En ese sentido creo que es bueno tener la Prueba Inicia en el caso de los egresados de Pedagogía y otros mecanismos de control que le digan al alumno “usted no está preparado”. Yo me pregunto también si no le cabe a la Universidad de Chile un rol en cuanto a ser referente y fijar estándares en términos del proceso de cómo se genera capital humano.
“No me gusta la confusión que hay en estas operaciones que dividen el dueño de la universidad del dueño del terreno. No me gusta porque en el fondo lo que debieran estar haciendo esas instituciones es proveer el servicio de universidad.”
-¿Le parece que debería haber organismo públicos que fueran referentes en educación?
Es que ese es el rol de la Universidad de Chile y de la educación pública.
-¿Cree que la Universidad del Mar no sería lo que es hoy si a la Universidad de Chile no se le hubiera extirpado el Pedagógico?
Creo que hubiese sido mucho más difícil. En todo caso, me parece que entregar autonomía no significa que hay que dejar las cosas sin ningún tipo de regulación. Primero, porque para que el mercado entregue una asignación eficiente de los recursos tiene que haber competencia, tiene que haber información y no tiene que haber externalidades. En este caso, si una universidad entrega una mala educación es una externalidad que a mí me afecta. Segundo, es imprescindible tener información relevante, y en ese sentido es muy importante que exista otro ente que diga: “estas son las mejores prácticas, por aquí deberíamos ir”. Así ha pasado con la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile: es un referente para todas las otras facultades, por citar un ejemplo.
-El caso de la Universidad del Mar no le despierta, como investigador, recelos sobre los efectos nocivos del lucro en la calidad de la educación
El problema de la Universidad del Mar, en mi opinión, es que los dueños están lucrando en principio con una actividad que está debajo de la universidad: es decir, con el negocio inmobiliario. Esa es una situación complicada que genera mucho ruido. No me gusta la confusión que hay en estas operaciones que dividen el dueño de la universidad del dueño del terreno. No me gusta porque en el fondo lo que debieran estar haciendo es proveer el servicio de universidad. Este tipo de cosas sin ninguna duda genera mucho ruido respecto de la calidad del servicio. Pero estamos hablando de un sistema en el cual la gente está lucrando en el contexto de la universidad.

FUENTE:CIPERCHILE