Una elite corrupta se ha adueñado de Chile
"El fútbol, otrora actividad deportiva y referente colectivo con fuertes lazos de identidad social, es hoy otro de los objetos transables del mercado. Si originalmente cumplió estas funciones, hoy ha sido secuestrado para mudarlo como un rentable espectáculo de masas vinculado con otras áreas similares y complementarias al neoliberalismo".
El Chile neoliberal es la concentración del poder, de los grupos económicos y sus amanuenses políticos, de sus ganancias y sus operaciones. Unas pocas manos mueven los mercados y un puñado de cabezas toman las decisiones. El resto, es espectáculo, coreografías, movimientos inútiles. Lo que señalan las estadísticas sobre obscena desigualdad en Chile, el país que lidera el PIB per cápita más grueso y más desigual en Latinoamérica, se expresa día a día en “irregularidades” que son llanamente grandes estafas de delincuentes de cuello y corbata sobre el trabajo y el consumo de millones de ciudadanos. Aquellos casos que la prensa ha nombrado como los carteles del confort, las farmacias, los pollos están relacionados con otros como Ley de Pesca, Caval, Cascadas, Penta, Soquimich, que cierran el círculo de la corrupción entre los controladores del poder económico y el político. En nuestra historia reciente nunca han calzado de manera tan precisa los intereses de los grupos económicos con los de la clase política. Una elite hermética se ha adueñado del país, afirmación que está más que confirmada en la no pocas estadísticas sobre distribución de la riqueza. Si la economía crece, ésta se concentra en las elites. Si baja, la asume la ciudadanía.
Este fenómeno es un efecto claro y directo del modelo neoliberal instalado durante la dictadura tras represión y muerte por los Chicago Boys y aplaudido y reforzado posteriormente por todos los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría. Un modelo que se ha adueñado de todas las actividades humanas lucrables y potencialmente rentables, las que se extienden desde la salud y la educación, los afectos y la sexualidad, la alimentación, el transporte y la vivienda, a la entretención y la misma muerte, por nombrar sólo algunas. En todas ellas, la industria creadora de sentidos y contenidos, como la publicidad y los medios de comunicación, terminan por atar bien en un paquete precintado todas estas necesidades y ofrecerlas como producto de consumo de masas. Y en todas éstas, la corrupción y colusión no dejan de estar presente. Chile, el mercado total.
El fútbol, otrora actividad deportiva y referente colectivo con fuertes lazos de identidad social, es hoy otro de los objetos transables en este mercado. Si originalmente cumplió estas funciones, hoy ha sido secuestrado para mudarlo como un rentable espectáculo de masas vinculado con otras áreas similares y complementarias del mercado. El fútbol como espectáculo se desprende de su raigambre social y muta como contenido estelar de los grandes medios de comunicación. En este trance de grandes ganancias, sus nuevos dueños no dudan en mezclar en el mismo negocio los antiguos referentes identitarios con los intereses de marcas transnacionales, todo ello metido en un extraño, confuso y hasta contradictorio envoltorio que liga símbolos nacionales con logos de zapatillas o de la misma Coca Cola.
Los oficiantes del mercado han perdido su compostura y la poca vergüenza. En el espacio que se presenta y se reproduce deja su huella de depredación, mentiras y corrupción. Afortunadamente, el año pasado estuvo marcado por múltiples y continuos destapes de casos de corrupción, que lejos de ser hechos aislados o extremos, confirmaron los ilegales mecanismos sobre los cuales se ha apoyado el modelo neoliberal de libre mercado desregulado. Sólo con la estafa y el robo se puede entender los actuales niveles en la concentración de la riqueza.
Los numerosos casos de corrupción observados durante el año pasado nos han confirmado también otra cosa. Los mismos rostros están implicados en estafas y desfalcos que saltan desde distintos rubros y áreas de la industria, los servicios y la política. Los mismos que han depredado nuestro mar son los que compran a impúdicos políticos para que legislen a su favor, los mismos que explotan plantaciones forestales sobre el territorio reclamado por el pueblo mapuche son los que han engañado con sobre precios en el papel higiénico por más de diez años a todos los chilenos, los mismos que se adueñaron mediante privatizacionesespurias de las empresas eléctricas del Estado chileno son los que controlan uno de los mayores clubes de fútbol.
Al observar los millonarios escándalos en el fútbol podemos ver a estas mismas manos aplicando el mismo modo de gestión tramposa que en sus otras inversiones. Una visión que nos entrega suficientes argumentos para confirmar que la concentración del poder a los niveles que existen en Chile sólo pueden suceder cuando el poder es absoluto. El poder absoluto corrompe absolutamente, dice Lord Acton. Y poder absoluto es lo que existe cuando un grupo de inversionistas controlan todos los mercados, la política y el mismo Estado. Una cofradía que impone desde allí sus reglas, las que no duda en violar cuando les conviene con la convicción de que las penas, de haberlas, serán ínfimas.
Este contexto de deterioro masivo y terminal de las elites y la institucionalidad pública y privada no ha dejado libre de miseria área en la cual el libre mercado ha puesto sus intereses e inversiones. El fútbol, levantado como espectáculo de masas, que ha atraído a nuevos fanáticos incautos lo mismo que una teleserie popular, un evento promovido por los matinales de la TV o un ofertón en un mall, no sólo ha perdido su magia y su espíritu socialsino que ha quedado empantanado en las mismas aguas pestilentes de los grandes fraudes y robos.
El fútbol como una nueva víctima, lo mismo que los trabajadores y consumidores estrangulados por estos grupos económicos. En este escenario, podemos decir que no hace falta ni disculpas ni sanciones acordadas entre las partes. Sólo la completa desinstalación del nefasto modelo neoliberal permitirá terminar con la corrupción y los abusos.
El Ciudadano
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