La crisis de la derecha y la emergencia de sus nuevos intelectuales
Hace algunas semanas, en medio del temporal del Caso Penta, se refundó la centroderecha chilena. O, al menos, eso nos quisieron decir la UDI, RN, Evópoli y el PRI al firmar un acuerdo coalicional que con mucha personalidad calificaron de “histórico”. La puesta en escena fue pobre, el sentido de oportunidad fue lamentable y la consistencia política de la idea resultó de una fragilidad abismante, como se encargaron de enrostrarlo columnistas y dirigentes ligados al sector. Esta columna tiene por objeto ponerle otro clavo a ese ataúd, pero en una clave relativamente inexplorada: del tenor del documento suscrito –titulado “Bases para la construcción de un nuevo gobierno para Chile”– se desprende que los partidos y movimientos en cuestión están trabajando al margen de los intelectuales que pertenecen a su mundo cultural. En el texto no hay nada sustancialmente distinto a lo que se viene repitiendo en cuñas televisivas, nada que advierta que la derecha entiende las tensiones discursivas del Chile contemporáneo, ninguna reflexión crítica respecto de los principios que históricamente han defendido.
Pero ¿dónde están los intelectuales de la (nueva) derecha? ¿Quiénes serán los encargados de darle soporte doctrinario a la propuesta y de articular el relato que se necesita? ¿Quiénes ocuparán los roles de Fernando Atria, Alberto Mayol o Carlos Ruiz, por mencionar a algunos de los ideólogos y formadores de la izquierda post-Concertación? En los partidos no están.
La generación dorada que condujo los destinos de la UDI y RN tuvo que enfrentarse al veredicto de las urnas apenas regresó la democracia. Han sido políticos profesionales toda su vida. Esta completa dedicación logística, parlamentaria y electoral les impidió contar con las condiciones ambientales que se requieren para un trabajo intelectual de largo aliento. Una travesía en el desierto no basta para construir músculo académico de élite. Esas tareas recayeron durante dos décadas en los Centros de Estudios ligados a la derecha política, económica y cultural: mientras los partidos hacían política, en Libertad y Desarrollo y en el CEP se pensabala política. Este fue el nicho desde donde contribuyeron las mejores mentes de la derecha no-electoral. La Fundación Jaime Guzmán y el Instituto Libertad complementaban la demanda de insumos para el trabajo legislativo.
Los intelectuales de izquierda estuvieron muy activos durante el Gobierno de Piñera. Le dieron soporte doctrinario a las demandas del movimiento estudiantil, las que luego fueron la base del proyecto de Bachelet 2.0. Dicen que en 2011 los líderes de la Confech iban subrayando los libros de Atria de camino a exponer en el Congreso. ¿Qué artículos subrayarán los jóvenes de derecha a la hora de profundizar sus ideas? Porque si van a ir releyendo el documento fundacional redactado por los secretarios generales de los respectivos partidos y movimientos, no hay armas ni para presentarse a la batalla de las ideas.
Algo cambió en los últimos años. Nadie discute la robustez institucional del think tank que dirige Luis Larraín o del que actualmente comanda Harald Beyer. Sin duda, seguirán siendo referentes relevantes, especialmente para aquella generación que no participa activamente de los nuevos medios de discusión pública. Pero su ascendencia se ha ido diluyendo ante la aparición de otras voces más jóvenes que sí han sabido capturar el espíritu de su tiempo y entienden que la batalla de las ideas ya no se libra en el cuerpo de Reportajes mercurial. En definitiva, el escenario se dinamizó: silenciosamente, los hijos y nietos de aquellos que se dedicaron a la política profesional tuvieron más tiempo para reflexionar críticamente sobre la derecha a la que pertenecían por tradición familiar. No lo hicieron al alero de los Centros de Estudio existentes, sino que reclamaron su derecho a fundar sus propias instituciones antes que oxigenar las existentes.
Hay dos o tres casos llamativos. Uno es Horizontal, el brazo doctrinario de Evópoli. Su director Hernán Larraín Matte se ha mentalizado en la necesidad de construir una derecha moderna. El tono de la conversación teórica que se desprende de algunos de sus documentos los acerca al ideal liberal-igualitario de John Rawls o Amartya Sen (e incluso de Elizabeth Anderson) antes que al de autores tradicionales de derecha.
Otro caso digno de mención es el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES). Aquí convive la pluma del filósofo Daniel Mansuy con la del antropólogo Pablo Ortúzar. El primero es lo más parecido al Carlos Peña que la derecha nunca tuvo: un republicano a la francesa que considera imperativo impulsar deliberación política sobre los límites del mercado. Es además uno de los mejores columnistas del sector. El segundo es un católico culturalista que intenta actualizar los términos de la alianza liberal-conservadora como matriz de una nueva derecha chilena. Acaba de traducir al castellano el libro The Big Society de Jesse Norman –que inspiró el renacer del Partido Conservador en Reino Unido– e integra también el directorio de Fundación Cientochenta.
Un discurso parecido al de Mansuy ha expuesto últimamente Hugo Herrera, que tampoco está en los think tanks noventeros sino que se desempeña como Director del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales. Formado académicamente en Alemania, Herrera acaba de preguntarse en una columna si acaso la derecha chilena no debiera emular a la derecha de Angela Merkel y adoptar definitivamente la defensa de un Estado de bienestar. Su reciente libro sobre la crisis intelectual de la derecha será sin duda lectura obligada en el sector.
Más ortodoxo es el discurso de Axel Káiser y en general de la Fundación para el Progreso, donde oficia como Director Ejecutivo. La narrativa liberal clásica de Káiser saca ronchas en la izquierda, pero también incomoda a la derecha conservadora: no sólo aspira a reducir el ámbito de intervención estatal en la economía sino también a arrebatarle a la autoridad la capacidad de decidir por nosotros en el ámbito físico o moral. Su institución acaba de ser elegida entre los mejores nuevos think tanks por la Universidad de Pensilvania.
Al otro extremo del libertarianismo a-la-Káiser se encuentra IdeaPaís, agrupación socialcristiana que le da sustento doctrinario al novel movimiento Construye Sociedad –que estaría siendo sondeado para integrar la coalición en comento–.
En resumen, hay corrientes ideológicas para todos los gustos. ¿Cuál de todas estas derechas encarnará la nueva coalición? ¿Tendrán espacio para dialogar y debatir antes de cortar la cinta de la naciente plataforma electoral?
La lista precedente no es taxativa. La ampliación de posibilidades de publicación en blogs y medios digitales ha permitido la aparición de notables polemistas que de otra manera habrían tenido que esperar la jubilación de Gonzalo Rojas Sánchez para tener un espacio. Otros son menos ávidos al debate contingente, pero están pensando a su sector desde tribunas académicas. Esto no quiere decir que la centroderecha pueda prescindir del aporte de sus intelectuales consagrados. Los nombres de Alfredo Jocelyn-Holt, Héctor Soto, Leonidas Montes, Lucas Sierra o Arturo Fontaine –por nombrar solo a algunos– siguen vigentes. Pero ya no están solos. Ninguna derecha renovada se puede construir sin prestar atención a las nuevas voces que han emergido en apenas unos años. Los partidos tradicionales tienen que aceptar que esa materia gris no está en la casa y hay que ir a buscarla afuera.
Por loables que sean los esfuerzos que se levantan en iniciativas tipo “Academia RN”, lo cierto es que escuchar las memorias de Miguel Otero, Carlos Larraín o Sergio Romero no producirá la estimulación adecuada. Tampoco se puede poner todo en las manos de los Centros de Estudios de siempre, como se hizo para tantos programas presidenciales. Si la derecha quiere hacer algo realmente interesante desde el punto de vista de la reflexión filosófica, tiene que incorporar actores que no piensen en cuidar la parcela sino que tengan ganas de destruir para construir algo nuevo. La tesis de la renovación o el reemplazo no sólo se aplica a los movimientos que disputan el poder en elecciones, sino también a los referentes que compiten por influencia intelectual.
Hasta ahora, sin embargo, hemos visto muy poco de aquello. Llámese como se llame la nueva coalición de centroderecha, le será imperativo acometer un proceso serio de cirugía ideológica compleja. Los intelectuales de izquierda estuvieron muy activos durante el Gobierno de Piñera. Les dieron soporte doctrinario a las demandas del movimiento estudiantil, las que luego fueron la base del proyecto de Bachelet 2.0. Dicen que en 2011 los líderes de la Confech iban subrayando los libros de Atria de camino a exponer en el Congreso. ¿Qué artículos subrayarán los jóvenes de derecha a la hora de profundizar sus ideas? Porque si van a ir releyendo el documento fundacional redactado por los secretarios generales de los respectivos partidos y movimientos, no hay armas ni para presentarse a la batalla de las ideas.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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