Olvidar a Escalona: el principal desafío del PS en sus 80 años
Este viernes el PS festeja 80 años y, a su vez,
durante 2013 se cumplirán 40 del Golpe que puso fin a una de las
experiencias políticas que más conmovió al mundo occidental: el camino
pacífico al socialismo. Pero no solo eso, los socialistas chilenos
cuentan entre sus principales activos el haber encabezado una república
socialista que duró 12 días, ser dos veces expulsados a balazos de La
Moneda, contar entre sus filas con el ex Presidente Lagos y, sobre todo,
con la primera mujer Presidente del país, que desempeñó un papel
relevante en la ONU y que, de no mediar sorpresas ni una resaca
generalizada de los electores en las próximas presidenciales, será
seguramente la nueva mandataria. Y todo esto con un 10 % de adhesión
ciudadana a lo largo de su octogenaria vida, habida excepción, por
cierto, de la parlamentaria de 1973 en que alcanzó un 22 % en pleno
gobierno popular. Y eso es lo más sorprendente del socialismo criollo:
su voluntad de poder.
No hay libro de historia de América Latina que no le reconozca a la
vieja izquierda chilena un papel excepcional: la única donde el
movimiento obrero alcanzó una importancia política que el resto de las
organizaciones similares no lograron. Es por ello que la CIA desde la
década de 1940 puso sus ojos en Chile y, en particular, en el PC y el
PS. El primero, por ser la organización comunista más grande del
continente y el segundo, porque poseía al líder que encabezaba un
proyecto país que habría de transformarse en una piedra en el zapato
para el Consejo de Seguridad Norteamericano (NSC) que, desde entonces,
buscó por todas las vías impedir que Allende llegara a La Moneda.
Pero el carácter del liderazgo del ‘Chicho’ no solo era consecuencia
de su personalidad sino también de quienes lo acompañaban: los
dirigentes del PS, algunos salidos de lo más granado de la burguesía
local que entendía que se debía emprender otro rumbo. Hacían clases en
las mejores universidades públicas chilenas, uno incluso alcanzó la
rectoría de la casa de Bello, escribían libros, planteaban tesis
políticas y le dieron al socialismo una originalidad reconocida en el
mundo entero que le brindó a la izquierda local un peso intelectual y
político sin parangón en América Latina.
Esta es, según mi opinión, la generación de la deuda política e ideológica del socialismo local —y por ahí puede estar además la explicación a la falta de una izquierda potente en Chile—, cuyo principal activo fue haber logrado su propia sobrevivencia. Es por ello que hicieron del orden una obsesión y por puro miedo (y pragmatismo) devinieron en neoliberales, siendo su principal ícono el senador Camilo Escalona.
En un texto que escribí hace años (El socialismo chileno: de Allende a Bachelet)
pude distinguir cuatro grupos dirigenciales en la entonces
septuagenaria vida de esta singular y atractiva organización política:
la de sus fundadores (Schnake, Grove y Allende) que le dieron el sello
populista a la colectividad; la del recambio (Ampuero, Aniceto Rodríguez
y Eugenio González) que le otorgaron al PS una original personalidad
política responsable del triunfo de la Unidad Popular en 1970; la
tercera pléyade que nace a partir del Congreso de Chillán de 1967 y
que es la generación revolucionaria y trágica de 1973, pues ninguno de
sus líderes (Carlos Lorca es su figura más emblemática) logró sobrevivir
a la dictadura en sus primeros años; y, la cuarta que es la generación
primero de la diáspora de 1979, de la unidad de 1989 y de la transición a
partir de 1990, cuyas principales figuras han sido Ricardo Núñez y
Jorge Arrate por el lado renovado, así como Germán Correa, Ricardo
Solari y Camilo Escalona, por el socialismo almeydista, teniendo ambos
grupos los referentes de Don Cloro y Carlos Altamirano que cruzaron a
tres generaciones dirigenciales. Un quinto grupo podría ser el de los
parlamentarios más jóvenes, una generación sin cohesión, ni liderazgos
férreos, de ahí su postergación, que representan muy bien las figuras de
Marcelo Díaz y Fulvio Rossi, así como los nuevos rostros surgidos al
alero del Bacheletismo.
Las tres primeras generaciones dejaron una huella profunda en el PS y
una figura omnipresente: Salvador Allende, ícono de los valores
universales democráticos de occidente. Las tres contaron con equipos
dirigenciales innovadores que construyeron, lo que mundialmente se
conoció como la vía chilena al socialismo y que en su peor momento
(1973-1979) no perdió la lucidez y fue capaz de elucubrar a partir de
uno de sus líderes —Carlos Altamirano— la tesis sobre la que se sustentó
el camino de reencuentro con el centro político y la derrota en 1988
del general Augusto Pinochet, así como nuestra reinserción democrática.
Pero no solo eso: los tres elencos comparten el haber construido su
liderazgo e influencia en el debate público, en el hemiciclo y en los
órganos regulares, así como su inserción ciudadana cuando el trabajo
parlamentario se hacía de a pie.
Distinto es el caso del cuarto equipo dirigencial que se formó y
pulió en la clandestinidad, en la ausencia de debate público, en la
niebla de Berlín o Amsterdam, cuando el PS no paraba de fragmentarse y
el control del timbre se hizo un fin en sí mismo. Vino entonces, la
expulsión del otro y su consecuencia directa ‘la cooptación’ del
obsecuente. Con ese panorama ambos equipos, matices más y menos,
llegaron a la transición y el PS no escapó al síndrome epocal:
pragmatismo, obediencia ciega al jefe y así esperar la posibilidad de un
puesto en el Parlamento o en el Estado.
Esta es, según mi opinión, la generación de la deuda política e
ideológica del socialismo local —y por ahí puede estar además la
explicación a la falta de una izquierda potente en Chile—, cuyo
principal activo fue haber logrado su propia sobrevivencia. Es por ello
que hicieron del orden una obsesión y por puro miedo (y pragmatismo)
devinieron en neoliberales, siendo su principal ícono el senador Camilo
Escalona. Es la cohorte del trauma de la dictadura y del miedo a la
sociedad, la del Estado y los partidos, de allí la ausencia en sus
discursos de los actores y movimientos sociales; la que se aggiornó
con la transición y cambió las prioridades históricas del socialismo
local: la representación de la gente por la mera cooptación del Estado.
Las faltas de esta generación, que hoy encabeza Andrade, se evidencian
muy bien en los constantes zigzagueos de la candidata no solo en sus
discursos —un día promete, creo sinceramente, educación gratuita, luego
recibe presiones y retrocede, para después de la manifestación
estudiantil insistir en su idea original—, sino también en la
conformación de sus equipos programáticos: hombres y mujeres que no
logran escapar a la lógica neoliberal y a los directorios de los grandes
grupos de presión empresariales.
Está aún por hacerse la investigación sociológica que explique la
cruel transformación de este elenco que se acomodó al modelo y cuyo
paroxismo es Camilo Escalona autoerigido últimamente como el garante del
orden conservador y autoritario parido a inicios de los oscuros años
ochenta.
La semana pasada habló uno de sus voceros, Tironi, y por primera vez los llamó públicamente a dar un paso al costado.
Sin embargo, lo que el publicista no entiende es que aquello, en el
caso del PS, será un poco más difícil: los nuevos dirigentes tienen en
su ADN la impronta de esta generación a la que Martner le puso un
adjetivo. Para fortuna nuestra y también del Chile que está naciendo,
que el PS cambie va a depender más de lo que suceda afuera en las calles
y menos de lo que ocurra adentro de sus órganos directivos. Al
socialismo chileno más que a nadie le hace falta superar de una vez por
todas a la generación de Escalona: la del puro pragmatismo, cuyos sueños
transaron a cambio de hacerse propietarios de un buen paquete de
acciones en la bolsa.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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