Presidente Piñera, gracias por favor concedido
Durante su mandato, se demostró cuán poco conocen y comprenden el país quienes se desarrollan laboralmente en el sector privado, como el grueso de sus ministros y asesores. No se explica de otro modo la incapacidad de su gabinete para enfrentar los conflictos sociales. No fueron sólo los estudiantes los que se tomaron las calles para ser escuchados, también los habitantes de Magallanes, Aysén, Freirina y Chiloé, y los trabajadores portuarios de todo Chile, por nombrar los más relevantes. Frente a dichas movilizaciones, el gobierno se paralizó, profundizó los conflictos ordenando la represión policial de los manifestantes –como si la derecha tuviera un tic incontrolable ante cualquier protesta social– y, finalmente, descubrió que era indispensable negociar, porque cada una de estas manifestaciones era producto de un problema al que se hizo oídos sordos.
Durante décadas vivimos bajo la amenaza del derrumbe empresarial si se adoptaban ciertas disposiciones o se incrementaba la fiscalización. Gracias, Presidente, por dejar en evidencia que las grandes empresas pueden pagar más impuestos (subió de 17 a 20%) y mantener utilidades apetitosas sin disminuir el empleo, que el postnatal de seis meses –sin duda una gran obra– no hizo crujir las arcas privadas ni fiscales, que el control de abusos no genera quiebras, sino que obliga a los dirigentes empresariales a tomar medidas. Esto último quedó demostrado en ENADE 2013, cuando el presidente de la CPC, Andrés Santa Cruz, pidió sanciones penales para aquellas empresas que tengan prácticas contrarias a la ética.
Como nunca antes, al país le quedó claro lo que son los conflictos de interés y lo impropio que resulta mezclar negocios y política. El estándar de cómo se concilian los intereses públicos y privados parece haber cambiado para siempre. No se explica de otro modo que la casi-subsecretaria de Educación, Claudia Peirano, haya tenido que renunciar antes de asumir, debido a la presión social. Reconocida como una excelente profesional, la ciudadanía no le perdonó su cercanía con el negocio educacional. Gracias, Presidente, ya era tiempo que trancara esa puerta giratoria.
Durante su mandato, se demostró cuán poco conocen y comprenden el país quienes se desarrollan laboralmente en el sector privado, como el grueso de sus ministros y asesores. No se explica de otro modo la incapacidad de su gabinete para enfrentar los conflictos sociales. No fueron sólo los estudiantes los que se tomaron las calles para ser escuchados, también los habitantes de Magallanes, Aysén, Freirina y Chiloé, y los trabajadores portuarios de todo Chile, por nombrar los más relevantes. Frente a dichas movilizaciones, el gobierno se paralizó, profundizó los conflictos ordenando la represión policial de los manifestantes –como si la derecha tuviera un tic incontrolable ante cualquier protesta social– y, finalmente, descubrió que era indispensable negociar, porque cada una de estas manifestaciones era producto de un problema al que se hizo oídos sordos.
Esta ceguera frente a la realidad, la “falta de calle” como la llaman algunos, no abandonó nunca a su entorno. No se explica de otro modo que le hayan aconsejado dar cuenta de su gestión en una gira que pareció interminable, con discursos tan rimbombantes como el de los “20 días”, cuyas cifras fueron sistemáticamente desmentidas. Y no era para menos, si consideramos la paliza que recibió en las recientes elecciones parlamentarias y presidenciales.
Dentro del oficialismo, y también entre algunos analistas, se considera que este no fue un gobierno de derecha. Para muchos la conclusión es que Chile es, y siempre ha sido, de centro-izquierda. Quizás sea más preciso señalar que la derecha chilena tuvo que aprender a manejarse en democracia. Porque las políticas aplicadas durante la dictadura de Pinochet (el modelo añorado por dirigentes históricos de la UDI y RN) eran medidas de un neoliberalismo extremo, imposibles de establecer cuando hay elecciones periódicas y se respetan las libertades individuales. Gracias, Presidente, por haberlo tenido claro y haber predicado desde el mismísimo 2010 –a través de su ministro del Interior– la necesidad de una nueva derecha. La actual crisis en los partidos oficialistas indica que tenía razón. Una democracia plena –como la que se prevé con una nueva Constitución– no es compatible con un sector nostálgico de los tiempos en que el país obedecía sin chistar, producto del miedo.
Si bien estuvo más cerca de la UDI que de RN, su distancia con aquellas posiciones fue clave al conmemorar los 40 años del golpe militar. Acusó la existencia de “cómplices pasivos” frente a las violaciones a los derechos humanos, sostuvo que la Corte Suprema no defendió la vida de los ciudadanos, que los medios de comunicación no informaron con veracidad y que hubo civiles que “teniendo el poder y teniendo la información de lo que estaba ocurriendo, simplemente decidieron callar”. Ese mes de septiembre culminó con el cierre del vergonzante Penal Cordillera. Después de que un Presidente de derecha se impone con esta certeza, nadie podrá volver a decir que en Chile no se violaron sistemáticamente los derechos humanos, que no hubo responsabilidad del Estado en esos crímenes o que sólo fueron excesos puntuales. Ese es su gran legado. No vale la pena seguir insistiendo en cifras dudosas.
Sin un gobierno como el que termina, no existiría una Nueva Mayoría y tampoco se verían factibles reformas estructurales como las planteadas por la próxima administración. Presidente Piñera, gracias por favor concedido.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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