El espectáculo montado a propósito del SIMCE muestra cuán perdida tiene la brújula este gobierno, y por alcance, la clase política y la elite en su conjunto.
Está bien. El hombre común puede aguantar muchos espectáculos de la clase política y de la elite.
Ese hombre es testigo cotidiano del uso soterrado de fondos públicos en campañas presidenciales de varios ministros de hoy (los de ayer hacían lo mismo), dispuestos sin escrúpulos a utilizar las más variadas desgracias, a fin de sacar partido, mediante la tan cacareada “eficiencia” de este gobierno, de uno que otro puntito en sus encuestas por el sillón presidencial. Lo aguanta, ok.
Es testigo, también, del triste espectáculo en el Congreso donde los honorables hacen gala de las más variadas argumentaciones para aumentarse sus millonarios presupuestos, eso por un lado; pero también, es testigo de otros que, haciendo gala de un “caradurismo” insoportable (insoportable pues uno no para de reír), hacen gárgaras de honorabilidad, cuando no más que ayer, necesitaban urgentemente, cada uno, de un I-Pad última generación, para hacer un trabajo político más eficiente… ¡un I-Pad! ¡Uf! Pero… también se aguanta, ok.
Qué más da. Es la borracha brújula de nuestra clase política. Se le observa como un espectáculo, como decía Castoriadis, pleno de insignificancia.
Pero todo tiene su límite.
Cuando quieren decirnos que la brecha entre ricos y pobres disminuye; cuando quieren hacernos creer que la falla estructural de nuestra sociedad segmentada groseramente hasta el hartazgo geográfico-urbano está desapareciendo; cuando pretenden decirnos que el modelo económico demuestra que favorece la justicia social, y eso, por los resultados de una prueba SIMCE; en otras palabras, cuando nos quieren meter el dedito demagógico de la movilidad social —porque eso es— mediante las supuestas bondades de nuestro radicalmente injusto sistema escolar, en nuestras supuestamente desprevenidas bocas abiertas, es cuando vuelven a dar ganas de decir ¡Basta! ¡Que se vayan todos!
¿Por qué no hablamos de fracaso de las escuelas particulares subvencionadas, de lo mal que administran las platas públicas?; ¿por qué no hablamos de las escuelas vulnerables que subieron extraordinariamente sus puntajes, pero que no alcanzan ningún puesto en los rankings?; ¿por qué no hablamos de la Girouette o el Grange que a pesar de bajar sus puntajes siguen rankeados en los primeros lugares?; ¿por qué no nos preguntamos por los alcaldes que han desviados los fondos de la Ley SEP para otros fines, las más de las veces, electorales?
¿No aprendieron nada de toda la indignación de la sociedad chilena marchando en las calles en el año 2011?; ¿no concluyeron con ningún aprendizaje del malestar de los miles de estudiantes secundarios y universitarios que han levantado la voz desde el año 2006 en adelante?
Peor aún ¿no sienten la violencia simbólica de su puesta en escena comunicacional?
¿Cómo no hay alguien moderado en el ejecutivo que le indique al Presidente que resulta del todo violento anunciar una disminución de esa envergadura cuando cotidianamente el sentir —por experiencia— es precisamente inverso?
Disculpen, pero es aún peor ¿Cómo el ministro Beyer, que de números posa de experto, no le advierte al Presidente que resulta del todo violento anunciar la llegada de la justicia social por el pinche resultado fotográfico de una prueba SIMCE? ¿Es también parte de la jugarreta comunicacional el Ministro Beyer?
Según el Ministro, lo que sucede bajo el gobierno de Piñera es que el conjunto de políticas que buscan intencionalmente reducir las brechas en equidad están produciendo efectos “a tasas que son bien significativas y nos tienen muy contentos como gobierno”.
Ante ello, son del todo curiosos los aprendizajes que el gobierno habría adquirido a través de su Ministro y de la epifanía del SIMCE.
El primero de todos es “que se puede”, que depende del ánimo, las expectativas, la perseverancia, el compromiso de quienes están con los más vulnerables para mejorar los resultados. Segundo, que los resultados se pueden cambiar en plazos breves y que no debemos esperar decenios para ello, todo depende del hecho que los profesores pongan más acento en los deberes de los estudiantes y no solo en sus derechos. Tercero, los mejores resultados tienen relación con directores líderes en sus comunidades educativas.
Son del todo curiosas estas conclusiones aprendidas. Primero, porque empalman exactamente con el discurso que desde que comenzaron las movilizaciones estudiantiles en el 2011, la Presidencia y el Ministerio del Interior, y el mismo presidente Piñera vienen machaconamente diciendo en cuanta entrevista o discurso se les ponga por delante: que ya basta de centrarnos en los derechos de los estudiantes, centrémonos en sus deberes. Más que conclusión aprendida, suena a discurso ideológico a priori.
Segundo, porque la madre de todas las batallas se jugaría, según el aprendizaje del Ministro, a nivel individual en los actores (profesores y estudiantes) y en una muy sutil dimensión: en las llamadas habilidades blandas. Habilidades que como se sabe ya hace tiempo, por las últimas investigaciones en capital humano, son absolutamente necesarias para mejorar la producción y la competición. Es decir, hagamos competir a los niños por los resultados, y no importa si son pobres; si los entusiasmamos lo suficiente, algún día, algunos, podrán ganarle a los niños y niñas más acomodados.
Ya no se está hablando ahí de justicia social, sino de competir, y seleccionar a los mejores de la liga de segunda división, para que jueguen en las grandes ligas algún día. Absurdo.
Lo más interesante, sin embargo, es que según el Ministro, el cuello de botella de todo el sistema está, ni más ni menos, en los profesores. Lo profesores serían los responsables de la ralentización en la disminución de las brechas. El sistema adolece de las capacidades para lograr los ambiciosos objetivos que se proponen desde el gobierno central. No es que el Estado no haya puesto los recursos, lo que pasa es que los profesores son malos. No sólo los profesores actuales, sino también los futuros, por lo que las facultades de educación, también lo están haciendo mal.
Beyer ya prepara con esto el camino para lo que viene. Los resultados de la prueba INICIA le darán aparentemente la razón.
Pero en todo, lo que sucede es que el solo dato cuantitativo no sirve para evaluar un sistema, en el que esencialmente de lo que estamos hablando, no es solo de resultados y eficiencia en la perfomance en pruebas estandarizadas. Y esto está lejos de ser un puro problema epistemológico filosófico. Lo es también. Pero es mucho más que eso. Todos esperamos que el sistema escolar se focalice en la formación integral de los estudiantes, en toda su realidad humana, con toda su riqueza. La inteligencia humana no se agota en puro razonamiento lógico y comprensión lectora. Hay la música, la historia, el arte, la filosofía, el pensamiento crítico, la creatividad. Pero esto no lo mide el SIMCE. A él sólo le interesan aquellas habilidades para la producción y el desarrollo económico, que justamente en este país va a parar directa y fundamentalmente al 1% más rico top-ten del SIMCE.
A la ideología-SIMCE le interesa el capital humano, no el desarrollo humano total, global o integral. Además los rankings siguen siendo escandalosos.
Si hacemos una primera mirada sólo en la Región Metropolitana, nos damos cuenta que, de los 20 mejores puntajes en Lenjuage-4ºBásico, sólo 1 es municipal y sólo 2 particulares subvencionados. De los 20 mejores puntajes en Matemática-4ºBásico, ninguno es municipal y sólo 1 es particular subvencionado. De los 20 mejores puntajes en Lenjuage-8ºBásico, sólo 1 es municipal y sólo 2 son particulares subvencionados. De los 20 mejores puntajes en Matemática-8ºBásico, sólo 1 es municipal y ninguno es particular subvencionado.
¿Por qué no hablamos de fracaso de las escuelas particulares subvencionadas, de lo mal que administran las platas públicas?; ¿por qué no hablamos de las escuelas vulnerables que subieron extraordinariamente sus puntajes pero que no alcanzan ningún puesto en los rankings?; ¿por qué no hablamos de la Girouette o el Grange que a pesar de bajar sus puntajes siguen rankeados en los primeros lugares?; ¿no queremos escuchar las conclusiones de esas preguntas?; ¿por qué no nos preguntamos por los alcaldes que han desviados los fondos de la Ley SEP para otros fines, las más de las veces, electorales?
Todos los saben. El Ministro lo sabe. Si la mirada es más fina, el desastre aparece en toda su magnitud. La injusticia aparece más potente, como potente es su experiencia por las familias y por los estudiantes más vulnerables.
Simplemente para todos ellos, las palabras del Presidente y del Ministro son violentas. Violentan. Todo tiene su límite.
Y por favor. No es sólo el dedito demagógico del Ministro Beyer; él es —todos los sabemos— un simple funcionario. Es también la clase política: el “laguismo-pop” de Cristián Bellei que exhortaba ayer en La Tercera —sin cuestionar la ideología SIMCE, por cierto— que debemos observar la evolución de las mediciones SIMCE en el mediano plazo “sin hacer fiestas o tragedias por mínimos cambios que ocurren año a año”. En fin.
¿Que el Ministro venga a decirnos que “nos creamos el cuento” o que les diga a profesores y estudiantes que “se pongan las pilas”, “que se puede”? …Suena mal. Parece que nos quiere meter el dedito.
FUENTE:EL MOSTRADOR
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