martes, 26 de agosto de 2014

                            

La hoz y el martillo contra el movimiento estudiantil

El más comentado temor en las en las asambleas llegó a las redes sociales. Allí se amplifica con eco aquel murmuro culposo que se oye rebotar en los pasillos universitarios. Con el escándalo al que nos tienen acostumbrados, se difunde la coyuntura pre-catastrófica. Algunos ven el barco colapsar y dudan si llevar dentro del bote salvavidas sus tesis políticas, que pesadas, podrían hacer hundir a la embarcación personal. El movimiento estudiantil, actor que puso en jaque el consenso neoliberal, estaría yéndose bruscamente de bruces al suelo por no repetir la explosividad del 2011 y sólo quedaría salir arrancando para que la onda expansiva no te derrumbe.
A contrapelo de los pesimistas (a los que lamentablemente también hay que acostumbrarse), el 2014 ha sido el año en el que los estudiantes hemos mostrado que este nuevo siglo de marchas y reflexiones no ha sido en vano. Recordemos el huracán que gira desde La Moneda: la antigua Concertación, experta en contención y desarme del movimiento popular, sin duda ha soplado con más fuerza que la errática administración piñerista. A esta tormenta hemos resistido con masivas convocatorias a marchas, dejando de manifiesto la madurez que ha desarrollado la lucha estudiantil.
El escenario ya no es tan simple y podría confundir a un espectador despistado: las fuerzas neoliberales a las que nos enfrentamos se han reacomodado, probándose deslucidos disfraces progresistas que, sin cumplir su propósito, siguen dejando ver la piel oligárquica que cargan en sus apellidos. Por suerte ya no estamos los 90s, amados por la televisión, en dónde la palabra tecnocrática no encontraba resistencias. El ministro Eyzaguirre, traído de vuelta desde los más altos organismos internacionales del capitalismo, fue el bombero elegido por Bachelet para enfrentar en primera fila el fuego estudiantil. Su tendencia a la baja en la Adimark es una clara muestra de que el incendio es capaz de prender sustancias antes incombustibles, tal como la sonrisa presidencial, cuya desaprobación va en crecimiento sostenido, ya alzándose en un 36% en la entrega de Julio.
En ese contexto el movimiento estudiantil no deja seducirse por los cantos de sirena de la Nueva Mayoría. La masiva convocatoria del pasado jueves demuestra que, más que un estallido social, el 2011 fue el año en el que el incipiente movimiento popular marcó un punto de no retorno con respecto al despliegue de su política, cada día más fortalecida. Las contradicciones estructurales de la sociedad chilena, además de malestar, engendraron un actor social que se ha mostrado resistente frente a los otrora impensados y ahora tan interesados ofrecimientos de la clase político-empresarial. Los jóvenes seguimos ejerciendo el derecho a la democracia (despojado de legitimidad por el paradigma guzmaniano), copando las calles con una rebeldía, que no mediar catástrofe (o traición) histórica, está destinada a hacerse cargo del destino de nuestro bastardo país. En cuanto a las dirigencias, todo apunta a que el bloque de conducción (IA, UNE y FEL) se consolidará como tal, sabiendo mantener el conflicto abierto hasta que el escenario se muestre favorable para darle un verdadero golpe al empresariado.
Pero no todo es tan auspicioso. Si el consenso neoliberal presenta una fisura, el movimiento popular chileno también tiene la suya. La única posibilidad de iniciar un nuevo ciclo político en el que la clase empresarial se mantenga incólume y en el que, a su vez, la clase política se envista de una legitimidad extraviada, pasa por la acción del Partido Comunista. Con una patética falta de sentido histórico, han buscado por todos los medios tratar de incidir desde el seno de la Nueva Mayoría, pese a que han sido ninguneados en reiteradas ocasiones. ¿Qué trata de hacer un Colegio de Profesores comunista? ¿Qué haría una FECh comunista? La racionalidad es clara: intentar, por todos los medios, lograr acuerdos con la Nueva Mayoría, así consolidándose como la principal fuerza de izquierda en el país. A cambio, se anunciarían con grandilocuencia logros reivindicados como históricos, pero terriblemente mezquinos considerando las posibilidades que se han abierto.
Analicemos someramente lo que sucede dentro del conglomerado: la Democracia Cristiana sigue jugando su rol histórico, traicionando las luchas del pueblo en pos de defender ciertos ideales que coinciden plenamente con los jugosos réditos económicos que han logrado amasar en 25 años de buenos negocios al alero del Estado. Por su parte, el Partido Socialista se envuelve en una disputa de artificio entre el andradismo y el escalonismo, ambos representantes del gatopardismo, haciendo que el bloque PS-DC, totalmente hegemónico, presente una homogeneidad que quisiera la Alianza entre sus partidarios. A menos que se piense que el PPD y el PRSD (ambos de dudosa vocación progresista) puedan contrarrestar semejante dominio, el trazado de la cancha es claro.
De este modo, la tensión al programa defendida de manera arrogante por el PC, aparece como una apuesta sostenible en lo discursivo, pero inaplicable a la luz de la correlación de fuerzas que se ha mostrado. El movimiento estudiantil, por mucha presión que ejerza sobre el ejecutivo, no logrará permear aquellos equilibrios internos de manera decisiva, tal como sucedió el 2011 al no poder influir en la agonizante Concertación. La profunda separación entre lo social y lo político, expresada en la lejanía entre los partidos políticos y sus bases sociales, hace que en la práctica, las resoluciones internas de la Nueva Mayoría no sean más que otro de los mecanismos de contención democrática heredados de la dictadura.
Lamento afirmar que hoy apoyar al Partido Comunista significa dar un espacio a los mismos de siempre, para que hagan la misma política de siempre. Es dar la posibilidad de reeditar un nuevo consenso, desplazado mínimamente a la izquierda, en que el cierre del conflicto estudiantil será una nueva lápida para el movimiento popular chileno. Indudablemente los sectores neoliberales de la Nueva Mayoría tienen en ellos la principal arma para dañar al movimiento estudiantil. Un ejemplo elocuente es lo sucedido en el CONFECH del fin de semana, en el que las Juventudes Comunistas desplegaron toda su maquinaria para que el movimiento se mantuviera en el Plan de Participación orquestado por el gobierno, pese a que en la semana se confirmó que el ejecutivo ni siquiera estaba comprometido con terminar con la selección en los colegios subvencionados. ¿Cómo eso se traduce en un fortalecimiento de la educación pública? ¿Dónde está la tensión al programa? Preguntas que se olvidan a la luz del brillo de futuros escaños parlamentarios, seguramente ya prometidos por la Nueva Mayoría.
Episodios como el reciente revés de Gajardo en el Colegio de Profesores demuestran que la izquierda (no comunista) ha desarrollado importantes aprendizajes que le permitirán, en lo sucesivo, contrarrestar la soberbia y cortoplacista táctica del PC. Sólo la organización y la politización del tejido social son las que permitirán tensionar a los compañeros, para qué más allá de los discursos revolucionarios, desarrollen una práctica acorde.
Afortunadamente el movimiento estudiantil sigue contando con una amplia legitimidad que lo proyecta históricamente, favoreciendo que el partido no sea parte de un nuevo alzar de brazos de la clase política chilena. Por ahora sólo queda fortalecerlo, al margen de la Nueva Mayoría, para evitar así que el siempre multiforme capitalismo se oculte detrás de trajes rojos y nos ataque por la espalda con la hoz y el martillo.
Por Raimundo Echevarría Lara
En twitter:
@casichileno

FUENTE: EL CIUDADANO

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