sábado, 8 de febrero de 2014

Médico denuncia muerte de su hija por negligencia en la Clínica Alemana

 
Hacer un relato de una negligencia médica es difícil, más cuando se debe al actuar de tus propios colegas médicos, pero todavía más cuando la víctima es tu propia hija. Yo estudié medicina cuando esta era una vocación, cuando los pacientes no eran enfermedades que tratar, sino personas con su historia individual. Ahora la medicina se ha transformado en una profesión para ganarse la vida y los pacientes son solo números para completar tu trabajo. Este punto de vista ha hecho que los médicos sean impersonales y los pacientes solo números que atender, lo cual hace que las negligencias sean más frecuentes por la poca empatía de los médicos hacia sus pacientes.
En mi caso, se trató de mi hija Carmencita, que nació hace 23 años, con 28 semanas de gestación, con una malformación cerebral (Chiari I) e hidrocefalia severa. Requirió ser operada a la semana de nacida, para colocar una válvula en su cráneo que drenara el exceso de líquido cefalorraquídeo y permitiera crecer al cerebro. Estuvo dos meses en una unidad de neonatología y después fue enviada a casa con el pronóstico de que sería ciega, sorda y muda, y que nunca caminaría.
Con mucho amor, dedicación y esperanza, logramos con mi señora sacar adelante a esta hija maravillosa que Dios nos dio. Al pasar el tiempo ella pudo caminar, cantar, tocar guitarra y piano, hablar tres idiomas, estudiar en la universidad y ser una persona completa e irrepetible. Nunca en sus 23 años requirió cambio de válvula o tuvo una complicación con ella. Todo esto cambió el 6 de diciembre de 2013 (a las 21:00), cuando comenzó con cefalea, nauseas, episodio de convulsión y dificultad para hablar. En ese momento sus hermanos nos llamaron a Puerto Varas (donde vivimos), nos explicaron lo que sucedía y que la iban a llevar a un servicio de urgencia. Les dije que fueran a la Clínica Alemana por ser un centro neuroquirúrgico y que en el intertanto yo llamaría al médico de turno para avisar que iba mi hija con una urgencia neurológica, posiblemente por obstrucción de su válvula.
Llamé a la urgencia a las 21:48 (según un informe de Entel) y hablé primero con la doctora Medina, explicándole los antecedentes clínicos de mi hija y que por favor fuera vista en forma inmediata por el médico neurólogo de turno. No contento con esto, hablé con ese medico, el doctor Pablo Lavados, neurólogo, y le volví a explicar el cuadro clínico de mi hija, quedando los dos médicos de acuerdo en que sería vista de inmediato.
Mi hija llegó a la Clínica Alemana aproximadamente a las 22:00 y fue atendida 25 minutos después (vea aquí la ficha médica parte 1 y parte 2) por otro médico de turno, doctor Álvaro César Mardones Rodríguez, al cual mis hijos le indicaron los antecedentes clínicos y lo pusieron al tanto del cuadro de cefalea, nauseas, convulsión y dificultad para hablar que Carmen presentó ese día (una de mis hijas estudia medicina y además iban acompañados por mi suegra, que es enfermera universitaria). Le pidieron que fuese vista de manera urgente por el neurólogo de turno, porque claramente se trataría de una urgencia neurológica. Inexplicablemente, el doctor Mardones desestimó los antecedentes y el cuadro clínico y pidió una radiografía de tórax y exámenes de sangre, indicando como tratamiento hidratación endovenosa, un analgésico y un tranquilizante oral. En ese momento mi suegra salió a buscar al doctor Lavados y lo encontró en el pasillo de la clínica, pidiéndole que fuera a ver a su nieta, conforme a lo que yo ya había hablado con él. El doctor Lavados le respondió que estaba ocupado y que la vería solo si el doctor Mardones lo llamaba.
En medicina, frente a un paciente que puede tener varios diagnósticos, se actúa siempre pensando en evitar el mal mayor. En este caso, claramente lo principal era descartar que mi hija estuviera haciendo un cuadro de hipertensión endocraneana secundaria a falla valvular. Este cuadro se presenta con cefalea, nauseas, vómitos, convulsiones y otras alteraciones, como disminución del ritmo cardiaco, hipertensión, problemas motores oculares y rigidez de la nuca, además de antecedentes como los que tenía mi hija: hidrocefalia y válvula. El doctor Mardones claramente no supo evaluar, o desestimó, este cuadro clínico y tampoco fue capaz de llamar a un especialista que descartara el cuadro neurológico. Por otro lado, el neurólogo doctor Lavados, a pesar de haber sido avisado por mí y por mi suegra, tampoco fue capaz de ir a evaluar la gravedad del cuadro clínico de mi hija para descartar la hipertensión endocraneana aguda.
A las 23:40, aproximadamente, mi hija cayó en coma profundo con paro cardiorespiratorio; se le realizaron maniobras de reanimación y fue trasladada a la Unidad de Tratamientos Intensivos. A las 00:48 se pidió, por fin, un scanner cerebral. El informe del radiólogo de turno informó hidrocefalia secundaria a falla valvular (vea aquí el documento). Pero el scanner fue interpretado por el neurólogo doctor Lavados como normal, sin hidrocefalea, y diagnosticó meningoencefalitis. Es decir, el neurólogo siguió sin pensar en la hipertensión endocraneana y consideró que sería un cuadro infeccioso.
A las 4:58 del 7 de diciembre se pidió doppler cerebral, el que mostró alteraciones profundas de riego sanguíneo cerebral con hipertensión endocraneana severa. Es decir, luego de siete horas de estar en la Clínica Alemana, que es un centro de derivación neuroquirúrgico, recién fueron capaces de diagnosticar el cuadro de hipertensión endocraneana secundaria a falla valvular en una paciente con antecedentes de hicrocefalia y válvula y que presentaba un cuadro clínico de cefalea, nauseas y convulsiones, lo que cualquier estudiante de medicina o público en general podría considerar que es de origen neurológico. Y, además, a pesar de usar la tecnología, no fueron capaces de interpretar un scanner cerebral como el de mi hija.
A esas alturas, mi hija llevaba siete horas de alteraciones de riego sanguíneo cerebral y, por lo tanto, era altamente probable la muerte cerebral. A las 4:47 se pidió evaluación del neurocirujano doctor Hernán Acevedo Gallardo, el cual decidió una exploración quirúrgica de la válvula a las 07:00, luego de nueve horas del ingreso a la Clínica Alemana, sin antes evaluar si mi hija tenía muerte cerebral o no. Esa constatación era relevante porque, en caso de constatarse muerte cerebral, era innecesaria la exploración en pabellón. El protocolo operatorio demostró hipertensión endocraneana por falla valvular, es decir, lo mismo que dijimos desde el principio a los doctores Mardones, Lavados y Medina (que nunca apareció).
Claramente, la exploración quirúrgica de mi hija fue para enmascarar la negligencia médica de la Clínica Alemana y poder decir que hicieron todo lo posible por salvar a mi hija. Ella falleció a las 17:40.
El informe de la auditoria médica de la Clínica Alemana (vea aquí ese documento), reconoció que se trató de un cuadro de hipertensión endocraneana secundaria a falla valvular, pero que se dio en una paciente con un cuadro clínico de difícil diagnóstico (???), a pesar de haber usado todos los medios tecnológicos y de especialistas de la clínica.
A mí, como padre, me es difícil aceptar la muerte de mi hija en esta situación que claramente era evitable, pero aún me duele más que médicos responsables de urgencias hayan actuado con tanta ignorancia, negligencia y displicencia.
Escribo esta carta, para que la gente se informe de situaciones que generalmente pasan desapercibidas en el ámbito médico y que tienen resultados fatales en los pacientes.
 
FUENTE: CIPERCHILE

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