sábado, 31 de marzo de 2012

¿Una Iglesia homofóbica? avatar Alex Vigueras Superior Provincial de la Congregación de los Sagrados Corazones.

Si los homosexuales creen que la Iglesia no es sensible a sus reivindicaciones, estamos mal. Si ellos consideran a la Iglesia enemiga de su causa, entonces, estamos muy mal.
¿Cómo no va a ser importante para nosotros como Iglesia la lucha que ellos están librando en búsqueda de mayor respeto a su dignidad de personas, de más inclusión en la sociedad? Ellos tienen derecho a soñar con una sociedad que no los humille, ni los maltrate, ni los insulte en la calle, ni comente irónicamente sobre ellos a escondidas. Lo que le sucedió a Daniel Zamudio no debe volver a ocurrir en nuestro país y la lucha que los homosexuales están dando va en esa dirección.
Hace un tiempo vino a conversar conmigo una joven lesbiana y me preguntaba cómo debía llevar su condición. Yo, intentando ser sincero con lo que pensaba y no solo queriendo ser simpático, le dije que debía aceptarse así como era, como lo hace el que tiene una enfermedad y acepta cargarla como parte de su vida. Ella me respondió: “¿Entonces, yo soy un error de Dios?”. Ahí todo se me confundió, no sabía qué decirle y, de pronto, comenzó a instalarse en mí una certeza: la de que ella era hija de Dios con todas sus letras, sin nada que pudiera mermar el sentido de la palabra “hija”. De ningún modo era un “error”. La abracé con inmenso cariño y le di un beso en la frente. Fue un momento conmovedor para ambos.
Si los homosexuales creen que la Iglesia no es sensible a sus reivindicaciones, estamos mal. Si ellos consideran a la Iglesia enemiga de su causa, entonces, estamos muy mal.
Lo primero no es la comprensión, sino la acogida. El filósofo Emmanuel Lévinas se preguntaba, después de la Segunda Guerra Mundial, cómo se podía volver a pensar todo de modo que Auschwitz no se pudiera repetir nunca más. Cómo hacer para que de ningún modo se pueda pensar en el otro como alguien que puede ser despreciado, marginado, asesinado. Lévinas plantea que el encuentro con el otro debe estar mediado por la acogida y no por la comprensión. Cuando primero quiero comprender violento al otro, intento apoderarme de él, dominarlo, pues lo miro desde mi propio punto de vista, lo comprendo desde mis propios parámetros, lo cual es siempre reduccionista.
Nunca puedo comprender del todo al otro, pues el otro se me escapa, es siempre más, es misterio inabarcable. Él se significa a sí mismo y, con ello, quiebra todos mis intentos de significarlo. El encuentro con el otro es siempre un imperativo que me llama a acogerlo, a cuidar de él. Y esto antes de hacernos cualquier pregunta: ¿Será bueno?, ¿será malo?, ¿será digno?, ¿será miserable?, ¿será rico?, ¿será pobre?, ¿será amigo?, ¿será enemigo? Ninguna pregunta cabe antes de la acogida. Cualquier pregunta implica la posibilidad de dejar a alguien afuera y ahí, de nuevo, se abre Auschwitz como posibilidad.
Esto es lo que hace Jesús, que no interroga ni pregunta razones ni hace disquisiciones de por qué el que se equivocó se equivocó. Simplemente acoge, se acerca, se deja interrumpir, escucha, toca, sana, libera, levanta. Podría haberle dado un buen sermón a la mujer sorprendida en adulterio, haberle preguntado al menos por qué lo hizo, pero no, simplemente la acoge y la perdona. Y lo hace así porque la ama. Solo el amor puede acoger y abrazar al otro antes de la comprensión o incluso en plena contradicción (“amen a sus enemigos”, nos dice Jesús). Pero se trata de un amor que es anterior al sentimiento o la decisión, un amor que es imperativo ético que se nos manifiesta en el encuentro con el otro.
En el tema de la homosexualidad parece que estamos poniendo en primer lugar la comprensión: que quede claro qué es la homosexualidad, intentando entrar en el detalle de sus causas neurológicas, sicológicas y sociológicas; que quede claro que no es normal, que es una enfermedad; que no podemos ser ingenuos, que hay otras pretensiones por debajo, etc. Y, probablemente por ello nos estamos perdiendo la tremenda oportunidad de ponernos decididamente del lado de los homosexuales para apoyarlos en su causa, para que se sientan acogidos por una Iglesia compañera y hermana.
Si los homosexuales creen que la Iglesia no es sensible a sus reivindicaciones, estamos mal. Pero, si comenzamos a sensibilizarnos con sus maneras de ver y sentir las cosas y, eso, no leyendo libros ni estudios científicos, sino en el encuentro con ellos, entonces, daremos un testimonio mucho más claro de que somos verdaderamente la Iglesia de Jesús.

FUENTE: EL MOSTRADOR

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