A 25 años de la caída del Muro de Berlín, arquitecto chileno relata la dura experiencia del exilio en Alemania Oriental
01/11/2014 |
Por Francisco Castillo
Algunos profesionales debieron trabajar como obreros; otros recibieron la visita de la policía secreta –la Stasi- por disentir; hasta una huelga hicieron para protestar
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. La alegría fue enorme en el bando occidental; tan grande como el pesar que experimentaron los creyentes de la utopía socialista.
Durante los 28 años de su existencia, la pared de hormigón de 4 metros de altura, con un interior reforzado con cables de acero y de 43 kilómetros de largo, construido en 1961 en Berlín, fue símbolo de opresión de las libertades para unos o de protección antifascista para otros, según de qué lado viniera la definición.
Testimonio directo
Entre 1.200 y 1.500 chilenos vivieron la experiencia de vivir en la Alemania del Este en esos años. Llegaron a esas lejanas tierras a consecuencia de la persecución de que fueron víctimas por parte de la dictadura de Pinochet. Uno de ellos fue el músico, arquitecto y planificador urbano Julio Alegría Gregorio de Las Heras (72, padre de la actriz Sigrid Alegría).
Tenía 30 años cuando en marzo de 1974 -pese a ser militante comunista-, se animó a pedir salvoconducto a las autoridades militares para viajar a Bulgaria, vía París, a cuidar de su padre -ex embajador del gobierno de Allende en Sofía- recién operado de los ojos.
Fue una excusa, pues tenía una misión encomendada por la Juventud Comunista: ir a la Alemania de Honecker y allí, con el grupo musical Aparcoa, que dirigía, unirse a las actividades políticas y culturales vinculadas a mantener viva la solidaridad con Chile en su lucha contra el dictador.
"Ir a la RDA era lógico en ese momento, pues Aparcoa había actuado allí antes del golpe, nos conocían y apreciaban nuestro trabajo. Nos enviaron a la ciudad universitaria de Rostock, donde fuimos contratados por el Teatro Popular de esa ciudad, con sueldo fijo, para desarrollar nuestra labor artística. Fue algo muy afortunado en esos momentos, pues no todos los chilenos que llegaron allá pudieron trabajar en sus profesiones", dice Alegría a Cambio21.
"Obrerismo estúpido"
En efecto, "no por responsabilidad de las autoridades de la RDA, sino por una estúpida disposición de chilenos residentes, la mayoría de los exiliados -sin distinción de profesiones u oficios, dice Alegría- fueron enviados a colaborar en la producción".
De ese modo, abogados, médicos, profesores y psicólogos, junto a dirigentes campesinos, sindicales y obreros, además de estudiantes universitarios de las más diversas carreras, fueron enviados a los centros de producción "para que apreciaran en el terreno mismo lo que era ser proletarios en una república socialista". En ese duro trance estuvieron no solo los chilenos militantes del PC, sino también los socialistas, Mapu, Izquierda Cristiana y radicales.
"Ese fue un tremendo error", sostiene el arquitecto Alegría. "Someter a pesadas tareas en la industria a gente sin experiencia, a manejar maquinaria compleja, con horarios prolongados y actividades extenuantes, provocó múltiples reclamos; especialmente de los compañeros socialistas y comunistas. Imponer el ‘carácter obrerista' sin derecho a objetarlo fue una estupidez enorme", dice tajante Alegría, quien a clara que la intención al llegar allá era perfeccionarse y ayudar a la solidaridad con Chile.
Huelga en protesta
El desatino llegó a tal punto que los chilenos afectados, en un hecho insólito en la RDA, promovieron la primera huelga que tuvo lugar en ese país.
El líder socialista Carlos Altamirano, informado de lo que estaba pasando, gestionó directamente con las autoridades alemanas el cambio de actividad. Los demás tuvieron que esperar hasta 1976, año en que fue liberado por los militares Luis Corvalán, secretario general del PC chileno, quien viajó a poner orden.
Durante esos años, Alegría junto a los músicos del Aparcoa -hasta hoy, insignes cultores de la ‘cueca urbana'- se movió por toda Europa y América del Norte. Si bien como grupo contratado por el Teatro Popular de Rostock su deber prioritario era dar actuaciones periódicas en esa sala, el conjunto se las arregló para hacer giras buscando recursos para ayudar económicamente a la resistencia.
Presencia de la Stasi
Pero, hubo problemas. Se desató la molestia alemana por la desprogramación de los conciertos de Aparcoa en Rostock y la incomodidad por esa situación, la necesidad de pedir engorrosos permisos para salir de Alemania, el fracaso de las gestiones de la Jota comunista ante el PC chileno para radicarlos en Italia y el deseo de varios integrantes por volver a sus profesiones, condujeron a la disolución del grupo, que vino a reconstituirse recién el 2006 en Chile. En 1977, cada uno de los músicos siguió su vida en forma independiente al resto.
Uno de los temas recurrentes cuando se rememoran esos años de Guerra Fría es la omnipresencia en la RDA de la Stasi, la tan temida como eficaz policía secreta de Alemania oriental.
"Siempre tuvimos conciencia de que la seguridad no era chacota en la RDA", dice Alegría. "Era algo muy potente y muy ‘a la alemana'. Practicaban aquello de que si bien era bueno ‘confiar', era mucho mejor ‘vigilar'. La presencia de sus agentes se advertía con facilidad".
Más de un exiliado tuvo malas experiencias en su trato con ellos. Respondiendo al carácter típico del chileno criticón y desordenado, eran frecuentes las discusiones entre ellos respecto de las libertades que echaban de menos unos, mientras los otros les hacían ver las ventajas del estado protector en materia de salud, trabajo, vivienda.
"Visita" con rosas rojas
Las discusiones a veces subían de tono, a pesar de las advertencias de las cúpulas partidarias en el exilio, que les recomendaban prudencia. Alegría recuerda lo que le sucedió a él mismo, cuando tuvo la ocurrencia de participar en un foro en la Escuela de Teatro de Rostock donde se debatía si una marcha de estudiantes europeos, que enarbolaba las banderas de la democracia, podía o no ingresar a territorio alemán, lo que Honecker y la dirigencia habían prohibido. Alegría puso en tela de juicio la disposición del gobierno
A la mañana siguiente, unos señores de abrigo largo, negro, tocaron el timbre de su departamento mientras él no estaba. Les abrió su joven esposa alemana, quien casi se desmayó al verlos con un ramo de rosas rojas en la mano. "Esto es para usted... Le rogamos le diga a su esposo que concurra a las 9 de la mañana a la Plaza Thaelmann". Era la Stasi. El lugar de la cita era la principal plaza de Rostov, donde está el mercado.
Era el anuncio de que se aproximaban horas difíciles. Alegría fue. Lo invitaron a subir a un auto y lo trasladaron fuera de la ciudad. No cruzó palabra con quien lo llevaba. Al llegar a destino, después de casi una hora de viaje llegan a una casa en pleno campo. Lo introdujeron a una habitación y lo dejaron solo. Unas 4 horas. A solas con sus pensamientos. Nadie apareció.
Ni una explicación le dieron acerca del por qué se realizaba tan atemorizante situación. Al parecer, no era necesario. Finalmente, aparece el mismo individuo, lo invita al auto y lo lleva de vuelta al mismo lugar en la plaza, sin decirle nada. Para qué. La advertencia había sido elocuente.
La "farra" socialista
Aunque lo sucedido se supo en la comunidad de exiliados, igual continuó debatiéndose la crisis que se iba gestando en Alemania del Este. "Nos pedían que no nos metiéramos en líos, y uno obedecía por solidaridad y disciplina, pero era inevitable observar lo que estaba pasando entre los ciudadanos de la RDA", señala el músico.
"Mi impresión es que la gran mayoría anhelaba que se abriera paso a las libertades individuales, pero había igualmente un enorme porcentaje que no quería arriesgar las garantías socialistas; ese dilema no resuelto fue el que concluyó con la caída del Muro", se lamenta Alegría.
Mucho se ha dicho que el estalinismo impuso su férrea opresión a los alemanes del Este, alineándolos con la Unión Soviética. "Según lo aprecié viviendo allá -sostiene-, la postura gobernante apoyaba el sistema con mucho agrado. Sin embargo, la ciudadanía no estaba en pleno acuerdo con las imposiciones de falta de libertades públicas y pedía que se respetara la libertad religiosa, de educación, de elegir el lugar de trabajo, de circular dentro y fuera del país, el emprendimiento".
"Pero las autoridades no lo aceptaron y terminaron farreándose la oportunidad de haber construido un mundo mejor. Esa es mi pena".
FUENTE: CAMBIO 21
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