La nueva Presidencia de la República
En las matemáticas complejas del gobierno moderno, no son las experiencias dramáticas o particulares vividas por los líderes, ni sus vínculos políticos o doctrinarios de antaño, los que determinan los riesgos que ellos deben controlar. Los principales provienen de una visión distorsionada de sus propios éxitos y la sensación de potencia que transmite el entorno cercano, que transforma toda disidencia u opinión diversa en un acto de agresión.
También se expresa en su base económica y social un ambiente irritado por abusos de mercado, ausencia de bienes públicos y una tendencia a la fragmentación social con serias repercusiones en la cohesión política y cultural de sus ciudadanos.
Tal vez esto último sea una de las causas de la enorme ausencia electoral de ellos en la concurrencia a las urnas.
Por cierto, hay sectores políticos que sostienen que existe una mayoría silenciosa que manifiesta una aceptación tácita de lo que ocurre en el mundo político y social, y que tal ausentismo es una señal positiva y de conformidad.
Sin embargo, dada la textura sociológica del país en los dos últimos años, pensar de esta manera pareciera ser un error profundo, más cercano a las defensas corporativas e ideologizadas de fueros amenazados, que de una estabilidad de largo plazo de todo el sistema político.
La nueva Presidenta encontrará un país con un sistema político en tensión y flujo –con estos y otros problemas– que cualitativamente difiere de lo que había hace diez años. El armazón del nuevo gobierno que por decisión propia descansa enteramente sobre sus espaldas, requerirá además de sentido práctico y realismo, aptitudes que ella tiene de sobra, también de finura política, material, este sí, que no abunda en la política nacional.
El momento exige iniciativa constante en temas que van desde los valores de orientación del sistema hasta el pacto constitucional, pasando por confianza en las instituciones y la fe pública, reformas de educación, medioambiente, salud, y muchas otras.
Desde muy antiguo la preocupación por el bien común ha sido un sino de todo gobernante. Incluso aquellos que alimentan las visiones más liberales y se nutren en primera persona de Adam Smith, se sienten obligados a mirar su teoría de los sentimientos morales para orientar el buen gobierno. El espíritu de comunidad siempre es trascendente en política.
La Presidenta proviene de una vertiente colectivista, totalmente contraria a ideas liberales, y pertenece a un sector que tiene dificultades para apreciar la proyección integral de las libertades, sin concesiones instrumentales a las circunstancias. Pero es culta, inteligente y prudente, y no obstante la enorme adhesión electoral recibida y su antiguo vínculo a una visión burocrática del poder, comprende perfectamente que el juego democrático pasa por el tamiz del apoyo y la crítica.
En las matemáticas complejas del gobierno moderno, no son las experiencias dramáticas o particulares vividas por los líderes, ni sus vínculos políticos o doctrinarios de antaño, los que determinan los riesgos que ellos deben controlar. Los principales provienen de una visión distorsionada de sus propios éxitos y la sensación de potencia que transmite el entorno cercano, que transforma toda disidencia u opinión diversa en un acto de agresión.
De ahí la importancia del círculo íntimo y de la existencia de funcionarios pares en opinión, sobre todo si, al no existir o dejar de ser relevantes los partidos políticos, la articulación operativa del gobierno queda entregada a la voluntad del Primer mandatario, que es quien los elegirá.
FUENTE: EL MOSTRADOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario