Análisis
La caída de la industria televisiva: te veo, pero no te creo
Nos enfrentamos a una sociedad
más empoderada, crítica, capaz de premiar y castigar programas
televisivos, noticias, spots, a líderes políticos y sociales. Hoy la
ciudadanía (aquella que cuenta con el tiempo y recursos para hacerlo) es
capaz de activamente buscar información alternativa para informarse.
Así, puedo mirar un programa de televisión e instantáneamente opinar
cuando se producen actos discriminatorios o sexistas. Hoy te veo, no te
creo, pero además te critico.
Una de las noticias que pasó
desapercibida en el 2012 es la notable caída en la confianza hacia la
televisión. Mientras en el año 2011 un 36,1 % de la población confiaba
en la televisión en general, en agosto de 2012 la cifra cayó al 18,6
%. Se trata de una reducción de 17 puntos, la más drástica caída del
conjunto de instituciones medidas por la Encuesta Nacional UDP 2012
(representativa del 74 % de la población).
La masividad de la televisión como medio para informarse y
entretenerse es incuestionable. Sin embargo, es patente que no confiamos
en ella, y en particular cuando se ven noticiarios. El nivel de
confianza hacia la televisión tiende a ser mayor entre personas que
viven en regiones (22,2 %) y entre personas que se autoidentifican con
la derecha (28,2 %). Pero al segmentar por estrato socioeconómico vemos
que mientras mayor es el poder adquisitivo de las personas menores son
los niveles de confianza en la TV (14,2 %), según la Encuesta Nacional
UDP.
Lo anterior es muy consistente con la mayor fluctuación en los
resultados de audiencia del último tiempo. Se premian programas de mayor
contenido como “Los 80s” y “El reemplazante”, y se castigan apuestas
televisivas que aplicaban la tradicional fórmula de sexo y escándalo.
Pareciera ser que la ciudadanía se refleja en la consigna “educación de
calidad”, la que ha traspasado a otros ámbitos sociales.
Liberarse del peso atávico de la “transición” no es sencillo. Al igual que en la política, la Televisión estaba acostumbrada a un público poco demandante y por lo tanto la oferta era sencilla, estereotipada, consensuada, donde nunca se rompían los equilibrios. Por ejemplo, la oferta de noticiarios es fruto de aquella herencia. La televisión abierta estructura sus informativos a partir casi exclusivamente de fuentes oficiales; evitan marcar una línea editorial; y en muy escasas ocasiones se apuesta por un periodismo independiente que desafía a los poderes establecidos.
Pero ¿es la oferta televisiva la mala o, más bien, se han
transformado las audiencias? Mi hipótesis es que es una combinación de
ambas. Nos enfrentamos a una sociedad más empoderada, crítica, capaz de
premiar y castigar programas televisivos, noticias, spots, a
líderes políticos y sociales. Hoy la ciudadanía (aquella que cuenta con
el tiempo y recursos para hacerlo) es capaz de activamente buscar
información alternativa para informarse. Así, puedo mirar un programa de
televisión e instantáneamente opinar cuando se producen actos
discriminatorios o sexistas. Hoy te veo, no te creo, pero además te
critico.
Desde el lado de la oferta televisiva, el ajuste ha sido más bien
lento y errático. Y es que liberarse del peso atávico de la “transición”
no es sencillo. Al igual que en la política, la Televisión estaba
acostumbrada a un público poco demandante y por lo tanto la oferta era
sencilla, estereotipada, consensuada, donde nunca se rompían los
equilibrios. Por ejemplo, la oferta de noticiarios es fruto de aquella
herencia. La televisión abierta estructura sus informativos a partir
casi exclusivamente de fuentes oficiales; evitan marcar una línea
editorial; y en muy escasas ocasiones se apuesta por un periodismo
independiente que desafía a los poderes establecidos.
Otro caso son los programas políticos. Las apuestas televisivas se
preocupan con gran esmero por cuotear la participación de invitados
entre concertacionistas y aliancistas. Pero además, como se presume que a
la ciudadanía no le interesa la política, se opta por transmitir estos
programas a horas muy alejadas del prime. Irónicamente, los debates de TV de la primaria del PDC demostraron que sí había interés ciudadano en escuchar de política.
El desafío para la Televisión es ya no solo capturar audiencias, sino
que fidelizarlas. Provocar confianza a partir de contenidos que
capturen un nuevo tipo de relación entre el Televisor y más escépticas
audiencias. Los estratos altos de la población ya abandonaron la
televisión abierta para informarse. También lo están haciendo los
jóvenes. Muy probablemente serán las audiencias —provistas de Twitter—
las que presionarán a ejecutivos y avisadores por una programación de
mayor calidad.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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