domingo, 3 de marzo de 2013

Reportaje Especial Aniversario

“Nueva forma de gobernar”: Una criatura que nunca pudo ver la luz a tres años de la llegada de Sebastián Piñera al poder

Por Luis Casanova R.
Los elementos que debían dar vida a esta especie de refundación en la manera de ejercer el mando venían literalmente con fallas de fábrica. De hecho, no hay que ahondar demasiado para recordar que la inclusión de una pareja homosexual en la franja televisiva de Piñera y la redacción del Acuerdo de Vida en Común sacudieron los cimentos religiosos de la Alianza y pusieron en duda el apoyo de la UDI al militante de Renovación Nacional.
ESTA NOTA FUE PUBLICADA EN LA EDICIÓN ANIVERSARIO DE LOS 100 NÚMEROS DEL SEMANARIO CAMBIO21

Tras el término de la dictadura militar y la pasada de cuatro presidentes concertacionistas, la llegada de Sebastián Piñera al poder se transformó en un verdadero enigma para los 17 millones de chilenos.

Se trataba de la primera administración democrática de derecha después de la gestión de Jorge Alessandri Rodríguez en 1958, la que vino después de los cuatro años en La Moneda de Michelle Bachelet, primera mujer en ponerse la banda tricolor.

Es decir, era histórico por donde se le mirara, más aún después de una campaña electoral en la que prevaleció la división de la centro-izquierda (que llevó tres candidatos) y donde uno de los postulados tenía relación con una promesa fundacional que hoy, a 36 meses de este hito, parece una declaración de principios de una criatura que nunca pudo dar a luz o que lisa y llanamente nació muerta: la "nueva forma de gobernar".

La idea en sí misma no era mala: primacía de la eficiencia y la excelencia por sobre los vericuetos de la política y la burocracia, no más cuoteos, negociados y favores partidistas, y viva el sentido de urgencia y de la resolución de los problemas más inmediatos como consecuencia del terremoto que azotó a parte del país el 27 de febrero de 2010.

Sin embargo, los elementos que debían dar vida a esta especie de refundación en la manera de ejercer el mando venían literalmente con fallas de fábrica. De hecho, no hay que ahondar demasiado para recordar que la inclusión de una pareja homosexual en la franja televisiva de Piñera y la redacción del Acuerdo de Vida en Común (base del proyecto de ley que se discutirá en el Congreso) sacudieron los cimentos religiosos de la derecha y pusieron en duda el apoyo de la UDI al militante de Renovación Nacional.

Así y todo el entonces accionista de Colo-Colo derrotó a Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate en la primera vuelta y ganó con claridad en el balotaje. Lo que no pudo evitar fue que el engorroso "período de instalación" tardara más de un año (si es que no dos) en terminarse. Todo por culpa del "factor político" que a gritos alegaban los principales dirigentes del sector.

Ojo, que el ex senador ni siquiera recibía la piocha de Bernardo O´Higgins de manos de Bachelet cuando los futuros ministros Andrés Allamand (actual candidato presidencial de RN), por la prensa, y Pablo Longueira (emblema de la UDI), en privado, hacían notar estas falencias una vez que se dio a conocer la primera nómina de secretarios de Estado.

Acá la dominante presencia en el Ejecutivo de empresarios y mandamases del mundo privado y el retail generó que desde la oposición hablaran del "gabinete de gerentes", lo que marcó definitivamente la primera mitad del gobierno y la salida de algunos de ellos cuando el experimento no dio resultado.

¿Nueva derecha?

La falta de sustento político e ideológico de la nueva forma de gobernar trajo desaguisados que hasta hoy no pueden resolverse. El embrollo comenzó con la insólita división que intentó plasmarse entre una derecha que parece anclarse en un pasado más bien dictatorial y conservador versus una "nueva derecha", que incluso algunos osados columnistas y editores de medios de comunicación cercanos al gobierno denominaron como "hinzpeteriana".

La sola mención del ex ministro del Interior en esta particular cruzada irritó a los jerarcas de la UDI, quienes intentaron -de distintas maneras- sacar al abogado de la jefatura del gabinete. La más bullada la lideraron los diputados gremialistas cuando redactaron una dura carta de queja luego que el personero sostuviera reuniones con legisladores de la Concertación, a propósito de la discusión que pretendía avanzar sobre las uniones civiles hétero y homosexuales y algunas reformas políticas.

Tan fuerte sonó el temblor en Suecia 286, que la jugada siguiente consistió en ubicar a dos de los "coroneles" del partido fundado por Jaime Guzmán en el seno de La Moneda: Andrés Chadwick en la vocería y Pablo Longueira en Economía.

Los objetivos eran claros: quitarle piso a Hinzpeter, eliminar su incipiente liderazgo y seguir de cerca todos los pasos de Piñera, entre ellos los posibles cambios o la eliminación del sistema electoral binominal, ítem que cuenta con el absoluto rechazo de la colectividad.

Para el anecdotario quedó el "lapsus de vacaciones" que se mandó Longueira cuando anunció la salida de Felipe Bulnes y José Antonio Galilea de las carteras de Educación y Agricultura antes que el mandatario, lo que fue leído por los distintos actores políticos como una movida estratégica que buscaba cuestionar -otra vez- el peso de Hinzpeter.

Cabe consignar que en ese instante la encuesta CEP publicada a inicios de enero de 2012 le entregaba a Piñera el 23% de aprobación, lo más bajo para un gobernante desde el fin del régimen de Pinochet, factor más que suficiente para aplicar una cirugía mayor.

Hinzpeter, molesto con la situación, realizó un punto de prensa con un centenar de carabineros a sus espaldas y criticó la salida de libreto de Longueira, quien ya había sido llamado a terreno por Chadwick por expresa petición de Piñera.

Si bien la autoridad sólo fue trasladada a Defensa cuando las aguas en Interior estaban un poco más calmas, factor que podría leerse como un pequeño triunfo para el hombre de confianza del ex dueño de Chilevisión, lo cierto es que de la derecha hinzpeteriana sólo quedó el nombre, mientras que en la oposición aseguran que el presidente se transformó en un "rehén" de la UDI.

Larraín y Cía. Ltda.

Como respuesta a las seguidas ofensivas gremialistas, la directiva de Renovación Nacional, comandada por Carlos Larraín, firmó un acuerdo con sus pares de la Democracia Cristiana que tenía como metas reformar el binominal y erradicar el fuerte presidencialismo que impera en Chile.

Lejos de ayudar al gobierno, el pacto DC-RN acusó severas descoordinaciones políticas, dado que hacía pocos días atrás de ese caluroso enero del año pasado se había organizado una cena en la casa de Hinzpeter en la que se acordó uniformizar criterios de cara a los proyectos de ley a tratar durante 2012.

Andrés Chadwick realizó cuatro vocerías para explicar que en La Moneda no sabían nada del documento y la UDI, por intermedio del senador Jovino Novoa, calificó las propuestas de Larraín como de "tonis y payasos". "Si hubiesen dicho que este gobierno iba a poner la idea de aumentar el impuesto y cambiar el binominal, a lo mejor estaríamos gobernando con Frei y no con Piñera", disparó.

El quiebre era inminente, toda vez que Juan Antonio Coloma, líder de la UDI, puso en riesgo la continuidad de la lista municipal del oficialismo. A su turno, Felipe Ward, jefe de los diputados del gremialismo, amenazó con no darle los votos a Nicolás Monckeberg (RN) para que el diputado asumiera la testera de la Cámara Baja.

Superado este impasse, el foco de atención se focalizó en el partido del presidente. Carlos Larraín volvió a desnudar los problemas políticos y la falta de oreja de Piñera hacia sus postulados. Todo llegó a su límite con las seguidas ausencias a las reuniones de comité político y la bullada renuncia a la jefatura de RN en diciembre pasado, la que sólo pudo ser contrarrestada con la intervención de Allamand.

"Yo sólo pido que se nos trate con más cariño", decía en tono bonachón el senador designado por la región de Los Ríos. ¿Por qué? Entre septiembre y octubre de 2011, los apodados disidentes "liberales" a su gestión habían orquestado una seguidilla de encuentros para intentar desbancarlo del cargo en la elección interna de 2012.

Entre los participantes se encontraban el ministro de Salud, Jaime Mañalich (pro RN), el subsecretario del Interior Rodrigo Ubilla, y la jefa de los asesores del segundo piso de La Moneda, María Luisa Brahm, entre otros.

Como reacción, Manuel José Ossandón, vicepresidente de RN, acusó un complot desde las mismísimas oficinas de La Moneda y acentuó sus críticas a los constantes errores del gobierno, lo que le costó una aguda advertencia de parte de algunos diputados de la circunscripción a la que pretende llegar en calidad de senador en noviembre de este año: si persiste con sus comentarios no contará con nuestra ayuda. Hasta primarias le enrostraron, lo que fue aceptado por el ex alcalde de Puente Alto.

Rótulos que matan

Como si a este clima de confusión política no le faltara más, apareció la adelantada campaña presidencial de la Alianza, tema que se sustentó en los bajos índices de popularidad del mandatario.

Con la nueva forma de gobernar enterrada en un cofre y cerrada bajo siete llaves, Piñera instó -sin ningún resultado- a sus ministros, sobre todo a los presidenciables Laurence Golborne (UDI) y Andrés Allamand (RN), a dejar sus puestos lo más tarde posible. Incluso circuló un instructivo para las actividades de los personeros en terreno.

Además, de forma paralela, se habló de la posible conformación de una bancada "piñerista" que defienda su legado en las próximas elecciones parlamentarias.

Qué es el piñerismo hoy, se preguntarán algunos. Sólo la exacerbada figura del jefe de Estado, sumada a la incondicional compañía de sus "ministros-amigos", Felipe Larraín (Hacienda), Alfredo Moreno (Canciller) y Jaime Mañalich (Salud), que son los que en la actualidad lideran las apariciones en los diarios gracias a los favorables índices económicos, los conflictos con los vecinos del norte y la polémica ley del tabaco.

Suena feo, pero parece que gobierna con ellos, aunque Evelyn Matthei (Trabajo) es una de sus principales escuderas y Longueira, con su silencio y el apoyo cerrado a Golborne, bien baila a su costado. Nostálgicos son los tiempos presidenciales recientes cuando el ex senador se definía como "pragmático" y se alejaba de los "dogmáticos" Jovino Novoa y Hernán Büchi, los cuales lideran la defensa del modelo económico social que se fraguó y fortaleció con el alto auspicio de la Junta Militar.

Dadas así las cosas, quien tendrá que hacer un doble trabajo es Allamand, hoy transformado en un férreo defensor del actual gobierno y en un duro crítico del estilo "todo es posible" de Golborne. A la inversa, el ex ejecutivo de Cencosud paulatinamente cultiva un perfil alejado de la Alianza, lo que podría traer como consecuencia un tono rebelde hacia Piñera, a la par de lo que consigna Novoa en lo referente a la pérdida de los ideales de la derecha más ortodoxa.

Qué mejor corolario para la extinta nueva forma de gobernar: uno de sus mismos colaboradores haciendo fila para pegarle a su propio (ex) gobierno. ¿Arriba los corazones?

FUENTE: CAMBIO 21

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