miércoles, 13 de noviembre de 2013

Criterios, nombres y disputas de cargos en el futuro gobierno de Bachelet:

Temporada de “cuchillos largos” a la vuelta de la esquina en la Nueva Mayoría

La candidata no deja espacio de duda de que para ella el sector más relevante de la coalición es “su entorno”, son sus “chicos y chicas”, y que claramente “no confía” en los que considera “los enterradores” de la Concertación. Este escenario sí o sí generará consecuencias, que –dicen– será un reordenamiento no menor de las lógicas de poder y fuerzas internas en la coalición, que incidirá en el llamado “partido del orden”, ese que se inclina a definiciones más conservadoras y que garantiza el statu quo del sistema.
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Fue comentario ese domingo 27 de octubre en el Teatro Huemul, cuando Michelle Bachelet dio a conocer su programa de gobierno. Abundaron los codazos, los esfuerzos por tratar de aparecer en “la foto” y medio en broma, medio en serio, se dice que ese día en las primeras filas estaban instalados todos los aspirantes a ministros, subsecretarios y embajadores para el próximo gobierno, que, de la cuarta hilera para atrás, quedaron los que califican para Directores de Servicio, Seremi, uno que otro postulante a intendente, gobernador, y que no faltó el que “estratégicamente” se puso justo en la salida para ser visto casualmente por la candidata mientras abandonaba el lugar y quedar así en su retina.
La escena no es más que la antesala de la pugna por los cargos de poder que se desatará una vez que Bachelet gane nuevamente la elección presidencial. El cuándo casi da lo mismo, porque ya sea la noche de este domingo 17 o en la segunda vuelta de diciembre, está claro que –advierten en la coalición– la temporada de “cuchillos largos” se desatará sin pudor: “Entre noviembre y marzo se viene una larga noche, el festival del codazo, muchos tratarán de mostrarse para decir que están ahí disponibles”, confidencia un alto dirigente del conglomerado.
Es que cuentan que hay muchos nerviosos en la Nueva Mayoría, porque las cosas cambiaron bastante en relación a lo que fue cuando Bachelet fuera elegida para su primer gobierno. La tónica en ese tiempo fue la inexperiencia, pero hoy –confiesan desde los partidos– el comando presidencial de Avenida Italia, en el que está el núcleo de confianza de la candidata, hace rato que actúa como “un pregobierno”, que cuando alguien de ahí llama, añaden, lo hace más “como futuro ministro”.
Son varias las voces que coinciden en que será Bachelet y nadie más la que resuelva quién es quién en su futuro gabinete. Y la candidata tiene un estilo –fortalecido tras su regreso a Chile– que no deja de sacar ronchas en los partidos, porque los deja bastante al margen: exige lealtad absoluta y maneja el “secretismo” de las decisiones con información compartimentada, no soporta las filtraciones y menos las agendas personales en su entorno que privilegien otros intereses.
  No compiten al Congreso, pero sí están en el comando y se comenta que hay una disputa no menor entre los PS Ricardo Solari y el vocero de la campaña, Álvaro Elizalde. Que el primero –agregan– aspira a ser “el José Miguel Insulza” del segundo gobierno de Bachelet, aludiendo al “pánzer” que tuvo Ricardo Lagos en su mandato, y que el segundo tiene expectativas de que lo dejen en alguna cartera del comité político de La Moneda, que es donde se toman las decisiones.

Por lo mismo, se advierte desde ya en la coalición que la apuesta de Bachelet será tratar de instalar la lógica del partido transversal, una similar a la que usó Patricio Aylwin al inicio de la transición, donde “el eje sea la disciplina y lealtad a la Presidenta y no al partido” del que vengan los integrantes del gabinete. Es que en su entorno reconocen que la abanderada tiene plena conciencia de que no puede reincidir en ciertos errores, como el exceso de ajustes ministeriales tratando de encontrar un “tono” adecuado para gobernar, porque las presiones de sectores de la Concertación para repartirse las cuotas de poder influyeron drásticamente en el orden que tuvieron las piezas al final.
El mejor y más recurrente ejemplo de eso es lo que sucedió ese verano del 2006 con la definición del entonces ministro del Interior. La DC fue tajante y se aferró, sin transar, en quedarse con esa cartera, creyendo que desde ahí mantendría el hilo conductor del poder en la Concertación y el gobierno; a Bachelet no le quedó otra que nombrar a Andrés Zaldívar en ese cargo –siendo que siempre se le consideró perfecto para la Segpres por sus contactos con el Congreso–, donde nunca se le vio cómodo, no funcionó, y a los cuatro meses salió, para ser nombrado en su reemplazo Belisario Velasco.
La entonces Presidenta nombró al histórico DC en Interior, porque el partido no cedía ni un ápice en su tesis, pero Velasco enfrentó pugnas de poder de grueso calibre, no logró instalarse como el verdadero conductor político del gabinete y, un año y medio después, también salió del gobierno. En cuatro años esa cartera tuvo tres ministros, lista que se cerró con la llegada de Edmundo Pérez Yoma, y en la DC reconocen el “error garrafal” que cometieron en esa ocasión, lo que llaman el “Síndrome Belisario”, una equivocación que, aseguran, tienen decidido no cometer nuevamente.
Si bien no será fácil para Bachelet el gallito para afinar un gabinete y sortear las pugnas de poder, en la misma coalición están conscientes de que ella tendrá un gran margen de maniobra, de independencia, más que el 2006, para elegir a quien quiera y ponerlo donde quiera. Las cifras hablan por sí solas y avalan esa tesis, porque ella cuenta –y lo sabe– con una inmensa brecha de aprobación a su favor que dobla al que en las encuestas obtiene la Concertación (20%) y la ahora Nueva Mayoría (30%): “La gente la quiere a ella, pero no a muchos de los que la rodean”, agrega un dirigente del sector.
Con estos antecedentes, agregan, aquellos nerviosos de “quedar fuera de la foto y la repartija” tienen razones de sobra para estarlo, especialmente si además la candidata no deja espacio de duda de que para ella el sector más relevante de la coalición es “su entorno”, son sus “chicos y chicas”, y que claramente “no confía” en los que considera “los enterradores” de la Concertación. Este escenario sí o sí generará consecuencias, que –dicen– será un reordenamiento no menor de las lógicas de poder y fuerzas internas en la coalición, que incidirá en el llamado “partido del orden”, ese que se inclina a definiciones más conservadoras y que garantiza el statu quo del sistema.

La trenza en retirada

Algunas señales ya se evidencian. Por mucho más de una década, el llamado eje “Mapu-Martínez” dominó y gobernó, desde la primera fila o en las sombras, a la Concertación, las bancadas parlamentarias y el gobierno. Una alianza estratégica que debutó al principio de la transición entre sectores del PS, varios que venían del desaparecido Mapu y un ala de la DC, liderada por el ex presidente y ex diputado Gutenberg Martínez.
Tenían poder, lo administraban, ocupaban los ministerios clave, estaban en las directivas de los partidos y el Congreso, lugares desde los cuales imponían decisiones y sus visiones de cómo conducir el gobierno y la coalición. Un ejemplo, fue Martínez –aseguran en la DC– quien impuso el 2006 la tesis de aferrarse al Ministerio del Interior, para precisamente tratar de conservar el manejo de los hilos de La Moneda.
Pero en la Nueva Mayoría son coincidentes quienes dicen que hoy esa trenza de poder “está claramente en retirada” y bien de “capa caída”. Destacan que muchos de sus exponentes más conocidos “ya no tienen poder directo y cuando actúan tratan de hacerlo a través de otros”, porque casi no hay ninguno en las directivas de los partidos, las jefaturas de las bancadas, ya que hay un factor generacional también, dicen, que los ha jubilado obligadamente.
En la propia DC sentencian que Martínez “ya no tiene el peso que ostentaba antes”, que incluso se evita “consultarlo” y que en el partido representa “un dato, pero ya no es sinónimo de poder”.
Aún tiene exponentes, sí, están en el partido del orden, sí, pero también la mayoría ha constatado una premisa que se expande por la Nueva Mayoría: el conglomerado y Bachelet tienen dos opciones los próximos cuatro años, mantener nuevamente el statu quo en sus líneas fundamentales –como fue en los veinte años anteriores que gobernaron– o lisa y llanamente jugarse por cambiar cosas, pero en la lógica de la gradualidad. Hay conciencia, aseguran, de Bachelet para abajo, que la tensión de la presión ciudadana y sus demandas de cambio no resisten los próximos cuatro años sin cambios, que no hacerlos sería “un error garrafal”.
Todos estos son criterios que –afirman– barajará Bachelet, después de consolidar su triunfo en las urnas y que influirán entonces en decisiones tales como si Jorge Burgos (DC) se va a Interior, Relaciones Exteriores o Justicia. Que si una de las voceras del comando, Javiera Blanco, es mejor cara en alguna de esas carteras, porque es independiente filo DC, da una señal de moderación y aporta redes por contar con la cercanía a Agustín Edwards y El Mercurio, luego de años en Paz Ciudadana.
Que si bien se ha dicho mil veces que después de la elección el Partido Comunista resolverá si se incorpora al gobierno y, más allá de algunas pataletas públicas de un sector de la DC ante esa opción, se da por hecho que serán considerados para un ministerio, un par de subsecretarias, algunas intendencias y gobernaciones.

El factor Escalona

Las parlamentarias también serán determinantes en estas definiciones, tanto el saber con qué fuerza real de votos contará Bachelet en el Congreso para aprobar las reformas anunciadas, como un detalle no menor: quiénes quedarán en el camino por la derrota y sean incluidos al gabinete.
Así, se dice que a Bachelet le interesa mucho que su otrora factótum Camilo Escalona (PS) no se pierda el domingo, se mantenga en el Senado y gane su escaño en la VIII Región Costa, porque –agregan–  sabe que su presencia en la Cámara Alta le garantiza un “articulador” de las bancadas de la Nueva Mayoría y un negociador con la derecha para sacar adelante los proyectos de ley de La Moneda.
En la Nueva Mayoría y en el PS –reconocen– también están muy atentos e interesados en que Escalona no sufra una derrota electoral, porque, de lo contrario, será un factor extra de tensión, pues para muchos se deberá considerar en ese caso su presencia en el gabinete, dado su histórico vínculo con Bachelet. Eso inquieta a algunos, dicen, a quienes les gustaría convertirse en “el” socialista de La Moneda.
Ese mismo criterio rige para el diputado PS Carlos Montes, que postula como senador por Santiago Oriente, junto con la DC Soledad Alvear. Si Montes no logra mantenerse en el Congreso, se sabe que es considerado y visto como posible Ministro de la Segpres, dada su experiencia y manejo con el mundo parlamentario.
No compiten al Congreso, pero sí están en el comando y se comenta que hay una disputa no menor entre los PS Ricardo Solari y el vocero de la campaña, Álvaro Elizalde. Que el primero –agregan– aspira a ser “el José Miguel Insulza” del segundo gobierno de Bachelet, aludiendo al “pánzer” que tuvo Ricardo Lagos en su mandato, y que el segundo tiene expectativas de que lo dejen en alguna cartera del comité político de La Moneda, que es donde se toman las decisiones.
Que parte de la disputa entre ambos tiene su razón de ser en conflictos por el liderazgo del tercerismo, tendencia del PS en la que ambos participan y que, en la pole position, Elizalde estaría mejor ubicado, ya que si bien tuvo un debut complejo en el comando, se le reconoce que “aprendió a la perfección a tomarle el pulso a Bachelet”, lo que implica –afirman– que “no hace nada sin consultarle a ella” y que da pruebas de que “su única jefa es la candidata”.
 
FUENTE: EL MOSTRADOR

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