domingo, 28 de febrero de 2016

Wilfredo Alarcón: La impactante historia y testimonio del cura que sobrevivió al fusilamiento

28/02/2016 |
Por Mario López M.
El relato de este sacerdote grafica lo que vivieron miles de compatriotas, brutalmente flagelados y que en la incertidumbre de su futuro, fueron acribillados. Su testimonio habla por los que no sobrevivieron.

"Eran como las 3 de la tarde, compañero Jesús, tu hora, cuando quisiste compartir conmigo. Un auto azul y blanco, con una cola que tocaba el suelo,  se detiene frente a la casa de la tía... Un señor de anteojos oscuros, como sus intenciones, dijo ser detective... y al pedirle yo sus credenciales, se limitó a decir que solo era colaborador de los detectives,  (dijeron luego que era un señor Díaz, de Patria y Libertad de Temuco.)"

Oscuros como sus intenciones

Así comienza su relato el sacerdote Wilfredo Alarcón, el entonces sencillo párroco de Perquenco, un pueblo cercano a Temuco. En 1973 fue apresado, torturado brutalmente, fusilado y lanzado a las aguas. Pero sobrevivió y relató los hechos. Quizás una de las preguntas que jamás dejó de hacerse, fue el ¡por qué yo!, la misma que miles de chilenos víctimas de las atrocidades cometidas por la dictadura se hacen e hicieron. Él encontró la respuesta en la fe.

En su detención y martirio participaron no solo uniformados sino que también civiles, terratenientes y sus lacayos, lo odiaban por su cercanía a campesinos y pueblo mapuche. Detenido el 13 de septiembre de 1973 pasó largos 5 días en poder de sus captores hasta que fue acribillado en un fusilamiento sumario, a las orillas de un río, el 17 de ese mismo mes de madrugada. Lo llevaron a la cárcel de Lautaro desde donde lo trasladaron amarrado y vendado a su lugar de ejecución.

"Estando en la cárcel, todas las tardes llamaban a dos o tres y les decía: "fulano de tal, agarre sus cosas porque se va"... siempre me acuerdo de dos campesinos que al escuchar esto se pusieron muy contentos. Hasta que el día 17 de septiembre me tocó a mí: "ya padrecito, prepare sus cositas que usted se va a ir..." Yo medio inocentón pensé: son fiestas Patrias y a esta gente siempre les gusta hacer algo como el Te Deum, porque yo no sabía nada de lo que ocurría en otras ciudades ni menos en Santiago", relató el religioso.

Traicionado

Tenía razón, lejos estaba de imaginar el destino que le aguardaba. "Me hicieron firmar mi salida y enseguida me amarraron las manos y pies con alambres de púas y me lanzaron a la parte posterior de la camioneta. Esto sucedió cuando en Lautaro ya anochecía. Iba boca abajo con dos militares encima de mi cuerpo y me trajeron a Temuco, a la FACH. Cuando llegué, me vendaron la vista. Luego me golpearon salvajemente y me pusieron contra una muralla de tablas". El martirio recién comenzaba.

"Entonces recibí golpes en la cabeza, en las manos y en todas partes. De tantos golpes que recibía me caí al suelo y seguían dándome puntapiés. Después me llevaron a un baño y allí me preguntaron por los campesinos. Algunos nombres los conocía y algunos no, pero me negué a proporcionarles cualquier información. Y a cada pregunta me sumergían la cabeza en los excrementos. Es terrible el ahogo que uno siente. Así me tuvieron un buen rato y yo sin dar nombres", recordó el sacerdote en "memorias de dos curas asesinados".

La larga noche no terminaba, al menos para él. "Luego vino el interrogatorio más profundo. Después me hicieron arrodillarme frente a ellos y me dijeron que estaba en presencia de un tribunal. El interrogatorio consistía en golpearlo a uno con culatas y con palos como para ablandamiento... Después me dieron a beber agua con un sabor especial que me dio un dolor de cabeza muy grande. Otro se me acercó y dijo: "Ahora padrecito va a ir a dormir"". No era exactamente el dormir que él ansiaba, exhausto con  el martirio.

Camino al paredón

Fue violentamente sacado de aquel lugar y la odisea volvió a empezar: "Después me tomaron y me lanzaron de nuevo a la camioneta. Por la voz supe que (Mario) Ramírez encabezaba el grupo. Me dijeron que me iban a fusilar, pero yo no les creí porque no había hecho nada en contra de mi conciencia. Iba amarrado como un cordero con alambres de púas, en las manos y en los pies.  Yo conocía a la persona que me sacó y conducía  la camioneta, aunque no sé con certeza si fue él mismo que me disparó", intentaba recordar el sacerdote.

"Poco después llegamos al lugar donde me iban a fusilar. Yo iba con la vista vendada pero escuchaba todas las groserías que decían. Pensé que estaba a la orilla del río Cautín, pero después supe que estaba a la orilla de un canal de riego". El religioso fue nuevamente obligado a beber esa agua mezclada, que él creyó era una especie de somnífero o droga. No satisfechos con saber que lo matarían o al menos esa era la intención, lo volvieron a golpear salvajemente, donde fuera, la orden era causar sufrimiento. El cura Alarcón apostaba que sería lanzado al río para que se ahogara... no era ese el fin que le tenían destinado.

"Híncate", le  ordenaron mientras era llevado al borde de lo que él creía era un río. "Híncate que vas a morir como curita" le dijo uno de los criminales. "Por lo que escuché, uno me alumbraba con una linterna y el otro me apuntaba con una metralleta".  Fue la primera vez que asumió que era cierto. Lo iban a fusilar. "De inmediato me dispararon. Y todo fue muy rápido. Sentí dos golpes muy fuertes en mi cuerpo, uno en la pierna y otro en el pecho y enseguida caí al agua. Estaría de Dios que sólo dos balas me alcanzaron". Ambos proyectiles fueron con salida de proyectil y no resultaron mortales.

Tremendo susto

A pesar de ejecutarle, quisieron cerciorarse y estando ya en el agua volvieron a dispararle "el tiro de gracia", pero tampoco le impactó, aunque él recuerda pasó muy cerca de su cabeza. "Escuché decir a Ramírez: cagó el cura", recuerda. En el agua prefirió guardar silencio sin quejarse por el dolor, para evitar que fuera rematado. Se dejó flotar convencido que estaba en las caudalosas aguas del Cautín. Solo esperaba encontrarse con Dios, relata.

Al percatarse que era un canal de regadío y al llegar a un abrevadero de poca profundidad, al despuntar el día salió a la orilla y como pudo, ensangrentado, tiritando de frío y mal herido se arrastró en busca de ayuda. Gente que lo vio prefirió ignorarlo, era peligroso mezclarse en esos tiempos. Un buen samaritano lo recogió y contactó a un sacerdote que lo trasladó al hospital. Tremenda fue la sorpresa de los criminales al verlo con vida. "Al verme tienen que haberse llevado un tremendo susto", remató el sacerdote.

El padre Alarcón fue protegido por el Obispado y trasladado con sigilo a Argentina, para evitar que volvieran a atentar en contra de su vida. Dedicó allí su vida a fabricar cristos con raíces de árboles del río Cautín. En 1980 regresó al país y siguió su ministerio en el sur. Algunas de sus artesanías se guardan hasta hoy en el Museo de la Memoria. Falleció alejado del clero en julio de 2010.


FUENTE: CAMBIO 21

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