portada_terremoto Los grandes cataclismos capturan nuestras fantasías y temores al dejar en evidencia lo vulnerables que somos. Pero hay cientos de pequeñas amenazas cotidianas con las que nos hemos acostumbrado a vivir, que provocan más muertos y más daño que las mega-tragedias naturales explotadas por el cine y la TV. En esta interesante columna, Vicente Sandoval, candidato a doctor en Planificación del Desarrollo, muestra además, que en la raíz de los desastres -grandes y cotidianos- no hay sólo fuerzas naturales incontrolables frente a las cuales somos impotentes, sino políticas públicas que se hacen o se dejan de hacer, que asisten a los ciudadanos o los dejan desprotegidos. Así lo muestra la ciudad de Chaité, evacuada por la erupción de un volcán; y los muertos por problemas cardiovasculares en Temuco.
Pese a la proclamada idea de que los desastres son una oportunidad para construir mejor que antes y así superar la vulnerabilidad y el riesgo con el que se vivía, son pocos los casos y pocas las personas que consiguen al menos recuperar las condiciones de vida preexistentes
Pese a su mala reputación, las amenazas naturales, como los terremotos, maremotos o erupciones volcánicas, no son el mayor peligro para la humanidad. La gran parte de la población mundial se ve amenazada por procesos inherentes a la vida humana que a menudo pasan desapercibidos: la contaminación gradual del aire y el agua (el smog), conflictos político-territoriales y bélicos (guerras, conflictos raciales o étnicos; por ejemplo, el conflicto Mapuche en Chile), inseguridad alimentaria, o la cada vez más rápida propagación de enfermedades infecciosas.
La forma como se presentan las estadísticas sobre desastres tampoco ayuda a ver lo substancial. Éstas tienden a centrarse en las muertes y en los costos económicos, ignorando casi por completo a aquellos que no murieron y que deben continuar con sus vidas y trabajos, teniendo muchas veces que convivir con las mismas amenazas previas, y casi siempre con una vulnerabilidad mayor a la que tenían antes del desastre. Pese a la proclamada idea de que los desastres son en realidad una oportunidad para construir mejor que antes, Build Back Better (Principles of ‘building back better), y así superar la vulnerabilidad y el riesgo con el que se vivía, son pocos los casos y pocas las personas que consiguen al menos recuperar las condiciones de vida preexistentes.
Aunque las vidas perdidas en conflictos violentos, hambrunas o por enfermedades asociadas a un estilo de vida poco saludable son mayores a las vidas perdidas en los desastres, la división entre las personas que viven en riesgo de desastre y aquellos que conviven con los peligros inherentes a la vida humana ha sido identificada por algunos pensadores como artificial y forzada (Wisner, B., Blaikie, P., Cannon, T. and Davis, I. (2004) At risk : natural hazards, people’s vulnerability, and disasters, 2nd ed., London ; New York: Routledge). Esta situación nos fuerza a repensar las causas y desencadenantes de los desastres, así como re-analizar de manera crítica el rol que cumplen los gobiernos y el Estado en la producción y reproducción de la vulnerabilidad, en la perpetuación de los factores de riesgo y la negligencia con que las autoridades actúan frente al origen de las amenazas no sólo naturales sino también sociales y económicas.
La gente que vive bajo el constante peligro de las enfermedades cardiovasculares a consecuencia de la mala calidad del aire, así como también de la contaminación del agua, la violencia y delincuencia o el hambre, podría cambiar sus condiciones de vida y verse menos vulnerables ante cualquier amenaza (no sólo naturales) si los factores sociales, económicos y políticos cambiaran.
En un reciente estudio etnográfico, la antropóloga Maria Elisa Sáez registró a uno de los afectados de la reciente erupción volcánica de Chaitén en 2008 que decía: “El verdadero riesgo no es el volcán, son las autoridades”
Para entender esto más claramente imagine que sus hijos padecen enfermedades respiratorias todos los inviernos, y usted asume que es consecuencia de un virus o de la genética de sus hijos. Sin embargo, la verdad es que ellos podrían tener una vida mejor, menos vulnerable, si los gobiernos realizaran políticas ambientales pro medio ambiente efectivas. En otras palabras, el problema no es el virus, no solamente. El problema es la falta de preocupación de las autoridades y de la sociedad civil en general.
Otro ejemplo se puede apreciar en el importante aumento de la mortalidad entre infantes y ancianos en la ciudad de Temuco en los últimos 10 años como consecuencia de las enfermedades cardiovasculares. Estas enfermedades se atribuyen usualmente a las condiciones médicas y de salud de la población, pero también se puede explicar debido a los altos niveles de contaminación del aire producto del uso de leña como principal fuente de calefacción durante casi todo el año, algo que ha sido prohibido en Santiago hace casi más de 20 años. En Temuco no se puede simplemente detener el uso de leña sin hablar de políticas de subsidio u otros mecanismos que permitan el uso de otros combustibles menos riesgosos para la población, los cuales siempre resultan más caros. Así, si las condiciones económicas, sociales y políticas cambiaran en Temuco, en La Araucanía y probablemente también en Chile, su población podría mejorar su condición de riesgo y vulnerabilidad.
Esto mismo aplica para aquellas personas que viven bajo el riesgo de desastres. Vivir ante el riesgo de que un evento natural extremo tenga la capacidad de destruir nuestro entorno construido y nuestros bienes, y también la vida, significa que estamos expuestos y que somos vulnerables. Cómo se crea la exposición al daño y por qué somos vulnerables, son preguntas que nos llevan nuevamente a los factores sociales, económicos y políticos.
Pese a que las amenazas naturales parecen estar directamente vinculadas a la destrucción del entorno físico o a la pérdida de vidas, son factores sociales, económicos y políticos los que determinan la vulnerabilidad en la cual la gente se encuentra, así mismo, éstos factores pueden remontarse a procesos generales o circunstancias alejadas en el tiempo y el espacio, a lo que en esta parte nos referiremos como las “causas raíz” de los desastres.
En un reciente estudio etnográfico, la antropóloga Maria Elisa Sáez registró a uno de los afectados de la reciente erupción volcánica de Chaitén en 2008 que decía: “El verdadero riesgo no es el volcán, son las autoridades”. Él entrevistado se refería, tal vez inconscientemente, a la profunda falta de atención de las autoridades regionales y nacionales hacía la comunidad de Chaitén. Si bien no hubo víctimas mortales por la erupción del volcán, pocos asegurarían que las actuales condiciones de vida de la comunidad de Chaitén son, al menos, las mismas que existían antes de la erupción. Asimismo, los niveles de vulnerabilidad y riesgo de desastre no se han reducido, por el contrario, han aumentado.
La gente en Chaitén se ha empobrecido y tienen más deudas, mientras que las condiciones de conectividad, acceso a educación, salud y seguridad siguen siendo las mismas que hace 5 años, o incluso, han empeorado. Por otro lado, la amenaza de una erupción volcánica sigue ahí, latente. Pese a que el gobierno finalmente accedió a re-invertir en infraestructura luego de que declarara que no habría más inversión de ningún tipo, la verdad es que la reconstrucción de Chaitén tiene que ver más con “restaurar” las condiciones previas al desastre, y por ende, restaurar el estado de riesgo previo, y sin embargo, poco o nada se ha hecho para reducir los altos niveles de vulnerabilidad, por revisar las causas raíz del desastre.
Imagine que sus hijos padecen enfermedades respiratorias todos los inviernos, y usted asume que es consecuencia de un virus o la genética de sus hijos. Sin embargo, la verdad es que ellos podrían tener una vida mejor, menos vulnerable, si los gobiernos realizaran políticas ambientales pro medio ambiente efectivas. En otras palabras, el problema no es el virus, no solamente. El problema es la falta de preocupación de las autoridades y de la sociedad civil en general
Para Chaitén la amenaza está ahí, es el volcán, pero la vulnerabilidad, que en relación con la amenaza constituyen el riesgo, se acelera, expande y profundiza en la ciudad y su gente. Ésta vulnerabilidad es local, se puede percibir en la calidad de las infraestructuras, o en la falta de ellas, en la pobreza de la gente, en la ubicación espacial de la gente en relación a la amenaza. Sin embargo, las causas raíz de esa vulnerabilidad no son locales, son contextuales, pertenecen o derivan de situaciones y procesos socio-económicos y políticos que, a su vez, son procesos que se anidan a escalas superiores, geográficas, como son nacionales, regionales o globales.
La falta de atención de las autoridades nacionales sobre asuntos remotos y alejados no es fortuita, deviene de un sistema institucional centralizado y orientado hacia centros económicos, políticos y sociales. La centralización ha traído grandes beneficios a la administración del país, pero también ha facilitado el incremento de la vulnerabilidad en zonas marginales, no tan sólo de las ciudades, sino también del territorio nacional, como es el caso de Chaitén. Así, las causas raíz de la vulnerabilidad no son parte de la naturaleza como tal y suelen estar más allá de la situación local y del presente, por el contrario, son procesos socio-económicos y políticos, generalmente alejados en el pasado y que a su vez, se anidan a escalas geográficas superiores; Gobiernos nacionales o regionales, agencias o instituciones internacionales, la economía global, entre otros.
(Ver: Wisner, B., Blaikie, P., Cannon, T. and Davis, I. (2004) At risk : natural hazards, people’s vulnerability, and disasters, 2nd ed., London ; New York: Routledge).

FUENTE:CIPERCHILE