El cielo cubano, ese que tanto soñaron ver, fue el primero en darles la bienvenida a nuestros Héroes; luego el olor y la brisa, esa sensación de libertad… Difícil para los ojos creer lo que ante ellos estaba aconteciendo, para el corazón recibir de golpe tanto regocijo, para el pueblo radiante, absorto y eufórico abrir los brazos finalmente a sus hijos y brindarles una taza de café. Once millones de lágrimas multiplicadas se derramaron mientras se daba a conocer la noticia, y más tarde cuando llegaron unas tras otras las imágenes donde Raúl les daba la bienvenida a nuestra Patria.
Quién no se electrizó junto a Elizabeth con el beso de Ramón, quién no se enterneció con la mirada de Gerardo a su amada Adriana, quién no sintió en la piel el mismo calor que emanó entre Mirta y su hijo Tony ante el abrazo que creían imposible recibir… A dónde salieron disparados todos los sentidos cuando se les escuchó decir “Para lo que sea”, a ellos que hasta en ese momento nos estaban dando una lección de genuino patriotismo.
Y afuera, en las calles, un mar humano para darles la bienvenida a casa, a este hogar confortable, caliente y amoroso, que en cuanto lo supo estremeció sus cimientos y llenó de júbilo cada rincón del país. En la grandeza de la patria y de sus hijos, dice una sentencia martiana, no es mentira decir que siente crecer el corazón.
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