domingo, 27 de noviembre de 2011

Carlos Peña
Domingo 27 de Noviembre de 2011
¿Parlamentario o nuncio?
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¿Qué explica que esta semana, en el Congreso, se haya vivido la jornada más larga desde el retorno de la democracia?
Algo así no había ocurrido ni en los peores momentos de estos veinte años. Ni siquiera el boinazo -cuando se temió que Pinochet se alzara de nuevo- fue capaz de poner insomnes durante más de treinta horas a los senadores. Lo que no logró ni siquiera la insinuación de un golpe lo obtuvieron los reclamos estudiantiles.
¿Por qué?
La explicación se encuentra en el cambio de naturaleza que durante estos meses, y sin que nadie lo advirtiera, experimentó la representación popular.
Los senadores y los diputados, desde hace ya varias semanas, dejaron de ser representantes, y pasaron a ser nuncios. Un representante es quien delibera acerca de la mejor forma de satisfacer los intereses de sus representados, conciliándolos con la vida en común. Un nuncio, en cambio, es quien transmite a un tercero la voluntad de aquellos que lo nominaron. La diferencia que media entre un representante y un nuncio es la misma que existe entre quien recibe el encargo de promover ciertos objetivos (y por eso debe aplicar su inteligencia para cumplir el encargo) y aquel que recibe el mandato de transmitir un recado (y por eso debe aplicar su voluntad para que el mensaje no se extravíe o se pierda).
Hasta hace poco se creía que los senadores y los diputados habían sido elegidos para razonar y deliberar en torno a los intereses de sus representados. Como la totalidad de los ciudadanos no puede analizar directamente los problemas comunes y el modo de resolverlos -lo impide su número y su heterogeneidad-, entonces escogían a representantes para que lo hicieran por ella. Los representantes, conocedores de los intereses de sus representados, tenían el deber de razonar y dialogar acerca de la mejor forma de satisfacerlos.
Pero de pronto, los mismos que durante todos estos años hicieron de representantes, se transformaron en simples nuncios.
En vez de deliberar acerca de los problemas comunes, senadores y diputados se preocuparon, ante todo, de ser simplemente fieles a la voluntad de los estudiantes que, desde hace seis meses ya, se encuentran movilizados. El fenómeno llega a tal extremo, que uno de los dirigentes estudiantiles se declaró "contralor" del debate legislativo. Así, entonces, senadores y diputados participaron de la votación mirando cada cierto tiempo a los estudiantes, o al recién instituido contralor, para cerciorarse de que lo que hacían, o decían, les fuera satisfactorio.
¿Es razonable ese comportamiento?
Por supuesto que no.
Un comportamiento así supone confundir los motivos de un reclamo con las razones que hay para darle solución.
Los estudiantes y los ciudadanos en general pueden tener buenos motivos para reclamar y para quejarse. Es -con toda seguridad- lo que ocurre en este caso. Pero del hecho que los estudiantes tengan buenos motivos a la hora del reclamo no se sigue, necesariamente, que tengan buenas razones a la hora de resolver los problemas. Si tienen o no buenas razones, y cuáles serían esas, es algo que debe ser deliberado en el foro público, que es el Congreso Nacional. ¿Acaso no es esa la tarea de los representantes democráticos: discernir racionalmente y mediante el diálogo la mejor forma de resolver los asuntos comunes? ¿Y no es acaso lindante con lo ridículo, y a veces con lo pueril, que los senadores y diputados abandonen ese deber, y en vez de dedicar su tiempo a dialogar lo hayan dedicado a un corre, ve y dile entre ellos y los dirigentes estudiantiles?
Identificar la justicia de los motivos para reclamar con la racionalidad de las soluciones -y pensar, por eso, que quien reclama sabe- es una grave confusión.
Pero en medio de esa confusión se ha estado todos estos meses y días, especialmente los parlamentarios de la Concertación, quienes, después de haber promovido y apoyado la casi totalidad de lo que hoy día, sin embargo, abjuran (desde el financiamiento compartido al crédito con aval del Estado) creen posible borrar ese pecado comportándose con los estudiantes como nuncios obedientes, sumisos y solícitos.


FUENTE: EL MERCURIO

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