lunes, 15 de julio de 2013

Cómo fue que nos graduamos de país de “ingreso alto” sin salir del subdesarrollo

 

 
 
monedasEn medio de la ola de demandas sociales, la noticia resultó sorprendente: según el Banco Mundial, Chile es un país de altos ingresos pues su PIB per cápita es de US$ 21.590. En esta columna el economista Gabriel Palma desmenuza el anuncio y concluye que hemos calificado de ingreso alto “sólo por malabarismos estadísticos”. Este título, opina, puede ser festejado en la “cota mil” pero no por La Pintana, pues se debe paradojalmente a que muchos chilenos ganan muy poco. El “atraso salarial”, como lo llama Palma, permite a los que tienen dinero comprar muchísimos más servicios de los que podrían tener si vivieran en un país de altos ingresos de verdad. Eso, por supuesto, no puede ser visto como un logro, sino como un rasgo de nuestro subdesarrollo.
Hasta hace muy poco los titulares en Chile eran casi unánimes: alto crecimiento, baja inflación, casi pleno empleo. La mera posibilidad de que todo eso colgara de un hilo (de cobre) se descartaba de plano. El gobierno se preparaba para iniciar un año electoral afirmando que el país está de vuelta al dinamismo de los ’90, pero esta vez en forma “sostenible”. Era fácil ignorar a quienes opinábamos distinto. Como ya decía en otra columna, es difícil recordar un momento en el cual el discurso hegemónico corresponda a una percepción tan falsa sobre la situación real de la economía (la prosperidad virtual que había en 1981 sale segunda). Pero de repente, las predicciones de algunos “pesimistas” comenzaron a ser realidad; el precio del cobre comenzó a bajar, la contribución fiscal de este sector se esfumó de la noche a la mañana, el déficit de cuenta corriente comenzó a preocupar, se desplomó la inversión y la “exuberancia irracional” oficial se evaporó como aire caliente.
Sin embargo, cuando el desánimo amenazaba con convertirse en epidemia, el estado de ánimo neoliberal tuvo la suerte de que la caballería llegara al rescate en la forma del Presidente del Banco Mundial, declarando que la economía chilena había pasado al estatus de “ingreso alto” por lo bien que se hacían las cosas. Chile se graduaba de economía desarrollada, con todos los honores del caso y vencía de paso la famosa trampa del ingreso medio. ¿Evidencia? Nuestro ingreso nacional bruto por habitante habría pasado los US$ 20 mil por persona, llegando a la intrigante cifra de US$ 21.590. Para hacer eso, el Banco Mundial tomó el ingreso medido en forma habitual (US$ 14,280) y lo ajustó en algo más de un 50% para que reflejara la llamada “paridad de poder de compra” (en inglés, el famoso PPP o purchasing power parity).
En cuanto al bullado anuncio del Presidente del Banco Mundial, hay que entender que éste sólo indica que la élite económica, en términos de capacidad de consumo, tiene un nivel de vida aún mejor de lo que muestran las cifras en dólares corrientes. Para los tres cuartos de los chilenos, el cuento es otro
Lo sorprendente fue que el Banco Mundial, gobierno, colegas economistas, la clase política, etc., asumieran de plano que habíamos pasamos la vara de los US$ 20 mil por persona sólo por logros como mayor modernidad, eficiencia, adelanto, mejores instituciones. A nadie se le ocurrió preguntarse si podría haber otras razones, especialmente algunas mucho menos glamorosas. En lo fundamental, ¿teníamos que hacer un ajuste hacia arriba tan alto, 50%, debido a razones positivas o a la persistencia de algunos aspectos negativos de nuestra economía? ¿Esa gran brecha entre las dos estadísticas (US$ 7,310 de diferencia) era un signo de desarrollo, o uno de persistencia de algunos aspectos de nuestro subdesarrollo?
Uno podría argumentar que esa falta de reflexión no debería sorprender. El discurso neoliberal siempre se ha caracterizado por su falta de curiosidad, su simpleza unidimensional. El economista Joseph Stiglitz dice que eso es uno de sus mayores atractivos.
Quizás por eso los titulares que siguieron, en especial después de las movilizaciones populares, hacían las preguntas típicas de autocomplacientes, el tipo de preguntas que sólo hacen las personas que califican como “hombres de estado” (nunca he visto usar este término para una mujer): ¿Porqué habrá tanto clima de ingratitud en un país con ingresos tan altos? ¿Será que mientras más se tiene, más se quiere? ¡Miren todos esos disturbios callejeros! ¿Cómo hacerle entender a la gente que “es de bien nacido ser agradecido”?
Lo que se calla -quizás ni siquiera se han dado cuenta- es que esta supuesta buena noticia, ingresos tan alto en términos PPP, tiene una paradoja bastante peculiar, como una moneda con dos caras. Una para celebrar, la otra para reflexionar. Una que da energía para seguir empujando hacia delante; la otra indica que vamos por un camino muy errado. Pero en eso los chilenos no estamos solos: esta paradoja nunca la he visto mencionada en otra parte del mundo: para una economía del nivel de ingreso de la chilena, mientras mayor es el ajuste hacia arriba que se tienen que hacer, mientras mayor es la brecha entre los dos tipos de ingreso, mayor es la indicación que algo anda mal. ¡Cómo puede ser que hasta ahora parece que a nadie se le ha ocurrido eso!
Ya decíamos que el discurso neoliberal se caracteriza por su simpleza unidimensional, esto es, su incapacidad de reconocer y tratar de entender la complejidad de lo real. En cambio, esa capacidad es la marca registrada de Keynes y sus discípulos (los de verdad, no los que ahora mencionan su nombre en vano para justificar subsidios siderales destinados solamente a mantener dinosaurios financieros en cuidados intensivos). Y como la teoría económica convencional ha sido capturada por la ideología neoliberal, igual termina siendo caracterizada por su falta de profundidad y alcance. A muchos de mis colegas no les queda más alternativa que dedicarse a contar cuentos. Si García Márquez hubiese sido un economista neoliberal, lo más probable es que igual se hubiese sacado el Nobel, pero por su capacidad de inventar cuentos económicos realistas-mágicos que acomoden la realidad a la ideología.
1. ¿Qué es el famoso PPP? ¿Qué es lo que realmente revela la gran diferencia que hay entre las dos mediciones del ingreso?
Lo básico de esta técnica está basado en una idea desarrollada por primera vez en el siglo XVI en la Universidad de Salamanca. La idea básica del ajuste de un dólar al otro es reflejar cuantos dólares más yo tendría que gastar en Estados Unidos para mantener un estándar de vida similar (en términos de consumo) al que tengo en Chile.
Si cuando viajo a Estados Unidos el dólar que llevo me compra menos bienes y servicios de los que me compra en Chile, especialmente servicios que no se pueden importar, mi dólar tendrá menos poder de compra de lo que tiene en Chile. Por ello, comparar ingresos entre dos países en términos de “dólares corrientes”, de los verdes, de los que uno se puede guardar en el bolsillo, no refleja eso y no es una buena vara de comparación. Por eso también expresamos ingresos en dólares virtuales tipo PPP, los ficticios, los que reflejarían “paridad de poder de compra” entre los dos países. Un dólar “a la par” en su capacidad de compra.
El problema que quiere resolver el cálculo del dólar tipo PPP es muy simple. Cuando llego a Santiago, el taxi desde el aeropuerto me cuesta un sexto de lo que me cobra el taxi al aeropuerto en Londres (siendo distancias similares). Y como en Santiago hay más controles sobre la cantidad de taxis que en Londres, con los radio-taxis (no los negros), no se le puede echar la culpa a la falta de competencia. Y si uno piensa que el costo del auto, la bencina, los repuestos, etc. son similares en las dos ciudades, ¿que es lo que explica la enorme diferencia?
No hay que ser un erudito en la “Dismal Science”, o “Ciencia Lúgubre” -como un historiador victoriano llamo a la Ciencia Económica- para saber lo fundamental de la respuesta: el bajo ingreso del chofer -y el del mecánico que arregla el auto, y el del que pone la bencina, y el del que lo lava, etc. El ingreso por habitante en Inglaterra, medido en la forma corriente (US$ 38,250), es 2.7 veces el chileno (US$ 14,280). Pero en términos PPP esa diferencia cae a sólo 1.7 (Inglaterra: US$ 35,800, Chile: US$ 21,590), pues mientras que en Inglaterra el ingreso por habitante es similar en las dos formas de cálculo, en Chile el medido en término PPP sube en un 50%.
Sin embargo, en el caso del taxi, como en el de muchos otros servicios, la calidad del producto es la misma en los dos países. Entonces, ¿Por qué tanta diferencia de precio? ¿Por qué en lugar de reducirse la diferencia por la similitud de la calidad del servicio, salta como a seis veces? Más aún, de la forma en la que manejamos los chilenos, seguro que nuestro taxista, para subsistir, termina siendo mucho mejor conductor que el londinense, y en teoría los ingresos deberían reflejar las habilidades adquiridas.
Otro ejemplo. El costo de un litro de cerveza en Inglaterra es similar al de un supermercado en Chile, pero el costo de una “pinta” en un pub es mucho más caro en Inglaterra que en un local criollo. Aquí la explicación es mas fácil: la cerveza se puede importar, pero no el pub. La diferencia salarial de los que atienden el local no es la única razón, pero en la lista de cosas que explican esa diferencia de precio no cabe duda que es la más importante. Hay otras razones, las del tipo de cosas de las cuales nos gusta hablar tanto a los economista, como costos de transacción, las imperfecciones de mercado, las barreras a las importaciones, los patrones de consumo, la estructura tributaria, etc., etc. Pero no cabe duda cuál es, por lejos, la “top 1”, especialmente cuando se trata de países de ingreso medio alto o alto a secas, como supuestamente lo ha logrado Chile. Si bien en un país pobre la diferencia salarial es aún mayor, también lo son la gran cantidad de otras cosas que hacen que un dólar corriente -de esos de color verde- sea tan diferente a un dólar virtual o hipotético, como el PPP -los cuales son aún más virtuales que los bitcoins.
A medida que un país sube de ingreso, en especial si llega a uno alto, esa diferencia debería desaparecer progresivamente, hasta eliminarse completamente (como en Inglaterra). Y si continúa, como en Chile, la persistencia de una diferencia salarial exagerada, que yo llamo “atraso salarial” (cuando la diferencia promedio de productividad entre dos países se reduce más rápido que la salarial), es lo fundamental.
En otras palabras, las diferencias en el ingreso por habitante entre países, cuando se la mide en términos PPP reflejan por una parte diferenciales de productividad, pero, por otra, diferenciales “adicionales” por el tipo de problemas ya mencionado. Y, como decíamos, a medida que crece el ingreso de un país, estas diferencias deberían desaparecer; por eso el ingreso en Europa es el mismo si se lo mide en la forma corriente o en términos del PPP.
Según las últimas cifras del Banco Mundial los bienes y servicios vendidos en Chile son, en promedio, la mitad más baratos que en los Estados Unidos -algunos, especialmente los bienes que se pueden importar, como los autos y los televisores, son relativamente similares; otros, especialmente los servicios, son mucho más baratos. Por tanto, el ingreso por habitante en Chile en términos de “paridad de compra” es 50% más alto que el que refleja la cifra en dólares normales. Cuando viajo, el dólar que llevo me compra 50% más bienes y servicios en Chile (especialmente los segundos) que en los Estados Unidos. De ahí sale la celebrada cifra que en términos PPP el ingreso por habitante en Chile es de US$ 21.590, mientras que el calculado a dólares corriente es US$ 14,280.
2. ¿El ser un país, supuestamente de ingreso alto, es algo que se debe celebrar?
A la élite, en lugar de pagar salarios que correspondan a país de ingresos medio-alto, le es mucho más entretenido pagar salarios de país de ingresos bajo y mantener la demanda efectiva (fundamental para su acumulación), prestándoles a los trabajadores la diferencia a tasas de interés de país subdesarrollado
Ya decíamos: si un ciudadano estadounidense viene a Chile, le regalamos un bono: puede comprar más con el mismo dólar, mientras que si un chileno va a los Estados Unidos, con el mismo dólar puede comprar menos. Pero como en Estados Unidos el ingreso es igual medido de las dos formas, el problema está en Chile. La brecha entre las dos formas de medir ingreso ocurre en nuestro país, no en nuestros colegas de la OECD. Es como ser miembro de un club sin tener las características de los demás miembros; calificamos de ingreso alto (más de US$ 20 mil por habitante) sólo por malabarismos estadísticos. ¿Y estos malabarismos -o ajustes hacia arriba en la forma de medir nuestro ingreso PPP- reflejan una realidad que nos debería dar orgullo o vergüenza? ¿No será que nuestra vanidad de haber pasado a la primera división se base en razones de dudosa reputación?
A la pregunta de que si la brecha entre la medición de ambos ingresos debería ser algo para celebrar hay que agregarle otra: ¿de serlo, esa celebración debería ser colectiva o de unos pocos?
Sin duda en algunos aspectos la economía chilena ha avanzado mucho; sus instituciones son más sólidas, con excepciones, por supuesto: la forma en que Aduanas trata las exportaciones de cobre concentrado nos recuerda los países bananeros. El Servicio de Impuestos Internos, como quedó claro recientemente, tampoco saca muy buena nota; tampoco parece preocuparle demasiado que la evasión del impuesto de Primera Categoría haya pasado el 30% del total (ver M. Jorrat, “Gastos Tributarios y Evasión Tributaria en Chile: Evaluación y Propuestas”, 2012. Para otros ejemplos de evasión tributaria global a gran escala, incluido en Chile, en especial por grandes corporaciones como Google, Apple, Vodafone, Amazon y Starbucks. Pero también hay avances, y esos explican en parte el alto nivel de ingreso a dólares corrientes.
Pero, como siempre, también en esto hay cosas técnicas que complican la medición. Entre ellas está si el dólar corriente refleja un precio de equilibrio; el rol del precio del cobre, en especial cuando está en las nubes sólo en forma temporal, tiene que ver con ello. También, la gran entrada de capitales rentistas golondrinas distorsionan el tipo de cambio; y la política de tipo de cambio flexible del Banco Central también es relevante. En fin, como en los cigarrillos, hay que hacer un sin numero de advertencias.
Estas advertencias se incrementan geométricamente cuando pasamos de ahí a calcular la diferencia entre el ingreso medido en la forma corriente y la virtual (el PPP). Para variar, hay diversas metodologías para hacer esa conversión de un dólar a otro. También hay productos que no existen en los dos países: ¿cuál es el precio de una empanada en Estados Unidos? ¿O el de un “sándwich cubano” en Chile (para que decir, uno equivalente al que sirven en Nueva York en la esquina de las calles 8ava y 19 en Chelsea)? Y si cuesta conseguir algunos precios, ¿cómo calculamos “capacidad de compra”? Así sucesivamente.
Sin embargo, lo relevante de esta columna no es discutir estos problemas técnicos -aquellos que sólo les interesan a economistas y estadísticos-, sino analizar los problemas que hacen de la gran noticia de ser país de ingreso alto en PPP algo mucho menos glamoroso de lo que parece. Algo que el discurso neoliberal ignora. Me refiero a la paradoja de la diferencia que mide el PPP: a su componente realista-mágico. Ya decíamos que lo que uno espera es que a medida que el ingreso de un país se acerque al de los Estados Unidos, la diferencia en el ingreso por habitante medido en los dos tipos de dólares se debería reducir rápidamente, hasta desaparecer. La pregunta del millón de dólares es ¿pero, por qué hay países “porfiados”, como Chile? Aquellos donde la gran diferencia entre las dos mediciones del ingreso continúa y continúa; donde el crecimiento no hace mella a esa diferencia o si lo hace, lo hace en forma mínima.
3.- ¿Es la persistente brecha entre las dos formas de medir el ingreso per capita un signo de desarrollo o de subdesarrollo? ¿Por qué Chile es un país tan “porfiado” en este sentido? La peculiar paradoja del cálculo del PPP.
En Europa el ingreso por habitante es prácticamente igual medido de las dos formas. En otros, como Japón, los servicios llegaron a ser tan caros que se les pasó el tejo: su ingreso en dólares PPP es 25% menor que en dólares corrientes: los dólares corrientes compran menos en Japón que en los Estados Unidos. Al revés en Chile, a pesar de que nuestro país supuestamente también es de ingreso alto y está en la misma organización (OECD). ¿No será que la razón principal por la cual el ingreso por habitante en Chile pasó los U$20 mil es, paradojalmente, sólo porque seguimos con servicios excesivamente baratos? ¿Y eso no por eficiencia, sino por simple atraso salarial?
Por eso, a la pregunta de si ese anuncio se debe celebrar, la respuesta es tan simple como obvia: sí en la cota mil; no en La Pintana. Como podría decirse, la respuesta es positiva si somos chilenos de numerador, negativa si somos de denominador, siguiendo una estadística que sugiero como la mejor para medir la distribución del ingreso: la división entre lo que gana el 10% más rico y lo que gana el 40% más pobre.
Un ejemplo. Cuando alguien muy cercano estaba recientemente enferma en Chile, la agencia cobraba por el turno de noche de una enfermera lo mismo que pagaba en ese momento por hora una amiga enferma en Londres. Los servicios, por ser intensivos en trabajo, tienden a ser más baratos en países de menor ingreso; ¿pero por qué tanto más baratos (como el taxi)? Está claro, yo me corto el pelo, voy al dentista, me hago mis exámenes médicos, paso mis negativos viejos a formato electrónico en Chile; ¿pero hago eso sólo porque Chile tiene un ingreso menor al británico? ¿O lo hago porque los servicios en Chile son ridículamente más baratos? Por esta razón, en términos individualistas, para alguien de mi nivel de ingreso, mientas más alta es la brecha entre el ingreso por habitante en Chile en términos de dólares corrientes y los PPP, más consumo puedo lograr con los mismos dólares corrientes. Sin embargo, la tortilla se da vuelta para la enfermera, el chofer de taxi, el peluquero, la tecnóloga medica, el mozo de restorán, el nochero del edificio, el que me echa bencina al auto, la que teje mi chaleco, etc. Lo único que ellos quisieran es que sus ingresos fuesen iguales, medidos de una forma u otra, como en la mayoría de la OECD.
Nunca me voy a olvidar que durante el gobierno de Ricardo Lagos, por escasez de mano de obra, comenzó a subir el sueldo de las empleadas domésticas. ¿Qué se hizo? Abrir de inmediato la inmigración a nanas peruanas. Muchas cosas son posibles en Chile, sin embargo, una clase media a la que no le alcanza para tener empleada doméstica no es una de ellas. Si bien con esa medida mejoró la cultura culinaria en Chile, el gobernante “socialista” aseguró también que la brecha en el ingreso por habitante medido en los dos tipos de dólares siguiese en las nubes. ¿Cómo se podría definir a un socialista renovado? Aquel que no tiene urgencia en que se reduzca la diferencia entre las dos mediciones del ingreso.
De esta perspectiva, una estadística que nunca he visto citar en Chile –nunca- es que si uno mira las cifras del Banco Mundial (excluyendo sólo a islas pequeñas, como los paraísos fiscales y un par de países ex comunistas), ningún país que tenga un ingreso por habitante PPP similar al chileno tiene tanta diferencia entre el ingreso por habitante a dólares corrientes y a dólares ficticios, los PPP. ¡Ninguno!
¿Es eso algo para estar contentos o para ir al Quita Penas? Déjeme darle una clave: el país que nos pisa los talones es Sudáfrica. En otras palabras, esa gran diferencia entre las dos estadísticas -un 50%- es también un buen indicador de nuestro subdesarrollo: de la persistencia de nuestra mala distribución del ingreso. De lo porfiada que es nuestra increíble desigualdad. De cómo el 1%, desafiando las leyes evolutivas de la economía, es capaz de seguir apropiándose de casi un tercio del ingreso nacional -y el 0,1% más rico, de un 17%; y el 0,01% más rico de más de 10% del total.
Mi hipótesis central es que no es de extrañar que ese 1% en Chile -aquél que cree que la democracia es el gobierno del 1%, para el 1% y por el 1%- se apropia de un porcentaje del ingreso nacional que es también alrededor de un 50% más alto de lo que logra captar el 1% más rico en los Estados Unidos. ¿Casualidad que las dos brechas sean similares? Lo dudo.
Mientras la actual ideología neoliberal continúe hegemónica (aquella, que como nos decía Foucault, tiene su cimiento -a diferencia diametral del keynesianismo- en creer que el “capitalismo” es un sistema en el cual el Estado y sus instituciones deben estar hechas a la medida para apoyar los intereses rentistas del gran capital, nacional o extranjero) difícil que eso cambie, cualquiera sea el conglomerado político que esté en el gobierno. El gran logro de los estudiantes fue lograr empujar el centro de gravedad ideológico en Chile. Está por verse cual de las tres leyes newtonianas del movimiento va a predominar.
El pecado original de esa ideología está en su convicción de que para que el capitalismo funcione hay que tener a los ricos contentos, con derecho a hacer lo que quieran. ¡Qué diferencia con la ideología (neo-confucionista) de algunos países en Asia, donde lo fundamental es tener al 1% “en puntillas”! Donde para ganar plata hay que hacer algo útil, aceptando la “coordinación de la inversión” por parte del Estado (a lo capítulo 12 de la Teoría General de Keynes), y ayudado por las políticas macroeconómicas pro-crecimiento (a lo Libro 1 del mismo texto).
Por tanto, la gran noticia que nos trajo Jim Yong Kim, el presidente del Banco Mundial (que nuestro ingreso por habitante en términos virtuales ya pasó los US$ 20 mil), debería destapar botellas tanto en la cota mil, como en La Pintana. En el primero, botellas Dom Perignon; en los segundos, las de tres tiritones, para pasar la pena.
Más aún: imagínense que mañana volviésemos a tener en Chile un régimen “autoritario” (da escalofrío sólo pensarlo), uno capaz de bajar el salario mínimo en forma significativa y capaz de hacer eso sin mayor resistencia popular; esto es, al menos en el corto plazo, bajar los salarios sin mayor efecto en los niveles de producción. ¿Qué efecto tendría eso en la brecha entre las dos formas de medir nuestro ingreso por habitante? La respuesta paradojal es que si el ingreso se mide en términos de “paridad de poder de compra”, tendría el efecto perverso de subir el ingreso chileno por habitante. La razón es obvia: si el precio de la mayoría de los servicios es un mark-up, o margen sobre los costos de producción, lo más probable es que yo terminaría pagando aún menos por mi taxi al aeropuerto, mi peluquero, mi dentista, mis exámenes médicos, mis ida a restorán, el lavado del auto, la costurera, etc. Y el cuento de los economistas y políticos neoliberales, aquellos que se encuentran en ambos conglomerados políticos, sería sin duda que ese aumento en el ingreso por habitante PPP reflejaría un aumento en el bienestar nacional… Para el Guinness Book of World Records, sección tomadura de pelo. Para ser más precisos, esa trampa reflejaría un aumento en el bienestar de unos pocos, y en el malestar de la mayoría.
Por tanto, si se empeora la distribución del ingreso, sube el ingreso nacional, versión PPP; y si se mejora en forma significativa, caemos bajo la vara mágica de los US$ 20 mil por habitante -y dejamos de ser país de ingresos alto… Es como decirle a un equipo de fútbol que si continua jugando mal, o mejor aún, si juega peor, puede continuar jugando en primera división; pero si trae a Bielsa y empieza a jugar bien, cae a segunda división. ¡Lo más lógico que hay! Aún para cuento de economista, se pasó de la raya.
Muchos de esos cuentos de economista, como diría Sartre, son de mala fe –“mala fe” no en el sentido corriente en el cual se usa este concepto, sino en el que él lo usa (mauvaise foi): esto es, el de contar cuentos no sólo para convencer a otros, sino también con el fin de auto-convencerse a si mismo. Y el hecho de que la percepción económica hegemónica en Chile tenga esas características se demuestra en la forma unidimensional como se celebró nuestra graduación a país de ingreso alto (en términos PPP) -tan unidimensional como si hubiésemos celebrado a la Sub 20 ganar el mundial en Turquía. El resto, como nos advierte Carlos Peña en una de sus columnas, son majaderías “de profesor universitario”, de aquellos que pueden descarriar el programa centrista de Bachelet. Aquellas “personas que viven en medio de una inconsistencia: tienen más capital cultural que económico [en esto, me declaro culpable]. Son trabajadores de la industria cultural, profesores universitarios, gimnastas de la reflexión”.
El problema básico de muchos economistas de la Concertación, o de la Nueva Mayoría, es que en su “renovación a marcha forzada” se olvidaron del mensaje fundamental de Wittgenstein en materias de políticas públicas: ¡la necesidad de mantener el sentido de urgencia!
En cuanto al bullado anuncio del presidente del Banco Mundial, hay que entender que éste sólo indica que la élite económica, en términos de capacidad de consumo, tiene un nivel de vida aún mejor de lo que muestran las cifras en dólares corrientes. Para los tres cuartos de los chilenos, el cuento es otro. Cuando la brecha entre las dos mediciones del ingreso por habitante desaparezca, entonces la gran mayoría del pueblo chileno también podrá festejar una subida del ingreso nacional en términos PPP. Mientras tanto, el 1% tiene un nivel de ingreso de élite de país desarrollado y tiene, además, su consumo subsidiado en forma adicional por los bajos precios de los servicios -cuyos precios son de país subdesarrollado. Como ya decía en otro trabajo (ver), en Chile sólo las capas medias viven en un país de ingresos medios. ¿Y el resto? Unos pocos en el paraíso terrenal neoliberal; la mayoría, en las tinieblas del neoliberalismo global -con su persistente “atraso salarial”.
Y para la élite, los del numerador, en lugar de pagar salarios que correspondan a país de ingresos medio-alto, unos que ayuden a igualar la medición del ingreso entre los dos tipos de dólar, le es mucho más entretenido pagar salarios de país de ingresos bajo y mantener la demanda efectiva (fundamental para su acumulación), prestándoles a los trabajadores la diferencia -a tasas de interés de país subdesarrollado.
En resumen, el envoltorio en el cual se presentó la noticia de que el ingreso por habitante en Chile pasó la marca de los US$ 20 mil en términos del PPP, por su paradoja, no debería ser para la gran mayoría más que otro cuento de los economistas ortodoxos. Hay tantos más: la educación superior gratuita es una locura; la mala distribución del ingreso se debe sólo a problemas en el acceso y calidad de la educación; “la piñata de bienes públicos” (como la llamo yo) no tiene nada que ver con nuestra gran desigualdad en la distribución de ingreso y su persistencia (ver columna); terminar mañana mismo con la pobreza en Chile, con un subsidio monetario a lo “bolsa-familia”, es algo que no podemos financiar (aunque costaría menos del 1% del PIB); si se les cobra un royalty de verdad a las mineras privadas, tendríamos una estampida en la inversión extranjera; hay que regalar, en lugar de licitar, los derechos de pesca; es perfectamente normal que continúe un sistema de concesiones para inversión en infraestructura en el cual se asignan miles de millones de dólares sin licitación competitiva; el libre movimiento de capitales “suaviza” el ciclo del consumo; los controles de capital son, por definición, ineficientes (ni Ken Rogoff, ¡economista de Chicago y del IMF!, piensa eso); si la mayoría de las pensiones privadas no dan ni siquiera para tener un nivel de vida sobre la línea de la pobreza, es porque la gente no le pone suficiente esfuerzo; el mejor mecanismo para proveer de salud a la mayoría es el mercado; para que el “capitalismo” funcione hay que tener a los ricos contentos, con derecho a hacer lo que quieran, cuando quieran y como quieran, etc.
En fin. Hay tantos cuentos donde escoger, que este episodio de la graduación de Chile como país de alto ingreso merece cerrarse como corresponde: “y pasó por un zapatito roto, que mañana les cuento otro”.
 
FUENTE: CIPERCHILE

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