jueves, 22 de noviembre de 2012

La ANI y el Servel: el síndrome Barros Luco que persigue a Piñera

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Gerente de Asuntos Públicos Imaginacción Consultores
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En un reciente debate presidencial Claudio Orrego, refiriéndose a la serie de problemas institucionales del último tiempo, señaló que “este gobierno de Piñera ha sido remalo, en la nueva forma de gobernar no saben ni contar los votos, no saben contar los muertos, no saben contar los pobres, o sea un fracaso”.
Lo categórico de la expresión en uno de los políticos más moderados de la nueva generación refleja una realidad. Piñera se ha convertido en un Rey Midas al revés, lo que toca se convierte en un enredo.
Las altas expectativas que el propio Presidente trazó sobre su gobierno hacen más dramática esta realidad. Su expresión “gobierno de los mejores” y frases como “en 20 días hemos hecho más que la Concertación en 20 años” hacen pensar que las cosas ocurren más allá de la voluntad y que simplemente no tiene control sobre los efectos de ciertas decisiones en las políticas públicas.
Muchos de estos desastres podrán ser arreglados en gobiernos futuros, pero hay dos que afectan al Estado mismo y la estabilidad de la que la elite chilena ha hecho gala: los problemas del Servel y el desastre de la Agencia Nacional de Inteligencia. Ambos casos son delicados y parecidos, y en ambos la reacción del gobierno ha sido culpar a los directores de los servicios respectivos.
En el caso del Servel, se ha escrito con demasía de los innumerables problemas relacionados con la pasada elección municipales. Una carta de 80 académicos hizo ver al gobierno una serie de problemas que afectaban la transparencia del proceso. La respuesta del gobierno fue rayando en el ninguneo. Pese a la transversalidad de los firmantes no se vio camino serio alguno para afrontar un riesgo grave a nuestra democracia.
Hay muchas explicaciones acerca de lo que pasó en el Servel, hasta este momento una institución que había garantizado limpieza y legitimidad en el proceso electoral. Mientras arreciaban las críticas, la asesora presidencial hizo ver en Twitter que era responsabilidad del Servel. Pero es un hecho que se le aumentaron las funciones a dicho organismo a la vez que no aumentó su Presupuesto, más aún, para el año 2013 en el proyecto que presentó el gobierno viene una baja en el presupuesto corriente de un 10 %. Complejo.
No es solo responsabilidad del actual director —como insinuó en off La Moneda—, sino del propio líder del gobierno que le dio otro sentido distinto a la ANI: ser una oficina más en su maniática lucha para acabar con la “fiesta de los delincuentes”.
Este asunto no es menor para la vitalidad de la democracia, que ya viene con síntomas de fatiga. La gran cantidad de reclamos presentados en el Servel, que tienen como tónica en común el desorden generalizado en los procesos de conteo de los votos y la poca claridad del gobierno presentando resultados, pueden ser claves en una elección estrecha. El mismo voto voluntario introduce una incertidumbre que llevará a los comandos a desplegar ejércitos de abogados en los locales de votación para preparar los casos ante los tribunales.
Serán ellos, y no la institucionalidad electoral, los que decidan las elecciones, lo que es un síntoma grave de los problemas electorales. Medio en broma, muchos han dicho que requeriremos observadores de la OEA.
En el caso de la ANI, el servicio de inteligencia, la situación no es distinta. Un reciente artículo de El Mostrador revela una serie de problemas asociados a su director, que se ha convertido en un pintoresco personaje con su barba de asceta ruso. Más allá de su admiración por los clásicos del país eslavo, sus actuaciones y su propia apariencia recuerdan más a Grigori Rasputín, el famoso monje consejero de los zares, cuyos pronósticos llevaron a tomar decisiones erróneas en la primera guerra mundial y facilitaron el camino para la caída de la autocracia en Rusia. Yuseff, que sabe mucho de la historia de ese país, debiera conocer el caso. Y darse cuenta, por lo publicado, que en el propio Palacio están sus enemigos.
La inteligencia no es intuición ni visiones místicas. Tampoco las películas de James Bond rodeado de chicas infartantes, sino una construcción metódica hecha por personas experimentadas en función de los intereses del Estado.
El mayor teórico moderno de la inteligencia, Sherman Kent, dice al respecto que “la inteligencia no es quien determina objetivos; no es el arquitecto de la política; no es el hacedor de proyectos; no es el realizador de las operaciones. Su tarea es cuidar que los hacedores estén bien informados; brindarles la ayuda necesaria, llamar su atención hacia un hecho importante que puedan estar descuidando, y, a pedido de los mismos, analizar cursos alternativos sin elegir uno u otro”. Por ello, no es solo responsabilidad del actual director —como insinuó en off La Moneda—, sino del propio líder del gobierno que le dio otro sentido distinto a la ANI: ser una oficina más en su maniática lucha para acabar con la “fiesta de los delincuentes”.
El caso Bombas, la vergüenza del caso del pakistaní acusado de terrorismo y el haber vinculado a la CAM a la serie de incendios en el sur el verano pasado, muestran la impericia del gobierno en estos temas y su compleja debilidad en el tema inteligencia. En el escenario internacional no ha habido tampoco un trabajo exhaustivo al respecto. Simplemente el gobierno no ha sido capaz de prever las situaciones alrededor de nuestras fronteras y un ejemplo, que no es el único, es que en la contienda anglo–argentina de este año por Las Malvinas, no fue capaz de prever que las bravatas nacionalistas de Cristina Kirchner eran más bien para poner una cortina de humo sobre la profunda crisis política que atraviesa su gobierno, quedando en muy mal pie con un aliado histórico como Gran Bretaña. En contraste, el resto de las naciones sudamericanas miró con escepticismo dicha ofensiva comunicacional.
Por otro lado la propia situación actual de Chile —ad portas de un fallo que podría modificar nuestras fronteras marítimas— y los peligros cada vez más cercanos del narcotráfico, el terrorismo, el tráfico de personas, las amenazas cibernéticas, la situación energética y la inestabilidad política debiera hacer que tengamos una agencia eficiente capaz de efectuar correctas apreciaciones globales y sectoriales como hace ver la Ley que creó el Sistema Nacional de Inteligencia. Lo construido por este gobierno es una especie de oficina apéndice en su objetivo fallido de lograr derrotar a la delincuencia.
Las ineficiencias en este sentido constituyen un profundo daño a nuestra estabilidad política. Tampoco es una reconstrucción que sea fácil en un próximo gobierno.
Ambas instituciones requieren no solamente reformas profundas, sino un consenso amplio entre las fuerzas políticas sobre cómo hacerlo. Si no fuera un año electoral, que requerirá un esfuerzo mayor del Servel, y un año complejo en lo vecinal, podríamos quizá darnos el lujo de esperar otra administración. Pero no es el caso.
La historia recuerda al presidente del centenario, Ramón Barros Luco, como uno de los más ineficientes de la historia. Cien años después, Piñera cada día más se parece al mítico Barros Luco, que dio su nombre al delicioso sándwich de carne con queso fundido, gracias al cual quedó instalado en la historia. Incluso en eso tiene Piñera un parecido al Presidente de hace 100 años.

FUENTE: EL MOSTRADOR

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