Columnas
20 de febrero de 2014
Maduro, Melissa, Melnick y la clase media
Melissa Sepúlveda, la anarquista presidenta de la FECH, y Sergio Melnick, ex ministro de Pinochet, astrólogo y tuitero fanático, comparten un concepto cien por ciento: las manifestaciones estudiantiles tienen distinto valor dependiendo de donde ocurran. En un caso las consideran legítimas y, en el otro, intentos de subversión y de tomar representación de mayorías silenciosas y adictas a los gobiernos. Sólo se diferencian en el país. En uno es ilegitimo una ley que criminaliza a quienes convocan a las marchas, en el otro es una herramienta democrática para contener al fascismo. Por otro lado, quienes aplauden que miles de estudiantes realicen una protesta contra Maduro, la condenaron en el 2011 cuando miles de estudiantes salieron a la calle a exigir una reforma educacional que terminara con el sistema más segregado de la OCDE. Y llenaron de insultos a los actuales diputados Vallejo, Jackson, Boric y Cariola.
Este síndrome de la relativización del movimiento estudiantil no sólo la tiene la actual dirección de la FECH y el opinólogo Melnick. También llega a Palacio en ambos países. De la misma manera que Piñera perdió la guerra ideológica al negarse a dialogar con sus dirigentes buscando radicalizar el movimiento en las calles –con el argumento de que tras ellos se escondía la ultra y los dirigentes derrotados de la Concertación–, Maduro ha perdido su propia batalla comunicacional al tomar detenido al principal líder civil organizador de las marchas y buscar criminalizar al movimiento estudiantil diciendo que detrás de ellos se esconde el fascismo, una intentona de golpe de Estado y la mano siempre larga del imperialismo.
Piñera no debiera criticar a Maduro, pues de cierta manera este último lo está imitando en el tratamiento del movimiento estudiantil. Probablemente las ansias del saliente gobernante de Chile por aparecer en los medios con un gobierno que pierde poder de pauta, lo debe tener nervioso y expectante para aparecer por cualquier cosa.
Este síndrome de la relativización del movimiento estudiantil no sólo la tiene la actual dirección de la FECH y el opinólogo Melnick. También llega a Palacio en ambos países. De la misma manera que Piñera perdió la guerra ideológica al negarse a dialogar con sus dirigentes buscando radicalizar el movimiento en las calles –con el argumento de que tras ellos se escondía la ultra y los dirigentes derrotados de la Concertación–, Maduro ha perdido su propia batalla comunicacional al tomar detenido al principal líder civil organizador de las marchas y buscar criminalizar al movimiento estudiantil diciendo que detrás de ellos se esconde el fascismo, una intentona de golpe de Estado y la mano siempre larga del imperialismo.
Y Maduro, contrario a lo que dicen los más recalcitrantes derechistas del continente, no está imitando en modo alguno a Cuba. Los hermanos Castro lo superan en astucia política y desprecio por la democracia representativa. A diferencia de lo que hizo el sucesor de Chávez con Leopoldo López –el principal líder de las manifestaciones–, el régimen cubano no solamente nunca ha detenido a la activista digital Yoani Sánchez, sino que la han dejado pasearse por el mundo criticando sin pelos en la lengua, como nunca lo había hecho nadie, a la revolución ícono de los años 60. Saben que tomarla detenida es crear un símbolo y es camino seguro al fin de su tiempo. Y, por cierto, a diferencia de los hermanos Castro, por mucho que les parezca extraño, Maduro fue elegido democráticamente en una elección con oposición y observadores internacionales. En Cuba, desde 1959, nunca ha habido un líder de oposición que apareciera en alguna papeleta electoral.
Lo que el Presidente Maduro hizo con Leopoldo López se parece mucho a lo que el general Jaruzelski hizo con Lech Walesa en la Polonia comunista de los años 80. Ya sabemos el final de esa historia.
Pero tampoco, como repiten los izquierdistas más conceptuales del continente y de nuestro país, la situación de Venezuela se parece a la de Chile antes del golpe de Estado de 1973.
Allende nunca cerró ningún medio de comunicación, ni sacó del aire a algún canal por hablar contra él. Más aún, nunca, pese a los miles de inventos de los creativos como Melnick, tomó detenido a ningún líder de la oposición, ni tampoco sacó a la calle milicias para hostilizar a los opositores. Es cierto que en su coalición había incendiarios, que hicieron todo lo posible por radicalizar la calle y complicar al propio gobierno, pero nunca contaron con la anuencia de Allende, que siempre los despreció. Y lo más importante, el chavismo controla las Fuerzas Armadas. Los Melnicks podrían ocupar como argumento en contra los intentos de halcones de antaño de intervenir en la Marina, pero no eran acciones de agentes del gobierno, ni fueron aprobadas por el Presidente Allende.
Tampoco tiene Maduro un bloqueo económico de EE.UU. ni la decisión política de éste de derrocarlo. La mejor prueba de ello es que Venezuela vende cerca de 800 mil barriles de crudo diarios al mismísimo Tío Sam. Parafraseando al difunto Chávez, el único olor a azufre es el del flujo ininterrumpido del crudo venezolano. ¿Si fuera el interés de Obama ahogar a Venezuela, por qué entonces no interrumpe EE.UU. la compra de petróleo? Es cierto que ha reducido las compras en más de un 40% en los últimos 5 años, pero ha sido para todos los países petroleros, y debido al boom del shale gas en EE.UU. y no a cobranza ideológica alguna. No fue así con Allende y, por cierto, tampoco con Cuba.
¿Qué tiene en común entonces la actual situación de Venezuela con Chile?
El movimiento estudiantil en Venezuela es muy parecido al chileno del año 2011. No es manejado en modo alguno por la oposición. Es masivo, con posiciones gremiales, pero también con sueños políticos. Opera en lógica siglo XXI, y hace uso amplio de las redes sociales y de organizaciones más horizontales. Sus líderes son, por ahora, perfectos desconocidos, que no dudo que se convertirán en los Giorgio Jackson, Camila Vallejo o Gabriel Boric en su momento. Se parece también al movimiento de descontento en Brasil que enfrentó Dilma hace un tiempo y tiene como primo lejano a quienes protestaban en la plaza Tahir y convocaban a multitudes para reclamar contra el autoritarismo.
Y, al igual que en Chile, es también una rebelión de las clases medias venezolanas. Aunque por razones muy distintas. El gobierno bolivariano ha tenido un amplio plan social con el dinero del petróleo, que ha ayudado a salir de la extrema pobreza a muchos venezolanos, pero los ha vuelto cautivos de la ayuda estatal. Por otro lado, su política económica disparatada de control de precios ha provocado carestía, inflación y disminución de la inversión privada.
Los controles de divisas han también reducido las importaciones de bienes de consumo, lo que ha afectado a una clase media que en el pasado era conocida en los malls de Miami como los “dame dos”, por su voracidad de compra. A los sectores populares no les afecta en modo alguno, pues el Estado no los ha abandonado, y los sectores altos siempre logran protegerse.
Más aún, están mucho más a salvo de lo que estaban en la era del Pacto de Punto Fijo, que garantizó la alternancia estricta entre la socialdemocracia del AD y el socialcristianismo del COPEI. Pero es la clase media venezolana la que ha sufrido con el experimento chavista. Los mayores decidieron emigrar en buena parte, pero los universitarios –que son de ese segmento en su mayoría y es a donde pertenecerán–, al igual que sus compañeros chilenos del 2011 decidieron participar en la construcción de su propio destino y forzar al gobierno a escucharlos.
Es también una lección para futuros estrategas políticos. A las máximas tradicionales de follow the money, que se aplica siempre en los negocios, y cherchez la famme en criminalística, debiera sumarse una nueva: no olviden a la clase media y los estudiantes.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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