Bachelet y el país complejo
La ex Presidenta Michelle Bachelet está en Chile.
Regresa después de tres años al mando de ONU mujer donde recorrió el
planeta instalando los derechos de la mujer y enfrentando las cientos de
formas de discriminación, abusos y violación de derechos esenciales que
viven las mujeres en muchos países del mundo.
Se ha dicho, con razón, que Bachelet regresa a un país distinto, con
otra subjetividad ciudadana y, que hace que temas que hasta ayer eran
aspiración de los núcleos avanzados del progresismo sean hoy parte de
una agenda instalada, mayoritarios o al menos resistidos solo por los
grupos más conservadores.
Hoy la mayoría del país cree que el Estado debe jugar un rol
correctivo del modelo, un papel activo en resguardar los intereses del
país y de la población, en especial de la más vulnerable y que el tema
de un cambio drástico en la distribución del ingreso es central para
decidir el futuro de Chile.
Creo que Bachelet representa el último voto de confianza de la ciudadanía, la última ocasión, para que desde el sistema político se introduzcan los cambios que permitan dotar al país de una democracia participativa, transparente, con instituciones elegidas con un sistema electoral que respete la soberanía popular y se den cambios de fondo en educación, salud y AFP que son los sectores más contestados por los chilenos.
Hoy buena parte de los chilenos es partidario de cambiar la
Constitución Política dado que la actual tiene un vicio de origen que
cuestiona su real legitimidad y mantiene normas y principios propios de
la dictadura en la cual se elabora e impone. Hoy en el país hay más
conciencia de la urgencia de cambios políticos. Cuando un 60 % del
padrón electoral renovado por la inscripción automática se abstiene de
votar, como ocurrió en las últimas elecciones municipales, nadie puede
negar que Chile vive una crisis social muy extendida de confiabilidad en
la política, los políticos y las instituciones que es grave y que no
admite más dilaciones.
Mi opinión es que Chile cursa un malestar muy semejante al que se ha expresado en Italia en las últimas elecciones y donde un outsider
de la política, un candidato de la antipolítica, como Beppe Grillo,
obtiene de la nada, más de un cuarto de los votos e impide hoy que la
centroizquierda, que ganó las elecciones con una mayoría disminuida por
la aparición del “grillismo”, pueda constituir un gobierno.
Es más, creo que Bachelet representa el último voto de confianza de
la ciudadanía, la última ocasión, para que desde el sistema político se
introduzcan los cambios que permitan dotar al país de una democracia
participativa, transparente, con instituciones elegidas con un sistema
electoral que respete la soberanía popular y se den cambios de fondo en
educación, salud y AFP que son los sectores más contestados por los
chilenos. Equidad y fin a los abusos son parte de las exigencias de una
sociedad dispuesta a participar directamente en la obtención de estos
cambios.
Es decir, Bachelet regresa a una sociedad, que como ha ocurrido en
buena parte del mundo, hay desafección e indignados y es cierto que ello
se da en Chile en un momento de crecimiento económico, control de la
inflación y existencia de empleos. Pero ello no es para nada paradójico
porque se da, también, en medio de un modelo que mantiene bajos
salarios, endeudamiento generalizado, un costo de la vida de país
europeo, bajos impuestos a las grandes empresas, y, sobre todo, escasa
participación de los trabajadores y de los diversos grupos sociales en
las cuantiosas utilidades que empresas y bancos obtienen del declamado
crecimiento económico.
Hoy incluso hay más concentración económica y más riqueza entre las
diez familias más ricas del país, entre ellas la del propio Presidente
Piñera, porque han centralizado en utilidades el crecimiento económico
sostenido de estos años.
Este clima ha sido agudizado gracias al carácter empresarial de este
gobierno, por la falta de rigor en la separación de los negocios
privados y el ejercicio de los cargos públicos, por una negligencia
absoluta en solucionar oportunamente los conflictos de intereses del
Presidente, ministros y altos funcionarios. Por ello ha cundido la
desconfianza y por ello el Presidente resiente de baja popularidad y de
muy bajo aprecio en los llamados índices blandos, como el de la
confiabilidad, credibilidad, cercanía, donde reprueba con nota de
rechazo de dos tercios de la población.
Hoy, por tanto, hay más rabia acumulada en sectores amplios de la
población. Hay más resentimiento frente al modelo económico y a la elite
política. Hay signos de que si ello no se corrige con cambios más
estructurales que en el pasado, puede producirse en Chile una explosión
social y las condiciones para el desarrollo de un “grillismo” criollo
en el plano político están completamente abiertas.
Bachelet retorna a un país más complejo pero en medio de un mundo que
se ha complejizado en los últimos años y que requiere, por tanto, de
respuestas complejas, globales y locales. Retorna a un país paralizado
en materia de decisiones estratégicas en el ámbito de la energía, medio
ambiente, agua, inversiones, tributación, todo postergado por un
gobierno que a esta altura no toma decisiones para evitar pagar costos
políticos.
Retorna a un país donde no se ha modificado el sistema binominal para
elegir el Parlamento y aun cuando su enorme popularidad y la unidad de
la mayor parte de la oposición puede contribuir a generar doblajes en
senadores y diputados, el Parlamento no variará esencialmente en su
composición y correlación de fuerzas y será un Parlamento donde Bachelet
no tendrá la mayoría para superar los quórum que requieren los cambios
más de fondo.
Sin embargo, Bachelet retorna también a un país donde la ciudadanía
ya no está dispuesta a ser espectadora de los procesos o a aceptar
consensos para cambios gatopardistas. Bachelet podrá apoyar sus
propuestas de cambios en la movilización social, en la sociedad que se
comunica, como receptor y trasmisor, a través de las redes y que crea
nuevos tejidos y voces.
Esta es una diferencia esencial con el pasado y es una diferencia que
fortalece a Bachelet que ya tuvo, en su anterior gobierno, la intención
de un gobierno ciudadano. Refuerza su innata vocación de cambios,
porque esta ciudadanía podrá volcar la balanza de los empates
parlamentarios hacia las transformaciones progresistas. Ello
determinará, también, la libertad y el poder con que contará Bachelet en
la relación con los partidos, los grupos de poder, las castas
políticas, puesto que es en ella en quien la mayoría de la población
deposita su confianza y es ella, más que nadie en este momento
histórico, quien tiene la llave de esta nueva sociedad porque se
identifica con sus códigos y los comprende.
Pero no se trata solo de que Bachelet retorne a otro país más
exigente y complejo. El país recibe también a otra Bachelet. A una mujer
que ha vivido los cambios de los últimos años en todo el planeta desde
el escenario privilegiado de su propio protagonismo internacional. A una
mujer que ha adquirido prestigio en la ONU, en los gobiernos y
ciudadanías de los más diversos países, que ha acumulado una experiencia
enorme en el trabajo político por los derechos de las mujeres en el
mundo. Una Bachelet más sólida intelectualmente, con más conocimientos
de la sociedad del conocimiento y la imagen que nos cruza, con una
ciudadana del mundo que retorna a su país a servir a los chilenos con la
sencillez de siempre.
FUENTE: EL MOSTRADOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario