Sueños y recuerdos de Hermógenes
¿Cuál era el objetivo de las grandes corporaciones al tomar el control de los medios de comunicación? Durante décadas los grandes inversionistas, del mismo modo como adquirieron empresas de servicios públicos y de recursos naturales y buscaban su acomodo desde las finanzas, pusieron un pie sobre los medios de comunicación de masas. Año tras año, tras fusiones y adquisiciones, tras pérdidas y traspasos, la apuesta mediática comenzó a generar sus utilidades. De capital, claro está, pero también ideológicas.
La siembra en medios de comunicación no ha sido únicamente para hacer millones, para eso están los bancos y las mineras, sino para aplanar conciencias. La gran rentabilidad surge en tiempos de turbulencias. Eso es lo que hoy vemos y, posiblemente en el futuro cercano veremos mucho más. Los casos de la virulenta oposición mediática venezolana, ecuatoriana, argentina y boliviana nos recuerdan el verdadero sentido de esta prensa. Nos recuerdan una función que está en los pliegues de nuestra memoria más trágica: ser herramienta de conspiración y desestabilización.
Hermógenes Pérez de Arce y otros derechistas recalcitrantes han comenzado a deslizar comentarios y opiniones a raíz del aumento de las movilizaciones sociales, que contienen como núcleo central e inspirador la conservación del statu quo, el mantenimiento de la actual institucionalidad incluso bajo el empleo (nuevamente) de la fuerza militar. Pérez de Arce, un hombre que ha estado ligado a El Mercurio y su historia reciente, nos repite que el actual modelo, instalado a partir del golpe de 1973, se defiende con todas las armas al alcance de la mano. La primera y más cercana son los medios, en los que podemos distinguir dos grandes fases en su estrategia de control.
En un primer momento, que ha sido la larga transición neoliberal de los últimos 23 años, son un arma estratégica de primera línea para la reproducción y reforzamiento del statu quo. Consumo, publicidad de masas, alienación a destajo. Como servicios no siempre rentables pero sí muy apreciados, los medios están allí para reforzar comportamientos, acaso modelarlos y por cierto, controlarlos, cuando fuere necesario.
Es aquí cuando aparece la segunda etapa. Los medios corporativos, caballos de batalla de la inversión globalizada, según el clima político, social y las estrategias en marcha cambian de su rol de armas de distracción masiva a herramientas del terror. Cuando las oligarquías están en el poder, los medios afines o bajo su tutela ejercen la función de distractores, pero cuando lo pierden o lo ven amenazado, simplemente ejercen el terrorismo mediático, primera fase de otras formas de desestabilización democrática. Como aspectos permanentes están la confusión, los intereses personales y corporativos difundidos como amor a la patria, el cultivo de la estupidez en todas sus constantes y variables, la frivolidad como marca garantizada, la despolitización como ideología política. Como estrategia de emergencia surge el terror, el enemigo interno, la conspiración, el odio. En suma, la mentira y manipulación en todas sus versiones y manifestaciones.
Los chilenos aún recuerdan esta doble faz de los medios de la oligarquía. Registrada por la historia está la campaña de desestabilización democrática, de creación de odios y de abierto golpismo elaborada por El Mercurio y financiada por la CIA desde el gobierno de Eduardo Frei Montalva, a mediados de los años sesenta, hasta el abierto golpismo y terrorismo que precedió al gobierno de Salvador Allende. Y poco más tarde, tras el golpe y los secuestros, el miedo en toda su profundidad: hacia finales de 1973 las campañas de penetración sicológica elaboradas por los discípulos criollos de Joseph Goebbels le sugerían a la Junta Militar mecanismos para cargar de elementos negativos al derrocado gobierno de la Unidad Popular e instalar en la población el golpe de Estado como una acto liberador. Bajo el mando del sicólogo Hernán Tuane, la campaña comunicacional, que no escondía su tosquedad, buscaba generar un ambiente de angustia, neurosis, tragedia, inseguridad, peligro y miedo, percepciones que eran, por cierto, muy bien estimuladas por la bestialidad de los operativos de los organismos de seguridad.
Pérez de Arce no está delirando ni soñando. Está advirtiendo. Ante las movilizaciones y las demandas sociales, la reacción no sólo despliega lacrimógenas, balines, porras y chorros de agua. También usa la campaña del terror como escenario previo a la desestabilización, guión que hoy ha puesto en marcha toda la oposición derechista en no pocos países sudamericanos.
Por el momento, y ante el ascenso de las movilizaciones, vale estar alerta a la fase de los medios. Porque los alcances de la prensa del terror son enormes, infiltrando el miedo y el odio desde el informativo o la entrevista del matinal.
La siembra en medios de comunicación no ha sido únicamente para hacer millones, para eso están los bancos y las mineras, sino para aplanar conciencias. La gran rentabilidad surge en tiempos de turbulencias. Eso es lo que hoy vemos y, posiblemente en el futuro cercano veremos mucho más. Los casos de la virulenta oposición mediática venezolana, ecuatoriana, argentina y boliviana nos recuerdan el verdadero sentido de esta prensa. Nos recuerdan una función que está en los pliegues de nuestra memoria más trágica: ser herramienta de conspiración y desestabilización.
Hermógenes Pérez de Arce y otros derechistas recalcitrantes han comenzado a deslizar comentarios y opiniones a raíz del aumento de las movilizaciones sociales, que contienen como núcleo central e inspirador la conservación del statu quo, el mantenimiento de la actual institucionalidad incluso bajo el empleo (nuevamente) de la fuerza militar. Pérez de Arce, un hombre que ha estado ligado a El Mercurio y su historia reciente, nos repite que el actual modelo, instalado a partir del golpe de 1973, se defiende con todas las armas al alcance de la mano. La primera y más cercana son los medios, en los que podemos distinguir dos grandes fases en su estrategia de control.
En un primer momento, que ha sido la larga transición neoliberal de los últimos 23 años, son un arma estratégica de primera línea para la reproducción y reforzamiento del statu quo. Consumo, publicidad de masas, alienación a destajo. Como servicios no siempre rentables pero sí muy apreciados, los medios están allí para reforzar comportamientos, acaso modelarlos y por cierto, controlarlos, cuando fuere necesario.
Es aquí cuando aparece la segunda etapa. Los medios corporativos, caballos de batalla de la inversión globalizada, según el clima político, social y las estrategias en marcha cambian de su rol de armas de distracción masiva a herramientas del terror. Cuando las oligarquías están en el poder, los medios afines o bajo su tutela ejercen la función de distractores, pero cuando lo pierden o lo ven amenazado, simplemente ejercen el terrorismo mediático, primera fase de otras formas de desestabilización democrática. Como aspectos permanentes están la confusión, los intereses personales y corporativos difundidos como amor a la patria, el cultivo de la estupidez en todas sus constantes y variables, la frivolidad como marca garantizada, la despolitización como ideología política. Como estrategia de emergencia surge el terror, el enemigo interno, la conspiración, el odio. En suma, la mentira y manipulación en todas sus versiones y manifestaciones.
Los chilenos aún recuerdan esta doble faz de los medios de la oligarquía. Registrada por la historia está la campaña de desestabilización democrática, de creación de odios y de abierto golpismo elaborada por El Mercurio y financiada por la CIA desde el gobierno de Eduardo Frei Montalva, a mediados de los años sesenta, hasta el abierto golpismo y terrorismo que precedió al gobierno de Salvador Allende. Y poco más tarde, tras el golpe y los secuestros, el miedo en toda su profundidad: hacia finales de 1973 las campañas de penetración sicológica elaboradas por los discípulos criollos de Joseph Goebbels le sugerían a la Junta Militar mecanismos para cargar de elementos negativos al derrocado gobierno de la Unidad Popular e instalar en la población el golpe de Estado como una acto liberador. Bajo el mando del sicólogo Hernán Tuane, la campaña comunicacional, que no escondía su tosquedad, buscaba generar un ambiente de angustia, neurosis, tragedia, inseguridad, peligro y miedo, percepciones que eran, por cierto, muy bien estimuladas por la bestialidad de los operativos de los organismos de seguridad.
Pérez de Arce no está delirando ni soñando. Está advirtiendo. Ante las movilizaciones y las demandas sociales, la reacción no sólo despliega lacrimógenas, balines, porras y chorros de agua. También usa la campaña del terror como escenario previo a la desestabilización, guión que hoy ha puesto en marcha toda la oposición derechista en no pocos países sudamericanos.
Por el momento, y ante el ascenso de las movilizaciones, vale estar alerta a la fase de los medios. Porque los alcances de la prensa del terror son enormes, infiltrando el miedo y el odio desde el informativo o la entrevista del matinal.
Paul Walder
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 783, 14 de junio, 2013)
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