miércoles, 2 de octubre de 2013

El esfuerzo final de Odlanier Mena y su error fatal

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Periodista
       
Difícil saber si su estridente funeral fue lo que el ex director de la CNI esperaba. Como lo reconoce su hija, el suicidio de Odlanier Mena no parece un acto impulsivo sino más bien una decisión madurada y con un objetivo concreto: reafirmar su inocencia y alejar su figura de Manuel Contreras y los demás hombres de la DINA. Llevaba en este empeño 35 años, prácticamente la mitad de su vida.
Recuerdo un almuerzo en su oficina en el que participé junto a un grupo de periodistas. Durante más de dos horas, Odlanier Mena intentó convencernos que la CNI era un organismo muy distinto a la DINA, que él despreciaba a Manuel Contreras y condenaba las violaciones a los Derechos Humanos, que las labores de Inteligencia —materia de la que era uno de los pocos especialistas chilenos— no contemplaban la tortura ni otras aberraciones practicadas para obtener información.
No podría decir con certeza quiénes eran los colegas que compartieron conmigo aquella conversación, pero sé con precisión cuándo ocurrió: el 21 de agosto de 1979.
Eran años tenebrosos. Al salir, algunos comentamos con recelo las palabras del general. Era evidente que estaba haciendo un esfuerzo por demarcarse de su antecesor y limpiar la imagen del gobierno.
Al llegar a la radio Cooperativa, donde trabajaba desde 1976 cuando Delia Vergara creó el Diario de Cooperativa, había gran agitación por la noticia del momento: el profesor Federico Álvarez Santibáñez, después de estar varios días en manos de la CNI, había muerto en la Posta Central.
Dos años después cometió el error fatal de aceptar la dirección de la CNI. Esta decisión le penaría hasta la muerte. A la luz de la historia, pretender desarmar la maquinaria de muerte montada por Contreras y avalada por Pinochet era claramente una ingenuidad.
Este es uno de los dos casos en los cuales Odlanier Mena se encuentra procesado desde fines de junio. Por eso, difícilmente habría quedado en libertad aunque hubiese podido cumplir la totalidad de la pena por el homicidio de tres militantes socialistas en Arica, en el marco de la Caravana de la Muerte.
Durante años, el ex director de la CNI aseguró que Álvarez Santibáñez, militante del MIR y profesor de química del Liceo Santiago Bueras de Maipú, murió a causa de los golpes en la cabeza que recibió al ser detenido por carabineros mientras repartía panfletos en el centro de Santiago. Sin embargo, en la investigación judicial los médicos que lo atendieron antes de su muerte certificaron que tenía múltiples contusiones, quemaduras con cigarrillos y electricidad, fracturas costales y contusión pulmonar. El ministro Mario Carroza procesó a Mena y otros nueve agentes de la CNI por este asesinato.
El segundo caso es el del periodista Augusto Carmona, también militante del MIR, quién fue acribillado en la puerta de su casa en la comuna de San Miguel, el 7 de diciembre de 1977. Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, Odlanier Mena siempre sostuvo que Carmona había muerto en un enfrentamiento entre facciones políticas. La justicia, sin embargo, acusó de su muerte a los agentes de la CNI. En mayo recién pasado, el ministro Leopoldo Llanos lo encargó reo junto a siete subalternos.
Sin duda, este año no había sido fácil para el general Mena. Además de sus graves problemas de salud, la justicia comenzó a nublar —una vez más— su pregonada inocencia y su libro de memorias —“Al encuentro de la verdad”— no tuvo mayor repercusión.
Durante más de 40 años, intentó restablecer su honor como general de Inteligencia. Acusó una y otra vez a Manuel Contreras de conspirar en su contra. Incluso lo culpó de intentar envenenarlo, lo que parecía un absurdo.
Lo cierto es que, el año 2005 en Miami, al ser interrogado por dos comisarios de Investigaciones, el ex agente de la DINA, Michael Townley, confirmó que Contreras le pidió “que preparara una sopa de bacterias para incapacitar a Mena”. Según Townley, pidió a ayuda al químico Eugenio Berríos —el mismo del gas sarín y el asesinato del ex Presidente Frei Montalva— y finalmente el “producto bacteriológico” terminó en una taza de té que enfermó al entonces nuevo director de la CNI.
Si aquello pudo ser verdad, quizás también sea cierto que no pudo “reformar” la CNI, porque allí quedaron los hombres de la DINA y sus prácticas inhumanas.
Lo cierto es que tanto en el crimen del profesor Álvarez Santibáñez como en del periodista Augusto Carmona, los procesados que acompañan a Mena son conocidos entre los más siniestros agentes de la ex DINA como Miguel Krassnoff, Manuel Provis y Teresa Osorio.
Es un hecho que la CNI de Odlanier Mena fue menos sangrienta que la DINA y también que los tiempos posteriores bajo el fallecido Humberto Gordon, cuando fueron asesinados Tucapel Jiménez y José Carrasco entre otros, y bajo la dirección de Hugo Salas Wenzel, condenado a cadena perpetua por la muerte de 12 integrantes del FPMR en la Operación Albania.
Sin embargo, su clamor de inocencia no resulta convincente. Bajo su dirección también hubo muerte y tortura. Si esto ocurrió con o sin su conocimiento, poco importa. Porque el general Odlanier Mena —como los militares de antaño— creía en la responsabilidad del mando. Por eso, a diferencia del caso en el cual cumplía condena, en los nuevos procesos no podría dejar de asumir esa culpa.
Nadie como él sabía de la responsabilidad de Pinochet en los horrores de la DINA. Porque fue precisamente Mena quién intentó —poco después del Golpe— que Pinochet cambiara el rumbo en materia represiva. Sus esfuerzos fueron vanos y, por eso, en 1975, renunció a la Dirección de Inteligencia Militar (DINE) y al ejército cuando todos los organismos de Inteligencia quedaron bajo el mando de Contreras.
Dos años después cometió el error fatal de aceptar la dirección de la CNI. Esta decisión le penaría hasta la muerte. A la luz de la historia, pretender desarmar la maquinaria de muerte montada por Contreras y avalada por Pinochet era claramente una ingenuidad.
¿Qué llevó a un alto oficial de Inteligencia a cometer tamaño error? ¿Pudo ser ingenuidad? O quizás fue omnipotencia, o simplemente lo cegó su espíritu guerrero focalizado en derrotar a Contreras, el enemigo que le impidió ocupar el rol que creía merecer.
Sus familiares y amigos han dicho que se le hizo insoportable el traslado a Punta Peuco. Es que viajar desde el Penal Cordillera hasta Tiltil era ser parte de la comitiva de Contreras y sus lobos. El suicidio fue su esfuerzo final por ser distinto.
Como nunca en 35 años, la mayoría de los chilenos sabe de su historia. Pero esto está lejos de reconocer su inocencia.
 
FUENTE: EL MOSTRDOR

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