domingo, 5 de mayo de 2013

 

El empoderamiento ciudadano a través del consumo


Uno de los rasgos más sobresalientes de la globalización es el protagonismo de las grandes corporaciones que dirigen el consumo de las familias. Si nos detenemos un momento a reflexionar sobre los proveedores de nuestros alimentos, vestido, implementos domésticos, medicamentos, etcétera, encontraremos que en cada renglón hay una corporación global.
El poder económico de estas corporaciones estriba en su configuración de mercado, es decir, en el poder que tienen para distribuir todo tipo de mercancías en un contexto de poca competencia. Pensemos en marcas como Starbucks, Nike, Home Depot, Zara o en grandes distribuidores como Wal-Mart. Su poder de monopolio u oligopolio les permite dictar, en un contexto de tendencias impulsadas por el marketing, lo que comemos, lo que vestimos, el auto que conducimos; además de explicar todos los pensamientos que hay detrás de estas elecciones, determinando una senda de compro luego existo, de identificarnos a través de nuestro consumo.
Lo importante a analizar en este contexto es nuestra libertad de elegir, y en un mercado en donde la competencia es restringida, nuestra libertad se estrecha. En dicha estrechez somos consumidores completamente anónimos y pasivos frente a lo que consumimos. ¿Qué hay detrás de los procesos productivos de las mercancías que elegimos comprar? ¿Tenemos conocimiento de lo que en realidad estamos adquiriendo? ¿De la forma en la que las mercancías que nos rodean afectan nuestra salud y nuestro estilo de vida? ¿Quién se hace responsable por dichas implicaciones?
Nosotros nos hacemos responsables de las implicaciones al estar informados, demandar proceso limpios, éticos y responsables con el medio ambiente, y consumir sólo aquellas marcas o productos que respeten nuestra integridad física, ambiental y personal. Además de definir límites, derechos y obligaciones en la relación tripartita: Estado-Comunidad y Corporación.
En el día a día consumimos una gran variedad de mercancías. Pensemos en los productos de limpieza que usamos al ducharnos, los atuendos al vestirnos, los alimentos al desayunar, el auto que conducimos, la gasolina, nuestra comida, el café de la mañana y el snack de la tarde, el programa de televisión, etc.
¿Qué es lo que sabemos de cada uno de estos productos? ¿Quién los produce? ¿Cómo los produce? ¿Dónde? ¿Son los insumos que se utilizan seguros para mi salud? ¿Quién regula esta seguridad? ¿Cuáles son los procesos organizacionales que hay detrás? ¿Los trabajadores involucrados en la compañía son tratados justamente? o ¿Estoy premiando con mi consumo a una compañía que no tiene en cuenta el bienestar de sus trabajadores y sus clientes?
¿Cómo hacemos para estar informados?
Dado que el objetivo de la compañía es el beneficio económico en última instancia, no podemos esperar que la información venga de vendedor a consumidor; al menos no en este estadio de desarrollo empresarial en países como México; así que lo propio es la investigación individual y la organización ciudadana. Gracias a las nuevas herramientas de telecomunicaciones, podemos, desde el contexto urbano, acceder a este tipo de información y compartirla en nuestro espacio de trabajo, en nuestro vecindario y en nuestra familia. La idea es convertirnos en reguladores de las compañías que buscan nuestros ingresos.
Es importante destacar aquí, que no se trata de ir por la vida vigilando cada paso que damos o alimento que nos llevamos a la boca estimulando una cultura del miedo o de vigilancia infructuosa. De lo que se trata es de hacernos responsables de nuestro estilo de vida y de las afectaciones que esto causa a nuestra persona, nuestra familia, nuestra comunidad y nuestros compañeros trabajadores.
Una vez que somos conscientes y responsables de nuestro consumo, o mientras aprendemos a hacerlo, demandar procesos limpios, éticos y responsables con el medio ambiente llama a llevar nuestras demandas de mercado más allá de los productos en sí. Tener una imagen amplía de lo que hay detrás de estos productos y ajustar estos procesos a tendencias que respeten nuestra integridad en diferentes niveles, así como premiar esfuerzos alternativos y locales que hagan contrapeso. En este punto la organización ciudadana es crucial y puede llevarse a cabo a través de diferentes estrategias ciudadanas y comunitarias, que ya han sido aplicadas con éxito en otros países: boicots a marcas específicas, así como campañas de difusión por diversos mecanismos: redes sociales, de boca en boca en nuestra familia, lugares de trabajo y comunidad, marchas, manifestaciones, etc. Los esfuerzos positivos, como los negativos, se acumularán hasta que toman fuerza propia.
En Berlín, Alemania, en el año de 2003, diversos restaurantes se negaron a servir Coca-Cola y aceptar tarjetas American Express como un acto de protesta, ante la intervención militar de los Estados Unidos en Irak. Por las mismas razones, franceses y suizos boicotearon a Starbucks y McDonals. Boicots ha habido muchos, de diferentes tipos y desde hace tiempo, sólo hace falta recordar la negativa de parte de la comunidad inglesa en el siglo XVIII de consumir azúcar producida por esclavos. O el rechazo a la marca Taco Inn en Estados Unidos, debido a que compraba a productores de hortalizas que utilizaban trabajo infantil en los procesos de producción.
No todas las estrategias de presión funcionan pero sientan un precedente, y en este sentido hay que decir que la constancia y la organización son claves para sostener el empoderamiento. Por otro lado, es importante tener en cuenta que la integridad entendida ampliamente, tiene diversas interpretaciones según la comunidad que la esté demandando; no obstante, sin importar la diversidad de demandas o incluso, si éstas se contraponen entre sí, el objetivo es equilibrar la balanza entre el poder de mercado que tienen las corporaciones, y la libertad de elegir de los consumidores.
El empoderamiento ciudadano a través del consumo es un paso importante en la conformación del espacio urbano, en el marco de la globalización. La ciudad es el espacio en el que se desarrolla el capital corporativo, en la medida en que es aquí en donde se concentra la población de ingresos medios y altos que rigen su consumo a través de la identidad que las marcas ofrecen. Permanecer impasibles ante este proceso, permite que la ciudad se defina desde arriba hacia abajo, es decir, desde las corporaciones y el Estado hacia los ciudadanos sin establecer límite alguno por parte de estos últimos.
Los límites que como ciudadanos imponemos o no a través del empoderamiento definen por ejemplo, los espacios públicos de los que disfrutamos. Imagine que una fábrica o un Wal-Mart se instalan en una zona en la que mayormente es o podría ser disfrutada por las familias. O bien, pensemos en que sea necesario destruir un bosque, abolir una ley o crear nuevas, impulsar un partido político u otro para lograrlo, sólo con el objetivo de ampliar el espacio económico de una o varias corporaciones asentadas en la ciudad.
Todo cambio en el espacio en que nos desenvolvemos afecta nuestras vidas de una u otra manera, y el establecimiento de derechos y obligaciones al respecto regula dicha afectación. Con cada demanda, la organización que empodera al ciudadano consumidor impulsa una serie de compensaciones que regulan a las posibles relaciones negativas, que pudieran generarse entre Estado y Corporación. Dichas compensaciones abarcan desde cuestiones de índole personal (procesos y organización de los productos que consumo) hasta implicaciones colectivas (espacio público, medio ambiente, regulaciones, empleo, etc.)
El desarrollo de las grandes corporaciones es una tendencia histórica del sistema económico de mercado, que se fortalece gracias a las nuevas tecnologías, no obstante, son estas nueva herramientas las que en manos del consumidor-ciudadano pueden impulsar movimientos comunitarios, que empujen una senda de desarrollo sostenido en un marco de responsabilidad empresarial y político, dictado desde el ciudadano-consumidor-elector hacia las corporaciones y el Estado.
Es necesario anotar, que las medidas aquí propuestas no rompen con las relaciones asimétricas que el capitalismo genera; tampoco obviamos que son estos movimientos estímulos para la creación de nuevas tendencias de mercado, que transforman las decisiones empresariales. Sin embargo, es convicción de la que escribe que la solidaridad que reforma, puede evolucionar a transformaciones más radicales en beneficio de la humanidad. Por lo pronto, participar conscientemente en las decisiones de nuestro consumo, parece un paso deseable. La indiferencia y la ignorancia por elección, imponen su costo tarde o temprano.


Seyka Sandoval
 
FUENTE: EL CIUDADANO

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