Columnas
22 de agosto de 2014
La CEP ha muerto… ¡Viva la derecha!
Había una vez un cura jesuita rezando y fumando en la iglesia, pasó otro y le dijo
–Ten cuidado, no te vayan a pillar.
–No te preocupes –le respondió–, le pedí permiso al Obispo y este me lo dio.
Entusiasmado, el segundo cura decide hacer lo mismo y envía una carta al Obispo, pero este le responde que no. Va de vuelta donde el primer cura y le cuenta
–¿Sabes?, pedí permiso para fumar mientras rezo, pero el Obispo me dijo que no.
–Ese fue tu error –le contesta–, no tienes que preguntar si puedes “fumar mientras rezas”, lo que tienes que preguntar es si puedes “rezar mientras fumas”.
La derecha y su corporación de empresas –soy liberal y creo en el mercado– siempre ha utilizado mecanismos de construcción de la realidad. La CEP era probablemente el más sofisticado. Porque había logrado hacer de la encuesta la piedra de Rosetta de “la gente”. Inventaron candidatos durante años (Bachelet sin ir más lejos), pusieron temas en la agenda por décadas. Pero también han utilizado mecanismos más burdos.
Este chiste alemán le da la razón a Claudio Fuentes. Sí hubo intencionalidad política en las preguntas de la CEP, pero seamos justos. Esto es así porque todas las encuestas parten en una “intención política”. Y siempre-siempre, responden a la perversión que evidenció con precisión Pierre Bourdieu hace ya décadas: las encuestas preguntan lo que el encuestador quiere saber, no lo que la gente quiere decir, por tanto, la “opinión pública” (que es lo que miden las encuestas) es una imposición. Siempre es intencionada. Además, la comunidad científica renunció a la objetividad hace 100 años. Entonces, no le podemos pedir peras al olmo. Las encuestas no son objetivas, miden algo que no existe, y además son excluyentes. Ante varas tan bajas, ¿en qué falló la CEP?
Los sociólogos construyeron una vara alternativa para evaluar cuándo una encuesta está bien hecha y cuándo no. Esta vara es en realidad una serie de convenciones que limitan la metodología de las encuestas, al mismo tiempo que el alcance de sus resultados. Si las encuestas no son objetivas y siempre tienen intencionalidad política, lo que se intenta con las convenciones es que al menos no sean usadas por quienes las financian para transformar sus ideas en “lo que la gente quiere”, y sus candidatos en “los candidatos de la gente”. Ese es el mínimo.
Ahí se cayó la CEP. En simple, se le notó mucho la “intencionalidad”. Intentaron llevar el agua a su molino a costillas de “la opinión pública” (o sea, de “la gente”). El cuestionario es fundamental en este punto. Como en el chiste del jesuita que fuma, forzaron las respuestas desde la pregunta. Pero también en el análisis y en la presentación de los resultados. No preguntan por intención de voto, pero presentan de manera tal los datos como para que la lectura periodística sea “la evaluación de los candidatos presidenciables”. Dicho de otro modo, el que yo evalúe bien el trabajo de mi jardinero, no quiere decir –necesariamente- que votaría por él para Presidente de la Junta de Vecinos. Sin embargo, la CEP presenta todo mezclado en el mismo saco: las peras y las manzanas.
Pero aquí no hay gato encerrado. La derecha y su corporación de empresas –soy liberal y creo en el mercado– siempre ha utilizado mecanismos de construcción de la realidad. La CEP era probablemente el más sofisticado. Porque había logrado hacer de la encuesta la piedra de Rosetta de “la gente”. Inventaron candidatos durante años (Bachelet sin ir más lejos), pusieron temas en la agenda por décadas. Pero también han utilizado mecanismos más burdos. Hace poco un Presidente de Partido de derecha –que parece que ni la tele ha prendido en 10 años– citó al Plan Z para hablar de derechos humanos. Y también amenazantes. Por ejemplo, cuando los empresarios y sus candidatos (como Velasco) “advierten” que caerá el crecimiento si se discuten las reformas –que son la base hasta de los países que inventaron el neoliberalismo–, como si esos indicadores y la inversión de las empresas se mandaran solos.
A veces pienso que, como en el cuento de Borges sobre Shih Huang Ti, lo que la derecha quiere es que la Historia parta con ellos, quemar los libros e inventarle al país una memoria con sus propias virtudes y valores. El Gobierno de Piñera destruyó el Censo, la CASEN, la FEP, y ahora su “mejor ministro” la CEP. Quemadas las estadísticas, inventemos la memoria. Muerta la CEP, viva la política.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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