domingo, 12 de agosto de 2012


Problemas de movilidad y desigualdad

El clasismo en Chile es clave en la conflictividad social y el movimiento estudiantil

"El que nació en una determinada familia o en una zona apartada sabe que sus oportunidades para ser como quienes nacieron en un sector acomodado son muy bajas y, a la vez, éstos saben que tienen un privilegio que asumen como natural", explica Garretón y agrega que es en los colegios donde se tejen redes sociales que después les asegurarán el éxito profesional.
El apellido, el barrio y el colegio en que estudió son elementos suficientes en Chile para clasificar a una persona en una clase social, una estratificación que se refleja en el clasismo que ha perdurado durante siglos y que está incorporado al ADN colectivo.
“El clasismo tiene su origen en la conquista española, se mantiene durante la República y hoy en día se expresa en la tremenda desigualdad en la distribución del ingreso, pero también en la educación y en el mercado laboral”, explica a Efe el sociólogo Manuel Antonio Garretón.
Para retratar esa segmentación, en Chile se utiliza desde los años 80 una convención internacional que divide a las clases sociales en ABC1 (cúspide del sistema), C2 y C3 (clases medias), D (pobreza) y E (extrema pobreza).
La clave está en que la diferencia entre los extremos es especialmente acusada: según cifras oficiales, en 2011 los ingresos del 10 % más rico eran 35,6 veces superiores a los del 10 % más pobre.
Chile es, de hecho, uno de los países con mayor desigualdad del mundo, con un 0,52 en el índice Gini.
A través de esa pirámide se transmite la discriminación por clase, “una discriminación de base que es transversal y aceptada por todos”, afirma a Efe el periodista Óscar Contardo, autor del libro “Siútico: Arribismo, abajismo y vida social en Chile”.
“No se trata solo de que discriminen los poderosos, sino también los que son menos poderosos con los que están más abajo. Y esa actitud se manifiesta en múltiples escenarios, desde el lenguaje hasta los apellidos”, precisa.
Todos saben qué apellidos “son buenos”, recalca. Estos suelen tener origen extranjero, principalmente vasco, pero también inglés, alemán o italiano, y “eso influye en los procesos de selección”.
El clasismo incorpora también un componente racial: “Si uno compara estadísticas de autopercepción, la gran mayoría dice que se considera blanco, aunque sea evidentemente mestizo con rasgos indígenas”.
En ese imaginario social se asume que un ABC1 vive en el sector oriente de la capital, en comunas (distritos) como Las Condes, Vitacura o Lo Barnechea y lleva a sus hijos a determinados colegios donde solo se relacionan con sus pares.
“El sistema educativo y las ciudades son elementos reproductores del clasismo”, recalca Garretón.
Según este sociólogo, “el que nació en una determinada familia o en una zona apartada sabe que sus oportunidades para ser como quienes nacieron en un sector acomodado son muy bajas y, a la vez, éstos saben que tienen un privilegio que asumen como natural”.
En los colegios, ellos tejen las redes sociales que después les asegurarán el éxito profesional.
No es extraño, de hecho, que muchos políticos o empresarios chilenos hayan estudiado en las mismas aulas y hayan compartido almuerzos de domingo o veranos en la costa.
Para esas escapadas prefieren las playas de Zapallar, Cachagua o Papudo, en el litoral central, o las orillas de lagos del sur.
En sus casas, algunas con frondosos jardines, cuentan con sirvientas que viven con ellos, las llamadas “nanas de puertas adentro”, un fenómeno que el director Sebastián Silva retrató en la laureada y aplaudida cinta “La Nana”.
Es habitual también que quienes copan la toma de decisiones en el país estén emparentados entre sí. Son esposos, hijos, hermanos, primos o cuñados, vinculados a un árbol genealógico que puede parecer impenetrable para el resto de los ciudadanos.
“La elite es endogámica y tiene una noción instalada de orden y de temor a los cambios y ensayos”, dice el autor de “Siútico”.
Tal como indica Contardo, las clases altas empezaron a utilizar la palabra siútico “para denominar a los individuos de clase media que prosperan” y tratan de imitar sus costumbres.
“Estos por lo general son escasos y fáciles de identificar y señalar. Significa que no estamos en una sociedad donde medrar sea común. Estamos hablando por lo tanto de una estructura social rígida, con una movilidad escasa”, añade.
Pero Contardo también es crítico con la imagen de las clases medias: en la publicidad “se le muestra con tez blanca y de pelo rubio, con costumbres más estadounidenses que europeas, de zonas residenciales y sin mayores preocupaciones”.
“Lo que define a la clase media es aspirar a ser otra cosa que no es. No tiene identidad propia y siempre se está mirando en el espejo de la clase alta”, afirma.
Garretón coincide en que “las clases medias en Chile tienen también un profundo clasismo, en el sentido de querer ser distintos a los que están abajo y acercarse lo más posible a los que están arriba”.
Todo ello dentro de un modelo económico neoliberal que preconiza el esfuerzo individual como clave del éxito.
Este sociólogo admite que, pese a la difícil movilidad social, “se generan soportes ideológicos y culturales para dar la impresión de que a través del propio esfuerzo se puede llegar a ser como quienes viven mejor”.
“Ese sistema ideológico genera la idea de una sociedad sin clases, pero en el fondo lo que hace es reproducirla y hacer que todos sigan el juego”, concluye.

FUENTE: EL MOSTRADOR

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