martes, 7 de junio de 2011

El presidente Sebastián Piñera está perplejo ante las movilizaciones ciudadanas contra HidroAysén y por una mejor educación pública. Cree que son hechos coyunturales, que pronto pasarán. Peor aún, estima que los problemas están en la política, sin saber que ellos también se encuentran en la economía. Y su perplejidad aumenta ante su baja popularidad. Para entender el comportamiento ciudadano y la opinión pública hay que entrar en las profundidades del sistema político. La llegada de Piñera a La Moneda desplazó el eje del sistema político. No es una derecha como en Europa, con partidos fuertes, con líderes que son políticos profesionales y no empresarios (salvo Italia) y con la voluntad de mantener su autonomía del sector privado. Por el contrario. Es un conglomerado con partidos débiles, dirigentes sin voluntad de luchar contra el viento y estrechamente vinculados al poder económico, con un Presidente que ha sido un exitoso hombre de negocios y ha formado un gobierno con personalidades que vienen de las grandes empresas. Y, como no fuera suficiente, no tiene mayoría en el Congreso, lo que le exige entenderse con la oposición para dar gobernabilidad al país. Si antes el poder político estuvo separado del poder económico, con Piñera se ha producido su fusión y ello tiene efectos muy profundos en el sistema político porque sus principales autoridades miran el futuro del país desde una óptica empresarial. No es casual, ni transitorio, que los chilenos están convencidos mayoritariamente que se trata de un “gobierno de los empresarios” y no uno que cuida el interés de todos los chilenos. Los empresarios tienen mala imagen, contagiando con ello al gobierno que se ve asociados a ellos. Si antes el poder político estuvo separado del poder económico, con Piñera se ha producido su fusión y ello tiene efectos muy profundos en el sistema político porque sus principales autoridades miran el futuro del país desde una óptica empresarial. Piñera tuvo la oportunidad de apartarse de esa imagen con ocasión del accidente de los mineros y se jugó por salvarlos. Sin embargo, no sacó lecciones de ello. Hasta hoy no ha presentado un proyecto de ley para fortalecer la seguridad en el trabajo. Piñera y sus ministros no sacan nada con hacer declaraciones de que no es un gobierno de empresarios; sólo cambiaría con políticas claras. Hasta el 11 de marzo del 2010, hubo una estrecha relación entre el poder político y el poder económico por las especiales condiciones impuestas por el cambio del autoritarismo a la democracia. Ellas llevaron al gobierno del presidente Aylwin a buscar su consolidación en torno al buen desempeño económico, para lo cual era indispensable la confianza empresarial. Se logró la consolidación democrática, pero se distorsionó la política económica, porque del “crecimiento con equidad” se avanzó a uno de crecimiento a secas, que disminuyó la pobreza, pero tuvo efectos negativos para una amplia mayoría de chilenos, con salarios bajísimos, empleo precario, prácticas antisindicales en la mayoría de las empresas y concentración de la riqueza. Se vive mejor que antes, pero ello es insuficiente, porque una pequeña minoría se ha beneficiado del crecimiento muchísimo más que la mayoría. La percepción de las desigualdades es abrumadora en la sociedad, incluso en los votantes de la UDI y RN. Esta política estableció un orden económico apoyado en dos pies, los empresarios y el Estado, sin los trabajadores. Una mesa de dos patas no funciona, porque debe tener a los trabajadores y a la sociedad. También perjudicó a los partidos de la Concertación, cuyo electorado no entendió que se aplicaran durante largas dos décadas políticas económicas de la centro derecha. El desplome del PDC en 1997 y la crisis del PS el 2009 no se entiende sin esta orientación. La prioridad de la economía dañó la política y a los partidos y a las organizaciones sindicales. Por este motivo, la Concertación no puede capitalizar el descontento ciudadano contra el gobierno, porque se trata de un problema heredado de las anteriores administraciones y algunas de las figuras del conglomerado opositor están identificadas con ese pasado, porque fueron ministros y, peor aún, están en el sector privado, como empresarios, directores de empresas o lobistas. HidroAysén provoca el rechazo ciudadano no sólo por el daño ambiental que producirá, sino también porque es un megaproyecto que expresa el poder de dos grandes empresas, Colbún, controlado por el grupo Matte, y Endesa, que confunden sus intereses económicos con los del país. Sus argumentos para fundamentar su proyecto sobre las necesidades impuestas por el “crecimiento” no son aceptados. Los chilenos piensan que son ellos, y no las empresas, los que deciden cómo debe ser la mejor matriz energética para el país. El gobierno de centro derecha de Ángela Merkel (CDU) en Alemania acaba de programar el cierre de las centrales nucleares porque lo exige el electorado y en Chile se quiere imponer una matriz energética rechazada por la mayoría de los chilenos. Y la educación superior es cara y de mala calidad. Las universidades privadas se justifican de la peor manera: porque atienden a la mayoría de los estudiantes. No dicen que de esa manera tienen más ingresos y no por cumplir un rol social como las estatales y las no estatales del Consejo de Rectores. Cuando se sale de la pobreza y se avanza al desarrollo, los ciudadanos exigen más participación, servicios de mayor calidad y una mayor participación de los beneficios del crecimiento. Estas demandas fueron retenidas durante los últimos gobiernos de la Concertación por su política social, el prestigio de sus presidentes y el apoyo de los partidos y sus parlamentarios, que cerraban filas defendiendo al gobierno, lo cual tuvo un altísimo costo para el conglomerado. Piñera no tiene estos recursos políticos, porque los parlamentarios y dirigentes de partidos no le apoyan en forma efectiva y él tampoco los escucha cuando plantean críticas. Sus problemas están en la política y en la economía. Piñera enfrenta problemas estructurales y no coyunturales. Crecimiento a secas no sirve; más de lo mismo, con acuerdos de élites como en los 90, tampoco. Y también los enfrenta la Concertación, que tampoco tiene claridad de su compleja y difícil situación. La falta de percepción de los problemas en el gobierno y la oposición conduce a una parálisis decisoria, que los puede agravar.

Mirko Macari
Director de El Mostrador

Detrás de la ofensiva UDI, cuyo argumento formal era la irritación por el AVC pero que en su clave política era una embestida (¿cuántas van ya?) para sacar al ministro del Interior, lo que hay es la desesperación de observar como avanza el plazo del gobierno y ellos se quedan fuera del aparato de toma de decisiones.
Imagine por un momento que el gobierno es una corporación cuyos títulos se transan en bolsa (cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia). Piense ahora que el grupo de ejecutivos que craneó el negocio, reservó para sí mismos un puñado de acciones preferentes, muy menores en cantidad, pero que son las que permiten el control de la compañía. Para el resto de los accionistas sólo quedaron  títulos corrientes, que dan dividendos, pero que impiden colocar directores que influyan en el rumbo del gobierno corporativo.
Bueno, obviamente los accionistas mayoritarios se encuentran bastante irritados. Levantan la voz y meten bulla porque quieren entrar al círculo donde se corta el queque. Pero los ejecutivos dueños de las acciones controladoras, muy campantes, dicen que la ley los ampara. Y de ahí no se mueven. En los 90 hubo un escandaloso caso parecido al descrito en el mundo de los negocios en Chile.
La semana pasada los dueños de los títulos clase B montaron una infructuosa ofensiva para entrar como fuera al directorio. Incluso llamaron a junta de accionistas el día que se entregaba el informe mensual de resultados.
Ahora ocurre lo mismo, pero esta vez en la coalición de Gobierno.
La semana pasada los dueños de los títulos clase B montaron una infructuosa ofensiva para entrar como fuera al directorio. Incluso llamaron a junta de accionistas el día que se entregaba el informe mensual de resultados. Pero nuevamente se pegaron en las narices porque el Presidente de la corporación tiene años de circo en estas lides y no está en este jueguito como para andar regalando lo que él se ganó solo (eso es lo que cree al menos).
Detrás de la ofensiva UDI, cuyo argumento formal era la irritación por el AVC pero que en su clave política era una embestida (¿cuántas van ya?) para sacar al ministro del Interior, lo que hay es la desesperación de observar como avanza el plazo del gobierno y ellos se quedan fuera del aparato de toma de decisiones. Qué si no eso es lo que irrita tanto al senador Jovino Novoa, que no pierde oportunidad para disparar contra Hinzpeter.
Y lo hacen contra el ministro simplemente porque no pueden irse contra el Presidente (¿habrá algo que le guste más a los chilenos y especialmente a la derecha que llenarse la boca con eso de las prerrogativas absolutistas de la autoridad presidencial?).
Por eso en cuanto aterrizó de sus vacaciones, Piñera tomó el micrófono y volvió a dejar en claro que no está dispuesto a entregar el control, tal como lo tuvo que hacer Bachelet cuando los partidos, especialmente la DC, le impusieron a Pérez Yoma en Interior.
¿Significa esto que aquí se acabó todo y la UDI entenderá que simplemente ahora no le tocó? Improbable. No está en la naturaleza de ese partido doblegarse  o disciplinarse frente a quienes percibe como amenaza. Mal que mal, el gremialismo más que una colectividad es una compacta red de poder que cruza directorios de empresas, medios de comunicación y todos los resortes de poder simbólico y político que constituyen a la derecha chilena. Pero Piñera no es Bachelet. Ni una encuesta, por mala que sea, ni un mal clima de opinión pública en su contra, lo harán tirar la toalla y entregar el control del boliche.
Por eso las palabras de buena crianza, los llamados a la búsqueda de acuerdos con la oposición, la retórica sobre mejorar el diálogo en el oficialismo y un largo etcétera, sólo demuestran que el Presidente, golpeado y todo por las circunstancias, tiene el control de la compañía. Y también deja claro que los conflictos seguirán porque tampoco es precisamente un adalid del capitalismo popular.

FUENTE: EL MOSTRADOR

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