sábado, 21 de abril de 2012

Apuntes sobre el malestar: Política y Juventud

Posted in: Jóvenes, Política, Sociedad
“Todo ocaso ofrece una ocasión”
(Cartel en las manifestaciones de la Plaza Sol de Madrid).
Juan Enrique Vega*
El presente texto ha sido elaborado desde una perspectiva que busca plantear algunas preguntas a una visión estratégica-prospectiva sobre Chile. Si bien sus afirmaciones y reflexiones pueden ser válidas para cualquier realidad contemporánea,  la intencionalidad inicial es clara y definida: ayudar a caracterizar ¿dentro de que contexto sería posible instalar la discusión  sobre la existencia de una supuesta brecha  generacional entre la generación de los 60-70, que ha dirigido, desde distintas  posiciones al país hasta hoy día y las llamadas generaciones del  90, 2000 y 2010? Por cierto, este tema específico que merecería su propia investigación, sin embargo, sus conclusiones pueden ser sometidas a lecturas que se inspiren, más allá de sus límites nacionales, en señales o mensajes que provienen de acontecimientos actuales que ocurren en la humanidad. La posibilidad de esta doble lectura, la nacional y la globalizada, forman parte de un ejercicio que debe ser completado y que, en todo caso, parece indispensable de realizar en las condiciones de una humanidad actual en que todos los procesos nacionales se llevan a cabo dentro de una interacción estrecha con los procesos globales.
El año 2011 se ha caracterizado por la emergencia y masiva  presencia juvenil en algunas  acciones colectivas de gran envergadura histórica en distintas lugares del mundo. Distintos tipos de manifestaciones multitudinarias han estallado, primero, en el Medio Oriente, después en Grecia, España, Chile, Israel e Inglaterra. Manifestaciones públicas de protesta democrática contra las limitaciones de sus sistemas políticos, las consecuencias de la crisis económica y las medidas adoptadas para enfrentarla, sus costos sociales, contra las elites políticas dirigentes y los partidos políticos
Muchos han creído que es necesario leer, más allá de las claras especificidades  de cada una de estas intervenciones, los elementos comunes que se encuentran  en ellas. Este es un ejercicio que estímanos interesante en un planeta en que, cada día más, lo que pasa en un espacio tiene influencia en otros lejanos del mismo.  De estas acciones querría identificar aquí, a modo de ejemplo, tres: las llamadas “revoluciones democráticas” en el mundo árabe; las manifestaciones de los “indignados” en las plazas y calles de España  y el desborde público del “malestar social” en Chile por medio de masivas y multitudinarias  movilizaciones en torno de demandas sobre la educación, el medio ambiente y la igualdad (en este caso para el matrimonio). No se pretende aquí ver constantes o regularidades. Solo se desea ver señales y mensajes que se pueden contener en estos hechos.
Son tres situaciones que se dan en contextos políticos, sociales, económicos y culturales extraordinariamente diferentes. A pesar de estas diferencias guardan semejanzas en las formas como se expresan, por la carencia de liderazgos importantes, por la ausencia de partidos políticos, por su composición social (presencia preferente de jóvenes y capas medias urbanas) y por los métodos mediante los que son convocadas y organizadas.
Una importante interrogante queda planteada en torno a cuál es la relación que estos actores emergentes establecen con la política y sus expresiones tradicionales. El alegato contra esta, los partidos y sus elites dirigentes pueden tener distintos alcances: ¿se trata de una “crisis de la política” como sistema de construcción de ideales compartidos, de sentidos comunes, de horizontes colectivos? ¿Es el sistema de representación el que ha agotado su legitimidad y está en cuestión? Siendo la representación una de las bases de la democracia, llamada precisamente democracia representativa, ¿se está poniendo en entredicho sus actuales formas o algunas de sus limitaciones? Si es así, ¿Cuáles podrían ser los sentidos y formas que se están insinuando o proponiendo como sus posible contenidos futuros para el gobierno y administración de la sociedad.
Las expresiones de la calle. Democracia, desigualdad y ciudadanía.
La persistencia de los viejos regímenes despóticos en el norte de África y Oriente Próximo aparecía poco amenazada hasta inicios del año 2011. Las estrategias geopolíticas de las grandes potencias en esta región partían del dato duro de su sobrevivencia. Se hablaba de sociedades adormecidas, que tenían como único peligro el extremismo islamista. Precisamente este era uno de los argumentos con los cuales se menospreciaba y posponía la demanda democrática de diferentes sectores sociales en estos países. Sin embargo, de pronto apareció la llamada “primavera árabe”. En un libro del mismo nombre, dice Tahar Ben Jelloun: “Tarde o temprano, llega el momento en que el hombre humillado se niega a vivir de rodillas, exige libertad y dignidad, incluso arriesgando la vida. Es una verdad universal”[1] Si bien era imposible, agrega, predecir cuándo y cómo iban a estallar estas revueltas, cualquiera…”podía percibir muchas señales anunciadoras”[2].  Sin líderes ni partidos dirigentes la revolución árabe termino llegando en 2011 y se encuentra todavía en pleno desarrollo. Aplastados por la familia, el clan, la tribu, la comunidad religiosa y los regímenes despóticos, a los árabes se les negaba la condición de individuos y ciudadanos. Ello en medio de demasiadas injusticias y desigualdades. Ciudadanía y desigualdad se transformó así en el contenido sustantivo de todas las demandas.
¿Cuáles son estas circunstancias que permiten la aparición de estas demandas?
 En casi todos los países árabes hay tiranías escleróticas que confrontan con las expectativas crecientes de una juventud educada pero sin perspec­tiva y con la humillación de las ma­sas empobrecidas. Oriente Medio y el Magreb tienen la mayor proporción de jóvenes de menos de 30 años en el planeta –entre 60% y 70% según los países y algunas de las mayores ta­sas de desempleo-. Al mismo tiempo, estos universos juveniles se caracte­rizan por el auge masivo del nivel de educación formal y por formas emer­gentes de cosmopolitismo cultural aclimatadas de modo inédito y crea­tivo a las sensibilidades autóctonas. Paralelamente, en la última década la sociedad civil árabe se ha organiza­do en crecientes redes nacionales y transnacionales vinculadas a temas como los derechos humanos, el acti­vismo social y de género o  a protes­tas laborales[3].
La presencia de estas redes y formas de comunicación electrónica ha sido aludida como factor clave en el desarrollo de las manifestaciones árabes. Si bien han jugado un rol como medios que contribuyen a las manifestaciones, es necesario advertir que las “redes sociales y los nuevos medios electrónicos no eliminan mi­lagrosamente las leyes del mundo so­cial y político; crean nuevos circuitos y nuevas sinergias pero no inventan ni recombinan ad libitum las lógicas y los repertorios de la movilización[4]
Los complejos sistemas de identifi­cación, estratificación y segmenta­ción que caracterizan las sociedades árabes no han sido sustituidos de un día a otro por un pueblo unánime co­mulgando en el culto a Facebook y al derecho constitucional. Una vez re­caída la efervescencia revolucionaria, la relativa inercia sociológica de las estructuras preexistentes va a reafir­marse. Como dice Olivier Roy, “en todo el mundo árabe, la demanda democrática encontrará obstáculos en el arraigo social de las redes clientelares de cada régimen. (…) ¿Puede el deseo de democracia trascender las redes comple­jas de lealtad y pertenencia a cuerpos sociales intermedios (se trate del Ejército, de las tribus, de las clientelas políticas, etc.)? ¿Cuál es la capacidad de los regímenes de jugar con estas lealtades tradicionales (…)? ¿Cómo pueden estos varios gru­pos sociales conectarse con esta deman­da de democracia y volverse actores de ella?[5]
Los regímenes autoritarios tienen la particularidad de privatizar el espacio público a favor de sí mismos, en nombre de lo público de la autoridad cierran lo público social administrándolo policialmente o con restricciones a la circulación de ideas, construyen ideologías oficiales que operan como representaciones colectivas generadas desde la cima. Por decenas de años este estado de lo público aparecía claramente estancado frente a un mundo caracterizado por la acelerada  globalización de las comunicaciones. Así este planeta globalizado permitía un enlace contradictorio con la morosidad del tiempo político interno del mundo árabe.
Cuando se desencadeno la “crisis financiera del 2008”, muchos creyeron que era inminente una reconfiguración del capitalismo mundial. Esta no fue solo una posible fantasía de intelectuales o ideólogos. No fueron pocos los que plantearon la necesidad de refundación del sistema. La idea de uno u otros sistemas alternativos de organización social y económica aparecían, por cierto, notablemente deterioradas desde la caída del Muro de Berlín y la proclamación del fin del socialismo real. La generalización hegemónica de un único camino, el capitalismo,  erosiono incluso la imagen de que este capitalismo admitía diferentes formas de realización. Prevaleció una concepción de la sociedad organizada y regida exclusivamente por el mercado, en que la política era subordinada a este. En la “crisis financiera” hubo, incluso figuras,  como el Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, que plantearon que había llegado la hora de reorganizar el capitalismo. Una de las ideas que se postulaban detrás de esta demanda era la de reponer el lugar de la política frente a los mercados, rescatar la acción social como gestora de la vida colectiva. El impacto de la crisis contribuyo de manera importante para el cambio del Presidente de EEUU y el triunfo de Barack Obama, que representaba un giro radical en la orientación central del país. La idea de que había una sola forma de organización quedo  fuertemente cuestionada. Junto a ello expuestos los excesos del capital financiero que sustentaban una economía de casino (Lula). Hubo un breve periodo en que, simultáneamente con la más impresionante inyección de fondos públicos para salvarlos, los ideólogos del modelo de capitalismo libremercadistas parecieron retroceder, aceptando errores y posibles regulaciones. Fue una corta primavera y un rápido olvido de la hecatombe que habían causado. Con singular fuerza volvieron a estableces que el actor principal de la vida social eran “los” mercados, olvidando el rol de los actores políticos. Obviamente este hecho condujo a que la crisis no haya sido resuelta en ningún momento y que muchas de la manifestaciones larvadas que se habían expresado durante, por  recuperar el control de la política por parte de la sociedad, quedaran a la espera para emerger públicamente.
Junto a esta demanda en pro de la recuperación de márgenes de manejo del espacio político, se agregó la constatación de la presencia de una creciente desigualdad que se expresaba a través de la crisis. Uno de los cambios más significativos de la estructura social ha sido la creciente complejización de los procesos de diferenciación social, que han afectado la calidad de las formas de reproducción social. En el caso de América Latina, esta sigue siendo una de las regiones más desiguales del mundo, donde incluso se vienen incrementando las desigualdades y diferencias entre países-  el principal rasgo de aquellos radica en que la mayoría de las brechas al interior de los países han persistido o han aumentado. En buena parte de los países creció la participación del 20% más rico de la población en los ingresos de las personas, mientras que la del 20% más pobre se mantuvo constante o disminuyó. Un rasgo distintivo de esta desigualdad distributiva es la elevada fracción del ingreso que capta el estrato más alto, particularmente el 10% más rico de la población. En efecto, las brechas entre los grupos (deciles) intermedios de la distribución no son muy pronunciadas, al igual que en los países más igualitarios, pero entre el decil de más altos ingresos y el 10% que le sigue “se abre un abismo” (BID, 1999). Mientras en los países europeos el ingreso del 10% de la cúpula supera en no más de 20% o 30% el ingreso del noveno decil, en América Latina esa distancia es superior al 100% y, en algunos casos, al 200%. También se advierten profundas disparidades de género, territoriales, socioeconómicas y étnicas en diversos indicadores sociales
El tema de las nuevas desiguales ha entrado vigorosamente a formar parte de la discusión contemporánea. Ya no es privativo solamente de los sectores más izquierdistas de las sociedades. Desde todos los sectores hay referencias a él. Hay autores que hablan incluso de una “nueva era de las desigualdades”[6]. “La percepción (justificada) de un crecimiento de las desigualdades puede ser la consecuencia de tres categorías de sucesos:
“Un debilitamiento del o de los principios de igualdad que estructura(n) la sociedad, cuando incluso no varían las desigualdades efectivas;
“Un aumento de las desigualdades estructurales, de acuerdo con las mediciones habituales: desigualdades de ingreso, de gastos, de patrimonio, de acceso a la educación, etcétera;
“La emergencia de nuevas desigualdades, consecuencias efectivas de evoluciones técnicas, jurídicas o económicas, o incluso de un cambio en la percepción de la delación del individuo con su prójimo”[7]
Entonces, las desigualdades, estarían afectando también a los países centrales.
España ha sido uno de los países particularmente afectado por esta crisis. Y el impacto de ella ha ido mucho más allá de la economía, donde el desempleo se ha transformado en un azote se ha producido un fuerte cuestionamiento de las capacidades de la “política”. Más allá de las propias orientaciones políticas, la gobernabilidad española se ha visto seriamente condicionada- por los llamados mensajes de los mercados, que se dirigen a condicionar el tipo de políticas internas
En medio del agitado panorama español laboral  la emergencia del llamado Movimiento de los Indignados o 15-M (15 de mayo 2011) en la Puerta del Sol de Madrid ha cautivado la atención internacional. Se conoce también como movimiento de los acampados y en poco más de una semana se propagó por más de sesenta ciudades españolas. Sus repercusiones se han hecho sentir también en las capitales de Europa, América Latina y el Norte de África. “Somos más que ayer pero menos que mañana”, reza una de sus consignas.
El 15-M se gestó por intermedio de las redes sociales, en el fragor de las revoluciones del mundo árabe, y ha irrumpido como una corriente refrescante en una España cuyos cimientos sociales están afectados desde hace rato. Sus integrantes son mayoritariamente jóvenes sin porvenir, los llamados Ni-ni (ni estudio, ni trabajo). Pero también participan desempleados, jubilados, inmigrantes y excluidos en general. Exigen garantías democráticas: “Democracia real ya”, es su sello distintivo. Abogan también por una multiplicidad de reivindicaciones.
En un ejercicio sin precedentes de organización, un número creciente de acampados delibera en asambleas masivas y desarrolla un debate social amplio. Rechazan las guerras, los subsidios otorgados a los banqueros, el desempleo, la discriminación contra los inmigrantes: “Ningún ser humano es ilegal” señalan. Claman por la búsqueda de energías alternativas, por la igualdad de género, defienden la educación pública y laica y el derecho a una vivienda digna, al tiempo que repudian a los dos partidos mayoritarios, a quienes responsabilizan de la crisis.
Sin duda, el 15-M ha logrado encauzar el descontento juvenil y popular y la crisis de valores que viene experimentando España de tiempo atrás, transformándolos en indignación. Y no podía ser de otra manera, como lo muestran los datos que proporciona la Agencia de Estadística de la Unión Europea, Eurostat. El desempleo entre los jóvenes alcanzó el 43,5% en febrero de este año, una cifra que representa el doble del promedio del continente, que es del 20,4%. Más de 900.000 jóvenes españoles menores de 25 años no tienen trabajo. Entre octubre de 2007 y octubre de 2010 salieron del país 205.526 personas, en búsqueda de otros horizontes, y tan solo en los últimos 12 meses lo hicieron casi 100.000 profesionales jóvenes.
Esta difícil situación empeoró con la crisis económica global y las medidas de austeridad que adoptó España para enfrentarla, tal como lo hicieron los otros países del continente cuya economía colapsó, como Grecia, Irlanda y Portugal. En España se han destruido 2.8 millones de trabajos desde 2008 y hay actualmente 5 millones de desempleados, lo que corresponde a más del 20% de la población económicamente activa.
Como parte de dichas medidas, el 12 de mayo de 2010 el gobierno rebajó los sueldos de los funcionarios públicos. El 9 de septiembre entró en vigencia la reforma laboral que contempla despidos sin indemnización, una jornada laboral de 45 horas semanales y la jubilación a los 65 años. En diciembre, a manera de aguinaldo, se eliminó el subsidio para los parados o desempleados.
El rechazo por parte de los sindicatos a esta reforma se ha hecho sentir a lo largo y ancho del territorio español. En octubre se convocó a una masiva huelga general. Tal como señaló la UGT, y como lo han reafirmado diversos analistas, entre ellos Joseph Stiglitz, dicha reforma laboral no sirve para generar empleo. En cuanto a los jóvenes, los deja sin garantías laborales, condenándolos a la temporalidad y la informalidad. La reforma mantiene la discriminación contra estos trabajadores, cuyo salario es inferior en un 40% en promedio al de los adultos.
 Estos movimientos representan lo que no se ve. Un estado de ánimo de insatisfacción, de desconfianza, y de decepción hacia la política formal, en todos los sectores sociales, pero, en particular, entre los más vulnerables y los votantes progresistas. Según se desprende de los datos ofrecidos por los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), para cerca del 75% de los ciudadanos de a pie la actividad política es una actividad corrupta. Y la política, como tal, se señala como el segundo problema que más preocupa a los españoles. Ya en 2007, estos mismos sondeos indicaban la opinión mayoritaria (60%) de que las personas como ellos no tenían “ninguna influencia” en la labor del Gobierno y que un ciudadano medio no influye en el desarrollo de la vida política.
La pérdida de poder alternativo y/o directivo por parte de la política frente al poder económico y el deslizamiento de su práctica democrática y participativa hacia formatos más ritualizados y vacíos de energía cívica han provocado una profunda decepción. La crisis, y sus dramáticas consecuencias sociales y personales, han convertido la desazón en indignación. Los ciudadanos más críticos no van a responder a la llamada del compromiso político por parte de aquellos que sienten que han sido incapaces por omisión o dejación de funciones de hacer la política necesaria, para resignarse con la política posible.
La transformación de la política sustantiva, capaz de otorgar sentidos colectivos a la acción social deteriora  la relación entre política y democracia. Esta última es incapaz de producir los bienes públicos esperados, bienes públicos cuya mayor o menor abundancia permite el desarrollo de la igualdad. La indignación es precisamente una reacción a un sistema político que no otorga los bienes públicos necesarios para la convivencia humana. En ese sentido, el sistema  actual establece límites agraviantes que comienzan a hacer estragos en la vida social. Uno de ellos es la ritualizacion y vaciamiento de la política. Su despolitización.
Los indignados no son, solo, los acampados. Son los votantes que se han perdido. Los que han vuelto a votar sin entusiasmo, los que han cambiado por despecho o buscando –de buena fe- otras oportunidades y relevos, los que han votado a partidos minoritarios, en blanco o nulo. Y también muchos de los que se han quedado, otra vez, en sus casas.
Siendo el tema económico aparentemente el problema central, lo que ha ido superponiendo es una queja contra las actuales prácticas políticas. La transición española produjo en régimen de dos partidos nacionales hegemónicos que se han alternado en el poder los últimos treinta años. Aparentemente ese es uno de las características estructurales que más se cuestionan. Hay un reclamo de más espacios que esos partidos para desarrollar la ciudadanía. Se trataría de una ampliación de espacio público más allá  de los actuales partidos y de la expresión de este espacio no solo en sus dimensiones representativas. La calle ha jugado un rol central en mostrar el nuevo espacio público que se está reconfigurando. La Plaza Tahir y las calles españolas, la Plaza Mayor de Madrid, son más que una realidad material, son una metáfora que cuestiona los límites de las formas políticas dentro de las cuales estaban insertos los ciudadanos de esos países. Estos hechos nos traen de nuevo a los dilemas que existen entre democracia representativa y democracia participativa. Igualmente a la necesidad de pensar como la calle se puede transformar en una forma de expresividad democrática que tiene un momento necesario de organización e institucionalización.
Sorprendentemente, Chile se ha agregado a la presencia cuantitativa y cualitativa de la calle. En el año 2011,  este país ha mostrado una inmensa capacidad de movilizaciones en pos de diferentes demandas. En el año 2010, Chile  se encontraba dentro de los países con bajo nivel de conflictividad en América Latina[8]. Y la cantidad de conflictos registrada, representaba el 2.9% del total de conflictos en la región.
Después de diecisiete años de una dictadura férrea que culminó con el plebiscito de 1990, y posteriormente los veinte años de gobiernos de La Concertación de Partidos por la Democracia, parece estar terminando un ciclo de transición. La victoria de Sebastián Piñera, un exitoso empresario de centro derecha, que ganó las elecciones presidenciales en el ballotage electoral llevado a cabo en enero de 2010, marca la apertura de una etapa caracterizada por un cuestionamiento general de la política y los políticos. No es que esta crítica no haya estado ausente antes, ni que la sociedad chilena no viniera manifestando distintas expresiones de malestar social. Un informe de desarrollo Humano del PNUD[9] había constatado a fines del siglo el desarrollo de un malestar con la modernización y el agotamiento de los sueños de futuro. Chile  considerado una de las democracias más consolidadas de la región, presenta un sistema político altamente institucionalizado, y un crecimiento económico sostenido que se ha mantenido constante desde la década de los 90, generando un contexto económico estable y favorable en el marco de una creciente integración y apertura a la economía mundial. No solo se ha convertido en uno de los países más prósperos de la región, sino también ha logrado consolidar grandes avances en términos sociales: se ha reducido la pobreza en un 50% desde el retorno a la democracia, y se han ampliado los servicios de salud, educación y seguridad social.
Sin embargo, a pesar de los triunfos y avances realizados por los gobiernos de la Concertación, Chile aun presenta importantes desafíos que resolver:
La desigualdad es uno de los grandes problemas chilenos, y es un rasgo que se encuentra ligado a la expansión económica lograda en los últimos veinte años, el 10% más rico de la población posee el 40% de los ingresos, mientras que el 10% más pobre, el 1,7% (González, 2007). Adicionalmente, según datos del año 2010, solamente el 12% de los chilenos piensa que la distribución de la riqueza es justa (el promedio latinoamericano es del 21%). (Latinobarometro, 2010)
Chile sufre de una desafección política, según datos de las últimas elecciones realizadas en 2009, el nivel de abstención en las elecciones presidenciales llegó al 43,5%, sumado al alto porcentaje de votos blancos y nulos (Aigneren, 2010). Por otro lado, el Latinobarómetro 2010 afirma que, solo el 24% de los chilenos se encuentra “muy” o “algo” interesado en la política, cifra por debajo del promedio latinoamericano. Según el mismo estudio un 20% de los chilenos no se identifica con ninguna ideología. (Izquierda, derecha y centro) Y solamente el 23% de los chilenos confía en los partidos políticos. En este contexto de desapego de la sociedad civil hacia los partidos políticos surgió la candidatura presidencial de Marco Enriquez-Ominami, un joven candidato que optó por la candidatura independiente después de ser descartado como candidato presidencial por la Concertación en 2009. A pesar de no contar con un respaldo partidario, obtuvo el 20% de los votos en la primera vuelta y sus principales adherentes fueron los jóvenes. Sus logros como mencionan Altman y Luna son un llamado de atención a la institucionalización del sistema de partidos en Chile.
Según datos del Latinobarometro, al igual que a nivel latinoamericano, el principal problema de los chilenos es la delincuencia y la inseguridad. Si bien Chile no se ha caracterizado históricamente por contar con altos niveles de inseguridad, actualmente la percepción de los chilenos sobre la inseguridad es alta.
Después de un primer año (2010) bastante tranquilo en manifestaciones sociales,  caracterizado principalmente por el impacto de un gran terremoto, el gobierno de Piñera ha empezado a sufrir distintos embates. En este 2011 se han sucedido un conjunto de manifestaciones callejeras multitudinarias tras demandas medioambientales, de igualdad (matrimonio homosexual), territoriales regionales, indígenas y, principalmente, la de los jóvenes por una educación pública, gratuita, sin lucro y de calidad. Este movimiento ha mantenido paralizado todo el sistema educacional (durante dos meses), ha hecho concentraciones de varios cientos de miles de personas y, según los estudios de opinión, tiene un apoyo del 75% de la población. Mientras tanto el gobierno marca un rechazo del 64% y la oposición del 67%. Existe un agudo malestar que se expresa incluso en estallidos puntuales espontáneos contra los problemas de movilización colectiva o abusos en el campo del comercio.
Cabe observar que esta situación se produce en un contexto de crecimiento económico acelerado, la tasa  está en el 6%, y se constata una importante mejoría del empleo
En el caso de Chile, la lucha contra la pobreza fue un componente tácito de los acuerdos que acompañaron a la transición democrática. El paquete de acuerdos políticos que permitieron una evolución pacifica de los acontecimientos que permitieron ir reinstalando progresivamente la democracia, necesariamente suponía una superación de los estados de necesidad extremos. Por ello, la pobreza pasó a formar parte principal de la agenda pública y a constituirse en una prueba del éxito de la transición. Sin embargo, a medida que se iban logrando avances en esta dimensión fueron adquiriendo luz otros aspectos de las fracturas internas. La principal de estas es la de la desigualdad. Esta, muchas veces fue confundida con la de la pobreza, empezó a ser subjetivizada en sus propias características y a mostrarse como la principal dificultad para aquellos que habiendo salido de los márgenes de la pobreza pudieran darle una proyección de futuro (de progreso) a sus perspectivas vitales.
También el pacto político tácito de la transición mantuvo paralizada la realización de reformas políticas que permitieran la ampliación del sistema. El cuerpo electoral se encuentra estancado desde inicios del 1990 y está notablemente envejecido. De un universo de 12 000 000 de electores existen  4 000 000 de personas que no se han inscrito para ejercer su derecho. Ellos son básicamente jóvenes. El sistema de representación se encuentra limitado por un sistema electoral binominal que excluye la proporcionalidad, acotando la selección de parlamentarios a las dos primeras mayorías. Ello deja sin representación a importantes sectores de la ciudadanía y a elitizado el reclutamiento de la clase política. Una de sus consecuencias ha sido ordenar las organizaciones políticas en las dos alianzas mayoritarias en el parlamento: La Alianza de los partidos de derecha y la Concertación de partidos por la democracia (centro izquierda)
Los ejemplos Egipto, España y Chile admiten varias coincidencias:
Las demandas se dirigen al sistema político, no solo a las autoridades. Piden su ampliación y democratización. Cuestionan a la clase dirigente. Hablan de una ciudadanía ampliada y de nuevas formas de participación
De la misma manera critican las actuales formas y contenidos del quehacer político. Su impotencia frente a los poderes fácticos que se expresan a través de los mercados
Se manifiestan en la calle, este es su espacio principal de expresión. Es en esta calle donde se resignifica el espacio público transformándolo en un instrumento en disputa. Las autoridades tratan de desplazarlos de estos lugares públicos pero su permanencia y apropiación de ellos los convierten en exitosos. Terminan identificando la calle con ellos
Como mecanismo de convocatoria utilizan las redes de Twitter, Internet, teléfonos celulares. Estas son también medios de organización en la calle.
Apelan a formas de deliberación tanto digital como cara a cara a través de acciones asamblearias
Frente a la Opinión Pública tienden a poseer liderazgos blandos, que tienen el carácter de voceros antes que de dirigentes consolidados. En el caso de Chile esta es una situación en proceso, en cambio en los otros dos casos no ha existido una consolidación pública de sus liderazgos
Las nuevas condiciones  de la política
Que existen problemas con “la” política no es una novedad. Hace largo tiempo que ella como actividad tiene una creciente pérdida de prestigio. En distintos lugares del mundo el oficio de político ocupa los lugares inferiores de valoración ciudadana. En esta calificación se mezclan y se confunden políticas y políticos. Quizás, como nunca antes, en Europa y EE.UU. hay una divulgación de “ideas, de imágenes, de relatos que rebajan la política a un nivel de rémora social, al de una actividad que detiene el progreso y lo complica innecesariamente.” Ella aparece como el producto de las ambiciones desmedidas de poder de los políticos, de la intervención del Estado, de la corrupción y la ineficiencia de los funcionarios, de relaciones poco transparentes entre el mundo de los negocios y el mundo de la política, o entre los diversos poderes fácticos y las autoridades públicas. Más allá de estas imágenes, hay investigadores y analistas que sostienen, cada vez con mayor énfasis, la hipótesis del fin de la política.
La hipótesis alternativa a la de crisis o “muerte de la política” plantea, en cambio, que asistimos al agotamiento de una forma de hacer política, a su transformación, antes que a su supuesta defunción (Lechner). Los grandes cambios que han sufrido tanto el mundo como América Latina, mutaciones que algunos califican de civilizatorias, no pueden sino llevar transformaciones de los contenidos y formas de la política. A pesar de ellas, sin embargo, esta actividad sigue siendo una clave de la vida social en cuanto constituye la práctica que elabora y mantiene los órdenes públicos que la sustentan. El problema principal que se estaría enfrentando es el de un déficit de reflexión acerca del quehacer político. Esta carencia podría explicar el retraso de la política con respecto al dinamismo social. “Ella aparece irremediablemente torpe y trasnochada frente a las dinámicas del mercado y de la sociedad” (Lechner, 1995).
La reflexión sobre los aspectos sustantivos de la llamada “crisis de la política” implica, simultáneamente, abordar una discusión sobre la calidad de la misma y su relación con las características que ha ido asumiendo su ejercicio en las sociedades contemporáneas Requiere, además, de una distinción precisa entre aquellos hechos que son parte de los procesos históricos más generales, que se desarrollan en el conjunto del mundo actual, y los que son propios de la evolución y acontecimientos de las historias regionales o nacionales.
La crítica de la política se levanta sobre factores reales.  El mundo actual ha sufrido un conjunto de transformaciones gigantescas, de carácter civilizatorio.  Tres son, al menos, las mutaciones centrales que han afectado decisivamente a la política:
Ha cambiado el espacio nacional. Es simultáneamente más pequeño, menos autónomo, pero su campo de acción es necesariamente más amplio, es el mundo. Ello significa el agotamiento de las formas y capacidades del Estado-nación moderno.
Se han producido grandes modificaciones de la esfera pública: Parlamento, medios de comunicación, espacios de deliberación.
Se ha desarrollado una nueva noción del tiempo. Existe una notable asincronía entre el tiempo de la economía y la sociedad globalizada (la sociedad de la información, los mercados financieros); y el tiempo de la ejecución y de la deliberación democrática.
Según Norbert Lechner[10], existen cuatro megatendencias que están modificando el estatuto de la política en el mundo actual. Ellas son:
El fin del sistema bipolar, generando el debilitamiento de los clivajes políticos que ordenaban las identidades y los conflictos sociales;
Los procesos de globalización y segmentación, por el medio del cual se profundizan simultáneamente la participación asimétrica en el nuevo orden mundial y se agrandan las distancias al interior de cada sociedad;
El auge de la sociedad de mercado y reorganización del Estado, donde los procesos de globalización aceleran la modernización de las sociedades a un grado de diferenciación y complejidad que el Estado encuentra dificultades crecientes para representar y regular la diversidad de los procesos sociales
Finalmente, la emergencia de un nuevo clima cultural, caracterizado por la llamada “cultura postmoderna”.
A estas cuatro megatendencias apuntadas por Lechner habría que agregar:
El impresionante estallido del mundo de las redes sociales y la comunicación que horizontalizan la relación entre actores y personas y hacen emerger tanto lenguajes como formas  nuevas de deliberación.
Bajo todos estos hechos subyace la emergencia de una nueva problemática del quehacer en los espacios públicos. Lo que está puesto en cuestión son las formas con que hemos pensado la vida colectiva, con la que se entendía la interacción entre los seres humanos. Al decir de Manuel Antonio Garretón[11] la vida actual está desafiada por dos procesos. Un estallido de la sociedad “por arriba”, constituido por la globalización; y un estallido de la sociedad “por abajo”, marcado por la multiplicación de las identidades sociales. El primero hace que las sociedades pierdan su “centro” de decisión; y el segundo es la explosión de los particularismos e identidades cuya referencia básica deja de ser el Estado o la sociedad, y pasa a ser la experiencia subjetiva en torno a categorías de adscripción
La política existe y es indispensable
La política existe siempre en todas las sociedades que establecen órdenes colectivos que involucran relaciones de jerarquía, estructuras de poder y mecanismos de obediencia. Pensar una sociedad sin política es referirse a una sociedad sin espacio público, lo que es lo mismo que imaginar una ciudad sin calles o sin normas para utilizarlas. Eso es nostalgia de la barbarie. De la arbitrariedad.
La política no es siempre necesariamente de buena calidad. También es posible una política de mala calidad. Insuficiente para solucionar los problemas que le plantea su sociedad. Este es un hecho que involucra tanto a las formas con las que ella se desenvuelve, como a los protagonistas que la convierten en su actividad principal o exclusiva: a los profesionales de la toma de decisiones públicas. Cuando, en nuestra época, se habla de una “crisis de la política”, lo que se está discutiendo efectivamente es acerca de la calidad de la política, de su capacidad para asumir tanto la historia como el ritmo presente y futuro del acontecer de una sociedad y una época.
En el mundo contemporáneo, el problema de la calidad de la política está específicamente referido a su capacidad para asumir los problemas de integración de sus sociedades, de elaboración de la cohesión social, teniendo en cuenta los requerimientos que suponen la afirmación de la ciudadanía. Este fenómeno de la ciudadanización del mundo constituye una de las demandas principales que han pasado a formar parte de los imaginarios colectivos.
Sin embargo, paradójicamente, a pesar de la desconfianza en ella, la política vuelve a ocupar un lugar central en la determinación de los objetivos estratégicos de las sociedades nacionales[12]. Esta es la actual “paradoja de la política”. Ella plantea, a la misma vez, el reconocimiento del lugar que vuelve a tomar la política y  la necesidad de ocuparse de elevar la calidad de la misma entendida como un oficio. Una política de buena calidad es aquella que desde una perspectiva democrática es capaz de enfrentar los cambios internos de las sociedades nacionales y asumir los desafíos que plantea la globalización. Éstos involucran privilegiadamente dimensiones económicas, culturales,  políticas y sociales.
En la actual situación de América Latina y el Caribe, los problemas políticos institucionales están asociados al cuestionamiento de la misma política, que aparece imposibilitada de plantear nuevas formas de relación entre ciudadanos, instituciones y sociedad. Ello está vinculado a una desconfianza generalizada, particularmente hacia los partidos políticos y los sistemas de intermediación. A la vez, la novedad se encuentra en el surgimiento de un ciudadano autónomo, crítico y reflexivo, las demandas de participación local y de reconocimiento de los movimientos indígenas y de igualdad de género. Éstos constituyen factores que pueden reconfigurar los mecanismos de representación. De distinta manera se ha instalado en el espacio político, tanto demandas de mayor participación del Estado en la gestión del desarrollo y en la expansión democrática, como demandas de mayor control ciudadano sobre el poder público. Esto último asociado a peticiones de transparencia y honestidad pública.
La idea de futuro
Actualmente uno de los problemas sustantivos que se encuentra tras la supuesta decadencia de la política y los partidos políticos, es el deterioro de la idea de “futuro”. En efecto, la emergencia del mundo moderno estuvo caracterizada por el desarrollo de una racionalidad que permitía proyectar el futuro y afirmar la posibilidad de actuar en su configuración a partir del presente. Independientemente del origen de la acción que sustentaba la práctica política: la ciencia, los valores, los ideales, los sueños, los deseos y el progreso, los hombres creían que a través de ella podían transformar la realidad en función de la construcción de un futuro mejor. En ese sentido, los partidos políticos, además de agrupaciones de intereses, eran asociaciones voluntarias de personas (notables o comunes) que se reunían para impulsar determinadas políticas públicas, a partir de valores o ideales comunes y de un diagnóstico relativamente compartido sobre lo que acontecía en el presente. Eran, en definitiva, una forma de comunidad que adquiría su definición determinante en la imagen que portaban del futuro que juntos querían impulsar. Mecanismo fundamental en esta idea de apropiación del futuro era el conocimiento, que se estructuraba en paradigmas que permitían ordenar y jerarquizar los acontecimientos y fenómenos sociales a partir de rigurosos conceptos de verdad o falsedad, de naturaleza o historia, de corrección o incorrección.
El dato central que se encuentra presente es la constatación de la aceleración creciente del tiempo. La magnitud y velocidad de los cambios que se han desplegado en las últimas décadas se expresan en todas las dimensiones de la vida humana: desde la globalización de la economía, los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos, la revolución en las comunicaciones y la información, hasta las crisis del “socialismo real” y, en estos momentos, la del “capitalismo real”. Esto ha traído como resultado un deterioro de “nuestras coordenadas de tiempo y espacio y, por ende, (de) las claves mediante las cuales interpretamos la realidad social”. De esta manera, “carecemos de brújula con la cual orientarnos en un mundo cada vez más complejo. ¿Cómo estructurar y acotar una realidad que nos desborda? El ser humano no soporta demasiada realidad. Ello nos afecta en la existencia cotidiana pero también en el quehacer político”. Se han destruido los “mapas cognitivos” que ayudaban a fijar las coordenadas y seleccionar las rutas posibles (Lechner, 1995)[13].
En esta situación, la política pierde sentido y, por ende, los partidos en su concepción moderna también. En la visión de la década de los noventa del siglo pasado, del triunfo final y definitivo del capitalismo, estos últimos se reducían un instrumento más de los ciudadanos en la maximización técnica de eficiencias en la administración de los problemas públicos. Carecen de un contenido finalista dramático. En su acción no está en juego la definición de las orientaciones globales de la vida social. En el postmodernismo, los partidos constituyen una entelequia de intereses particulares. Son imposibles como mecanismos de generalización o universalización de un sentido histórico totalizante, o de sentidos generales nacionales, toda vez que estos son inexistentes. Los partidos son simplemente un grupo más, entre los infinitos actores que operan en la sociedad.
La política enfrenta, entonces, un desafío de gran envergadura. Está vitalmente cuestionada en una de las misiones fundamentales que ha cumplido en el mundo moderno: entregar certezas de conductas objetivas para la vida individual y social. Si la sociabilidad emergente es heterogénea y volátil, caracterizándose por la incertidumbre y la atomización de las antiguas estructuras, sus espacios tradicionales no sólo son menores sino que, además, cualitativamente distintos. Esto no significa que, sin embargo, no hayan surgido o se estén generando espacios nuevos que exigen de una elaboración colectiva de la vida pública y de la constitución de normas que sustenten, flexiblemente y con capacidad de adaptación en el tiempo, órdenes sociales indispensables para la convivencia humana. Ellos, por cierto, son el material que viene a nutrir los sentidos más permanentes del quehacer político.
La calidad de la política está asociada a la calidad de la democracia. Una política que requiere para su desarrollo de la exclusión de sectores de la sociedad, es una política de mala calidad, toda vez que, independientemente de los juicios de valor, ella no puede resolver el problema de la estabilidad de las instituciones en el tiempo. Ello significa una falta de certidumbre para las conductas objetivas de la vida individual y social que afectará todos los aspectos del espacio público, la economía incluida. Por lo mismo, la desconfianza hacia la política se traduce como desconfianza hacia la democracia y las insuficiencias en la democracia terminan convirtiéndose en rechazo a la política.
¿La “sublevación” de los jóvenes?
Tanto los hechos de Medio Oriente como los de España y Chile han sido presentado como, principalmente, una sublevación juvenil que estaría marcando cambios de épocas en sus respectivas sociedades. Más allá de que una afirmación tan rotunda como “sublevación” tenga una validez general, lo cierto es que hay una tendencia, por lo demás históricamente reiterada, a que los grandes cambios sociales, culturales y tecnológicos se expresen en el ethos generacional.
Si se utiliza el enfoque de juventud que propone el IDHM[14], esta va más allá de la demografía. “Involucra también aspectos subjetivos y generacionales, que suponen que en un determinado momento histórico coexisten varias generaciones con expectativas y roles diferenciados y definidos históricamente.” La transición de niño a adulto posee distintos sentidos y niveles que se ven afectados por las condiciones objetivas y subjetivas de las sociedades, que son las que permitirían determinar una suerte de “unidad generacional”. [15]
“Esta idea es de gran relevancia para comprender qué se entiende hoy por jóvenes: no sólo un sector de la población, sino también una cultura con valores, identidades, aspiraciones y creencias que generan actitudes y conforman comportamientos, con relación a las tecnologías de información y comunicación, que –en definitiva producen nuevas formas de entender el mundo, de relacionarse entre sí y con las demás generaciones. El concepto de tecno-sociabilidad pone énfasis, según Holmes y Russell (1999), en las tecnologías de la comunicación, no como herramientas, sino como contextos, condiciones ambientales que hacen posibles nuevas formas de ser, nuevas cadenas de valores y nuevas sensibilidades sobre el tiempo, el espacio y los acontecimientos culturales. La cultura de la tecno-sociabilidad está modificando los patrones del conocimiento, el aprendizaje y las diversas dimensiones de la vida cotidiana, por ejemplo trabajo, hogar, ocio y placer”[16]
Algunas de las caracterizaciones que este mismo informe entrega para las generaciones jóvenes actuales de los países del Mercosur, tienen una validez  relativamente universal y, aquí, para las del Medio Oriente, España y Chile. Lo que distingue a esta generación es un conjunto de experiencias sociales, culturales y tecno-informacionales que pueden preliminarmente resumirse en las siguientes:
“Aceleración de la velocidad de cambio. Se está frente a una brecha generacional de valores, aspiraciones y esquemas cognitivos, que se nutre de la brecha digital intergeneracional (la juventud posee índices muy superiores de conectividad a los de los adultos), así como del impacto de la secularización, la globalización y el policentrismo de la sociedad. Mientras mayor sea la velocidad de cambio histórico, mayor será la distancia entre generaciones. Cada vez más, la idea de un presente continuo organiza la acción de los jóvenes, al tiempo que se observa una redefinición del espacio. Las escalas cambian, lo local y lo global se superponen en la red y los límites entre grupos se vuelven más ambivalentes. Los mecanismos de identificación de los jóvenes tienden a ser intensos pero esporádicos, críticos pero espasmódicos. Mientras para algunos jóvenes las distancias globales disminuyen, para otros las distancias sociales y nacionales se agrandan. En el mismo sentido, estaría teniendo lugar una aceleración cada vez mayor del consumo, específicamente de aquél orientado a la exaltación de la juventud.”[17]
“Ruptura de imaginarios.” No es extraño, entonces, que la juventud experimente gran cantidad de tensiones y contradicciones al momento de construir nuevas opciones de desarrollo, en las cuales la exclusión y el miedo al otro son centrales. La ruptura de imaginarios plantea una gran incertidumbre con respecto a la reproducción cultural de la sociedad. Los mismos medios de comunicación a la vez deifican y desvalorizan a los jóvenes. Esto pone en duda no sólo el vínculo educación trabajo- progreso, sino también el rol del Estado como protector y constructor de un orden colectivo.[18]
Convivencia entre lo colectivo y la individualización. Una de las consecuencias de la globalización ha sido el fortalecimiento de las personas para ampliar sus miradas, posibilidades y capacidades individuales. En cierto modo, esta personalización de la vida cotidiana ha sido acompañada por el debilitamiento de los proyectos colectivos de progreso, o al menos de los proyectos épicos del pasado. Sin embargo, esto no ha significado inacción social, más bien se ha generado, por un lado, movimientos de crítica a la globalización (alter-globalización) y, por otro, la mayor valoración de la autodeterminación personal que no niega la importancia de los proyectos colectivos, sino que los redefine. Como resultado, está en juego una nueva conjugación entre lo individual y lo colectivo, que genera una tensión causada por la diferenciación social entre los jóvenes. La cuestión es cómo lo individual es resultado de un compromiso colectivo, y cómo lo colectivo puede ser pensado desde la agencia individual. Es decir ¿cómo puede la necesidad de autodeterminación personal articularse con la necesidad de construir una comunidad compartida?[19]
Tensiones entre la tradición y la innovación. Los jóvenes utilizan prácticas de comunicación informacionales e innovadoras en las que el uso, la transformación y la valoración de la información estructuran cada vez más su vida cotidiana y sus imaginarios. En este ámbito, los jóvenes viven en una idea permanente de presente. Pero, al mismo tiempo, recrean una cierta idea de tradición o de necesidad de memoria histórica a partir de sus prácticas culturales –y, sobre todo, estéticas- y sus propios entornos familiares e históricos. En suma, conjugan innovación y tradición. Las particularidades de esta generación de la tecno-sociabilidad plantean posibilidades inéditas de lograr una articulación creadora entre innovación y tradición, por una parte, y entre lo individual y lo colectivo, por otra. Es probable que ambos temas constituyan referencias fundamentales para que los jóvenes, en sus múltiples y diversas orientaciones, construyan opciones liberadoras de desarrollo. Esto implica, por una parte, combatir la exclusión y la desigualdad, la inseguridad y el miedo, y, por otra, desarrollar sus propias capacidades de agencia.[20]
Renegociando el tiempo, el espacio, lo publico
Este texto, una vez, avanzado el estudio de casos, busca abonar la hipótesis que dado que la desigualdad es uno de los  problemas básicos del mundo actual, en particular la desigualdad de dignidades entre los distintos actores, especialmente de las nuevas generaciones, es en el espacio de lo público o sea en la política, donde se debe partir diseñando las estrategias de igualdad. La política es considerada mucho más allá de los puros actores políticos partidarios o estatales, incluye los actores sociales y culturales que trabajan en las dimensiones de la subjetividad, particularmente en el espacio local. La cohesión social a su vez debe incluir asuntos de calidad de vida y asuntos cívicos culturales: reconocimiento y ciudadanía. La desigualdad  de dignidades forma parte especialmente de la agenda de la política y la ciudadanía. La síntesis de ambas cosas se produce en el tema de lo público y de la política como espacio de resolución de los asuntos de interés colectivo. En este sentido, la política debe convertirse en el instrumento principal de provisión de bienes públicos.  Estos son finalmente la garantía del desarrollo de las igualdades.
El espacio público está siendo reconfigurado más allá de lo estatal y lo privado. Identificar lo  público con lo estatal y, más estrechamente, con lo gubernamental, no es correcto. Lo público el lugar donde interactúa la multitud de lo social. Donde se establecen las conversaciones sobre la vida en común,  desde los niveles más simples de esa vida social a los más complejos. Los niveles simples expresa de manera local, más arriba nacional. En la medida que lo social se ha complejizado y diversificado se ha hecho necesario  la ampliación del espacio en que se expresa como interacción. Su privatización es lo que plantea una incapacidad para contener a los ciudadanos como tales. Ello es la pretensión de reducirlos a consumidores
La relación tiempo-espacio  que en la actualidad se ha alterado de manera radical y la tensión entre la experiencia de lo global y la experiencia de lo local constituyen uno de los núcleos de la constitución del yo y del nosotros. “Mi hogar asignado es el lugar donde nací. Yo hago lo que mis padres hicieron”. En una experiencia espacial del hogar, las impresiones sensoriales están cargadas de significados que son extraídos de los elementos cognitivos-evaluativos de disposición emocional. “Esta clase  de experiencia espacial en la casa no puede ser transformada en una experiencia temporal en el hogar”. Son olores, sabores y colores. “El segundo elemento es el lenguaje: la lengua madre, el dialecto local, los lugares comunes,…, las pequeñas costumbres…Donde el silencio no es una amenaza nos encontramos realmente en casa”. Por su parte, la casa provista de cualquier discurso universal, sea este funcional o transfuncional, se localiza en el tiempo y no en el espacio. Se participa en él dejando atrás las experiencias sensuales que constituyen la casa en el espacio. “La tendencia actual es retirarse de la experiencia espacial hacia la experiencia de la casa temporal. “La mera experiencia del espacio casa ya no es posible”.[21]
Estamos, entonces, ante una nueva dimensión del tiempo. Su velocidad de referencia es el de las nuevas comunicaciones, el tiempo de los mercados financieros, y frente a esta es medido el tiempo de la política, de la democracia, de la deliberación.
Solo asumiendo esta dificultad será posible reflexionar sobre la nueva politicidad y las formas que está asumiendo la acción pública. En esta nueva politicidad las dimensiones subjetivas son cruciales. De acuerdo con Lechner (2002:12), las políticas de subjetividad se refieren a la capacidad de “acoger los deseos y los malestares, las ansiedades y las dudas de la gente, e incorporar sus vivencias al discurso público. Así, dando cabida a la subjetividad, la política da al ciudadano la oportunidad de reconocer su experiencia cotidiana como parte de la vida en sociedad”.
En este sentido, parece central tomar en cuenta los distintos ámbitos –la escuela, las organizaciones comunitarias, los medios de comunicación-  involucrados en los proyectos de vida de los jóvenes. Reforzar la fijación de objetivos, reflexionar sobre los valores que guían tales objetivos y buscar los medios para alcanzarlos. Los jóvenes actuales, socializados en nuevas condiciones educativas y tecnológicas, tienen fuertes deseos de progreso y movilidad social, mediante caminos negociados y no confrontativos.
Resulta crucial abordar la reducción o el manejo de las incertidumbres presentes y futuras de los jóvenes. Más aún, una política de subjetividad orientada a los jóvenes excluidos o en situación de inclusión desfavorable debería apuntar a consolidar imágenes y deseos de futuro en proyectos plausibles, haciendo hincapié en los medios para obtenerlos. Una política de reducción o manejo de la incertidumbre futura y de adquisición de códigos para vivir en ella resulta crucial.
Esta generación enfrenta una serie de problemas, entre los cuales la desigualdad, la exclusión, la pobreza y la seguridad humana constituyen referencias insoslayables en la vida cotidiana de la región y sobre todo entre los jóvenes, ya que tienden a ser los más afectados.
Inconclusiones
Todavía es muy pronto para tener conclusiones. Lo que está claro es que la agenda de temas que hay que resolver es muy amplia. El principal ¿cómo la democracia es el lugar principal de procesamiento de la diversidad social? El simple pluralismo ideológico  es solo uno de los elementos de esa diversidad, Si ella no es procesada, incluida y contenido, la democracia dejara una parte de la realidad fuera de sí. En esa exclusión se instalara un principio de debilidad, la carencia del bien público que permite la legitimidad. La ampliación de los sistemas políticos se convertiría así en una demanda  permanente para el perfeccionamiento de las igualdades. Finalmente es la tarea de la ciudanizacion plena la principal. Superar sociedades con ciudadanos de primera, segunda, vasallos y simple consumidores
 *Sociólogo, consultor internacional. Fue miembro del equipo de la ONU ( Minustah) de apoyo a Haití.
 Fotografía: radio.uchile.cl
 
FUENTE:POLITIKA

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