Pronto se cumplirán 40 años del abominable magnicidio cometido contra nuestro entrañable amigo Víctor Jara. Nuestra mente, nuestros recuerdos, nuestras acciones, a veces dan tantas vueltas, se pierden entre tantos recovecos de la vida, que no nos damos cuenta cómo pasa el tiempo y siguen estando ahí, como secretos íntimos.
Sin embargo, hay detalles o hechos principales que nunca perderán su significado. Antes de que siga oxidándose la historia y sus hechos, agregaré una pequeña página a tantas que ya conocemos acerca de la obra de Víctor Jara. Se trata de su última actuación en público, el día 10 de septiembre de 1973 al mediodía, en la Escuela Básica URSS, ubicada en el sector de Tejas de Chena, en San Bernardo, situada en medio de una villa habitada por militares.
Para entender en qué contexto y por qué Víctor estuvo ese día en ese lugar, debo hacer un poco de historia previa. Como encargado de eventos del Instituto Chileno Soviético de Cultura, a principios de 1973 organicé un concurso de pintura para escolares de básica y media llamado “Las riquezas de mi patria”, como una manera de fomentar su interés y valoración por las actividades económicas y sociales que nos son propias. Para darle a este acontecimiento la importancia y el brillo necesarios conseguimos el auspicio oficial del Ministerio de Educación. Tuvimos que hacernos cargo directamente de la información a cada escuela de más de 500 alumnos, por medio de afiches y circulares enviados por correo privado y por Lan Chile, para los extremos del país. Además reforzamos con publicidad en TV, Canal Nacional y Canal 9 de la Universidad de Chile, en aquellos años; radios Portales, Magallanes, Recabarren, Nuevo Mundo y Corporación.

Conseguí, entre otros, como Presidente del jurado a Antonio Romera, autor de textos sobre pintura chilena y crítico de arte permanente del diario “El Mercurio”; a don Nemesio Antúnez, Director del Museo de Bellas Artes y Decano de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile; a don Fernando Morales Jordán, pintor de larga tradición y dueño de casa, como miembro del directorio de ese Instituto.
Lo que más demoró, haciendo peligrar la realización de este concurso, era el principal atractivo: el primer premio en categoría Básica y en categoría Media, era un pasaje de ida y vuelta y estadía durante 15 días, con todos los gastos pagados, en un centro de veraneo para niños y jóvenes en Artek, a orillas del Mar Negro, en la Unión Soviética. La embajada recién a fines de mayo dio la respuesta afirmativa.
En un mes recibimos cerca de 5.500 trabajos desde Arica hasta Punta Arenas; desde las más grandes ciudades hasta las más aisladas escuelitas, amén de muchísimos trabajos enviados en forma particular.
Se hizo una gran exposición en el salón central de la Biblioteca Nacional, con los 180 mejores trabajos recibidos, entre los cuales se sorteó (por decisión del jurado) los pasajes para los estudiantes. Fueron favorecidos por la suerte una pequeña de sexto básico de una escuelita de Avenida El Salto y un joven de tercero medio de un colegio particular. Viajaron en la segunda quincena de Agosto de 1973 y regresaron a fines de ese mes, cargados de recuerdos, saludos y mensajes para los niños chilenos.
Durante el desarrollo de la competencia, me enteré de las razones de la demora por parte de la embajada. La idea les encantó, pero consideraron que organizar todo el itinerario solo para dos personas, era oneroso y por ello no quisieron perder la oportunidad de entregar algo más. Por ello, planificaron paralelamente, independiente de nosotros, el viaje de otros jóvenes meritorios. Es así como, dado que ya se había apadrinado a cuatro escuelas básicas con el nombre de “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”, en Santiago y provincias, se escogió al mejor alumno de cada una de ellas, para que integrara la delegación junto a los ganadores del concurso y otros jóvenes.
A principios de septiembre se nos comunicó desde la embajada, la conveniencia de efectuar la recepción oficial de aquellos viajeros tan connotados. La idea era llevar a cabo un acto artístico cultural en una de las escuelas URSS. Se escogió la escuela básica en Tejas de Chena, que presentaba características muy particulares. Estaba situada prácticamente en medio de una población de suboficiales y funcionarios de la Fuerza Aérea de Chile, por lo cual asistían a ella muchos hijos de uniformados. Precisamente el mejor alumno (de sexto básico) para quien se organizaba la recepción oficial, era hijo de un sargento de esa rama armada.
Comprometieron su asistencia el Primer Secretario de la embajada, el Agregado Cultural y otros funcionarios menores. Ofrecía el recinto la directora de la escuela y participaron como invitados un oficial de alta graduación de la Fach (por protocolo, a la altura de un diplomático de esa categoría) con dos o tres oficiales más. También asistieron gran cantidad de apoderados y padres con sus correspondientes tenidas de parada, quienes eran uniformados regulares; los profesores y alumnos prepararon una presentación folclórica y una pequeña revista de educación física.
Por nuestra parte, como Instituto, le pedimos a Víctor Jara que nos acompañara esa mañana del 10 de Septiembre de 1973, con su guitarra y sus cantos, para darle mayor realce y calidez a una mañana tan protocolar. Estaba feliz de encontrarse, una vez más, con la gente sencilla y especialmente con los niños.
Alrededor del mediodía, terminadas las actuaciones de los pequeños, pronunciados los discursos, escuchado el mensaje del alumno homenajeado, comenzó Víctor con su guitarra a encantar a toda la concurrencia. La gente canturreaba, seguía con las palmas, las melodías y ritmos que Víctor estimulaba con su arte.
Lo más grande ocurrió cuando comenzó a cantar “El hombre es un creador”. La introducción, hecha con peineta y papel, necesitaba de un acompañante:
-“Yo no puedo tocar la guitarra y tararear con la peineta, ¿quién me acompaña?… ¡es tan fácil!…”
Entre toda la alegría y el ambiente de fiesta, se adelanta el padre del ganador, impecablemente de uniforme. Alguien le presta una peineta, por ahí sale un papel y acompaña a Víctor en su interpretación.
Víctor lo mira entre divertido y asombrado. Este suboficial toma el ritmo y la melodía sin equivocarse; tal era la afinación y la sintonía, la empatía producida en ese instante; en cada estribillo entrega su parte con toda la alegría y energía de ese momento mágico, entre los aplausos de la concurrencia. Terminan la canción abrazados, en medio de una ovación, emoción que todos sentimos y compartimos.
Terminado el acto, cerca de las 13 horas, nos invitaron a un cóctel, que declinamos por razones de trabajo. Durante el trayecto a Santiago, por la carretera Norte-Sur, Víctor nos manifestaba su contento, su esperanza de que todos los problemas desaparecieran.
–Compañerito… ¡cómo voy a creer en conspiraciones, si aquí está el pueblo unido, vestido de uniforme y civiles, si somos todos lo mismo, sin divisiones!…
Se notaba que estaba feliz, irradiaba una confianza producto de un pensamiento limpio, sin dobleces; pocos minutos antes había estrechado tantas manos de uniformados, de mujeres sencillas y cálidas, de niños, que todavía no se desconectaba de esa realidad tan fuerte.
Ese mediodía no hubo periodistas; la ceremonia era más bien privada y solo fue grabada (especialmente la actuación de Víctor) por el hijo de la directora, en una grabadora profesional de rollo. Nunca supe qué ocurrió con la directora de la escuela, su hijo ni la cinta grabada; tampoco del resto de los protagonistas.

Dieciocho horas más tarde, el país era asolado por la traición. ¿Qué habrá pensado Víctor, ese niño, ese padre uniformado, esas personas que asistieron a la Escuela URSS de Tejas de Chena?… Durante los días posteriores, ¿Cuántos habrán comparado las situaciones vividas el 10 a mediodía con los sucesos que comenzaron el 11?
Así se gestó, así ocurrió y así terminó la última presentación pública de Víctor Jara el día 10 de Septiembre de 1973. Comprenderán por qué tenía que contárselos. Necesito vuestro perdón por no haberlo hecho antes.

FUENTE: CIPERCHILE