domingo, 18 de enero de 2015

Ángela Jeria y Michelle Bachelet: A 40 años del día en que fueron secuestradas

18/01/2015 |
Por Mario López M.
El 10 de enero de 1975, apenas un año después del asesinato del General Fach Alberto Bachelet, su viuda y su hija, la actual Presidenta de Chile, fueron detenidas sin orden legal y trasladadas a Villa Grimaldi, por personas que no se identificaron. Fueron seis días en que vieron cara a cara la muerte, la tortura y lo peor del alma nacional.
Recuerda aquel día la madre de la presidenta, Ángela Jeria: "Me detuvieron en mi casa dos personas que no se identificaron y que me dijeron que querían hacerme algunas preguntas. Mi hija estaba ahí, así es que le pidieron a ella que también fuera... Después de la muerte de mi marido, yo me dediqué a sacar de Chile información de lo que estaba sucediendo con los oficiales y soldados que estaban presos en la cárcel".

Lo hacía convencida que "podía salvar la vida de mucha gente". Eso ya irritaba a la dictadura, pero sería otra circunstancia la que les arrastraría a vivir el secuestro y posterior privación de libertad. Un día detuvieron a una muchacha, María Eugenia Ruiz-Tagle, que era militante del MIR, ella, entre los apremios, dio los nombres de Ángela y Michelle. "Entonces me arrestaron a mí como colaboradora del MIR..." rememora la señora Ángela Jeria.

¡Encerrada en un cajón!

Estuvo más de once horas con la vista cubierta con su propio pañuelo de seda, lo que impedía ver del todo, estaba amarrada a una silla. "Me careaban con gente del MIR que venían recién saliendo de la tortura eléctrica y si yo no contestaba las preguntas, me daban golpes en los riñones con sus armas... Pasado ese lapso, me llevaron a golpes, siempre con la vista cubierta, a otro lugar, mientras me iban diciendo cosas como "Sal de ahí que hay un arroyo, muévete para acá que hay un obstáculo... A mi marido le habían hecho lo mismo y nada era verdad, así es que les dije que no iba a agacharme, ni a saltar, ni nada".

Digna, Ángela Jeria sufrió las consecuencias de rebelarse: "Entonces el tipo me dio un empujón y rodé por el suelo, pero no había conseguido lo que quería... Llegamos al lugar donde iban a interrogarme y me sentaron de nuevo en una silla... Fue un interrogatorio muy largo, en el que me preguntaban por personas que, según ellos, integraban el grupo de 'ayudistas' del MIR (...) Al final, mi interrogador me hizo levantarme y empezó a caminar conmigo para que yo le hablara del Partido Socialista y le entregara a la gente del PS que yo conocía" En algún momento el torturador pretendió sobrepasarse "Estás buena, abuela, me decía. Yo seguía con las manos amarradas. Fue algo muy desagradable: 'No se degrade, capitán', le dije, y eso lo hizo reaccionar".

Luego vinieron momentos en que quienes fueron sus compañeras de cautiverio, recuerdan con orgullo: "A Ángela Jeria, la acusaban de tener un rol político, porque el mismo Moren Brito (en Punta Peuco), gritaba de manera destemplada que ella tenía contacto con extremistas y habría entregado información militar al MIR, por ejemplo. Allí Ángela Jeria hizo demostración de una tremenda valentía pues con tono firme e incluso alzando la voz aseguraba que no era ninguna traidora, que era la esposa de un general de la República que los captores habían cruelmente asesinado", recuerda emocionada Lucrecia Brito, actual vicepresidenta del Memorial Villa Grimaldi a Cambio21.

"Su fuerza fue nuestra fuerza"

Esa defensa de su posición implicó el castigo que fue aislarla. "Eso sucedió por defender con mucho arrojo y valentía su posición, incluso hablando más fuerte que el mismo Moren Brito, lo que lo irritó. Esa conducta llena de dignidad a las demás prisioneras nos infundió mucho ánimo. Estos criminales en los interrogatorios no eran ‘suavecitos', eran comunes las aplicaciones de apremios, algunos más violentos e incluso inmorales que otros", relata Lucrecia Brito.

Al no conseguir la información que pretendían, los aprehensores buscaron que Ángela Jeria colaborara: "me llevaron a una sala donde algunos de ellos miraban televisión. Allí estaba aquella niña del MIR que colaboraba con la Dina, la 'Flaca Alejandra'... Ellos trataron de demostrarme que esas chicas que colaboraban recibían buen trato. Pero yo me desentendí. Entonces el tipo se encolerizó, tomó un revólver, salió al patio y se puso a disparar al aire como un loco 'Esos son los ratones que hay que dispararles porque se vienen encima y se van a ir a meter a la pieza donde la vamos a ir a dejar a usted si no habla... ', vociferaba".

La pieza a que se refería era un cajón, estrecho, insalubre, sin ventilación ni luz, "con una puerta que se abría y cerraba por fuera y en que a uno la obligaban a estar siempre con la vista cubierta. Cuando entré allí me dije que debía dormir. La frazada olía a sangre, a vómito, a orina. Pero me metí debajo de ella y dormí, porque pensé que al día siguiente la cosa iba a ser espantosa", recuerda la madre de la presidenta.

Cara a cara con Manuel Contreras

En realidad los días pasaron sin que fuera sacada de ese lugar. Tres días pasaron, en que el único contacto con la vida eran los lamentos y gritos de quienes eran torturados y la construcción de nuevos cajones de aislamiento. "Cuando me sacaron, me condujeron a una bodega donde torturaban: allí repartían la comida; había un water, aunque sin agua, así que el lugar era muy fétido... A través de las rendijas de las paredes de tabla de la bodega pude ver las cosas más horribles...", rememora Ángela Jeria.

La próxima vez que salió de ese lugar de encierro, vivió una particular experiencia: "apareció el coronel Contreras Sepúlveda. Yo no lo reconocí, porque me impresionó su mala facha: un hombre gordo, bajo, moreno, pelo liso y facciones achinadas. Él y los hombres que lo rodeaban no se dieron cuenta que yo estaba en esa bodega y que podía escucharlos. Los tipos le daban cuenta de mí y de mi hija; le decían que nosotras éramos unos gatos. Tiempo después, observando una foto en relación con el Caso Letelier, me di cuenta de que aquel hombre había sido Contreras...", evoca.

"Con Michelle y su madre estuvimos presas en Villa Grimaldi y luego nos encontramos en Cuatro Álamos, donde te llevaban para que te recuperaras de las torturas y malos tratos, que eran graves como la aplicación de la 'arrilla' e incluso por razones higiénicas, en que no te dejaban ni siquiera asearte o dormir, como una manera de degradación", asegura la compañera de prisión, Lucrecia Brito.

Michelle se preocupaba de todas

La vida en ese lugar era un calvario, señala Lucrecia: "Ya el solo hecho de escuchar las torturas de los demás prisioneros era una especie de tortura sicológica que nos afectaba a todos, pues estábamos ubicadas frente al recinto donde las practicaban. Además, para la presidenta la tortura fue doble, pues la separaron de su madre, que fue a quien más apremiaron, la mantenían aislada en una pieza cercana al lugar de torturas".

"El apremio sicológico que les aplicaron fue tremendo pues amenazaban a una que iban a hacer desaparecer a la otra, además no podían saber, al escuchar gritos y lamentos, si era su familiar quien los padecía. Eso no se lo doy a nadie", afirma Brito.

"Recuerdo cuando Michelle entró a la pieza en que estábamos confinadas, lo hizo a trastabillones. Generalmente no presenciábamos las torturas que aplicaban a otros, a menos de ser familiares, así que no podría describir las que le hicieron, pero siempre eran violentos. En todo caso no la trataron con guantes de seda. En Villa Grimaldi aplicaban eso sí tipos de torturas distintas a las sexuales de la Venda Sexy, por ejemplo, en que era la característica del lugar las violaciones a hombres y mujeres. Aquí, si bien hubo atentados sexuales a algunas presas, los equipos, experimentos y métodos eran distintos", ratifica.

"Su abrazo nos reconfortaba"

Les hacían perder el sentido y la noción del tiempo y del espacio, nadie se escaba de estar vendado, de escuchar torturas día y noche, "fue terrible y Michelle siempre estuvo llana a atender, como médico y persona, a quienes volvían de las torturas, más allá de cómo estaba ella. Sabía escuchar, aplicar los pocos medios de curación que había, te apoyaba, te reconfortaba, nos apoyaba a todas más allá de preocuparse por ella misma. Y eso era todos los días", reconoce quien fuera compañera de tormentos de Bachelet.

"En oportunidades -continúa-, un abrazo o un gesto de cariño nos levantaba entre tanta desgracia. Incluso alguna canción nos reconfortaba, aunque si nos escuchaban nos castigaban. Intentábamos siempre saber quiénes éramos las que allí estábamos, para que quienes pudieran salir en libertad denunciaran las detenciones ilegales. En muchos casos las familias ni sabían dónde nos tenían. De hecho, Michelle y Ángela, apenas recuperaron su libertad, fueron de inmediato a declarar y dieron los nombres de quienes seguían encarceladas ilegalmente, para que se dispusiera socorro y protección que evitara más desapariciones violentas", valora Lucrecia Brito.

"Sobre todo ambas fueron vitales en la lucha en la defensa de las embarazadas o aquellas que cayeron con sus hijos pequeños. Yo estaba embarazada y sé de su esfuerzo por apoyarnos. Algunos salían tan traumados o afectados que lo único que querían era recuperar sus vidas y olvidarse de este capítulo horroroso por el que habían pasado. Ese no fue el caso de Michelle Bachelet y Ángela Jeria, su madre, que se la jugaron por los que quedamos en poder de la dictadura", relata la sobreviviente.

Asesinado por ayudar

En Villa Grimaldi se ufanaban de tener énfasis en la tortura sicológica, pues allí estaba el "sicólogo" Osvaldo Pincetti. Eran eternas sesiones de apremios en ese sentido que desde luego mezclaban con maltrato físico. "Allí no había ni noche ni día, te sacaban a cualquier hora para interrogarte, buscaban desmoronarte de cualquier manera. Era una forma sistemática de destruir. Nadie de los aprehensores escapaba de aplicar distintas maneras de tormento, quizás los que solo eran carceleros a veces intentaban tratar mejor, pero algunos de quienes lo hicieron, pagaron con su vida, como ‘Mauro' (Carlos Carrasco Matus) asesinado por ‘confraternizar' con los detenidos", concluye Lucrecia.

Las presiones ejercidas por la Fach, según ha reconocido Ángela Jeria, ayudaron a que el trato no fuera tan cruel, como el vivido por muchos otros prisioneros. Eso evitó causarles más dolor. Uno de los más brutales torturadores en dicho lugar fue Marcelo Moren Brito. Igual conducta mantuvo allí Krassnoff Martchenko. Memorable fue cuando Ángela Jeria los encaró frente a las torturas que aplicaban a los detenidos: "Cómo pueden cometer estas tropelías con seres humanos que podrían ser sus hijos".

¡Siento lástima de usted!

Muchos años más tarde, la madre de la presidenta tendría una horrible experiencia. Marcelo Moren Brito, el mismo que fue su carcelero y que fuera torturador en Villa Grimaldi, vivía en su mismo edificio y se lo encontró en muchas oportunidades en el estacionamiento y ascensor. Un día ya no soportó más y le espetó: "Yo tengo que hablar algún día con usted... ¿Ah sí? ¿Por qué sería?", respondió Moren Brito, "porque nos conocimos hace muchos años", le señaló Ángela Jeria. "¿Dónde?", fue la pregunta de Moren Brito... "En Villa Grimaldi", recibió como respuesta. El ex agente, luego de golpearse la frente en señal de hastío, se escabulló rápidamente.

Días después, nuevamente se encontrarían. "No lo odio, más bien siento lástima de usted", le dijo Jeria a Moren Brito, representándole lo que había hecho. El frío torturador y quien se ufanaba de ser un fiero agente, se quebró y se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Arrepentimiento? ¿Vergüenza? ¿Miedo? Moren Brito, el criminal de la Caravana de la Muerte, quien ocupara la Universidad Técnica del Estado, donde fuera apresado y luego ejecutado Víctor Jara, torturador en Villa Grimaldi, hoy está preso en Punta Peuco.

Ángela Jeria y su hija fueron deportadas el 1 de febrero de 1975 a Australia. Su paso por Arrieta 8200, Villa Grimaldi, marcó a quienes fueron habitantes obligados en dicho lugar.


FUENTE: CAMBIO 21

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