lunes, 26 de diciembre de 2011

La construcción mediática de los liderazgos políticos

El libro del intelectual italiano Sergio Fabbrini es el clásico sobre el tema de la construcción mediática de los liderazgos políticos en las democracias occidentales. Debe ser el referente de los operadores políticos de la Alianza y la Concertación. Sobre todo en tiempos de pérdida de legitimidad del sistema binominal, de crisis de la representación y de irrupción desestabilizadora en la escena política de los movimientos sociales ciudadanos.
Una somera lectura de los titulares del duopolio (Copesa y El Mercurio) refleja la opción táctica de los operadores concertacionistas: construir con ayuda de los medios dominantes el liderazgo de Bachelet. Y de paso, hacerle propaganda a “las primarias” … ¡dónde ya la dan por ganadora!
Por supuesto, nada más normal diría con un dejo de cinismo el autor de El ascenso del Príncipe democrático —obra que lleva por subtítulo— Quién gobierna y cómo se gobiernan las democracias. Allí, el politólogo italiano y admirador de Maquiavelo explica sin moralismos y en detalle cómo funciona la política espectáculo. En otros términos, cómo en manos de las elites y los medios tradicionales ésta es definitivamente opaca y contraria a los valores de la participación ciudadana, es decir, lisa y llanamente antidemocrática.
Dicho de otra manera, cómo los políticos inmersos en las estructuras políticas de la democracia formal (por la pura forma), piensan y actúan como oligarquías políticas que después de ocupar el estrecho espacio en el cual se mueven buscan resguardarlo de las intromisiones de la plebe bárbara y republicana. Allí, los líderes, sobre todo los “presidenciables”, son designados según las normas de la “teledemocracia” para “personalizar”, espectacularizar y simplificar la lid política, realzando y exagerando algunas “virtudes” del líder, explica el intelectual italiano.
“Los medios de comunicación de masas han convertido la política en espectáculo y han producido una transformación de las modalidades tradicionales de conquista de hegemonía en el mercado de ideas […] es la institucionalización de una política de la inautenticidad”, escribe Fabbrini, página 77.
El filósofo francés Jacques Rancière va más lejos en su libro El Odio a la Democracia (La Haine de la démocratie). Este plantea que la democracia “como idea del poder de todos puede desaparecer, bajo una forma suave, disolverse en estas oligarquías temperadas que conocemos en Occidente”.
En efecto, este procedimiento de construcción del “líder político” se apoya en una reducción del espacio político para la elección del “dirigente supremo”.  Ahora bien, tal maniobra de expertos es imposible sin el concurso del periodismo al servicio del poder mediático (*). Estos se prestan solícitos a la operación de montaje por razones político-editoriales.
Al respecto, la entrevista al senador PS Camilo Escalona —en La Tercera R del sábado 15 pasado—, uno de los apparatchik bacheletistas con mayores redes de influencia mediática, es ejemplar. Ahí vemos que el objetivo es “posicionarla” como marca pero blindándola o evitando toda polémica en torno al pensamiento de Bachelet y al balance de su período, hoy cuestionado por el movimiento estudiantil. Un presidenciable no le rinde cuentas a la plebe, es el mensaje. Lo importante es el presidenciable, para hacer marketing político.
En esta forma de democracia, por lo tanto, sostiene el analista italiano citado, ”la ciudadanía es un  público que escucha, una entidad pasiva que contempla la acción de los líderes, únicos protagonistas de la actividad política donde no tienen mucho más que ofrecer que su propia imagen”.
¿Será por lo mismo que los líderes aparecen tan enigmáticos? ¿Que se los blinda, para que tengan peso y no se los lleve el viento de la trivialidad? ¿Que si se salen de libreto, o éste es demasiado largo, se van de lengua?
En esta nueva forma de hacer política espectacular para una audiencia, se infiere de lo anterior, las ideas programáticas no importan, atan, e incomodan. Total, una vez en el gobierno los políticos  exclaman como Barak Obama: “prometimos demasiado”. Por lo tanto, en la mentalidad del líder, no hay para qué rendir cuentas a la ciudadanía. Idea que M. Bachelet ha puesto olímpicamente en práctica.
El acontecimiento mediático durará algunos días con la presencia en el país de la susodicha. Eso sí, seguirá con las declaraciones de los otros operadores que en insípidas declaraciones intervendrán queriendo relativizar el hecho de que M. Bachelet es la única carta o tabla de salvación que los concertacionistas poseen.
En este sentido Escalona no pudo ser más claro. La Concertación no tiene líderes jóvenes de recambio; Lagos Weber, Tohá y Rossi tienen más de 20 años en la trifulca, afirma el senador PS. Manera de reconocer que la Concertación no se regenera. Y por algo será. Sin debates, sin programa, sin ideas fuerza, sin partidos dinámicos.
Apostamos a que Bachelet le da una entrevista a Ud. sabe quién. Habrá en el texto prefabricado, como se impone en estos casos, una leve autocrítica con alusión a que “los tempos cambian” y a que se equivocan hasta las palomas. Será lejos del despertar ciudadano que la interpela para preguntarle si no es la carta de recambio más segura de las clases dominantes y de sus medios para aplacar el descontento y la indignación ciudadana. Una decisión que adquiere sentido a través de la extensa cobertura mediática superficial en torno a su figura.
Por Leopoldo Lavín Mujica
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(*) De ahí, según Antonio Gramsci (1891-1937), la importancia de un periodismo comprometido, de trinchera, crítico y destructor de mitos. De un tipo de intelectual-periodista orgánico de las clases populares que cuando practica el periodismo como un instrumento de emancipación lo haga con “el arte del sarcasmo apasionado” y “sin el melodrama que paraliza la inteligencia y mantiene al lector en una especie de dependencia emocional”. Gramsci, claro y simple cuando se le lee a la luz de los tiempos presentes. Gramsci, no pasa de moda si se le analiza sin los traumas de los convertidos a la política oligárquica y a la hegemonía cultural de las clases dominantes reproducida día a día por sus aparatos ideológicos.  Y por uno de los más eficaces: la prensa tradicional.

FUENTE: EL CIUDADANO

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