La crisis del capitalismo
Nuestra época no es la primera que cuenta con
grandes capas de la población viviendo bajo los niveles mínimos de
pobreza, a veces la miseria y el hambre, pero es la primera que posee
los recursos materiales necesarios para evitarlo. Tenemos a nuestra
disposición los medios tecnológicos para suprimir el hambre y la pobreza
en el mundo, pero no contamos con los medios sociales, o políticos,
para lograrlo. En una era de la superabundancia material, nuestros
mayores desafíos no se relacionan con el desarrollo económico, sino con
el desarrollo social, o cultural, que nos permita distribuir los
recursos materiales y avanzar hacia sociedades más integradas. Pero para
estas cuestiones el capitalismo no ofrece ninguna solución, por el
contrario, es completamente ciego a estos desafíos. Es en este sentido
que el capitalismo está en crisis, pues no ofrece vías de salida las
demandas históricas que nuestra época dibuja cada vez con más fuerza,
por el contrario, no hace más que acrecentarlas.
Se habla de que el capitalismo tiene dificultades para superar la
pobreza, pero me parece que el problema es en realidad más profundo. El
capitalismo genera condiciones tales que, aún si se “supera” la pobreza
(desde un punto de vista cuantitativo, por ejemplo medido a través de la
Casen), persistirán de todas formas situaciones de desigualdad e
injusticia social tan pronunciadas, que el descontento e incluso la
violencia social se hacen cada vez mayores. Esto es muy perceptible en
el caso de Chile, donde a pesar de haber reducido drásticamente la
pobreza, y de estar a sólo 4 mil dólares per cápita del “desarrollo”, la
conflictividad social y la “bronca” de las personas con el modelo, es
cada vez mayor.
El capitalismo no tiene soluciones a estos problemas, de hecho, ni
siquiera es capaz de identificarlos como problemas. Desde la perspectiva
capitalista, la solución consiste simplemente en reducir el número de
personas viviendo bajo el límite material de la pobreza. Se piensa que
si logramos hacer pasar a este segmento de la población por encima de lo
que se considera la línea de la pobreza, nos convertiremos
automáticamente en un país desarrollado, como si el solo hecho de contar
con cinco o diez mil pesos más de ingreso mensual, fuera a otorgarles
de pronto dignidad y satisfacción a cientos e miles de familias.
Se habla de que el capitalismo tiene dificultades para superar la pobreza, pero me parece que el problema es en realidad más profundo. El capitalismo genera condiciones tales que, aun si se “supera” la pobreza (desde un punto de vista cuantitativo, por ejemplo medido a través de la Casen), persistirán de todas formas situaciones de desigualdad e injusticia social tan pronunciadas, que el descontento e incluso la violencia social se hacen cada vez mayores. Esto es muy perceptible en el caso de Chile.
Se olvida que los estándares que utilizamos para definir
la línea de pobreza (nivel de ingreso, números de canastas básicas, o
incluso servicios sociales), son siempre relativos, y dinámicos, cambian
con el tiempo. No hay algo así como un “nivel absoluto” de calidad o
dignidad de vida. Este nivel está históricamente constituido, depende de
modo fundamental de la sociedad en la que se inserta. Así por ejemplo
los servicios de salud, las condiciones de vivienda, y muchas otras
condiciones que llamamos básicas son en realidad cuestiones definidas
por nuestra época. No es per se indicativo de pobreza, ni
siquiera indigno, vivir en una casa de 20 metros cuadrados por ejemplo.
En otros tiempos (quizás no hace mucho) podía ser considerado un lujo.
Tampoco es per se indicador de pobreza, no tener acceso a un
determinado tratamiento médico, o a un cierto servicio educacional.
Incluso no contar con agua potable o servicio de alcantarilla no es algo
que sea indigno en sí. En otras épocas, lugares o condiciones podía ser
considerado perfectamente aceptable. Todas estas condiciones se vuelven
indignas e inaceptables, en la medida que hay otras personas que tienen
la posibilidad de contar con ellas, más aún, en la medida que la
sociedad cuenta con los recursos para generar estas comodidades para
todos, pero simplemente niega su acceso para grandes mayorías.
La pobreza no es una cuestión “absoluta”, es una
cuestión esencialmente “relativa”, se define sobre la base de los medios
y recursos de cada sociedad, y cómo se distribuyen entre sus miembros.
Alguien es pobre no porque no tenga acceso a un servicio de alcantarilla
determinado. Se vuelve pobre al vivir en una sociedad que cuenta con
los medios materiales para proveer un servicio de alcantarilla
determinado, pero que se lo deniega a una parte importante de la
población.
Así, la condición de pobreza es siempre una condición
relativa, de discriminación y marginalidad. La pobreza es exclusión:
exclusión de ciertos beneficios que la sociedad actual está en
condiciones de producir, pero que se reserva y acumula sólo para un
grupo reducido de ella. De esta forma, lo que llamamos “niveles de
pobreza” son en realidad “niveles de desigualdad”, es decir, niveles en
que nuestra sociedad acepta que los beneficios del desarrollo material y
tecnológico se concentren, a veces de forma obscena, en un grupo
relativamente pequeño, mientras que otro mucho más grande se queda
bailando el baile de los que sobran.
Por esta razón, me parece que no es posible enfrentar
el problema de fondo de la pobreza simplemente aumentando el nivel de
ingreso de quienes son considerados pobres; se hace imperativo también
buscar una “solución relativa”, es decir, buscar fórmulas para aumentar
el nivel de acceso y distribución de ciertas comodidades o servicios que
el desarrollo material hace posible. Más aún, el desafío de superar la
pobreza no tiene sólo que ver con una mejor distribución de recursos
materiales, tiene más que ver con mejorar las vías de integración y
participación social, con superar la exclusión social y cultural que
divide y hiende nuestra sociedad y marginaliza a un grupo de ella.
Para ninguno de estos desafíos el capitalismo provee una
respuesta, por el contrario, tiende a aumentar los problemas. Bajo la
falsa ilusión de que a través del desarrollo económico se esta “sacando”
a gente de la pobreza, lo que está haciendo en realidad es profundizar
las desigualdades, la falta de acceso, la exclusión y a la larga el
conflicto social. No se saca nada con hacer pasar a un grupo de personas
“justo” por encima de una determinada línea material, si otro grupo
reducido sigue acumulando una parte cada vez mayor de los recursos
materiales disponibles, y por ende aumentando las diferencias. Lo que se
requiere es avanzar efectivamente hacia una sociedad más equitativa,
más integrada.
De la misma forma, en el otro extremo, en el extremo de
los privilegiados, el capitalismo genera también deformaciones
monstruosas. El desarrollo superlativo de las comodidades materiales y
la tecnología ha permitido para unos pocos un desarrollo completamente
desproporcionado, y a la larga inútil. Las grandes empresas (propiedad
de un grupo muy reducido de personas, que se apodera gradualmente del
mundo), intentan convencernos de que para satisfacer nuestras
necesidades requerimos productos que ya han perdido hace rato cualquier
utilidad práctica. Computadores cada vez más livianos, ropa cada vez más
suave, televisores cada vez más delgados, cable operadores cada vez con
más canales, etc. etc. Gran parte del consumo contemporáneo gira en el
vacío, es una carrera desenfrenada por un deseo siempre diferido, como
el de los jugadores viciosos que no pueden pararse de la mesa de juego.
Todas estas desigualdades tenderán a extremarse bajo un
modelo capitalista rígido. Aun cuando se mantenga el crecimiento
económico y material, la distribución deforme de estos recursos, termina
por producir sociedades enfermas, o al menos aquejadas de problemas
severos de desintegración e insatisfacción social. Lo que se requiere es
cambiar la óptica, dejar de preocuparse solamente de mínimos materiales
(que supuestamente serán suficientes por sí solos de sacar a la gente
de la pobreza), y avanzar hacia “mínimos de equidad”, es decir,
estándares básicos definidos por la sociedad que garanticen niveles
básicos de integración social. Pero para este desafío el capitalismo
tiene muy poco que decir.
Algunos proponen que el término de la Guerra Fría
implicó el triunfo del capitalismo, el “fin de la historia”. Creo que la
realidad es precisamente la contraria, que la derrota de los
totalitarismos de Estado elevados a sistema político, abre el camino por
fin para un cuestionamiento mucho más a fondo del capitalismo. En el
marco de la Guerra Fría, este cuestionamiento era complejo, pues se
confundía necesariamente con un apoyo a los regímenes totalitarios. En
la actualidad en cambio, esta crítica se puede hacer con más fundamento y
más profundidad. De la capacidad que tengamos de realizarla con
valentía y altura de miras, depende que seamos capaces de enfrenar los
principales desafíos sociales y políticos que enfrentamos en la
actualidad.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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