La marcha del viernes se inició en un ambiente de alegría y entusiasmo, éramos miles de personas caminando, saludando a los conocidos con que nos encontrábamos y cantando consignas en contra de las represas. Las personas que iban: algunos niños, adolescentes, universitarios, jóvenes y adultos que llegaban hasta los cincuenta o sesenta años. Hasta el GAM, pese a la amenazante presencia de carros de fuerzas especiales, todo era positivo y pacífico. En Portugal no se podía continuar porque la calle estaba cortada, la reacción de los miles de ciudadanos que allí estábamos fue esperar, cantar, aplaudir, el ambiente seguía siendo de fiesta, familias enteras apoyando esta manifestación ciudadana.
Cerca de las nueve de la noche comenzaron los primeros guanacos a tirar esa agua infecta sobre las personas que allí estábamos. No hubo reacción violenta, salvo canciones alusivas al actuar de la policía, las primeras velas que comenzaron a prenderse y el acto de una importante cantidad de ciudadanos de sentarse en la calle. Pocos minutos después, lo que era un hermoso encuentro masivo se convirtió una suerte de campo de batalla, los carros irrumpieron, nos lanzaron gases lacrimógenos, el aire resultaba irrespirable, no había vías de escape, surtió el temor entre los que allí estábamos, nos tuvimos que tirar al suelo, acurrucados tratando de respirar en un ambiente imposible. Éramos seis personas, cuatro mujeres y dos hombres, armamos una fila tomándonos de las manos y con suerte logramos llegar a calles laterales, pero allí nuevamente aparecieron carros tirando lacrimógenas. Esta segunda ola fue más fuerte que la primera, nos vimos en el piso, vomitando, con ahogos. Nosotros descartamos la idea de seguir a la Moneda.
Sin los actos represivos, sin la violencia de la que fuimos víctimas, podríamos haber tenido un bello acto ciudadano, con más de treinta mil personas caminando tranquilamente hacia el palacio de gobierno, hubiésemos cantado, prendido velas y vuelto a nuestras casas. Si hubo actos de violencia de los participantes puedo entenderlo (no justificarlo), pero la violencia llama e invita a la violencia. ¿Qué hubiese podido decir el gobierno si nos hubiésemos manifestado sin ningún incidente? ¿Por qué en nuestro país eso no es posible?.
Parece que el gobierno olvida algo básico, que la política es ante todo el arte del diálogo y la tolerancia. El abuso inicuo e impolítico que vivimos ayer excede el tema de las hidroeléctricas. Es una lástima constatar que palabras como: “Seré el presidente de todos los chilenos” sea un slogan de campaña, que en la práctica puede leerse como: seré el presidente de todos los que piensen como yo, al resto les tiraré lacrimógenas y los trataré como enemigos. Es perverso que las fuerzas especiales de carabineros jueguen a la guerra contra miles de personas que simplemente teníamos deseo de manifestar una opinión adversa.
Voy a hacer el gesto de creer que no hay intereses económicos de por medio, que sinceramente la hidroeléctrica se ve como el mejor camino para los problemas energéticos, ¿Por qué no pueden tolerar que otras personas puedan manifestar su disidencia? Un proyecto como este va a cambiar el paisaje de Chile para siempre y no solo los ríos, sino un cableado que va atravesar todo el sur, para alimentar las minas del norte. Creo que encrucijadas como estas, debieran poder dirimirlas los habitantes de este país, no diez u once funcionarios que acogen la línea partidista. Un proyecto como este debiera ser llevado a plebiscito, permitir que la ciudadanía se manifieste en las urnas. Si el biministro Golborne tiene el desparpajo de llamarnos desinformados, pues que abra verdaderos espacios de diálogo, no donde unos manden y los otros acaten, que permita evaluar diversas alternativas con sus costos y beneficios. Y, luego, sea la ciudadanía quien decida. ¿Es acaso demasiado ambicioso aspirar a algo como esto?. 

FUENTE:CIPER CHILE