Enrique Campos
Menéndez
El negro papel del asesor de cultura de Pinochet
Durante
todo el régimen militar Pinochet tuvo a alguien que le soplaba al oído lo que
debía decir en público. Este asesor en materias culturales no hizo sólo eso, fue
también el ideólogo de la pretensión de transformación cultural que buscaba
Pinochet para Chile. Sus últimos días fueron casi idénticos a su obra.
Indiferencia. Éste es último artículo del especial Violencia Simbólica de
Cultura+Ciudad.
No existe manipulación exitosa posible sin un titiritero que mueva hilos de
forma encubierta. A pocos meses de instalada la dictadura militar en Chile,
cuando el monopolio de la violencia ejercía su vehemencia voraz a lo largo del
país, el proceso político de “reconstrucción nacional” urgía de acciones
inmediatas que el uso de la fuerza y el terror no podían cumplir. La cuestión
ideológica, satanizada hasta la saciedad por la derecha durante la UP, se
erigía, en la primera etapa de la dictadura, como esencial para establecer los
principios fácticos de lo que después sería presentado como el proyecto
fundacional del régimen militar: levantar un nuevo Chile y reeducar la identidad
nacional.
En esta fase de instalación de la dictadura, la clarificación del enemigo era
lo único claro. Todo lo que apuntara, recordara u oliera a la Unidad Popular
debía ser erradicado de la conciencia cultural de los chilenos. Comenzaba a
aparecer entonces una serie de operaciones muy precisas que irían fijando
instancias de reflexión prioritaria, como la idea de orden, disciplina y ornato,
pero todavía muy desordenadamente. Fue hasta que en 1974 aparece en escena un
escritor modesto e historiador pobre, que se convertirá entre las sombras en el
ideólogo de la nueva conciencia cultural chilena. El delegado presidencial para
borrar la memoria colectiva de la UP, una especie de Goebbles del nacionalismo
patriótico. Su nombre, Enrique Campos Menéndez. El asesor cultural de
Pinochet.
El ventrílocuo de la Junta
Gonzalo Leiva, profesor de Estética y coautor junto a Luis Errázuriz de una
completa investigación sobre la imposición cultural de la dictadura, “El golpe
estético” (Editorial Ocho Libros, 2012), recuerda en su libro que “en medio de
la extendida operación de limpieza y corte, el régimen militar advierte
tempranamente que es necesario fomentar una política cultural restauradora que
pueda legitimar su accionar”.
Campos Menéndez, que había sido siempre un furibundo opositor a la UP y autor
de libros admirados después por el régimen como “Visión crítica de Chile” y
“Chile vence al marxismo”, resultaba el hombre perfecto para tal misión. Siendo
su fuerte la capacidad de manipulación y de ideologización a través de la
educación y la cultura, Campos Menéndez fue requerido muy especialmente por
Pinochet para que escribiera sus discursos y, como señala el escritor Jorge
Muzam, para que también “ asesorara al gobierno sobre la forma más idónea de
comunicar sus políticas” . De esta manera se transformaba en la “voz oculta de
Pinochet, en su poeta invisible, en el ventrílocuo de sus metáforas”.
En cuatro años, “el asesor cultural de la Honorable Junta de Gobierno”,
Campos Menéndez, nombrado por el Decreto 804 del 10 de diciembre de 1974, pasó
de ser un escritor sin demasiado mérito y panelista del primer programa político
de la televisión durante la UP, “A esta hora se improvisa”, de Canal 13 a
redactor junto a Jaime Guzmán de los “Principios del gobierno militar” y
principal ideólogo de la implementación de todas las argumentaciones culturales
del país en ese momento.
“Lo primero que hizo fue impactar el currículum de la escuela. Se hace un
hincapié particular en el concepto de nación, y de reconstituir los valores
tradicionales chilenos: qué es la tradición y qué es la chilenidad. En vez de
mirar el futuro, miran el pasado y se instalan en la visión conservadora de la
historia, la visión republicana original, por eso es que recuperan la figura de
Diego Portales y Bernardo O’Higgins, que serán los dos grandes próceres de
Chile: uno en el tema del libertador, el sinónimo de Pinochet , y por otro lado,
la figura del político desprendido sin intereses ideológicos que sería Diego
Portales”, señala Leiva.
Es en esta época donde se instaura el día lunes como el día de la bandera,
los alumnos de todo Chile se ven en la obligación de aprender marchas militares
en clases de música, se determina la formación en fila india y la discreción
antes de entrar a clases, se promueven las bandas de guerra en los colegios y se
crean las llamadas “brigadas escolares”, en las que al alumnado se le impone el
concepto de uniforme como sinónimo de autoridad.
“Estos contenidos ambientales necesariamente nutren este inconsciente
temeroso, tímido, es decir, tremendamente receptivo a estos elementos que la
dictadura estableció como verdades únicas”, explica Leiva. ”Al principio muchas
generaciones fueron bastante acríticas porque fueron adoctrinadas bajo este
universo simbólico. No se puede negar el éxito que tenían las brigadas
escolares, este concepto de dirigir a través del uniforme, pero en el fondo eso
descansa en una estructura brutal del fascismo. Ocupa la inocencia frente a un
currículum programado para hacer ciudadanos como ellos querían”, refiere el
investigador, a propósito incluso de su propia experiencia.
La higienización cultural
Toda esta operación de lavado de conciencia tenía que venir acompañada
también de un lavado físico más fuerte, porque había que borrar todos los
elementos que la Unidad Popular había establecido. Las calles comienzan a
limpiarse, se pone en marcha una operación higiénica de blanqueo. Los colegios,
desde sus niveles directivos, ordenan a los estudiantes a participar de manera
“voluntaria” en el borrado de consignas políticas, y los murales del río
Mapocho desaparecen. Se prohíbe por bandos la utilización de algunos colores,
como la relación blanco y negro, ya que de alguna manera remitía al pasado que
se quería borrar.
En “El golpe estético”, los autores recuerdan que la ex alcaldesa de
Santiago, la periodista María Eugenia Oyarzún, promulga un decreto que establece
que el aseo exterior de los edificios públicos y particulares debe efectuarse
entre el 10 de julio y el 10 de septiembre (un día antes del aniversario del
Golpe), de acuerdo a las pautas estipuladas, entre las cuales “se prohíbe el uso
del color negro u otros tonos violentos en las fachadas, para no perturbar la
armonía del conjunto” (El Mercurio, 10 de junio de 1975).
La alteración de la historia en el universo educativo
En esta tarea de control cultural, además de Campos Menéndez hubo otros
nombres. Como mano derecha del asesor cultural de la dictadura se instaló Germán
Domínguez, a cargo de la extensión cultural del gobierno. Su principal labor fue
elaborar todo un trabajo sobre el concepto del patrimonio, que provino del
proceso de recuperación patrimonial de la hacienda del valle Central.
Esta tarea de incorporar elementos nuevos al material educativo también se
extendió hacia el campo de los libros. Así fue como en el cuarto número de la
colección “Nosotros los chilenos: Nueva época”, publicada en 1974, el actual
director de El Mercurio, entonces editor del matutino, publicó el llamado
“Nuestros presidentes”, que era una compilación de artículos biográficos
presidenciales que había publicado en la Revista del Domingo. Este trabajo
partía con Mateo Toro y Zambrano y terminaba con Eduardo Frei Montalva,
excluyendo deliberadamente a Salvador Allende y todo el universo de la UP. Lo
que buscaba este periodista era borrar la experiencia socialista de la historia
de Chile.
La escena artística
Una de las maneras de controlar la escena artística fue a través de los
espacios artísticos. Tras el Golpe Militar, el Museo de Bellas Artes fue
intervenido y comienzan los espacios privados a ser restringidos. “Hay un caso
bien dramático, que es el de la galería de Paulina Waugh. Fue la primera galería
privada en Chile y resultó quemada porque tenía cuadros de Matta, quien había
declarado públicamente su desaprobación al régimen. Aquí no hay violencia
simbólica, es violencia directa, y en el fondo ellos arman una preocupación
estética que no tenga contaminación política, una especie de curación del arte
a partir de ciertas matrices, como por ejemplo el paisaje, que era neutral, del
retrato, y no así del arte contemporáneo que era subversivo” explica
Leiva.
Iconografía en billetes y estampillas
La iconografía política también se puso en billetes y estampillas. Durante la
UP, analiza “El golpe estético”, el billete de Eº 500 aludió a la
nacionalización del cobre, “lo que significa el proceso de reivindicación
social. Aquí la figura del minero se presenta como el ícono del oficio del
trabajador”.
En el régimen se cambió toda la iconografía al pasar al peso. Una de las más
simbólicas fue la imagen de Diego Portales, en el billete de 100 pesos que
“responde específicamente al modelo de un gobierno autoritario.
“Además se puso mucho énfasis en los sellos postales, que era el medio de
comunicación”, resume Leiva. “Curiosamente para inspiración de los sellos
postales, la matriz que utilizan no son matrices chilenas , son curiosamente
matrices chinas, o sea, los criterios chilenos son los mismos que los criterios
chinos, que son la mujer y el hombre portando la antorcha, que es la iconografía
de Mao Tse Tung”, explica.
Para el autor una de las claves de todo este universo simbólico de carácter
autoritario se resumen en la extraña relación que tuvo el gobierno militar con
la China comunista. “China fue uno de los pocos países que mantuvo relaciones
diplomáticas con Pinochet. Es más, la gran bandera chilena, que se ponía para
las ceremonias patrióticas, que se usaba también en el altar de la patria, había
sido un regalo oficial del gobierno chino”.
El fracaso de la imposición cultural
A pesar de todos los esfuerzos, la política cultural que pretendía borrar
todo el pasado no se cumplió. Su fracaso incluso puede servir de analogía al del
propio Campos Menéndez que lo imaginó. En 1986, Pinochet premia su lealtad
influyendo para que reciba el Premio Nacional de Literatura.
El escritor Jorge Muzam, en su artículo “ Enrique Campos Menéndez, el Cyrano
de Pinochet”, relata este suceso así: “Lo que debió (el premio) haber sido el
triunfo decisivo que lo elevaría a la altura de un autor trascendente, le
significó los peores comentarios y epítetos de la prensa internacional. Era el
protegido de Pinochet y su principal competidor para ese premio era el mismísimo
José Donoso. Se le consideró un fiasco, un pastiche, un recurso encubierto de la
dictadura. Nadie le reconoció su mérito y su estrella fue apagada de golpe”.
Luego que Pinochet dejara el gobierno, Enrique Campos Menéndez se encerró en
el silencio de su departamento en Las Condes. Nadie más habló de él. Murió el
2007. Su obra hoy casi nadie la recuerda.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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