De la indignación a la acción: en recuerdo de Stéphane Hessel
En medio de la movilización estudiantil del año
2011, mientras en Chile se despertaba abruptamente de un letargo social
—provocado o no— que mantiene hasta el día de hoy una situación de
injusticia educativa y social, para muchos, insoportable, tuvimos la
ocasión de conocer en su departamento en Paris a Stéphane Hessel, y
escuchar de él mismo, un mensaje que para sus más de 90 años parecía a
nuestros oídos un llamado joven a resistir. A comprometerse y a actuar,
eso sí, sin odio y sin violencia, como nos lo dijo literalmente.
Stéphane Hessel ha muerto hace un par de días, es cierto, pero su
mensaje de indignación y compromiso, su mensaje a “resistir a la
tentación reaccionaria” —como decía él— no morirá.
Creemos que es justo recordarlo así. Incluso por sobre su simpatía,
amabilidad y entusiasmo totalmente desbordante. Esa tarde en Paris fue
así. Luego de estar junto a Edgar Morin, otro prócer vivo del
pensamiento francés, nos dirigimos al departamento de este pequeño gran
hombre, que desde su primer saludo nos deslumbró totalmente. Sabíamos de
él por su extraordinario texto “¡Indignaos!” que habíamos leído antes
de viajar a Francia, pero el encuentro superó radicalmente todas las
expectativas. Insistimos, más sus palabras que su extraordinaria y
desbordante simpatía. O tal vez —debemos reflexionarlo— no puede haber
un mensaje así, si no está acompañado de un modus vivendi que lo transmita incluso corporalmente.
“Sólo una condición”, nos dijo, “la no-violencia”. Él, quien fuera prisionero en los Campos nazi de Concentración antijudíos. Él, quien perfectamente podría albergar dentro de sí un espíritu de venganza y resentimiento sin parangón, como sin parangón lo fue la Shoah. Él, precisamente él, fue quien nos envío a un compromiso con el pacifismo, la transformación del statu quo neoliberal y la acción en pro de la justicia social para todos.
Stéphane Hessel fue un hombre lúcido que nos llamó a comprometernos
aún más con la movilización estudiantil que se llevaba adelante en Chile
contra el neoliberalismo educacional, las injusticias sociales y el
modelo económico impuesto por una dictadura sangrienta que impulsó por
la fuerza un modelo fundamentalmente especulativo y financiero. Llamó a
través de nosotros —estaban también Camila Vallejo y Francisco Figueroa—
a los estudiantes chilenos a resistir, a cambiar el orden de las cosas y
a comprometerse por la construcción de un mundo mejor: “Es
absolutamente necesario”, remató, con una sonrisa y un encanto que
quienes lo pudieron conocer o lo pueden ver en las redes sociales, lo
comprobarán rápidamente.
“Sólo una condición”, nos dijo, “la no-violencia”. Él, quien fuera
prisionero en los Campos nazi de Concentración antijudíos. Él, quien
perfectamente podría albergar dentro de sí un espíritu de venganza y
resentimiento sin parangón, como sin parangón lo fue la Shoah. Él,
precisamente él, fue quien nos envío a un compromiso con el pacifismo,
la transformación del statu quo neoliberal y la acción en pro
de la justicia social para todos. El compartir poco más de una hora con
sus reflexiones, fue verdaderamente una gran experiencia política, de la
buena política, extraordinaria.
No sólo basta con “indignarse”, bien lo sabíamos. Ciertamente las
caricaturas hablaban, antes de nuestra visita con el escritor que había
logrado configurar en una sola palabra todo un sentimiento planetario de
malestar con la política, el mundo de los negocios y la desigualdad
social exasperante aquí, en Seattle, en Madrid o en la plaza Tahrir
—hablaban, decíamos— de que no bastaba con puros sentimientos de
indignación… era nuestro prejuicio.
Y bien que él nos lo derribó. No bastaba con “indignarse”, faltaba el
“compromiso” y la voluntad para cambiar las cosas por medio de la
acción colectiva y organizada.
Stéphane Hessel no era un hombre contemplativo. Redactor de los
Derechos Humanos no era sólo un pontífice de la palabra; lo era también
del derecho a una humanidad digna, y si no es así, del derecho a una
acción que haga posible esa utopía tan cercana y tan lejana. Es decir,
la utopía de que podemos construir un mundo justo aquí y ahora, si es
que nos lo proponemos y si somos capaces de ser verdaderamente
solidarios con el que más sufre, incluso —valga la ironía— si de por
medio sea necesario pagar más impuestos. Recursos hay de sobra, falta
encontrar la voluntad, nos decía.
Adiós Stéphane Hessel. Tu compromiso —y también tus ideas— nos
motivan a continuar con las utopías que hace ya varias décadas hemos
vislumbrado en nuestro país: la utopía de una educación pública,
gratuita y de calidad para todas y todos, sin distinción de clase, para
construir un país nuevo, respetuoso, justo y democrático. Aunque parezca
paradojal, más revolucionariamente democrático.
Adiós Stéphane Hessel.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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