viernes, 20 de abril de 2012

Relato y argumentario

Posted in: América Latina, Perú, Política
Nicolás Lynch*
La relación entre los hechos y las palabras es un viejo tema en la política y  muy socorrido en la América Latina del siglo XX. Recordemos sino el “hechos y no palabras” de la dictadura de Odría en el Perú en la década de 1950, que significó la derrota y finalmente la cooptación del aprismo popular por la retórica oligárquica. Así, en nuestra región las palabras dieron forma a la demagogia de caudillos de diverso pelaje para alcanzar objetivos  personalistas, pero también a las propuestas de una política más programática que alumbró la América nuestra que hoy conocemos. La división entre los hechos y las palabras es una asunción falsa: que los hechos son parte de la realidad y las palabras no, cuando unas no hacen sino significar y/o recrear a los otros, formando ambos parte de lo que llamamos realidad.
En décadas recientes, sin embargo, otra retórica –cuándo no retórica también– en nombre del pragmatismo, supuestamente una política sin palabras, ha buscado desprestigiar a las palabras. Curiosamente, este desprestigio lo ha desarrollado un discurso, ciertamente conformado por palabras, que acusa a otro, paradójicamente, de estar lleno de palabras. Me refiero al discurso neoliberal del Consenso de Washington que se asume como “realidad”, es decir, como identificado con los hechos, versus, el nuevo progresismo latinoamericano, que levanta la mayor parte de los gobiernos de la región y que no se niega como discurso, ni devalúa a las palabras. Este afán de naturalizarse, es decir de presentarse como expresión de la naturaleza existente, del discurso neoliberal es herencia del discurso oligárquico en tanto a ambos los une el propósito de dominación como fuente de su poder.
La distinción pura y dura entre hechos y palabras es característica de situaciones de hegemonía neoliberal como la peruana, aunque ya se atisban ejemplos en la región de lo que puede ser un momento post neoliberal, en el que esta distinción pase a ser parte de  una edad de piedra y la relación de la política con las palabras adquiera otra dimensión. En la Argentina de hoy dos intelectuales de izquierda y distinguidos cultores del pensamiento crítico: Horacio González, actual director de la Biblioteca Nacional, y Emilio De Ipola, antiguo experto de la sociología de las comunicaciones, el primero cercano y el segundo lejano del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, tratan el tema con los conceptos de “relato” y “argumentario”, enriqueciendo sustantivamente el debate y dándonos claves significativas para un desarrollo ulterior (“Gobierno y relato”, Veintitrés 1/3/12 y “Contame una historia”, Perfil 3/3/12).
González, por su parte, señala que en su país la palabra relato la usa la oposición para desprestigiar al gobierno en el esfuerzo comunicacional que este realiza para exponer su política a la población. Responde así a los críticos de la política como proyecto, en esta caso “nacional y popular”, cuya falta de costuras y carácter autocontenido lo haría omnipresente. La necesidad de comunicar su visión deviene, sin embargo, para González, en una cuestión crucial pues el gobierno de Cristina Fernández debe enfrentar una oposición que se presenta como un imperio mediático de gran magnitud que defiende los intereses que el gobierno debe afectar para conseguir sus objetivos. El juego con las palabras no tendría otro propósito entonces que el de convertirse en una herramienta opositora de otro relato, distinto y opuesto del por ahora oficial.
Emilio De Ipola, por su parte,  señala que la idea de relato refiere a un conjunto de secuencias orientadas a un fin, necesario e ineluctable, de acuerdo con el cual se ordena una historia nacional para conducirla mesiánicamente a objetivos predeterminados. La sombra del relato es el autoritarismo y finalmente el fracaso, tal como lo demuestran las llamadas utopías totalitarias. Frente al relato De Ipola propone el argumentario, señalando que cuando la política es un conjunto de argumentos el resultado suele ser la tolerancia, la pluralidad y la democracia.
El primero afirma el proyecto que se desarrolla desde el gobierno a partir de un mandato mayoritario, mientras que el segundo subraya la discusión y el intercambio entre puntos de vista diversos. Lo relevante es que en ambos hay, como discurso, relato o argumentario, una reivindicación de las palabras como parte de la realidad.  El pragmatismo, entonces, como discurso único y “natural” queda atrás. El orden de las cosas no es porque es, como pretende la empiria neoliberal, sino también porque así queremos, esperamos, deseamos que sea en el futuro.
De esta manera el debate en curso señala la validez del lenguaje en la política, ya sea en una versión argumental como prefiere De Ipola o con una visión más de conjunto como señala González. En cualquier caso la naturalización del orden, imperante en algunos casos o anterior en otros, es dejada de lado. Diríamos más: la naturalización de un orden que descansa en la dominación del otro, por razones de clase, raza, género, edad o nación, que es lo que sugiere la dualidad de hechos y palabras, queda atrás. Los hechos, por más que se los quiera presentar como moles de cemento, son también palabras. La falsa disyuntiva entonces se evapora.
Un futuro organizado en palabras, como proyecto o programa es lo que se abre paso en nuestra América, develando su competencia con otros programas que se creían únicos y que muy a disgusto se dan cuenta de que están acompañados.
*Sociólogo, Ex ministro de educación y actual Embajador de Perú en Argentina.
Fotografía:nicolaslynch.com

FUENTE:POLITIKA

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