miércoles, 25 de abril de 2012

Chacabuco, la prisión que floreció en el desierto


DIRIGENTES de la Corporación Chacabuco:
Guillermo Orrego, presidente y Hugo Valenzuela, tesorero.
Atrás, Ernesto Parra, secretario, y Jorge Montealegre, vicepresidente
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Autor: OSVALDO ZAMORANO SILVA
Bajo el sol abrasador del desierto de Atacama -y el penetrante frío de la noche-, se yergue silenciosa y polvorienta la antigua oficina salitrera Chacabuco. Durante el gobierno del presidente Salvador Allende, en julio de 1971, fue declarada Monumento Nacional. Nadie imaginaba que en 1973 se convertiría en un campo de prisioneros políticos.
A cien kilómetros del puerto de Antofagasta, con una extensión de casi 36 hectáreas, la antigua oficina salitrera se transformó -entre noviembre de 1973 y abril de 1975- en prisión para obreros, campesinos, intelectuales, dirigentes políticos, profesores, estudiantes, artistas, médicos, periodistas. En fin, de todo el espectro social que apoyó al gobierno de la Unidad Popular.
El 10 de noviembre de 2013 se cumplirán 40 años de la apertura del campo de concentración de Chacabuco. Más de tres mil chilenos pasaron por ese lugar. Los sobrevivientes han creado la Corporación Memoria Campo Prisioneros Políticos Chacabuco, que promueve la realización de un gran acto conmemorativo a fines del próximo año en el lugar donde vivieron como “prisioneros de guerra”.
La Corporación Chacabuco (dotada de personalidad jurídica N°597) busca recuperar la historia de lo que sucedió. “En este gobierno existe la intención de minimizar todo lo que tenga que ver con la dictadura. Sin embargo, nosotros queremos que el campo de prisioneros de Chacabuco tenga mayor realce en el recuerdo, que las nuevas generaciones puedan conocer el significado de ese lugar y lo que allí ocurrió”, aseguran los directivos de la institución, Guillermo Orrego, presidente; Jorge Montealegre, vicepresidente; Hugo Valenzuela, tesorero; Ernesto Parra, secretario y Manuel Rojas, director. La secretaria es Ruth Vuskovic Céspedes, cuyo esposo, Luis Corvalán Castillo, estuvo preso en Chacabuco y murió en Bulgaria a consecuencia de las torturas que sufrió por ser hijo del secretario general del PC.
LINEAS DE TRABAJO
Respecto del programa de trabajo de la Corporación, su presidente, Guillermo Orrego Valdebenito -que era un joven dibujante técnico y militante comunista cuando llegó a Chacabuco-, expresa que “en lo inmediato, queremos conmemorar los 40 años del golpe de Estado que convirtió a Chacabuco en uno de los campos de prisioneros más grandes del país. Lo haremos in situ; estamos haciendo los contactos necesarios para que ese acto resulte bien. Esta actividad tendría una parte cultural: concursos de literatura, de ensayo, canciones, etc.”.
Jorge Montealegre Iturra, escritor y poeta, explica que el estatus legal de Chacabuco como Monumento Nacional no se ha perdido. “Los esfuerzos por restaurar al menos una parte del campo de prisioneros, se han mantenido aunque no en forma continua. En Chacabuco coexisten distintas historias: la de los trabajadores del salitre, la historia de los presos políticos de la dictadura y la posterior depredación del lugar”.
Montealegre destaca que en Chacabuco los presos desarrollaron una actividad cultural muy importante. “Parte de nuestra preocupación es registrar lo que allí se hizo en música, plástica, poesía, artesanía… Hay mucho de todo eso y queremos hacer una muestra retrospectiva en el lugar. Hoy Chacabuco es un monumento abandonado en el desierto. Nosotros queremos conservarlo, restaurarlo… Al menos un sector, donde reproducir la época de las salitreras y cómo vivían los presos políticos de la dictadura”.
Los dirigentes de la Corporación reiteran que su objetivo es resaltar la historia de Chacabuco con sus dolores y desafíos. Que no se olvide lo que ocurrió en el lugar. “También tenemos mucho orgullo de cómo los prisioneros enfrentamos la adversidad. Nos interesa reivindicarlo”, subraya Guillermo Orrego. Añade que “además de preparar la vuelta a Chacabuco el próximo año, pretendemos apoyar la reconstrucción del poblado. Tenemos también reivindicaciones políticas que se pueden hacer en Santiago. Por ejemplo, pedir a las municipalidades de Pudahuel y Lo Prado el cambio de nombre de la Avenida General Oscar Bonilla (ex ministro del Interior de la dictadura). Bonilla visitó Chacabuco y amenazó a los prisioneros. Fue un símbolo del maltrato. Nos ofende que la avenida por la que se llega a Santiago lleve el nombre de una persona que no tiene legitimidad ni mérito para este homenaje”.
CHACABUCO POR DENTRO
La oficina Chacabuco fue uno de los principales centros productores de salitre cuando los capitales ingleses fueron dueños de los yacimientos del norte de Chile. Como campo de prisioneros estuvo en funcionamiento entre noviembre de 1973 y abril de 1975, bajo el control de la 1a División del ejército, con sede en Antofagasta. También cumplían labores de vigilancia en el campo oficiales y personal de la Fuerza Aérea y Carabineros.
Era un campo destinado a prisioneros que procedían de distintas ciudades del norte, de Santiago, Valparaíso y Concepción. La mayoría procedía del Estadio Nacional, en la capital. Ellos fueron trasladados a Antofagasta en las bodegas del buque salitrero Andalién y desde allí, en tren y camiones a Chacabuco. El sector habilitado para los prisioneros se encontraba rodeado por alambradas y torres de vigilancia, y el terreno estaba minado. A veces perros vagos hacían explotar las minas, volando despedazados.
El sector alambrado, donde vivían los prisioneros, tenía más o menos seis cuadras de largo y tres de ancho. Todas eran antiguas casas pareadas, de adobes y techo de calamina, que fueron las viviendas de los obreros salitreros. “Cuando llegamos ninguna casa tenía puerta ni ventanas. En su lugar les habían clavado arpilleras, de sacos de café brasileño. Las camas eran camarotes de tres pisos. Se improvisaron dos grandes letrinas con duchas y lavatorios. Había un comedor común y hasta julio de 1974 no se tuvo luz eléctrica”, dicen los ex prisioneros.
En Chacabuco los prisioneros se organizaron por casas y pabellones de viviendas. La autoridad máxima fue el Consejo de Ancianos. “Cada pabellón de casas elegía un jefe y éstos pasaban a integrar el Consejo de Ancianos, que a su vez elegía su presidente que, en definitiva, era el representante de todos los prisioneros ante los militares”, relata Hugo Valenzuela.
“La vida se hizo más llevadera cuando el Consejo de Ancianos creó una posta médica, asistencia judicial y social, una ‘universidad popular’, un departamento de cultura, una pulpería, etc.”, dicen los dirigentes de la Corporación.
El presidente del Consejo de Ancianos se encargaba de transmitir las inquietudes y peticiones de los presos a los militares que custodiaban el campo. Se autorizó un show dominical, campeonatos de fútbol y exposiciones de artesanía, charlas científicas y culturales, etc.
CULTURA EN LA PRISION
Las múltiples actividades en Chacabuco “nacieron de la necesidad de reír, de reencontrarse con la realidad, de lograr cierta tranquilidad espiritual, porque vivíamos una pesadilla, el ambiente era muy tenso”, recuerda Hugo Valenzuela Vidal. Agrega “un día dos compañeros comenzaron a contar chistes y se pusieron el nombre de ‘Ño Pampa y su hijo Caliche’. A los pocos días se les agotó el repertorio y les dije por qué no escribíamos un libreto, e invitamos a otros compañeros para hacer presentaciones. Así nació el show dominical. Participaban más de cincuenta personas en la producción y nuestro público eran los presos políticos... un público cautivo. Pero además asistían oficiales de guardia, el capellán militar y algunos soldados”.
Ernesto Parra Navarrete subraya que estos espectáculos se hacían sobre la base de la contingencia y de lo que ocurría en el campo de prisioneros. “Se hicieron concursos literarios y de poesía. Destacaba un conjunto musical que dirigía Angel Parra. Se rescataron canciones con contenido político y social, se presentó La pasión según San Juan, una cantata que se refería a la prisión y la tortura. Surgieron grupos musicales, comediantes, recitadores, etc.”.
En el show dominical en primera fila estaban los oficiales militares y nuestros dirigentes del Consejo de Ancianos. Por supuesto, cuando los milicos se daban cuenta que los chistes tenían doble sentido, nos llamaban la atención. Se instauró la censura y el jueves teníamos que entregar a las autoridades del campo el libreto del show, pero el domingo nunca decíamos lo mismo del libreto. Tuvimos un conjunto teatral: actuaban compañeros con mucha experiencia y pusieron en escena diversas obras. También había talleres de pintura, tallados en madera, piedra ónix, metales, etc.”.
Los directivos de la Corporación Memoria Chacabuco(*) esperan que las actividades que realicen “apunten a recordar que el golpe de Estado fue un hecho sangriento; que a 40 años, los ex presos de Chacabuco siguen con el mismo sueño que se truncó hace 40 años, porque está vigente”. Un país sin memoria no tiene futuro, dicen los directivos de la Corporación Memoria Campo Prisioneros Políticos Chacabuco.
(*) Para contactar a la Corporación escribir a: gorrego@hyo.cl

El Consejo de Ancianos
El primer presidente del Consejo de Ancianos de Chacabuco fue el médico Mariano Requena. Había sido subdirector del Servicio Nacional de Salud durante el gobierno del presidente Allende. Otros presidentes fueron el periodista Manuel Cabieses, el socialista Luis Alvarado, el ex GAP Hernán Medina, Francisco Díaz, Adrián Vásquez y el abogado y poeta Héctor Benavides, entre otros.
El Consejo lo componían los jefes de pabellones que agrupaban las casas de Chacabuco.
La elección democrática nacía en la base. Los jefes de casas elegían al jefe de pabellón y el conjunto de éstos, al presidente del Consejo

Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 754, 30 de marzo, 2012)

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