Entre 2006 y 2007 salieron del país más de US$20 mil millones por año
¿Y dónde fueron a parar los excedentes del boom del cobre?
Publicado: 16.04.2013
En
su anterior columna el economista Gabriel Palma puso en duda que la
economía chilena tenga bases sólidas ya que depende de un precio del
cobre que estaría inflado por la especulación financiera. Ahora, analiza
si Chile ha aprovechado la bonanza temporal del cobre y afirma que
mientras la inversión pública rara vez ha pasado del 3% del PIB, las
grandes mineras en los últimos siete años “han recuperado siete veces
sus inversiones, sin considerar los excedentes retirados en años
anteriores”. La mayor parte del boom del precio del cobre, que estaría
entrando en su fase terminal, se ha ido de Chile como utilidad de
mineras privadas: “En 2006 y 2007 salieron más de US$20 mil millones por
año, cifra equivalente a 1.7 veces el PIB de Bolivia y más de dos veces
el PIB de Paraguay”.
Cuando
en el futuro los historiadores económicos miren al Chile de la última
década, la de los precios del cobre en las nubes, se van a preguntar de
la misma forma como nosotros lo hacemos respecto del boom del salitre:
¿Y qué se hizo con los excedentes adicionales del cobre? La respuesta,
desgraciadamente, al igual que la del período salitrero post-Balmaceda,
va a ser bastante negativa.
Como dijo el gran historiador Eric Hobsbawm, el quehacer de los
historiadores -y también el de los historiadores económicos- es
recordar lo que otros prefieren olvidar. El boom del cobre no es algo
inédito en nuestra historia. Tampoco lo son los errores cometidos. En
el Chile de la Concertación y en el de la Alianza se vuelve a caer en el
error maníaco clásico del ser humano: creer que lo bueno es permanente y
lo malo pasajero. Respecto del precio del cobre hoy en Chile esa
actitud omnipotente ha llegado a extremos inusitados. (Ver “La economía chilena, como el elefante, se balancea sobre la tela de una araña”).
Si hoy hubiese un royalty de verdad, Chile podría perfectamente vivir sin impuesto a la renta y tener, además, suficientes recursos fiscales para sus innumerables deudas sociales y requerimientos de inversión pública en educación, salud y capital físico
Primero está el hecho de lo poco que ha quedado en
Chile de esos excedentes extraordinarios que se han generado desde 2003,
salvo las contribuciones de la estatal CODELCO. Expresado en dólares
del mismo valor adquisitivo (dólares de 2012), la salida de capital por
concepto ‘renta de la inversión directa’ (utilidades y dividendos, en su
mayor parte proveniente de actividades mineras) saltó de un total de
US$26 mil millones para la década 1993-2002 a uno de US$113 mil millones
en la década siguiente, la del salto del precio del cobre que se
cuadruplicó. En 2006 y 2007 salieron más de US$20 mil millones por año,
cifra equivalente a 1.7 veces el PIB de Bolivia y más de dos veces el
PIB de Paraguay. Y todo eso, básicamente, para que empresas rentistas
extranjeras se molesten en producir cobre con el mínimo posible
de procesamiento local: el concentrado, un mineral con un contenido de
metal de aproximadamente un 30%, resultado de una flotación rudimentaria
del mineral bruto pulverizado.
De hecho, las grandes mineras privadas se han apropiado en cada uno
de los últimos siete años de excedentes del mismo orden de magnitud que
el total de sus inversiones precedentes. En otras palabras, han
recuperado sus inversiones siete veces en este período, sin considerar
los excedentes retirados en años anteriores. ¡Qué generosidad! Para
enviarlo al Guinness Book of Records.
Y ha quedado tan poco en Chile porque tanto la tributación como el
así llamado ‘royalty’ han captado una insignificancia de esos excedentes
extraordinarios. Como Laurence Golborne reconoció más de una vez cuando
era ministro de Minería, la tributación minera en Chile es una de las
más bajas del mundo. Y en cuanto al royalty, como nos recuerda mi amigo
Manuel Riesco, éste sólo obligó a las mineras privadas a pagar el
equivalente al 2.7% de sus utilidades entre 2005 y 2012. Estas
utilidades promediaron US$18.500 millones anuales, cifra que equivale a
más de la mitad de los ingresos tributarios totales del Estado, IVA
incluido.
Brasil re-nacionalizó recientemente sus nuevas riquezas petroleras submarinas, en un proceso al que el Presidente Lula da Silva denominó la “Segunda Independencia del Brasil”. Pero en el Chile neo-liberal de hoy, esta política, inspirada en el ejemplo de Noruega, es una alternativa que ni la Concertación ni la derecha se plantean siquiera como posibilidad
Si la producción de cobre hubiese seguido en manos del Estado, o si
hubiese al menos una tributación y un royalty de verdad, hoy en día
Chile podría perfectamente vivir sin impuesto a la renta y tener,
además, suficientes recursos fiscales para sus innumerables deudas
sociales y requerimientos de inversión pública en educación, salud y
capital físico. Brasil re-nacionalizó recientemente sus nuevas riquezas
petroleras submarinas, en un proceso al que el Presidente Lula da Silva
denominó la “Segunda Independencia del Brasil”. Pero en el Chile
neo-liberal de hoy, esta política, inspirada en el ejemplo de Noruega,
es una alternativa que ni la Concertación ni la derecha se plantean
siquiera como posibilidad.
Por otra parte, la Presidenta Rousseff ha propuesto que la totalidad
de un nuevo royalty petrolero se destine a educación, ciencia y
tecnología con el objetivo de duplicar el presupuesto público respectivo
en términos del PIB. En Chile, en cambio, los ideólogos de la élite
-nuestros ‘anarquistas burgueses’ como los denominaba Hobsbawm-
prefieren que sea el mercado (es decir, aquello que aquí en Chile
llamamos eufemísticamente ‘mercado’) el que solucione los problemas de
la calidad y del financiamiento a la educación. Resultado, como los
estudiantes se han encargaron de recordarnos, la educación universitaria
en Chile es la más cara de la OECD (en términos relativos al ingreso
por habitante), y lo que pagan las familias en Chile por la educación de
sus hijos (en muchos casos, algo mucho más virtual que real) equivale
al 40% de todos los impuestos a la renta pagados por hogares y
corporaciones. A esto, entre muchas otras cosas, hay que agregar la
estructura absurda del CAE, donde el Estado ha desembolsado, entre
recompras y recargos, la mitad del total, mientras los bancos
intermediarios se han llevado todas las utilidades (US$ 400 millones
entre 2006 y 2010; ver los estudios de CENDA al respecto).
Como dijo Martin Carnoy, profesor de economía de la educación de la
Universidad de Stanford al referirse al financiamiento de la educación
chilena: el mayor problema con nuestros fundamentalistas de mercado es
que su ideología es ciega al sentido común.
Pero ni los gobiernos de la Concertación o de la Alianza han querido
tocar las enormes utilidades de las mineras privadas para ayudar en eso,
a pesar de que, según la Constitución, el Estado tiene el dominio
absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas.
Ni siquiera cuando el precio del cobre está en las nubes. Tampoco se ha
querido tocar el tema de la posible re-nacionalización de las aguas,
para poder usar los recursos de la licitación del potencial hídrico de
Chile en esa dirección. Por tanto, se deja que San Isidro siga de
mecenas exclusivo de Endesa.
Igual en la Pesca: sus derechos se dan como regalo de Navidad en
lugar de licitarlos para usar esos recursos en esa dirección. Y como nos
recuerda Eduardo Engel, se acepta que continúe un sistema de
concesiones para inversión en infraestructura en el cual se asignan
miles de millones de dólares sin licitación competitiva. En otras
palabras, en lugar de usar el enorme potencial de recursos públicos
provenientes de los recursos naturales y de las concesiones para
financiar propiamente la educación, la salud y otras inversiones
públicas fundamentales, se prefiere seguir con la ‘piñata’ pública
(aquella que comenzó con las privatizaciones de los Chicago Boys, para los Chicago Boys y por los Chicago Boys), la cual sólo beneficia a los “usual suspects”.
También se prefiere seguir pretendiendo que esas altísimas rentas
apropiadas de gratis por la élite no son una de las base principales de
la gran desigualdad en la distribución del ingreso.
Y aun aceptando el argumento de que quizás cuando el precio del cobre baje no llegue al de 2003 (cuando empezó el boom de los commodities),
la caída que viene (casi inevitable) puede fácilmente crear un déficit
de dos dígitos en la cuenta corriente de la balanza de pagos -¡y de
volver al precio de 2003, este déficit llegaría a 18% del PIB!- (que
nos pille confesados, con pocas deudas y los ahorros en dólares).
Por eso, ahora más que nunca, se requiere terminar con la ‘piñata’ pública para blindar
los ingresos fiscales y así poder financiar la inversión pública y el
gasto social en el período de las vacas flacas del cobre. Pero Rodrigo
Vergara en el Banco Central y los asesores del segundo piso de La Moneda
parecen estar más preocupados de que la economía chilena llegue
creciendo a las elecciones, a cualquier costo. Es su única esperanza de
ganar. O, quizás, Piñera simplemente piensa de su legado a lo Luís XV:
“después de mi, el diluvio”. No olvidemos que el precio del cobre ya
cayó en 2009 a menos de US$1,5 ¢/lb, menos de la mitad del precio
actual.
Segundo, también es necesario entender por qué el
cobre tiene el valor actual y por qué es probable que caiga en el
mediano plazo. Como planteamos en la columna anterior, el precio del
cobre en los mercados internacionales nunca se ha determinado como el de
los autos o televisores (como ‘mark-up’, o margen, sobre
costos de producción). Por tanto, el alza del costo de producción en
Chile puede ser bastante menos relevante para la determinación de los
precios futuros de lo que se cree.
Braclays, hasta ahora uno de los más optimistas respecto del precio del cobre, también predice el fin de la era de los ‘copper bulls’
Simplificando, en los mercados de commodities, especialmente
en el de los minerales como el cobre, los costos de producción
domésticos son los que tienen que ajustarse a los precios
internacionales, y no al revés. Como señaló hace poco el Financial Times,
la economía de los recursos es como la de los buscadores de tesoros: su
precio no guarda relación con el costo de encontrarlos y extraerlos,
sino con la demanda -incluida, por supuesto, la especulativa-. Y sus
prospectos, como nos recordaba Martin Wolf en su reciente visita a
Chile, no son favorables. Y como dice otro analista, también pesimista: “En estos momentos ya hay una enorme cantidad de “new shorting”
en el mercado de los metales”. (Esta es la practica de vender un
activo, en este caso cobre, generalmente obtenido a préstamo de un
broker, con la intención de re-comprarlo en una fecha posterior, a un
precio menor). Y Braclays, hasta ahora uno de los más optimistas
respecto del precio del cobre, también predice “el fin de la era de los ‘copper bulls’”. (Inversionistas que creen que el precio del cobre va a subir).
Además, si bien es cierto que en algunas minas, como Chuquicamata (de
la cual fui uno de sus directores en el período de la nacionalización y
uno de los pocos que vivió para contar el cuento), el costo de
extracción ha subido por problemas reales y específicos, en otras minas
la subida del costo es más complejo. En algunos casos, éstos suben
porque se intenta incrementar la producción lo más rápido posible (para
aprovechar precios altos, pues sus dueños saben, mejor que nadie, que
son transitorios). En otros, porque con precios tan altos
inevitablemente los costos se relajan; o bien suben por la inevitable
caída de la ley del mineral (nada muy original).
Pero también está el problema del ‘realismo mágico contable’: los
costos suben artificialmente para pagar menos impuestos -el caso del
escándalo que se destapó cuando la Anglo American compro la Disputada de
Las Condes es paradigmático-. Exxon, quien la compro por sólo US$98
millones, operó este mineral ‘a pérdida’ durante 23 años consecutivos,
para luego venderlo en US$1.500 millones. En Gran Bretaña, por ejemplo,
se acaba de descubrir un escándalo similar: Starbucks no paga impuestos a
las utilidades porque ‘no tiene ganancias contables’; y esto porque sus
locales (de propiedad y administración de Starbucks), pagan a una
empresa de Starbucks -fuera del país, por supuesto- una cantidad sideral
por el derecho a usar el nombre de Starbucks. Esto es, Starbucks le
paga a Starbucks por el uso del nombre Starbucks (García Márquez debe
haber sido consultor de empresas de contabilidad). Y en la legislación
tributaria neo-liberal de ese país, eso es perfectamente legal. También
en Chile.
En el caso del cobre, el costo unitario de producción de cátodos era
bastante estable hasta 2004 (alrededor de US$0,65 ¢/lb; ver las memorias
de Cochilco); a partir de ahí, saltan los precios, y justo también a
partir de ahí, y en tan sólo cuatro años, los costos de producción más
que se duplican. ¿Coincidencia?
Básicamente, nadie como la minería del cobre ha utilizado tanto el
sobre endeudamiento con filiales en paraísos fiscales para remesar
utilidades bajo la forma de intereses, eludiendo impuestos. Nadie ha
usado como ellos los beneficios de la depreciación acelerada. También,
como varios informes lo han mostrado, es común sub-declarar el contenido
de oro, plata, molibdeno y otros subproductos en los concentrados que
venden a sus filiales en el extranjero, incluso el contenido de cobre
del concentrado. La base del problema es que Aduana en Chile no tiene
los medios para efectuar el control de la ley de los concentrados (ni
siquiera de su tonelaje), y dicho control se sub-contrata a empresas que
son filiales de las mismas mineras que se deben fiscalizar, o que
trabajan para ellas. ¡El gato a cargo de la carnicería!
Y respecto del precio, así como es fácil entender que el alza de los
costos en Chile va a tener poca relevancia para la determinación del
precio internacional del cobre en el futuro, ¿resulta tan difícil
entender también que el precio actual del cobre es transitorio;
básicamente resultado de una enorme especulación financiera, en mercados
extremadamente líquidos y poco imaginativos, y no de los fundamentos de
la economía real (China incluido)?
Quien quiera entender el increíble desatino de los mercados
financieros internacionales hoy en día sólo tiene que ver lo que pasa en
los mercados bursátiles: mientras todos los fundamentos de la economía
mundial son un desastre (salvo, para variar, Asia) -con economías
‘desarrolladas’ estancadas, con inversión por el suelo, con sus sectores
públicos y hogares endeudados hasta el alma, y la zona del Euro con
peligro de implosionar-, primero fue en Nueva York, después Londres,
luego Frankfurt y ahora en Tokio, las acciones llegaron a un nivel que
es un record histórico y siguen subiendo. Y los bancos de inversión,
como JPMorgan Chase y Wells Fargo también acaban de reportear las
ganancias más altas de su historia. Los mercados financieros, como
Nerón, tocan jovialmente la cítara mientras Roma arde…
Y mientras surjan más alternativas atractivas de especulación, menos
probabilidad de que el componente “contra-cíclico” del cobre (su rol
como activo financiero de resguardo) mantenga su precio en las nubes.
Tercero, la pregunta siguiente es obvia: ¿por qué de
los pocos excedentes que quedan en Chile, hemos invertido tan poco? Las
cifras del Central muestran una pequeña alza en la inversión, pero las
del Banco Mundial (a precios constantes) muestran un panorama mucho más
deprimente: el promedio de 2003 a 2010 no llega al 21% del PIB (privada y
pública). Como decíamos en la columna anterior, el déficit de cuenta
corriente de 2012 indica que el país ya gastó en ese año (esto es,
consumió e invirtió, especialmente lo primero) casi US$10.000 millones
más de lo que tenía; y si los términos del intercambio en 2012 hubiesen
sido los de 2003 (todo lo demás igual), a esa cifra habría que sumarle
casi otros US$40.000 millones. ¡Así cualquiera da semblanza de gran
prosperidad!
En nuestra América cada vez que la inversión privada sube del 15% del PIB, a la élite capitalista parece que le da vértigo. En Asia, si alguna vez llega a bajar del 20% suenan las campanas de alarma
En nuestra América cada vez que la inversión privada sube del 15% del
PIB, a la élite capitalista parece que le da vértigo. En Asia, si
alguna vez llega a bajar del 20% suenan las campanas de alarma. En Chile
el 10% más rico se lleva el doble del porcentaje del ingreso que en
Corea, pero la inversión privada es mucho menor (a menudo, como
porcentaje del PIB, sólo la mitad). En cuanto a la inversión pública, es
raro que ésta pase del 3% del PIB; en Asia, cuesta encontrar alguna
economía en la cual no sea de dos dígitos. No debería sorprender
entonces que la gran enseñanza que podemos aprender de Asia no es sólo
cómo crecer, sino cómo sostener el crecimiento en el tiempo.
Por tanto, partiendo de la base que Chile debería quedarse al menos
con una parte muy significativa del excedente del cobre, el tema
fundamental es ¿qué hacer con ellos? Desde nuestro punto de vista
Keynesiano la pregunta es siempre la misma: ¿es este cambio en el precio
del cobre algo permanente o transitorio? De ello depende la naturaleza
del ajuste. Y si el alto precio del cobre se entiende (razonablemente)
como temporal, lo que tiene sentido es, primero, captarlos y luego
encausarlos en uno de dos caminos: al ahorro o la inversión.
La primera alternativa, más conservadora y más ‘market-friendly’,
consiste en ahorrar una proporción muy significativa de estos recursos
en un fondo tipo ‘FEES’ (el Fondo de Estabilización Económico y Social
creado por Nicolás Eyzaguirre y Mario Marcel). La gran diferencia con
lo que se hizo, es que para que esta opción sea realmente efectiva se
requiere de un royalty de verdad. Pero al menos con lo que se intentó
hubo un cambio de tendencia. De haberse hecho en plenitud, se podría
haber evitado una expansión económica insostenible (como la actual), y
haber acumulado recursos significativos para los años de vacas flacas.
En Chile el 10% más rico se lleva el doble del porcentaje del ingreso que en Corea, pero la inversión privada es mucho menor (a menudo, como porcentaje del PIB, sólo la mitad). En cuanto a la inversión pública, es raro que ésta pase del 3% del PIB; en Asia, cuesta encontrar alguna economía en la cual no sea de dos dígitos
El otro camino, el de invertir inmediatamente esos recursos,
alternativa más enérgica y con más sentido de urgencia -alternativa más
“asiática”, por así decirlo- consiste en inspirarse en la política
económica del Presidente Balmaceda. Su idea era tan simple como genial:
captar los excedentes temporales del recurso natural (en la época de
Balmaceda ya se sabia que el salitre natural podía ser reemplazado por
uno industrial, o por sustitutos, como el sulfato de amonio), e
invertirlos de inmediato tanto en capital físico como humano, para crear
capacidades productivas aptas para tomar el lugar del recurso natural
cuando este se desinfle. Durante su gobierno, Balmaceda colocó un
impuesto a las exportaciones de salitre que llegó hasta el tercio del
valor de las exportaciones y con esos recursos dobló el número de
estudiantes en la educación primaria y secundaria (y para qué decir la
terciaria), y desarrolló un gran programa de obras públicas,
especialmente ferrocarriles. En pocos años, la inversión pública en
capital físico se cuadruplicó en términos reales y la de educación se incrementó ocho veces.
Según mis cálculos, casi la mitad del gasto público fue destinado a
inversión en ambas áreas. Además, como la oferta de no-transables era
elástica, un incremento del gasto de esta magnitud también neutralizó el
‘Síndrome Holandés’, pues evitó la revaluación del tipo de cambio real.
Balmaceda también creó el Ministerio de Obras Públicas e Industria y
fomentó la manufactura de formas diversas.
Pero un shock de esta magnitud, por supuesto, creó muchos conflictos;
uno de los mayores fue que forzó la monetarización parcial del salario
agrícola para evitar que los peones se fueran a trabajar al ferrocarril.
Como resultado, los latifundistas, por primera vez en la historia de
Chile, tuvieron que competir por la mano de obra: esto es, por primera
vez hubo mercado del trabajo en la agricultura. Pero como nuestros
capitalistas autóctonos (entonces y ahora) lo último que quieren es un
capitalismo de verdad (con ‘compulsiones’), ya sabemos lo que pasó. Como
nos decía Einstein, “grandes espíritus siempre han encontrado la
oposición violenta de mentes mediocres”.
Sin embargo, en nuestro Chile de hoy, esta gran oportunidad de captar
en forma significativa esos excedentes y con ellos incrementar el
ahorro o la inversión, tanto pública como privada, hasta ahora se ha
perdido. De haberse hecho, junto a una política macro pro-crecimiento
(al estilo ‘asiático’, no a nuestro estilo criollo post-Ffrench-Davis en
el Central, el cual daña al sector productivo y divierte a los
especuladores), con tipos de cambio competitivos y estables, con tasas
de interés bajas y estables, hubiese sido un paquete invaluable para el
crecimiento (no hay país asiático que tenga el tipo de cambio ‘flexible’
de Chile). Tener controles de capital como en los ’90 también hubiese
contribuido. Agréguele a eso un Estado fuerte, capaz de regular y rayar
la cancha para que opere un mercado ‘competitivo’ de verdad, y capaz de
hacer política industrial y comercial (para transferir recursos hacia
actividades de mayor potencial de crecimiento de la productividad en el
largo plazo), podría haber hecho que Chile volviese al dinamismo de los
’90, pero esta vez en forma sustentable.
Cuarto, pensando en el próximo gobierno, lo que se
debería hacer en esta línea para corregir los errores hasta ahora tanto
de la Concertación como de la Alianza es, al menos, captar la
mitad de las utilidades del cobre vía tributación y un royalty en
propiedad, y diseñar políticas para usar esos recursos de inmediato en
inversión: en infraestructura, energía, educación, salud, investigación y
desarrollo. Lo urgente es recuperar esos recursos y hacer que el
Estado, a través de la inversión pública, se transforme en uno de los
motores del crecimiento. Junto a eso, tratar de transformar el
capitalismo chileno al menos en un capitalismo moderno; uno de verdad.
No esta versión ‘subprime’ que tenemos ahora, en donde no hay actividad
económica en la cual no falte la competencia y abunden las rentas y la
mala calidad del servicio.
En Chile tenemos un capitalismo subprime, al que yo llamo el “capitalismo de 2 por ½”, esto es, pagar dos veces para obtener la mitad del servicio
Una simple muestra: hace poco tiempo la OECD hizo un estudio sobre el
acceso a internet y concluyó que los chilenos pagamos el doble de la
tarifa promedio que se cobra en los países de la OECD para obtener la
mitad de la velocidad que se ofrece en esos países. Este es el mejor
ejemplo de lo que caracteriza al capitalismo subprime criollo, al que yo
llamo el “capitalismo de 2 por ½”, esto es, pagar dos veces para
obtener la mitad del servicio. Ahí hay un rol fundamental para el
Estado: hacer que el mercado funcione al “1 por 1”. Esto es, un
capitalismo no sólo más eficiente y más equitativo, sino también menos
abusivo, menos narcisista y menos rentista.
En ese sentido, eso de que todo cambio fundamental es tan ‘difícil’ es un mito neo-liberal para justificar el status quo.
Hay una gran cantidad de reformas que no son ni siquiera difíciles -es
simplemente un problema de tener ganas de hacerlo y de tener una
ideología donde la ‘urgencia’ tenga prioridad- como nos decía Gramsci,
más a menudo que no, las batallas se ganan o pierden en el terreno de la
ideología. Un ejemplo sencillo, es el royalty. Claro, hay riesgos
políticos. Concedo este punto -basta ver lo que le pasó al Primer
Ministro australiano, Kevin Rudd, quien (a lo Balmaceda) le puso un
royalty del 40% a las ganancias exorbitantes de las mineras (el “Resource Super Profits Tax”).
BHP Billiton (y otras grandes mineras) le dieron (literalmente) un
golpe de Estado. ¡Tal cual! No le pasó lo de Balmaceda, pero sí le
organizaron una revuelta entre los diputados laboristas (a los cuales
las mineras, entre otras cosas, les financian las campañas electorales)
para poner a alguien más ‘devoto’ de las creencias neo-liberales: la
diputada Julia Gillard, cuyo primer acto como nueva Primera Ministra fue
bajarles de inmediato el royalty aprobado por Rudd. (En Australia el
régimen político es parlamentario: los diputados, no el electorado,
elije al Primer Ministro; y lo pueden cambiar cuando quieran).
Finalmente, el royalty también se podría usar como política
industrial, es decir, cobrarle al cobre concentrado, digamos un 40% del
precio de venta, al blister y otros refinados un 20% y al alambrón de
cobre un 0%. De modo que, además de los ingresos fiscales para financiar
la inversión pública en capital físico, humano y en energía, se
incentive la industrialización del cobre en Chile. Eso lo hacen muchos
países -y no es física nuclear-, ni tampoco se requiere para hacerlo de
un sector público de la sofisticación del coreano, taiwanés o de
Singapur. Sólo se requiere convicción y ganas (y parlamentarios menos
“capturados” que los australianos).
Como esto, hay una gran cantidad de cosas factibles por hacer para
que la economía chilena pase, al menos, de nuestro “capitalismo del 2
por ½”, a uno del “1 por 1”. Si fuésemos capaces de parar la ‘piñata’
pública, y fuésemos capaces de usar esos recursos, en especial los
excedentes temporales del cobre en esa dirección, tendríamos una gran
oportunidad para hacer esta transición. Pero hasta ahora, ni la
Concertación ni la Alianza proponen hacer esto.
FUENTE: CIPERCHILE
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