viernes, 18 de noviembre de 2016

Resignación oficialista ante elenco para los últimos 14 meses

Bachelet se atrinchera en sus afectos y clausura la política

por  18 noviembre 2016
Bachelet se atrinchera en sus afectos y clausura la política
El problema de eso –coincidieron preocupados en distintos niveles gubernamentales– es que la relación de La Moneda con los partidos de la Nueva Mayoría seguirá igual de tensa y conflictiva como ha sido en los últimos meses, sin interlocución válida, sin un liderazgo aglutinador y ordenador de las huestes oficialistas, sin conducción. Un diálogo de sordos que no estará libre ni ajeno a nuevos episodios de conflictos, como los vividos con la DC y el PC, por lo que más que intentar gobernar algunos temen que solo se tratará de sobrevivir, pasando de crisis en crisis los 14 meses que restan de mandato.
No valió la pena la espera de meses y no es que hubiera expectativas muy altas en el oficialismo las últimas semanas, pero al menos se esperaba una mínima señal que hiciera augurar a las huestes de la Nueva Mayoría que desde La Moneda había, al menos, una intención real de querer enmendar el rumbo. La Presidenta Bachelet hizo este mediodía un acotado ajuste ministerial que, en la práctica, no soluciona en nada los graves problemas de gestión política de que adolece su administración.
Hace una semana exacta, en el seno de La Moneda, algunos de sus inquilinos confesaban –lamentándose– que ya estaba bastante claro que el famoso cambio de gabinete quedaría reducido a un mero acomodo de un par de piezas y que tendría un excesivo olor a “gatopardismo”, ese término muy usado en el lenguaje político y que explica la premisa de cambiar algo para que nada cambie.
Tal cual sucedió y se concretó en Palacio cuando la Presidenta Bachelet dijo –al iniciar la ceremonia en el Salón Montt-Varas– que había aceptado la renuncia del ministro de la Segegob, Marcelo Díaz (PS); de la titular de Trabajo (DC), Ximena Rincón; y de Deporte (MAS), Natalia Riffo, para reemplazarlos por Paula Narváez, Alejandra Krauss y Pablo Squella, respectivamente.
Si bien las críticas al desempeño del comité político, especialmente al ministro de Interior, Mario Fernández (DC), y de la Segpres (PPD), Nicolás Eyzaguirre, ya venían de antes, lo cierto es que desde que se publicó la última encuesta CEP de agosto –que arrojó un escuálido 15% de aprobación al Gobierno– tanto parlamentarios como dirigentes de la Nueva Mayoría no dejaron pasar semana en la que pública y privadamente no pidieran a la Presidenta un cambio de dicho elenco para lograr un cambio de rumbo.
El fracaso de la ley exprés para tratar de solucionar el problema del padrón electoral, los opacos resultados en los comicios municipales del 23 de octubre, la soledad política de la Mandataria esa noche en Palacio, el congelamiento de relaciones de la DC con La Moneda, el conflicto entre el PC y la falange, como el tenso capítulo del reajuste al sector público que implicó casi tres semanas de paro, fueron los hechos que el último mes marcaron al Gobierno y que, a ojos del oficialismo, solo demostraban lo indispensable que se hacía un cambio de gabinete.
“El eje rector y conductor de la Presidenta no es la eficiencia ni la capacidad, sino que la lealtad hacia ella, eso es lo que le importa y lo que motiva sus decisiones”, explicó un alto asesor de Palacio después de la ceremonia en el Montt-Varas. Eso significa que la Mandataria hizo oídos sordos a los cuestionamientos por el nulo peso político de Fernández y su falta absoluta de conducción política, como también a la mala relación que prima entre Eyzaguirre y el Congreso, sino que privilegió –explicaron– que la autoridad DC se inmole por ella y el vínculo de confianza personal que tiene con el ministro PPD.
Ese mismo criterio de lealtad es el que prevaleció en la selección de nombres: el de Narváez, una reconocida bacheletista, colaboradora directa de la Mandataria en sus dos gobiernos, y Krauss, cuyo marido –el abogado Andrés Donoso– tiene un fuerte vínculo con el DC Carlos Mackenney, uno de los principales “orejeros” presidenciales en las sombras, que junto a la poderosa jefa de gabinete, Ana Lya Uriarte, han sido los principales artífices de ajustes y cambios de elenco previos, como el de mayo de 2015.
En todo este tiempo es sabido que Narváez hizo excelentes “migas” con la ex directora de la Secom, Paula Walker, quien si bien a principios del 2015 fue sacada de su cargo, fue reubicada en una oficina en el segundo piso de La Moneda. Las últimas semanas se había escuchado soterradamente que “algo venía”, que Walker “está preparando algo” y, a la luz de los hechos, así fue.
Dicho eso, en el Ejecutivo reconocieron que, si bien no sobran los interesados en la Nueva Mayoría para sumarse a la primera fila de un Gobierno con un apoyo menor al 20%, siempre “hay gente disponible”, por lo que lamentaron que haya primado la conocida “tozudez” de Bachelet de no asumir los problemas reales que tiene su administración y enmendar el rumbo y la gestión política.
No por nada la Mandataria estiró el elástico todo lo que pudo para este ajuste, literalmente hasta casi el límite de los plazos, se resistió a concretarlo antes del 18 de septiembre, de las municipales, después de las elecciones, ni siquiera para el estruendoso rechazo en la Cámara de Diputados al veto presidencial para el reajuste del sector público, porque hacerlo en cualquiera de esas instancias implicaba reconocer el problema de fondo de su administración: la mala gestión política.
“La señal más potente de este ajuste es precisamente lo que no se hizo: corregir lo malo. Se desperdició la última oportunidad de avanzar políticamente, porque la salida de Díaz era el espacio para meter mano al comité político, mover piezas, poner a alguien de peso, que fuera un conductor, no sucedió”, precisaron en la sede de Gobierno.
El problema de eso –coincidieron preocupados en distintos niveles gubernamentales– es que la relación de La Moneda con los partidos de la Nueva Mayoría seguirá igual de tensa y conflictiva como ha sido en los últimos meses, sin interlocución válida, sin un liderazgo aglutinador y ordenador de las huestes oficialistas, sin conducción. Un diálogo de sordos que no estará libre ni ajeno a nuevos episodios de conflictos, como los vividos con la DC y el PC, por lo que más que intentar gobernar algunos temen que solo se tratará de sobrevivir, pasando de crisis en crisis los 14 meses que restan de mandato.
“Esta es la derrota de la política”, “se puso la lápida a este Gobierno”, “queda claro que se bajó la cortina”, fueron solo algunas de las frustradas opiniones de distintos asesores políticos ante el último ajuste ministerial de Bachelet. “Es lo que hay”, agregaron en La Moneda.
El timonel del PR, Ernesto Velasco, dijo que “hubiese esperado un cambio de más envergadura y profundidad que oxigenara y le diera un segundo aire al gabinete. Pero ella (Bachelet) ha hecho una definición y yo espero que a este gabinete le vaya bien". Su par del PPD, Gonzalo Navarrete, agregó que los ajustes están “dentro de los que nosotros sabíamos que iba a ocurrir, no había muchas expectativas (…) es bien limitado, pero, bueno, es lo que hay".
El diputado Pepe Auth precisó en Twitter: “Sólo cambio de piezas obligado x los q decidieron intentar ir al Parlamento. No sale nadie producto de evaluación de su desempeño. Frustrante”, a lo que el jefe de la bancada de diputados DC, Fuad Chahin, acotó que "espero que las cosas se hagan mejor. Uno hubiese esperado un nombre que diera más liderazgo, pero, bueno, hay que arar con los bueyes que tenemos".

Guerra Fría

Dado que la flamante ministra Narváez es una reconocida socialista y de la Nueva Izquierda, una “escalonista” de tomo y lomo, era previsible que su nombramiento generara ruido en la actual dirigencia socialista que lidera Isabel Allende, entorno desde el cual reconocieron cierta molestia.
Pero el verdadero comentario que cruzó los patios, pasillos y oficinas de Palacio fue la soterrada guerra fría que desde hoy se instalará en el Patio de Los Naranjos.
Hasta su nombramiento esta mañana, Narváez desempeñaba funciones en el segundo piso de Palacio como asesora de programación, lugar al que llegó después de haber sido reemplazada por Uriarte como jefa de gabinete de Bachelet durante su licencia maternal, cargo al que no regresó una vez finalizado dicho permiso, porque la Mandataria optó por ratificar a Uriarte, la que con los meses había adquirido un inusual poder político, mayor al que ha tenido cualquier jefe de gabinete presidencial, al punto que muchos hablan de ella como una “ministra en las sombras”.
Es que Uriarte, junto al  Pedro Güell –principal asesor de contenidos de la Mandataria– y la jefa de prensa de La Moneda, Haydeé Rojas, conforman el actual círculo de hierro de Bachelet, el mismo al que muchos en Palacio, el Gobierno y la Nueva Mayoría responsabilizan del “encastillamiento” de la Presidenta y de no hacerle notar los errores y problemas.
Entre abril y mayo, Uriarte se tomó un mes de licencia médica por enfermedad, tiempo en el que fue reemplazada por Narváez, lo que desató una fuerte pugna de poder entre los círculos de asesores que rodean a la Presidenta y que cohabitan en La Moneda, ya que se anotó varios aplausos internos, lo que puso nervioso al círculo de hierro de la Mandataria.
En todo este tiempo es sabido que Narváez hizo excelentes “migas” con la ex directora de la Secom, Paula Walker, quien si bien a principios del 2015 fue sacada de su cargo, fue reubicada en una oficina en el segundo piso de La Moneda. Las últimas semanas se había escuchado soterradamente que “algo venía”, que Walker “está preparando algo” y, a la luz de los hechos, así fue.
La coexistencia de ambos grupos no ha sido fácil el último año y medio, siempre ha estado marcada por sospechas y acusaciones mutuas de operaciones y conspiraciones, pero ahora que Narváez –siempre acompañada de Walker, quien en plena ceremonia le tomaba fotos– dejó de estar tras bambalinas y pasó a la primera fila del Gobierno, auguran que la guerra fría se desatará en todo su esplendor.
FUENTE: EL MOSTRADOR

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