lunes, 24 de junio de 2013

En defensa de la meritocracia

 
portada_promeritoEn la serie de columnas “Argumentos contra la Meritocracia” el ingeniero Matías Cociña puso en duda la capacidad de este sistema de construir un orden social justo y de dar solución a la desigualdad. En esta columna el periodista Jorge Gómez se pregunta si los que deben determinar qué es un orden social justo no se vuelven siempre una elite privilegiada. A partir de ahí Gómez elabora una defensa de la meritocracia como elemento que disminuye el peso del privilegio en el espacio social. “La estructura elitista del sistema democrático chileno se puede revertir con más competencia, apelando al mérito y no rechazándolo”, afirma.
CiperChile ha publicado una serie de interesantes artículos de Matías Cociña, quien plantea una crítica contra la meritocracia en tanto principio para establecer un orden justo. En términos simples, el autor plantea que la meritocracia no garantiza mayor igualdad, no genera inclusión ni movilidad social y sí mucha exclusión.
La meritocracia -o el valor del esfuerzo, del trabajo y de los talentos- no es una cuestión enarbolada por el neoliberalismo, sino que es una cuestión que se institucionaliza junto con la burocratización del Estado moderno y el desarrollo de formas de dominación racional-legales, que incluso los socialismos de Estado reprodujeron de similar forma
Cociña plantea que la meritocracia es una concepción limitada y no suficiente de la justicia social (pues corresponde a una visión utópica del mercado) enfocada sólo en la igualdad de oportunidades y no en la igualdad de resultados, que por tanto sólo redistribuye posibilidades de ser parte del grupo aventajado, sin reducir la desigualdad ni la miseria, lo que irremediablemente podría terminar por generar una estructura social anti democrática de opresión y privilegio, donde los mismos de siempre –las élites- monopolizan los premios o beneficios generados. Esto, según el ingeniero, se debería a la contradicción interna de la meritocracia que contravendría la búsqueda de justicia al inhibir oportunidades futuras de las próximas generaciones y promover el abandono de los “perdedores”. Concluye entonces que: una sociedad estrictamente meritocrática se enfrenta así con sus propios fantasmas cada vez que una nueva generación “entra a la cancha”.
En el caso de Chile, según Cociña, la meritocracia como orden social (valoración del esfuerzo y el talento como ajuste entre eficiencia y justicia social) surgiría de lo que él llama el “consenso binominal”, que no sólo es aceptado como eje rector del orden social democrático post transición -de manera transversal en el espectro político- sino que es extrapolado desde el ámbito productivo hacia el ámbito social, convirtiendo a la sociedad chilena en un espacio de competencia brutal, en una especie de darwinismo, generando enorme desigualdad e injusticia.
Por tanto, ante el problema de la desigualdad, Cociña duda de “la meritocracia como el mecanismo al que debe aspirar un país que busca construir un orden social justo, democrático y desarrollado”. Pero además dice que “hay más de una razón para oponerse a la meritocracia como modelo de organización social”.
Que en Chile la meritocracia no sea del todo desarrollada no se debe a fallas en el principio mismo, sino a barreras de entrada o convenciones sociales e institucionales que van contra su desarrollo pleno. Una estructura elitista o poco inclusiva no necesariamente demuestra que la meritocracia como principio distributivo sea la falla
Si bien Matías Cociña no descarta la igualdad de oportunidades, la considera razón necesaria más no suficiente para construir un régimen o sociedad justa. Propone como alternativa prestar atención a las desigualdades de resultado, estableciendo igualdad de acceso a bienes materiales y sociales, que garanticen una “vida plena”, mediante impuestos y transferencias por parte del Estado. Sólo así, según Cociña, sería posible hablar de Justicia Social.
Pero, ¿qué se entiende por construir un orden justo? ¿Bajo qué criterios y con qué privilegios se distribuye? ¿Cuáles serían los principios de justicia para ello, obviando el mérito como principio?
El detalle no es menor si consideramos que el mérito no es necesariamente una cuestión impuesta por alguna agencia central o por leyes, sino que muchas veces hay convenciones sociales, incluso cuestiones relativas al gusto, mediante las cuales las personas van asignando cierto valor o apreciación a algunos sujetos por sus talentos o cualidades. El mejor ejemplo son los artistas, quienes según la valoración y aprecio subjetivo que genera su talento o carisma, son recompensados de manera voluntaria, aún cuando su aporte a la sociedad (aplicando el criterio anti meritocracia de Cociña) podría ser considerado infinitamente menor al de alguien que cuida enfermos. Pero, ¿podríamos decir que la riqueza obtenida por Dalí gracias a la valoración de su obra, o la riqueza obtenida por Silvio Rodríguez o Bono, gracias a la valoración de su música, son injustas por ello?
Incluso la sociedad más justa en términos institucionales y de distribución podría ver roto su “círculo virtuoso de lo justo” debido a la valoración no planificada que las personas generan en torno al talento de otras. Evitarlo, como lo intentaron en algún momento los regímenes comunistas para mantener la “igualdad”, daría paso a la coacción brutal del Estado, por lo que ese orden ya no sería justo en ningún sentido.
La meritocracia como principio apunta a disminuir o eliminar la preponderancia del privilegio en el espacio social como factor determinante del resultado final, y no a garantizar resultados finales “justos”, según la definición arbitraria de alguien en particular.
El esfuerzo es una cuestión difícil de medir y tiene una alta carga subjetiva. Pero eso no puede ser un argumento para oponerse a un criterio distributivo o retributivo que, entre otras cosas, considere la noción de mérito. De hecho, no es necesario oponerse a la meritocracia para promover una estructura que asuma una responsabilidad con quienes se ven menos favorecidos en la sociedad, aún cuando la noción de una vida plena a la que apela Cociña, sea igual de subjetiva que la idea de mérito.
Que en Chile la meritocracia como valor o principio no sea del todo desarrollada -o sea mal aplicada- no se debe a fallas en el principio mismo, sino más bien a barreras de entrada o convenciones sociales e institucionales que van contra su desarrollo pleno, y que incluso parecen perdurar sin depender del orden económico. Es decir, una estructura elitista o poco inclusiva no necesariamente demuestra que la meritocracia como principio distributivo sea la falla.
En cuanto a lo anterior, no queda claro si Cociña atribuye a la meritocracia la desigualdad; o si considera que ésta es imposible o insuficiente para generar inclusión, tomando en cuenta la valoración que tienen otros criterios por sobre el mérito mismo en el caso específico y concreto de Chile.
La porfiada historia demuestra que los encargados de distribuir no pueden escapar a la ley de hierro de la oligarquía y terminan convertidos en una nueva élite del poder
La meritocracia -o el valor del esfuerzo, del trabajo y de los talentos- no es una cuestión enarbolada por el neoliberalismo, sino que es una cuestión que se institucionaliza junto con la burocratización del Estado moderno y el desarrollo de formas de dominación racional-legales, que incluso los socialismos de Estado reprodujeron de similar forma.
El Estado moderno en su estructura de dominación conlleva la apelación al mérito como forma legítima de establecer autoridad. La duda es si el autor plantea entonces una crítica global al Estado en sí en cuanto forma de dominación que como forma de organización tampoco escapa a la ley de hierro de las oligarquías.
Contrario a lo que dice Cociña, el primer problema a resolver al hablar de justicia distributiva es definir quién debe decidir quiénes merecen qué y cómo asigna ese “merecimiento”. Además, cuando plantea que no es suficiente igualar la cancha sino que “derribar el estadio y hacerlo de nuevo”, olvida que es mucho más importante definir cómo evitamos que los que supuestamente harán las nuevas reglas y el nuevo estadio, no terminen siendo los nuevos privilegiados. ¿O acaso Cociña cree que existen personas incorruptibles y moralmente superiores para realizar tal tarea? ¿No es acaso eso aplicar una especie de criterio meritocrático?
Como la porfiada historia lo demuestra, es probable que los encargados de distribuir no puedan escapar a la ley de hierro de la oligarquía y terminen convertidos en una nueva élite del poder. Porque si somos honestos ¿Hay algún orden social basado en el Estado que no genere tal estructura de privilegios o ciertos grados de exclusión? ¿Existe algún orden social donde no existan barreras de entrada que finalmente contribuyan a establecer una estructura de élites y con ello desigualdades?
¿Hay algún orden social basado en el Estado que no genere tal estructura de privilegios o ciertos grados de exclusión? ¿Existe algún orden social donde no existan barreras de entrada que finalmente contribuyan a establecer una estructura de élites y con ello desigualdades?
Si bien sociedades como las escandinavas son mucho más inclusivas que Chile, en la actualidad presentan serios problemas relativos a inclusión social aún cuando los accesos de los que habla Cociña están garantizados y se han establecido instituciones de carácter inclusivo, como por ejemplo poderosos sindicatos que no obstante han terminado por debilitar la libertad de trabajo de los inmigrantes, generando mucha exclusión. Basta recordar las últimas protestas en los barrios periféricos de la hermosa y moderna ciudad de Estocolmo que reflejan una creciente sensación de injusticia en el seno de tales sociedades, para algunos quizás las más justas del planeta.
Paradojalmente, la estructura elitista del sistema democrático chileno se puede revertir con más competencia, apelando al mérito y no rechazándolo. O si queremos verdadera inclusión en el orden político –y contrariando a Matías Cociña- deberíamos apelar al sorteo de escaños en el parlamento, como lo hacían los griegos. Pero es probable que incluso los máximos promotores de la inclusión y la igualdad se nieguen a recurrir a tal mecanismo democrático, apelando –irónicamente- a la meritocracia de sus líderes para definir quienes deben gobernar o representar a las personas. Esa es la contradicción vital de quienes promueven a los cuatro vientos la igualdad máxima, pero a la vez se consideran los más aptos e indicados, con los méritos suficientes para llegar a imponerla.
 
FUENTE: CIPERCHILE

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